Chandrexa de Queixa. 5 y 6 de noviembre.
Día 5. Ruta corta y lluviosa.
Salimos del Almas Perdidas veintidós entusiastas pateantes sobre las nueve y media. Cuatro son nuevos. No había agua en el bar debido a una avería, por lo que se salió pronto con intención de hacer una parada técnica de reagrupe en Montederramo. Los primeros en llegar piden café para mitigar el frio. El pequeño local no podía albergar a todos los clientes repentinos, por lo que se iban turnando en pedir, tomar y pagar las consumiciones. La dueña, poco acostumbrada a las aglomeraciones, comenzó a repartir consumiciones sin ton ni son. Conclusión: había más cafés sobre el mostrador que consumidores. Algunos repitieron café.
Una vez en Celeiros (Casa Gerardo), toca el reparto. Las habitaciones, diseñadas para fomentar la convivencia, se disponen en grupos de cuatro o cinco residentes. Cada uno se aloja como buenamente puede. La distribución era: una cama de matrimonio, dos literas y la cama del niño. Las de cuatro carecían de esta última opción. Las literas disponían de escalerilla para la superior, pero que estuviese a la vista sería ponerlo demasiado fácil, si pensamos que la han colocado para fomentar el ingenio. Para subirse cabían dos posibilidades: la primera consistía en averiguar dónde estaba la escalerilla, colocarla y subirse; la segunda consistía en hacer uso de la agilidad y fortaleza física y/o la ayuda de compañer@s. Se dieron los dos casos. La que carecía de escalerilla batió su propio record de aguante, en tiempo sin ir al baño por la noche.
Todas las habitaciones contaban con un baño dentro. Éste estaba fuertemente blindado con una puerta en formato de cortina, que evitaba cualquier intento de entrar mientras estuviese ocupado. También contribuía a agilizar su utilización. Cualquier movimiento de la cortina, aunque fuese involuntario, era interpretado como un “date prisa que te pillan”. Para trabajos que implicasen tiempo de lectura y relax se disponía de sala al uso en la planta baja.
Una vez acomodados, nos disponemos a salir. Para enfriar los circuitos, calentados por la agitación del reparto, había pedida para la ocasión, una llovizna a poca presión con el objeto de que durase para todo el día. El camino transcurre por senderos cuya belleza se oculta bajo la lluvia. La niebla también ayuda a ocultar los acantilados para que su visión no perturbe la calma. La hilera de pateantes recuerda a un grupo de pollitos recién salidos del agua y que corren buscando el refugio de la gallinita. Alguna congostreña tomó la temperatura del suelo rebozándose entre hojas empapadas.
Se acerca la hora del bocadillo. La habilidad del guía hace que el grupo acelere el paso para llegar a una localidad con algunas casitas. Todo está cerrado. Las dos únicas puertas de cobertizo abiertas, lo están, porque acaban de salir sus moradores. Se trata de cuadras con olor a pueblo que forman parte de una dieta pueblerina. Si entras… ¡seguro que no comes!
El guía, conocedor del terreno y versado en trato con las gentes, entra en tratos con el dueño de un local, consiguiendo que nos abra las puertas de un cobertizo donde guardaba los aperos y el tractor. Fue aquí donde dimos cuenta del bocata, galletas, chocolate, plátano, frutos secos… Algunos incluso encontraron donde sentarse. La mojadura propicia que se hagan bromas y causen gracia situaciones que no la tendrían con los pies secos. Alguno con el bocadillo mojado, fue consciente de cómo sabe el pan duro empapado que se le echaba a las gallinas.
Después del rápido almuerzo, volvimos al camino para consumir el resto de lluvia que nos faltaba. Avisamos al amable lugareño de que nos íbamos y agradecimos su hospitalidad.
Poco tiempo nos llevó hasta Casa Gerardo. Dada la infraestructura, las duchas se desarrollaron con bastante celeridad. Se mata el tiempo hasta la hora de cenar con actividades varias: unos montan una timba de cartas y otros juegan al futbolín.
La cena es tan abundante como se esperaba, pero no tan variada como otros años. La desaceleración económica se percibe incluso en las montañas. Tomamos patatas con caldo de verdura, patatas con callos, y de segundo, cocido. El cocido venía repartido por categorías alimenticias. Lo primero que asomó a la mesa era un muslo que rebosaba sobre una fuente. Como traía la piel para arriba, hacía difícil su identificación, llegando incluso a confundirse con un enorme muslo de pollo gigante. Nadie se atrevía a tocarlo por miedo a que fuese mutante. Llega el resto de fuentes con chorizos, cachaza, oreja, costilla… y otras fuentes con alguna verdura que asomaba entre las protectoras patatas. Una vez efectuado todo el despliegue, se dedujo por descarte, que el muslo mutante era un lacón.
El postre estaba en la misma línea: consistía en un flan casi tan grande como el lacón, e higos en almíbar. El reparto equitativo fue todo un reto.
