CRÓNICA PATEADA 132

Trilho do Circo Glaciar. Alto de Vez. Sistelo (Arcos de Valdevez). Portugal.

Después de los saludos y un pequeño lío de reparto de coches, conductores y ocupantes, conseguimos salir pasadas las nueve del Almas Perdidas, veinticinco congostreñ@s. Todos tenían prisa por salir, pero pocas ganas de llegar. Todo el mundo tenía claro a donde iba, pero dudaba del camino a seguir.

Serias investigaciones y debates concluyeron que sólo había un lugar en el norte de Portugal llamado Sistelo, no obstante algunos intentaron encontrar otro y se pasaron algún tiempo dando vueltas. Una vez convencidos de su error, contactaron por móvil para acudir al Sistelo original. Conseguimos llegar todos, muy pasadas las diez.

Con nuestras mochilas al hombro, comenzamos el ascenso. Las cuestas eran de la marca “duracel”, que duran, duran y duran… Dado el esfuerzo que requería la subida, la organización, había encargado una pequeña descarga pluvial que nos acompañaría toda la mañana. También se contrató los servicios de una encantadora perrita para todo el camino. Este último contrato fue bien visto por dos perros de escaso tamaño que venían con el grupo. Los dos perritos competían por mostrarle su afecto. No lo vio bien la dueña a juzgar por el recibimiento.

En el ascenso se podían apreciar los surcos de las ruedas de carro de bueyes marcados en la piedra tras años de paso. También se veían tramos de calvas negras en la vegetación. A primera vista queda horriblemente desértico, y ello puede parecer fruto de un desalmado, pero debe tratarse de una técnica agraria heredada de la Edad Media. Consiste en incendiar la vegetación para obtener nueva hierba de la tierra enriquecida por las cenizas.

En la subida, el grupo se va alargando. Pasadas casi tres horas, el motor de una nueva congostreña comenzó a fallar por falta de combustible. Todos decían que querían parar para tomar un tentempié, pero cuando se acordó parar, se tomó fruta, chocolate, galletas… bajo la lluvia.

Retomamos la subida. Cuando llevábamos pocos kilómetros recorridos, y ante la falta de un lugar seco para comer, nos colamos en el salón comedor de unos bóvidos. Estaba construido con la nobleza que da la pequeña piedra amontonada, dejando pequeños huecos para la ventilación. El techo consistía en unos travesaños de madera que soportaban unas escasas planchas de chapa en forma de uralita. El tejado dejaba estratégicos huecos para proveer de agua a los animales sin intervención de los pastores. En el centro del hueco había una mesa temática en forma de carro de madera en buen estado.

Unos sentados, otros de pie, acomodados según el grado de cansancio u oportunidad, nos nutrimos e hidratamos los cuerpos. Con agua la mayoría, algunos con cerveza. Cuando los últimos de la fila comenzaron a sacar alimentos para un regimiento y una pesada botella de vino tinto, comprendimos por qué les costaba subir. La perrita mendigaba un mendrugo a todos los que veía comer. Los perritos permanecían fuera, controlados por su dueña. A la salida nos encontramos a un gacheto-indio sentado que vigilaba la entrada del comedor. Saludaba mientras terminaba su bocadillo.

Nos dirigimos a los pies del “Trilho do Circo Glaciar” o corredera del circo glaciar (1). En un momento dado, se pierde el camino. En pocos minutos localizamos el sendero. Lo seguimos durante unos minutos, pero como ya viene siendo costumbre en Congostra, el guía nos hace avanzar unos cientos de metros para luego retroceder. Les parece gracioso. En el retroceso casi sorprendemos a un congostreño que se había quedado rezagado haciendo una contribución a la reforestación, plantando un pino. El camino era incierto, la dirección correcta. El guía nos instruye desde lo alto de una loma para tener mejor perspectiva. Nos muestra, utilizando el índice, donde se forma, cuanto abarca el glaciar e insiste en que nos fijemos en material glaciar no estratificado o morrena. Terminada la exposición retomamos las subidas.

(1) Circo glaciar: parte del glaciar con forma de anfiteatro lleno de hielo y dominado por altas murallas rocosas. En los glaciares de montaña la nieve que no puede quedar colgada de las paredes rocosas se acumula a sus pies y al transformarse en hielo da origen a los glaciares de circo.

Durante la pateada, nos desplazamos por distintas brandas o verandas. Se trata de una cubierta de hierba o pastos de montaña donde llevar al ganado en el verano para paliar el calor del valle. En este lugar había pequeñas construcciones donde pernoctar los pastores. Ahora desérticas. La más significativa es la Branda do Furado.

