CRÓNICA PATEADA 143


Seara do Río – O Courel 9, 10 y 11 de noviembre

Viernes día 9. Llegada.

Desde las seis hasta las once fueron llegando a cuentagotas. A la llegada había un trío de sherpas que ofrecían sus servicios a un euro por bulto, maletas me refiero, los otros bultos se desplazaban por sus propios medios.

El refugio se encuentra al fondo del pueblecito de casitas de piedra y tejados de pizarra. Los primeros llegan al bar con intención de sacudir el frío con un buen café. ¡Sorpresa! No hay café, ya estaba apagada la máquina. El tabernero, sin dejar de mirar las cartas de la partida, pregunta ¿quieren las llaves? Pues tome y… mentalmente diría dejarme terminar la partida. Recogieron las llaves, tomaron posesión del dormitorio y eligieron sitio para dormir. También recogieron leña para caldear la estancia. Los últimos se conformaron con un salto de cama,  bueno de litera, porque la escalera no era suficiente en hora punta para bajar de superiores.

Fueron apareciendo castañas por todas partes. Había más castañas que tiempo y brasas para asarlas. Se sacan  provisiones y se distribuyen por la mesa para una cena familiar. Las castañas son parte del postre, entre otras exquisiteces.


Sábado día 10. La gran pateada.

A las siete y media suena un afónico kírikiiiiii y se encienden las luces. La cocina se llena de gente que preparaba el desayuno. Otros más perezosos se desplazan al bar donde lo tienen encargado.

Sobre las nueve estaban veintiuna almas subiendo al monte. Se quedó una en el refugio porque no había podido dormir y estaba zombi. Hacía frio y la lluvia no nos dejó en todo el día, bueno sí, nos dejó un ratito mientras iba a mear a otro lado y  después volvió.

Comenzamos subiendo por un sendero con unos “despelotaderos” donde cada senderista iba quitándose ropa a medida que necesitaba refrigeración. El más popular estaba situado bajo un frondoso roble.

La vegetación comienza a tomar tonalidades otoñales. El paisaje es amarillo con verdes amarronados. Hacemos un alto en la subida girando a la izquierda, hacia Murelos, para visitar la “Fervenza de Fondo da Petada”, a menos de doscientos metros. De camino  a la catarata vemos un arbusto bajo que proliferaba en todo el camino. A este arbusto una congostreña lo llamó “carqueixa” y dice que tiene la facultad de atenuar el fuerte sabor del conejo cocinado. También tiene propiedades diuréticas e antiinflamatorias. También vimos un montón de árboles deshojados con unos frutos rojos. Otra congostreña dijo que era el serbal de cazadores. En estado silvestre, el serbal de los cazadores se cría en los montes donde comparte espacios con robles, abetos o hayas, viviendo a alturas incluso de hasta dos mil metros. Es un árbol que necesita una humedad constante. Sus frutos tienen un sabor áspero, pero en algunas especies son dulces y los utilizan para mermeladas. También cuenta con propiedades medicinales anti diarreicas. Pero el uso principal es ornamental debido a su colorido.

Surgió una duda sobre un árbol, preguntando de qué tipo se trataba, si era un roble o un melojo. Lo cierto es que su nombre científico es quercus conocido como rebollo, melojo o roble melojo. No se trata de dos árboles, sino el mismo árbol con distintos nombres.

En la primera cascada de las múltiples del lugar, se sacan fotos con la catarata al fondo. Seguimos camino de la laguna Lucenza de Seara. Aprovechamos unos minutos delante de la laguna para reponer energías. A pesar de su belleza no tardamos mucho. El frío nos apresuraba.

En el cruce siguiente, hubo intercambio de opiniones de orientación, sobre si quedaba Formigueiros a la izquierda o Pia Páxaro a la derecha. A estas alturas, ya había corrido la noticia de que había un grupo majete  por el monte. La niebla vino a comprobarlo. Le caímos tan bien, que trajo su merienda y se quedó a pasar el resto del día. La parte del camino que faltaba hasta la cima y el de bajada eran de suelo de pizarra negra, resbaladizo. En la cima no aguantamos más de diez minutos dado el gélido viento que azotaba. A pocos kilómetros de la llegada a Vieiros, la niebla se va con otros caminantes que subían.