Con la copiosa cena, el grupo, no se vio capaz de ir a la cama ni a llevar a cabo juegos de mesa sin que se les cerrase los ojos, por lo que, por unanimidad se optó por efectuar una caminata hasta la presa del embalse del rio Navea, a pesar de ser una considerable pendiente. Al regreso sorprendía el dinamismo de un congostreño, que mantuvo en todo el tramo, un ritmo de carrera pero sin avanzar más que el grupo.
Horas de meterse en camita. Cada uno se acopló según el reparto inicial. En las primeras horas, los sonidos se entremezclaban. Partían de una habitación voces a distintos tonos, y risas que remataban la conversación. De otras el silencio. En alguna, un motor de dos tiempos pugnaba por subir una cuesta. Los comentarios de la mañana remarcaban que la noche había sido tranquila.
Día 6. Ruta de montaña
Horas de levantarse. Se había acordado bajar a desayunar a las ocho y media, por lo que a las ocho menos veinte, sonó un afónico quiquiriquiiii y otro más sonoro, cinco minutos más tarde. No causó gran efecto, pues no llegó el sonido a todas las habitaciones.
El desayuno consistió de varias jarras de café y otras tantas de leche, que cada uno se iba sirviendo según gusto y necesidad. Se acompañaba el café con una bica y mucho pan tostado con mermelada variada.
Durante el desayuno, alguno se percató de que no tenía bocata para el medio día, por lo que solicita los servicios del propietario en espera de consejo. Éste le aprovisiona con dos rebanadas de pan de bolla y el lacón que todavía contenía el hueso.
Hora de partida. Como el recorrido es en forma de herradura, se hace necesario redistribuir los coches en los dos extremos: uno se queda en el final y el resto a la salida. La idea es que se trasladen los conductores y regresen a por el personal restante.
La cosa va de queso. Salimos de mozzarella, perdón Zamorela y pasamos cerca de Requeixo, para llegar al pueblo más culto de España, según el guía: Espasa. Nos desplazamos por el cordal de la montaña bajo unas condiciones poco favorables. Algún pueblerino fortachón que estaba celebrando su cumpleaños, nos confunde con velas. Se pasó todo el camino soplando y soplando con tanta fuerza que conseguía separarnos de la línea del camino. Como el día era el propicio para acelerar el paso casi sin fijarse en el paisaje, llegamos a destino antes de lo previsto, incluso antes de la comida-bocata. Como hacía fresquito, se propone al guía que el grupo siga caminando en dirección a los coches hasta su encuentro. El conductor del único coche que teníamos en destino, hace la broma de que había perdido las llaves matarile rile rile. No consigue amedrentar a nadie, pues sus palabras iban acompañadas de una risita sospechosa.
Nos tomamos el merecido sustento ya en Casa Gerardo, acompañándolo de una cervecita y un café. Los más limpios se ducharon y recogieron. Los demás sólo recogieron.
Como era temprano se propone la visita cultural a Esgos, para visitar el monasterio de San Pedro de Rocas, con la iglesia excavada en la roca, con las tumbas de los monjes que la habitaron en suelo de dicha iglesia y en los laterales, también labradas en la roca. Es el primer monasterio de Galicia.
A medida que se completaban los vehículos, se van adelantando hasta Montederramo, según la consigna del guía. Durante el recorrido, se producen una serie de llamadas telefónicas entre los coches, con más o menos fortuna en las comunicaciones. Se consigue deducir que la broma de las llaves se había materializado. El último conductor había extraviado las llaves de su vehículo. La presión le hizo creer que pudiera ser que se quedasen en su chubasquero y éste en otro coche. También barajaba la posibilidad de que lo guardase en el maletero y cerrado con las llaves dentro. La comitiva de vehículos se para en el arcén y se distribuyen los ocupantes con objeto de dejar espacio para los nuevos inquilinos. Un coche se dirige en su ayuda. Una nueva llamada nos indica que ya aparecieron las llaves matarile rile rile, en la riñonera del conductor (uf, qué susto).
Se reanuda la idea inicial, pero el guía indica que debido al tiempo perdido, se omite la parada en Montederramo. Esta última idea no cuajó en todos los conductores, por lo que alguno tuvo que retroceder para volver a encontrarse. Se visita el claustro de Montederramo y se sigue hasta Esgos. La iglesia resulta ser una edificación dedicada integralmente a los ritos fúnebres. Contiene tantas siluetas humanas excavadas como espacio encontraron.
Desde aquí, besitos y despedidas…
Miguel Carbó
1 comentario:
A verdade é que coa descripción que fas coa túa escrita da fin de semán en Chandrexa, acompañada das fotos, un revive con toda a realidade o que alí pasou,no deixando de volver tamén a sorrir mentres o leo. Moitas grazas por todo o que nos ofreces.
Sinto non poder acompaarvos o día 27.
Una aperta.
Luis Dominguez.
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