CRÓNICA PATEADA 128

Vixiador - Soutomaior (primeiro tramo GR-94)


La cita era en el Almas Perdidas. A las nueve y media se salía. Aparecieron caras conocidas y también otras muchas que era su primera vez. Incluso alguien había quedado por internet con otra alguien que no apareció. El primer alguien preguntó a unos y otros, pero se quedó desconsolado en su coche intentando llamar a la segunda alguien.

En los minutos anteriores a la salida, cada cual pedía un cafecito para la espera, pero el gafe del bar, había hecho que no hubiese agua la vez anterior y esta vez se había cargado la máquina del café: “un café con leche por favor”, pedía el cliente, “se me estropeó la máquina, ¿podría ser descafeinado de sobre?” contestaba la señora del bar. Pregunta y respuesta se repetía por cada cliente que iba llegando. Una congostreña veterana, ajena al problema, pide un café con leche; “no tengo máquina” responde una voz tras la barra. ¡Ah! Vale, pues póngame un cortado. La paciente señora vuelve a repetir la misma frase con cara resignada: “no tengo máquina”. Fluye en el aire la situación que describe el chiste de los calamares (*)

Los coches serpentearon por las cuestas de los distintos caminos que llevan a la Madroa. Una vez en el aparcamiento, se hacen los cálculos para transportar a todo el grupo. Siete coches salen hasta Sotomayor, dos regresan con los conductores. Por el camino, el primer coche se atasca en una carretera en la que figuraba una señal con fondo azul y con una “T” blanca con la parte superior roja. Carretera cortada, creo recordar que significa. Los dos últimos y más inquietos toman otra alternativa sin preguntar al que realmente sabe. Alegres y vivarachos avanzan cual correcaminos hasta su destino. Cara de coyote se les queda cuando llegan y ven los cinco conductores, que supuestamente habían dejado atrás, con sus coches perfectamente aparcados y con aspecto de llevar mucho tiempo a la espera. Fueron estos últimos los encargados del transporte de regreso. Otra vez el correcaminos pone pies en polvorosa, el segundo se deja aconsejar por el guía y toma un atajo, adelantando casi quince minutos al primero.

Mientras suceden estas carreras, en el otro extremo del camino los demás van pateando desde el aparcamiento hasta el lugar de salida en el Vixiador. Allí, en el aparcamiento de un bar, nos encontramos l@s veintinueve congostreñ@s. Cuantía que se establece después de contarlos varias veces. Van tan animados que se mueven como gallinas en un corral y el recuento no es fácil.

Salimos por unos senderos intercalados entre asfalto y tierra. Su belleza radica en la panorámica de la ría que presenta desde esas alturas. También tuvimos ocasión de visitar un lugar de enterramiento de los años catapún (entre finales del V y el III milenio a.C). Dolmen lo llaman en algunos sitios cuando está desenterrado, mámoa en la zona gallega. Lleva este nombre, porque las piedras estaban cubiertas por un montículo de tierra, dando el aspecto de un seno femenino.

El recorrido se hace tranquilo. La única dificultad que reviste es que tiene algunos tramos con una fuerte pendiente, tanto de subida como de bajada. Se van haciendo pequeños grupos de conversación en los que cabe cualquier tema, incluso aquellos que uno no pensó que hablaría de ello: las cacas de mi niño, cuando yo era pequeño, mi jefe es un… ¡qué bien viven los funcionarios!, fulanita es una…, podrían ser los títulos de las conversaciones que se desarrollan a lo largo del recorrido.

Se necesitan varias paradas de reagrupamiento para mantener cierta unión del grupo antes de comer. La comida, propiamente dicha, se materializa en un bonito merendero con unas vistas de la Ría espectaculares, distintas a las que salen en las postales. Había en el recinto, tres mesas solamente, pero una de ellas era lo suficientemente grande para que cupiésemos los veintinueve y sin mucho cariño. Cada cual saca sus enseres y reparte el peso de la mochila al estómago. Poco tiempo duró la sobremesa, pocos chocolates se prodigaron… seguramente el miedo a la noche nos hizo ponernos en camino rápidamente.

Solo una vez tomamos una alternativa diferente al camino. La experiencia del guía y la ayuda de voluntarios y el “hippy ese” nos hizo volver al redil y al camino que se encontraba escondido entre la maleza. El paso se aceleró después de la comida. Como es costumbre, se dispersa el grupo y las conversaciones se agotan. Al paso por un pueblecito llamado Moreira, creo recordar, nos sorprende el comentario de una congostreña: “¡Ai, aquí vivo eu! Non me dei conta de que pasábamos por aquí”. La llegada se recorta casi una hora. Sobre las cinco y media llegamos al aparcamiento del castillo de Sotomayor.