Tanto en las brandas como en los pueblos habitados, había unas pequeñas construcciones hechas totalmente de piedra (2). Tienen tanto tiempo que ni los lugareños recuerdan sus nombres. Al preguntar a un lugareño por su nombre y utilización de las curiosas construcciones responde: “e logo como se vai chamar: cortello de pedra pa gardar cousas”

(2) Chiviteras: Pequeñas chozas creadas totalmente de piedra, incluido el tejado. El propósito era que ningún depredador “lobo” pudiese penetrar en su interior, supongo que su nombre se derivará de su utilización, pues aquí dentro se guardaban los corderitos recién nacidos o chivos indefensos mientras el resto del rebaño disfrutaba del campo.

Después de comer, la lluvia se había calmado. Cada parada era aprovechada para comer algo. Ya no había que preocuparse del paraguas o la capucha. La panorámica era más apreciada. Se observaba el gran esfuerzo de los labradores. A lo lejos veíamos Sistelo, situado en el fondo del valle, a pie del río Vez. Las tierras se conforman en bancales o socalcos, ganándole de esta forma, terreno cultivable a la ladera de la montaña y dejando un paisaje escalonado espectacular.

Ahora, toca bajar. Se termina el redondel del nueve que conforma el sendero. Comenzamos la patita. En la bajada por el pedregoso camino en compañía de la fiel perrita, nos encontramos con dos señoras ataviadas con las prendas de moda en el lugar. La mayor, pronunciaba maldades con cara de psicópata mientras levantaba una vara de eucalipto de dos metros. La vara fue a parar a lomos de la inocente perrita, que chillando se alejaba a distancia prudencial. Era la dueña que consideraba ese método un sistema de educación, para reprenderle haberse marchado sin su permiso.

La perrita, no obstante, sigue con nosotros hasta las primeras casas, donde se retira a descansar. Un congostreño se asoma para despedirse. El dueño de la casa sale a ver qué pasa. El congostreño le cuenta el encontronazo con “la tía de la vara” y le pidieron agua para refrescarse. El señor se sintió ofendido al pensar que en su casa se bebiese agua y les ofrece vino con solera.

Bajamos hasta el río Vez, donde algunos refrescaron sus calurosos cuerpos. Un gran grito desgarrador sale del río. Era el congostreño inquieto que agradecía así el frescor de las aguas. Los demás esperamos o comemos. O las dos cosas.

En vez de volver a subir por donde bajamos, seguimos . Descendimos por el sendero atravesando una carretera asfaltada utilizando la ruta del jabalí hasta otra carretera de entrada a Sistelo justo al lado de la gasolinera.

Debíamos ser un grupo ruidoso, a juzgar por el comportamiento de los hombres que estaban en el bar cercano: salen con una cerveza en una mano y la otra en el bolsillo, haciendo comentarios sobre el tiempo y la historia de las piedras. Lo hacen en una precipitada salida acelerada y frenando al ver la causa del follón. En este seudo-bar, se quedan cuatro congostreñ@s en espera de ser recogidos al regreso.

Tocaba sorpresa, seguimos bajando, lo que parecía agradecerse. Volvimos a ser víctimas de la consabida broma del “por ahí no es” durante casi un kilómetro. Risitas y murmuraciones rondaban el grupo. Volvemos al camino y descendemos por un camino estrecho y embarrado hasta un puentecito de madera. A partir de aquí, hay que volver a subir, y de qué modo. Según un congostreño, subimos ciento treinta y cinco escalones con una pendiente de un ochenta por ciento. Había que dejar varios escalones entre el anterior si no querías saber que había comido. Esta escalinata nos llevaba al pueblo, pasando por unas ruinas donde se encontraba “o Castelo dos vizcondes de Sistelo”, aunque solamente la estructura externa y fachada.

Había intención de que parásemos a tomar las cañas en este establecimiento cerca de la gasolinera o seudo-bar, pero las deficientes condiciones y falta de espacio nos hace dudar. Se decide parar en Salvatierra. Al llegar a la frontera, se paran todos los coches como si fuese pecado pasar la línea. Había dudas para concretar el local.

Un congostreño con gran conocimiento gastronómico en posición sentado nos comenta que conoce un buen local para tomar unas cañas y unos cacahuetes. El lugar estaba muy bien, pero los cacahuetes estaban horribles. Un@s congostreñ@s se quejaban de que sus cacahuetes sabían a callos con garbanzos, otros a oreja cocida, incluso los había con sabor a empanada de manzana. Para paliar el mal sabor, tuvimos que pedir varias botellas de vino y cervezas.

Desde este local, nos despedimos hasta la próxima.

Miguel Carbó

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