Seara do Río – O Courel 9, 10 y
11 de noviembre
Viernes día 9. Llegada.
Desde las seis hasta las once
fueron llegando a cuentagotas. A la llegada había un trío de sherpas que
ofrecían sus servicios a un euro por bulto, maletas me refiero, los otros bultos
se desplazaban por sus propios medios.
El refugio se encuentra al fondo
del pueblecito de casitas de piedra y tejados de pizarra. Los primeros llegan
al bar con intención de sacudir el frío con un buen café. ¡Sorpresa! No hay
café, ya estaba apagada la máquina. El tabernero, sin dejar de mirar las cartas
de la partida, pregunta ¿quieren las llaves? Pues tome y… mentalmente diría
dejarme terminar la partida. Recogieron las llaves, tomaron posesión del
dormitorio y eligieron sitio para dormir. También recogieron leña para caldear
la estancia. Los últimos se conformaron con un salto de cama, bueno de litera, porque la escalera no era
suficiente en hora punta para bajar de superiores.
Fueron apareciendo castañas por
todas partes. Había más castañas que tiempo y brasas para asarlas. Se sacan provisiones y se distribuyen por la mesa para
una cena familiar. Las castañas son parte del postre, entre otras exquisiteces.
Sábado día 10. La gran pateada.
A las siete y media suena un
afónico kírikiiiiii y se encienden las luces. La cocina se llena de gente que
preparaba el desayuno. Otros más perezosos se desplazan al bar donde lo tienen
encargado.
Sobre las nueve estaban veintiuna
almas subiendo al monte. Se quedó una en el refugio porque no había podido dormir
y estaba zombi. Hacía frio y la lluvia no nos dejó en todo el día, bueno sí,
nos dejó un ratito mientras iba a mear a otro lado y después volvió.
Comenzamos subiendo por un
sendero con unos “despelotaderos” donde cada senderista iba quitándose ropa a
medida que necesitaba refrigeración. El más popular estaba situado bajo un
frondoso roble.
La vegetación comienza a tomar
tonalidades otoñales. El paisaje es amarillo con verdes amarronados. Hacemos un
alto en la subida girando a la izquierda, hacia Murelos, para visitar la
“Fervenza de Fondo da Petada”, a menos de doscientos metros. De camino a la catarata vemos un arbusto bajo que
proliferaba en todo el camino. A este arbusto una congostreña lo llamó
“carqueixa” y dice que tiene la facultad de atenuar el fuerte sabor del conejo
cocinado. También tiene propiedades diuréticas e antiinflamatorias. También
vimos un montón de árboles deshojados con unos frutos rojos. Otra congostreña
dijo que era el serbal de cazadores. En estado silvestre, el serbal de los
cazadores se cría en los montes donde comparte espacios con robles, abetos o
hayas, viviendo a alturas incluso de hasta dos mil metros. Es un árbol que
necesita una humedad constante. Sus frutos tienen un sabor áspero, pero en
algunas especies son dulces y los utilizan para mermeladas. También cuenta con
propiedades medicinales anti diarreicas. Pero el uso principal es ornamental
debido a su colorido.
Surgió una duda sobre un árbol,
preguntando de qué tipo se trataba, si era un roble o un melojo. Lo cierto es
que su nombre científico es quercus conocido como rebollo, melojo o roble
melojo. No se trata de dos árboles, sino el mismo árbol con distintos nombres.
En la primera cascada de las
múltiples del lugar, se sacan fotos con la catarata al fondo. Seguimos camino
de la laguna Lucenza de Seara. Aprovechamos unos minutos delante de la laguna
para reponer energías. A pesar de su belleza no tardamos mucho. El frío nos
apresuraba.
