Corrubedo.
27/05/2012
Llegamos al Almas
Perdidas para salir a las nueve, y casi lo conseguimos. Quedamos en la salida ciento cuatro de la
autopista, en dirección a Catoira. La lluvia nos acompañó durante el recorrido
en coche, insistiendo mucho en su presencia
en algunos casos. Tanto que el limpia parabrisas casi no conseguía abrirse
paso. Llegamos de los últimos. Constatamos que algunos no corren, vuelan
bajito.
La carretera elegida
estaba cortada. Menos mal que entre los congostreños tenemos compañeros con
dilatada experiencia en carretera que tomaron la cabecera y nos dirigieron por
otra alternativa. El retorno fue por Padrón directamente. Ya lo recomendaban
los rótulos de la autopista.
Estacionados en el
aparcamiento de las dunas, nos preparamos para la salida. Damos comienzo a la
pateada, dieciocho congostreñ@s. Comenzamos por un camino en forma de túnel
cubierto de vegetación. Interrumpimos la intimidad que necesitaba un
congostreño para miccionar. Es que en senderismo, ya se sabe, hay que cerrar bien
la puerta, que puede entrar cualquiera.
A los ciento y pico
de metros de la salida, el crecimiento de la vegetación hizo patente que las
cosas cambian. Un camino sin mantenimiento en poco tiempo es absorbido por la
vegetación. Las dudas de por donde era salen a relucir. El tom tom da su
sentencia. Rodeamos el instituto pisando hierbas de medio metro, cruzamos la
carretera y entramos en el bosque por un camino marcado por mesas y bancos que
nadie usa. Las dudas volvieron en algunas ocasiones por culpa de la hierba
crecida, hasta que llegamos a un sendero limpio. Éste nos llevó hasta un
montículo al lado de una antena. Había una enorme cruz de hierro clavada en la
roca.
En principio sólo
era una visita corta para contemplar el
paisaje, pero alguien mencionó algo sobre un plátano. La voz se corrió y la
gente se amotinó. En un instante, todos estaban sentados hurgando en sus
mochilas. Era la hora y el lugar del tentempié, a pesar de los fríos soplidos
que nos daban de vez en cuando.
Volvemos al camino.
Éste nos lleva a través de verdes campos hasta la laguna de San Pedro de Muro, con
un mirador de aves a gran altura. Un congostreño se subió y sacó medio cuerpo
por el mirador caricaturizando un sindicalista dando un mitin: “compañeiros…
…si isto non se amaña, caña, caña, caña”. Desde aquí, seguimos por detrás de
las dunas, siguiendo un camino marcado por pivotes clavados en la arena. Las
recomendaciones son que se respete la vegetación, y no pisar fuera del sendero
marcado. Caminar por arena cansa mucho las piernas. Pasamos la “laguna de Xuño”
que contaba con otro observatorio. Se diferencia de la anterior, por ser más
pequeña y no estar alimentada directamente por el mar.
Llegamos a un punto
de la playa donde comenzamos un sendero-puente de madera. El espíritu
aventurero se desvanece ante la mirada de un bar en el horizonte, donde tomar
el almuerzo en compañía de una cañita fría situado en la “Praia das Furnas”,
que algún vecino renombró como “Praia de San Pedro de Regos”. Esta playa está
llena de rocas y acantilados. Fue aquí precisamente donde el popular Ramón Sampedro,
tuvo el accidente que lo dejó parapléjico y en el que se basó la película “Mar
adentro”.
No hay prisa para
comer, la gente tiene más interés por ver el punto donde se produjo el accidente.
Un medallón de cemento de medio metro de diámetro, y con inscripciones
conmemorativas, marcaba el punto exacto del accidente (RAMÓN SAMPEDRO CAMEÁN,
DEFENSOR DA VIDA E A MORTE DIGNAS. MARIÑEIRO EN TERRA, POETA VECIÑO E AMIGO).
Un busto de bronce de Ramón Sampedro, justo a la
entrada de los acantilados, recuerda su aventura.
Por fin, llega la
mejor hora del día. Nos sentamos en la terraza del bar, unos de espaldas otros
mirando el mar. El sol calienta lo que enfría la brisa del mar. La rapidez del
camarero es equiparable a la de un oso perezoso. Algunos ya habían acabado su
almuerzo cuando llegaron las bebidas.
Punto de retorno.
