Canón
Río Mao (Parada do Sil) Ourense. 24/11/12
Salimos
como es habitual de las Almas Perdidas, dieciocho congostreñ@s repartidos en
cinco coches. Quedamos en el “Alto do
Rodicio”. Allí hay un anuncio de un restaurante con el mismo nombre y a pocos
metros hay otro llamado Monte Meda con el aparcamiento libre. Esto provocó
algunos malentendidos que se solucionaron por whatsApp. Salimos uno detrás de
otro hasta Forcas, concretamente la Plaza de Valentín González, utilizada por
dos grandes tractores como aparcamiento. Un tractor era de Valentín y el otro
de González, seguramente.
Siguiendo
el ejemplo de los tractores, estacionamos a su lado. Aceleraron los
preparativos de salida, un gran
chaparrón ayudado de ventisca. La lluvia aminoró al poco rato. Las prendas
comienzan a estorbar. Entre el ”quitaypon”
se crea desconcierto y se recuenta la tropa, parece que el primer cruce
no fue percibido correctamente por todos. Se reagrupa y continúa por un sendero marcado
con rodaduras de tractor y franqueado por muros de piedras amontonadas en
perfecto equilibrio. Este sendero nos adentra en parcelas propietarias y bosque
comunal que comparten un bosque de robles en proceso de deshoje. Para subir los
ánimos, sale el sol un ratito, no mucho, porque ha tenido una reunión con Rajoy y ya se
sabe… los recortes.
A
la hora escasa de salir, el alfombrado de hojas se vio truncado dando paso a
una pista de tierra dura, incluso algún conato de asfalto. Como no hay mal que
cien años dure, nos desviamos por senderos de vegetación frondosa. La lluvia
aún no había sido llamada por el presidente y se mostraba generosa.
Un
acontecimiento frecuente en esta época nos hizo parar en el camino: cuatro
setas del tamaño de un plato habían germinado a un lado del camino. Hubo dudas
de si se comían o no. Se decidió dejarlas para decoración del bosque.
Serpenteamos
la ladera abajo por el margen derecho del río, hasta pocos metros de la orilla.
Llegamos a un pueblecito un poco desperdigados. Los primeros deberían haber
seguido un letrerito que ponía: “Necrópole Rupestre de San Vitor”. Por ahí
continuamos. Pronto divisamos una hilera humana de mucho colorido. Eran ellos. Iban
por un sendero de menos de medio metro de ancho, atascado entre dos muros de
piedras. Supuestamente nos dirigíamos a la necrópolis, pero con sus habitantes
son del más allá, no conseguimos llegar. Lo que sí encontramos sin problemas,
fue un gallinero repleto, incluso compartían habitación con conejos indios. El
olor nos guio.
En
el pueblecito no encontramos ni un solo habitante, pero sí fuimos recibidos por
una jauría de perros que ladraban sin descanso. Los saludos perrunos fueron
quedando atrás mientras bajamos por la ladera escalonada de cultivos viñedos. En
este valle, del río Sil, se han dado
desde siempre las condiciones idóneas para el cultivo de la vid. Ya los romanos
se percataron de ello y edificaron los miles de socalcos en la empinada ribera
sobre los que brotan los hermosos racimos de uvas tintas de las que se extrae
el preciado líquido.
A
la mitad de la pendiente daban las doce y media en el reloj, por lo que se
aprovechó para refrigerarse y mineralizarse. Destacaba sobre las cortas vides, un
solitario manzano deshojado, que soportaba estoicamente el peso de unas cuantas
manzanas que parecían exclamar: ¡Ayuda, ayuda por favor… no veis que voy a
caerme…! Un congostreño que no soporta las injusticias, prestó su ayuda tanto
como pudo.
Pronto
llegamos a una estrecha carretera asfaltada. Ésta nos llevó a los pies de unos madroños.
La mayoría se abalanzó sobre sus frutos como si del maná se tratara. Mientras
unos comían otras advertían de la posibilidad de embriaguez de los golosos.
La
lluvia vuelve a asomar para ver por dónde íbamos. Al ver que disfrutábamos del
paisaje que ofrecía el barco de turistas navegando por el río, decidió ir a
prestar sus servicios a otro lugar. Seguimos bajando en fila india por los
estrechos senderos. Nos topamos con un curioso puente de cemento con unos
tensores de acero en la parte inferior, pero no lo cruzamos. En su lugar
comenzamos a subir una serie de escalones de madera de un sendero de
domingueros que aprovechamos los sabaderos. Varios kilómetros de pasarela que
hacían posible unas vistas impresionantes. Incluso más madroños, pero
inalcanzables. El mirador de esta construcción era un lugar privilegiado para
contemplar la auténtica gama cromática del otoño.
Llegamos
a la antigua central eléctrica, antes llamada “fabrica da luz” pasadas las dos.
Lo presidía un ciprés de más de cinco metros con una sombra muy alargada. El
cambio de infraestructuras en la fabricación de corriente provocó su desuso y
reconversión a museo-albergue. Se decidió comer al abrigo de un techo.
Antes
de entrar había que patear el puente metálico de entrada. Parecía ser un
ritual. No era así, solo intentaban limpiar las botas de tierra antes de
entrar. Dentro disfrutamos de los manjares acarreados en la mochila, regados
con fresca cerveza. Los más sibaritas un vinito de la zona. Justificaban la
degustación diciendo que la Parada do Sil había que disfrutarla con todos los
sentidos. Sin embargo un rudo congostreño se quedó a la intemperie con
intención de darse un baño en las frías aguas del rio Mao.
Salimos
subiendo un sendero angosto hasta la misma ladera de las parras anteriores. Nos
toparnos con los mismos perrunos anfitriones menos ruidosos esta vez. En este
mismo pueblo, en la columna de un lavadero típico de pueblo, había un letrero
que ponía: Tumbas. Lo seguimos. Era otro modo de denominar a “Necrópole
Rupestre de San Vitor”
Esta
vez, a pesar de estar en el más allá, insistimos y lo encontramos. Alguien
había liberado de tierra una gran roca con tumbas antropomorfas escarbadas
(forma humana). Algunas tumbas solo se ven la mitad. Dicen que es cosa de las
estadísticas, que dicen que caben
veinticuatro cuerpos y medio. La gran roca sobre la tierra está totalmente nivelada.
Dicen que allí se erigía antes una capilla con dos tumbas y un socavón circular
que presenta una incógnita. Alguno dijo que sería un cenicero, pero en el
medievo no fumaban tanto. La solución es más actual. Se trata de la cimentación
de una torre que soportaba el cableado eléctrico que pasaba por allí.
Seguimos
camino manteniendo equilibrios sobre el muro del canal que traía el agua hasta
la fábrica de la luz. Lo seguimos apreciando el paisaje de barrancos del valle
del río. Nos truncó el paso una compuerta de hierro. Solucionado el paso
subiendo otra vez por un estrecho sendero que nos lleva al actual canal de
agua. Aquí pudimos ver un antiguo puente romano en muy buen estado.
En
plena contemplación del poderío romano, observamos unos líquenes apoderarse de
un frágil árbol. Este pobre árbol soportaba además una chapa que evidenciaba el
paso de la travesía senderista de montaña llamada transourensan (GR-56).
Otro
sendero bordeado de muros de piedras nos lleva a Forcas, el punto de partida.
Se
hacía de noche, así que desde aquí…
Cada
mochuelo a su olivo.
Crónica por gentileza de Miguel Carbó.
Crónica por gentileza de Miguel Carbó.
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