En el cruce siguiente, hubo
intercambio de opiniones de orientación, sobre si quedaba Formigueiros a la
izquierda o Pia Páxaro a la derecha. A estas alturas, ya había corrido la
noticia de que había un grupo majete por
el monte. La niebla vino a comprobarlo. Le caímos tan bien, que trajo su
merienda y se quedó a pasar el resto del día. La parte del camino que faltaba hasta
la cima y el de bajada eran de suelo de pizarra negra, resbaladizo. En la cima
no aguantamos más de diez minutos dado el gélido viento que azotaba. A pocos
kilómetros de la llegada a Vieiros, la niebla se va con otros caminantes que
subían.
Con el cielo despejado, y en un
despiste de la lluvia, bajamos a visitar la catarata de Vieiros. Bajamos por un
camino reblandecido por la lluvia. El camino va a orillas de un río que
acechaba a la espera de engullir a alguno que resbalase. Cruzamos un puente
construido con una modesta tabla y llegamos al balcón de la grandiosa cascada
de poco menos de cincuenta metros. La pendiente de bajada era un autentico
desafío. La lluvia había hecho un buen trabajo para evitar el acceso sin
jugarse el tipo.
La salida se hace por el margen
contrario, por un camino grabado en la roca. Cruzamos varios puentes, en uno
había una cancilla con un letrero en cartón mojado, donde decía: “Deixeme
pechado. Escapan as ovellas. Gracias”. Por último hay que volver a cruzar la
tabla por donde habíamos venido. Hay peligro de resbalón, por lo que un
congostreño veterano, avisa a los más noveles. Como no prestaban mucha
atención, se vio obligado a ilustrarlo con un ejemplo.
Mojados y congelados, solo
teníamos una imagen en la mente: el refugio calentito. Teníamos la esperanza de
que la congostreña que se había quedado, contactase mentalmente con nuestros
deseos y encendiese la chimenea. No
había cobertura, por lo que tuvimos que encenderla al llegar.
Duchaditos/as y calentitos/as
matamos las horas con las cartas hasta la hora del cocido. Otros salen a
visitar el pueblo de al lado (cuatro casas).
La cena:
Al llegar al bar, nos encontramos
a todo el grupo. Las congostreñas que allí esperaban, no eran conscientes de
las costumbres de un bar de pueblo, por lo que se atrevieron a hablar durante
la emisión de la serie favorita del tabernero. Por supuesto éste les recriminó
su acción y las mandó callar porque no le dejaban oír la película.
Volvimos a tener que separarnos
en dos mesas según fuimos llegando. El cocido era carne con un amasijo de pasta
de verdura. Lo mejor de la cena era la camarera. Acarreaba las fuentes con una
gracia especial. La organización y el orden eran su fuerte. A cualquier
pregunta tenía una cordial contestación: “¡A min que me dis, eu que sei! ¿quere
que lle chame o jefe e preguntalle a él?”. Si cuando estaba tomando nota de los
postres, alguno se le ocurría preguntar por el café, sabía ponerlo en su sitio:
“agora estou cos postres ¿quere esperar a que esté cos cafés?.” La temperatura
de la verdura no era importante. No acostumbran a servirla muy caliente para
que no siente mal con el frío externo.
Domingo día 11. Pateada con
nieve.
Salimos en tres coches hacia
Visuña. En el primer desvío que pudieron, dos coches se desvían hacia
Villarrubin. Algo habría que hacer para generar anécdotas, ¿no? Cuando el frío
comenzaba a calar nuestros huesos, decidimos dejar de esperar y continuar hacia
el punto de partida con la esperanza de que encontrasen otro camino.
Aparcamos en la cima, cerca de un
abrevadero de ganado con forma circular. Comenzaba a nevar y tenía aspecto de
tarta de Santiago. Al rato llegan los extraviados con tantas excusas como
personas.