Unos estiran con la esperanza de crecer, otros descansan sentados. Todos se quedan en el bar a tomar la merecida cañita fresquita y comentar anécdotas. Bueno, todos no, alguno tiene prisa en marchar. Como al irse un conductor se rompe la armonía, se desplazan cuatro conductores al punto de inicio y vuelven tres.

Cuando llegan los rezagados, ya no quedan cacahuetes ni patatillas, por no hablar de las cañas. Se piden cervezas para los recién llegados y se les propone una partida al futbolín. Cinco a dos para el grupo de las C.O.E.S.: se le dan bien los deportes, incluso los de mesa.

La congostreña sorprendida del lugar, nos propone acudir a un magosto que se celebra en un pueblecito cercano, con nombre de enagua: Viso. Como en la pateada anterior se me olvidó comentar el magosto, me veo obligado a mencionarlo aquí. Algunos decidieron retirarse a casa, otros acudieron a la fiesta. Una congostreña prefería no ir porque estaba cansada, pero decidió ir sólo un poquito.

Después de sortear un tortuoso camino de difícil acceso, llegamos a un recinto que parecía ser el utilizado para las fiestas locales. Instalaron allí una carpa con goteras que cubría a los asistentes del frío. El local estaba amenizado por dos artistas que manejaban un guiñol. Al terminar su actuación, dos congostreñ@s decidieron irse, y así lo anunciaron por segunda vez, pero les dijeron que el siguiente grupo que se estaba preparando era my bueno, así que esperaron unos minutos más. Cuando éstos terminaron de entretener a los agolpados niños, todo parecía acabarse hasta la nueva actuación que se preparaba en el palco. Pero no fue así, la nota la dio “El hombre orquesta”: un señor de mediana edad vestido con un extraño traje cargado de cualquier instrumento susceptible de emitir sonido. La apariencia con la poca luz del local era que un caracol se había levantado y aplaudía a los asistentes. En su espalda tenía un gran bombo con unos platillos pegados. El bombo se manejaba con una cuerdecita que lo unía con el tacón del zapato izquierdo. El platillo lo hacía sonar con un palito o baqueta unida a la muñequera derecha. Delante, con las dos manos presionaba un acordeón y soplaba una armónica sujeta a la parte superior del acordeón, según lo requiriese o cantaba canciones populares:

Eu chorei chorei o dominjo a tarde...,
eu chorei chorei o dominjo a tarde...,
que veña Lorenzo, que veña Lourenzo, que dija a verdade…,
que dija a verdade pero con cautela…,
que dija a verdade pero con cautela…,
Túa nai é meija, túa nai é meija, teño medo dela.
Teño medo dela e ela non me come.
Túa nai é meija, túa nai é meija, teu pai un mal home...


Mientras sonaba el hombre orquesta, se terminaron de asar las castañas. Cada uno nos hicimos con un cucurucho y lo despachamos mientras disfrutábamos del verdadero espectáculo. Alguien anunció que había chocolate caliente en el mismo mostrador de las castañas. Hicimos nueva cola de racionamiento para el preciado líquido.

Mientras disfrutábamos de los placeres del magosto, nos sorprende la aparición de una veterana congostreña que hacíamos por Canarias y no la veíamos hace al menos dos años. Besitos e intercambios de impresiones hasta la despedida.

Cuando por fin se puso en funcionamiento la segunda orquesta de Vincios en el palco, se esperó a ver como sonaba. Nuevamente los dos congostreñ@s anuncian su marcha. La congostreña del lugar dice que en cinco minutos vendrá un congostreño veterano y muy querido por el grupo. Se pospone la partida para poder saludarlo. La tardanza del veterano y el frío reinante hace que la mayoría del grupo se despida y pire. L@s congostreños anunciantes de su ida, se quedan solos. El conductor decide dar un poco más de tiempo mientras va a buscar el coche. Por fin llega el congostreño pero el saludo se ve forzado por estar obstaculizando el camino. A pesar de las prisas, siempre es agradable saludar a un congostreño.

Apenas queda gente a quién despedir. Ya se habían despedido todos. Aburiño…



(*) Chiste dos calamares:

Nun bar con un cliente na barra, entra outro cliente:

Cliente 2: Me pon unha cocacola e uns calamares.
Camareiro: non temos calamares. Si lle apetecen bolos, croissants, magdalenas…
Cliente 2: ¡Ah! Pois póñame un kas e uns calamares.
Camareiro con tono de irritación: non temos calamares, coño. Temos bolos, croissants, magdalenas…
Cliente 2: ¡Ah! Pois póñame un café e uns calamares.
Camareiro con tono de irritación: póñaseme fora coño, a tomar o pelo á rua…
Camareiro con tono de irritación comentalle o primeiro cliente: Traballando desde as cinco da mañan para que veña un gilipollas como este e che tome o pelo.
Cliente 1: ¡Qué aguante tes! Si chego a estar eu aí, collo os calamares e doulle con eles nos fociños.


Miguel Carbó

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