Crónica de una mojadura anunciada
Con puntualidad española, como de
costumbre, nos dimos cita a las 9,00 en el lugar de siempre, 27 congostreños, a pesar de la predicción metereológica (el problema era para la lluvia, no nuestro). Después de que la organizaçao diera instrucciones para no perderse, y
que se hicieran un par de paradas
técnicas para ello, queda demostrado, una vez más, que solo sirven para perder tiempo y
conseguir que alguien se pierda. En la parroquia de San Miguel, Entre
Ambos-os-Ríos, y tras una breve espera conseguimos arrejuntarnos todos y salir a recorrer los
hermoso montes portugueses.
El mal tiempo nos atacó cuanto pudo, tan pronto teníamos
calor y unos se sacaban el chubasquero y otros
alguna prenda mas, como nos caían unos chaparrones que nos obligaban a
volver a ponerlas.
El paisaje resultaba gratificante
para la vista, Portugal aún mantiene ese encanto de lo natural, no ha sucumbido
a la tentación económica de los pinos y eucaliptos. La zona rica en manantiales
nos obligó a retomar el camino hacia una pequeña aldea perdida en lo alto del
monte, llamada “ Ermida,” población que
hasta hace casi veinte año no se podía acceder por carretera , por lo que las comunicaciones con otras poblaciones se
hacía a través de senderos. El pueblo
rezumaba agua por doquier, los prados hacían su aparición, la “branda” que tenía daba cuenta de ello, en
contraste con el monte bajo que cruzamos hasta el lugar.
Hicimos una pequeña parada de
aprovisionamiento, ya se sabe, cafés, cervezas, y vino verde. El señor no se
mostró sorprendido por tan repentino aumento de la clientela. Nos llamó la atención que a pesar de ser ciego, lo bien que se defendía atendiendo a la clientela
él sólo. Lo que si le sorprendió fue
cuando una congostreña le pidió que le
vendiera dos mini-botellines vacios, vete a saber para que los quería. El señor
no lograba entender que era lo que quería y trataba de sacar de la nevera otras
bebidas, hasta que al final alguien consiguió hacerle saber que lo que quería
era solo el envase.
Comimos en la branda, la mayoría
dentro de las cabañas para el forraje, pues en esos momentos el tiempo se
acordó de nuevo de nosotros. A la vuelta, otra vez volvimos hacer parada
técnica en el bar, …. más vino verde.
Aunque muchos otros aprovecharon para ver el pequeño museo megalítico y
etnográfico.
La bajada resulta más tranquila,
el tiempo nos da un respiro y la naturaleza se muestra con toda su hermosura primaveral
de flores y colores, ello anima a una pateadora hacerse un ramo grandioso.
Llegados al río Froufe, de nuevo
el camino queda interrumpido por la crecida, que se ha llevado por delante unos
pasos, pero eso no es motivo de impedimentos para los osados que con el calzado
al cuello deciden pasar el vado. Pero el
río traicionero les guarda una sorpresa, poco más adelante aparece de nuevo,
pues unos metros más arriba se ha dividido en dos brazos, y este aunque más estrecho, es más caudaloso. De poco
sirven los gritos del guía y demás avisándoles que se vuelvan. Nuestra
pateadora recolectora de flores se adentra en el río, pero parece ser que la
piedra donde se apoyo se alió con el agua para darle un pequeño susto, además de bajarle las calorías, o sería que
quería remojar las flores? Afortunadamente
todo quedó en un inesperado y frío baño y fue socorrida por otros
pateadores que le dejaron alguna prenda seca.
Reunión final en San Miguel, con mas cervezas, cafés y mas viño verde.
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