Nos adentramos quince
congostreñ@s en el bosque cubierto de una incipiente nevada. Los que conseguían
mantener las manos fuera de los guantes, sacaban fotos de todo lo que veían,
debido a la variedad botánica existente, las 40 especies arbóreas que hay en
Galicia se encuentran aquí, diseminadas según su resistencia al clima que
impera : una mezcla entre mediterráneo y eurosiberiano. A mitad de camino,
dentro del corazón de la dehesa, el guía nos mostró un plano tallado en madera
y con forma de escudo. En lo más alto figuraba: “Formigueiros 1.637”. Seguimos
la senda limpia de nieve hasta que llegamos a una fuente: A Fonte do
Cervo, también llamada popularmente A Fonte da Fame, De una misma roca brotan
dos manantiales. De uno, aguas ferruginosas y del otro, aguas calcáreas. Ambas
con propiedades curativas, gozan de gran fama entre las gentes de los pueblos de
los alrededores posee unas características muy especiales que la hacen única en
la zona. La primera es la que puede sustituir a un plato de lentejas, por su
hierro. Viene gente de lejos y se la llevan para abrir el apetito.
Nos trasladamos ahora a un
mirador en el bosque sobre las doce. Se aprovecha cualquier parada para
alimentar el cuerpo. Se disfruta de las vistas y se fotografía el paisaje.
También a un curioso pateante que dispone el paraguas sobre una rama a modo de
tejado, mientras manipula la mochila debajo de él.
Hemos dejado la nieve atrás, pero
a la lluvia le caemos bien y solo se va a ratitos. Toca bajar por el sendero siguiendo
el regato da Rogueira. En la bajada, nos
encontramos con otro grupo que subía y también con dos estatuas de cazador.
Parecían vivos. Incluso se movían, pero no reaccionaban al estímulo del saludo.
Bajamos hasta el centro de
interpretación de Moreda, donde volvimos a comer otro poquito. Era la una y la
mochila pesaba. Tras engullir rápidamente, volvimos al camino dirección de una
aldea que se llamaba Esperante. Dos congostreños aceleran el paso y casi cruzan
el pueblo. La intuición y el silencio les hicieron sospechar que nadie los
seguía. Una vez retrocedido el camino y topado el grupo, alguien le pregunta
¿No me oísteis berrear llamándoos? La verdad es que el único sonido que llegó
fue un mmmuuuuu de una conocida especie pueblerina.
Sorteamos el laberíntico camino
en descenso. El grupo iba muy disperso. Al llegar a Esperante, ¿Qué íbamos a
hacer? Esperamos al resto para reagruparnos. Mientras esperábamos, un lugareño
aprovechó para ponerse al día con nosotros.
Seguimos la ruta “monte Cido”
hacia el castillo de Carbedo. No dejamos de pisar buenos ejemplares de castaña
en todo el camino. Algunos las recogen. Del castillo, solo queda los restos de
un muro y una torre circular. Parece ser que era de Nuño Peláez y
posteriormente pasó a manos de la Orden de Santiago. Las inmobiliarias o la
crisis del ladrillo, no se sabe. Se hacen fotos desde el camino a la torre y
desde la torre al camino.
Llevábamos subiendo varios
kilómetros cuando llegamos a Campelo.
Estrenaban asfalto y aun tenía las piedrecitas sueltas por la carretera.
Seguimos subiendo hacia Cabeza do Outo.
Las botas están recubiertas con una capa de hielo. Hay que sacudirlas contra
algo para quitarlo. Seguimos subiendo. Todos tenemos la mirada perdida, el
ritmo lento y la mente en otra parte. Los cotilleos dejan paso al silencio.
¡Por fin aparecen los coches a la
vista! La alegría es mayúscula. Alguien grita: ¡¡¡¡Miii cooocheee!!!. Una
congostreña realiza los últimos metros de bajada andando hacia atrás con la
intención de descontar metros al recorrido.
Raudos, nos metemos en los coches
y nos dirigimos al refugio, recogemos y …
Cada mochuelo a su olivo.
Crónica de nuestro reportero Miguel Carbó, desplazo exclusivamente para cubrir la noticia.
Crónica de nuestro reportero Miguel Carbó, desplazo exclusivamente para cubrir la noticia.
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