Comenzamos la vuelta por la playa, desandando parte de lo andado. La larga fila
congostreña cubre el sendero-puente. Si os fijasteis, veríais placas clavadas
en la madera con inscripciones “DPMT Nº ¿?” (Dominio Público Marítimo Terrestre)
que comprende la línea de bajamar y el límite máximo que alcanzan las olas en
los mayores temporales conocidos y comprobados. También había postes con la
misma inscripción a lo largo del camino.
Casi al final de la
playa, se dejaba sentir un olorcillo que haría las delicias de cualquier
carroñero. Un bicho, que parecía un león marino, reposaba en la playa desde
hacía varias semanas.
Tres congostreños lobos
de mar decidieron bañarse en las bravas aguas de “A Ladeira”. El resto siguió
su camino con paso cansado sobre la arena intentando no mojarse con las olas.
¡Como cuesta caminar por la arena!
Seguimos el camino
de la intuición errando tan solo una vez. La costa era nuestra orientación.
Volvimos a reunirnos en el faro. El cansancio de los primeros hizo que se
sentasen en la primera zona donde no soplaba el viento, pero la sed de alguno,
le hizo ver unas sillas rojas de plástico características de los bares. No era
un espejismo, un avispado lugareño había restaurado un pequeñísimo local y
convertido en un kiosco-bar. Allí nos tomamos unos refrigerios a precio de “un
sincuenta”. Cuando llegó el líder de la manada, nos echa una pequeña reprimenda
por parecerse más a ir de vinos que a una pateada. Advierte también de que
cruzaremos el pueblo con varios bares a la vista, con el peligro que eso
entraña para la voluntad.
El camino combina
perfectamente el paisaje, mar a la derecha, monte bajo a la izquierda. En
ocasiones ni siquiera se ve el mar, tan sólo grandes extensiones de terreno
colonizadas con tojos verdes y sus flores amarillas.
Después de varias
horas de caminar por la desértica arena, llegamos a la playa flanqueada por el
mar y la “Duna movile”. Pasamos por delante de sus narices sin molestarla.
¡Trabajo nos costó rodearla! Ya que tiene, al parecer unos veinte metros de
alto por trescientos metros de ancho y mil trescientos de largo. ¡Ah! y tres
mil años de edad, aunque eso no interfiera para cruzarla, es bueno saber que es
una venerable anciana a la que no hay que molestar.
Llegamos al punto
de salida. Completamos el círculo. Queda la visita a la anfitriona duna.
Algunas congostreñas llevaban un letrero luminoso en la frente que decía “Non
podo máis” otras “Vai a ir a ver a p… duna …”
La duna no fue
visitada por todos, pero sí todos se apuntaron a las cañas. La habilidad del
líder hizo que, sin planearlo, topásemos un restaurante-bar con más mesas que
clientes, donde nos acomodamos para ver el fuerte chaparrón que descargaba en
ese momento.
El asombrado
camarero, nos atendió con la celeridad de la zona. Cada uno pidió lo que le
apetecía. Básicamente cerveza y café. Al camarero le llovían las preguntas
sobre qué había para comer. “¡Tranquilos, ajora estou coas bebidas, despois xa
falamos diso¡” se defendía el camarero. Nos obsequió con unos minúsculos
platitos con algunos cacahuetes dentro. También traía otro platito con unos
cuadraditos de rancia tortilla que tocaban a tres comensales por cuadrado de
tortilla. Para colmo había que partirla con un palillo.
La escasez de picoteo, alertó a una congostreña que se
desplazó a su coche para sacar de su mochila un tuppper con distintos frutos
secos. Cuando lo estaban abriendo, llega el camarero con más tortilla y más
manises. Se esconde el tupper bajo la
mesa. Se produce una situación incómoda sabiéndose pilladas por el camarero y
salen unas risas nerviosas.
El camarero con
mucho temple para su edad, sabe salir del atolladero con la frase “¿Qué che
pasa muller, quen se quedou sin tortilla?, aquí hai a tortilla que faja falta”. Más risas nerviosas.
El precio fue a
“canalillo” también conocido como a escote. Ya sabéis “un sincuenta” en primera
instancia, pues los cálculos fueron hechos por bancarios y no tuvieron en
cuenta la prima de riesgo, y es que la “prima” no había tomado nada. Una vez auditadas las
cuentas, se vio que había diferencias y pidieron un rescate al gobierno. Como
todos sabéis lo pagan los ciudadanos. Diez céntimos más nos costó el rescate.
Desde aquí se hacen
las pertinentes despedidas y quedadas para la próxima ocasión.
Aburiño…
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