Con el cielo despejado, y en un despiste de la lluvia, bajamos a visitar la catarata de Vieiros. Bajamos por un camino reblandecido por la lluvia. El camino va a orillas de un río que acechaba a la espera de engullir a alguno que resbalase. Cruzamos un puente construido con una modesta tabla y llegamos al balcón de la grandiosa cascada de poco menos de cincuenta metros. La pendiente de bajada era un autentico desafío. La lluvia había hecho un buen trabajo para evitar el acceso sin jugarse el tipo.

La salida se hace por el margen contrario, por un camino grabado en la roca. Cruzamos varios puentes, en uno había una cancilla con un letrero en cartón mojado, donde decía: “Deixeme pechado. Escapan as ovellas. Gracias”. Por último hay que volver a cruzar la tabla por donde habíamos venido. Hay peligro de resbalón, por lo que un congostreño veterano, avisa a los más noveles. Como no prestaban mucha atención, se vio obligado a ilustrarlo con un ejemplo.

Mojados y congelados, solo teníamos una imagen en la mente: el refugio calentito. Teníamos la esperanza de que la congostreña que se había quedado, contactase mentalmente con nuestros deseos  y encendiese la chimenea. No había cobertura, por lo que tuvimos que encenderla al llegar.

Duchaditos/as y calentitos/as matamos las horas con las cartas hasta la hora del cocido. Otros salen a visitar el pueblo de al lado (cuatro casas).

La cena:
Al llegar al bar, nos encontramos a todo el grupo. Las congostreñas que allí esperaban, no eran conscientes de las costumbres de un bar de pueblo, por lo que se atrevieron a hablar durante la emisión de la serie favorita del tabernero. Por supuesto éste les recriminó su acción y las mandó callar porque no le dejaban oír la película.

Volvimos a tener que separarnos en dos mesas según fuimos llegando. El cocido era carne con un amasijo de pasta de verdura. Lo mejor de la cena era la camarera. Acarreaba las fuentes con una gracia especial. La organización y el orden eran su fuerte. A cualquier pregunta tenía una cordial contestación: “¡A min que me dis, eu que sei! ¿quere que lle chame o jefe e preguntalle a él?”. Si cuando estaba tomando nota de los postres, alguno se le ocurría preguntar por el café, sabía ponerlo en su sitio: “agora estou cos postres ¿quere esperar a que esté cos cafés?.” La temperatura de la verdura no era importante. No acostumbran a servirla muy caliente para que no siente mal con el frío externo.

Domingo día 11. Pateada con nieve.

Salimos en tres coches hacia Visuña. En el primer desvío que pudieron, dos coches se desvían hacia Villarrubin. Algo habría que hacer para generar anécdotas, ¿no? Cuando el frío comenzaba a calar nuestros huesos, decidimos dejar de esperar y continuar hacia el punto de partida con la esperanza de que encontrasen otro camino.

Aparcamos en la cima, cerca de un abrevadero de ganado con forma circular. Comenzaba a nevar y tenía aspecto de tarta de Santiago. Al rato llegan los extraviados con tantas excusas como personas.

Nos adentramos quince congostreñ@s en el bosque cubierto de una incipiente nevada. Los que conseguían mantener las manos fuera de los guantes, sacaban fotos de todo lo que veían, debido a la variedad botánica existente, las 40 especies arbóreas que hay en Galicia se encuentran aquí, diseminadas según su resistencia al clima que impera : una mezcla entre mediterráneo y eurosiberiano. A mitad de camino, dentro del corazón de la dehesa, el guía nos mostró un plano tallado en madera y con forma de escudo. En lo más alto figuraba: “Formigueiros 1.637”. Seguimos la senda limpia de nieve hasta que llegamos a una fuente: A Fonte do Cervo, también llamada popularmente A Fonte da Fame, De una misma roca brotan dos manantiales. De uno, aguas ferruginosas y del otro, aguas calcáreas. Ambas con propiedades curativas, gozan de gran fama entre las gentes de los pueblos de los alrededores posee unas características muy especiales que la hacen única en la zona. La primera es la que puede sustituir a un plato de lentejas, por su hierro. Viene gente de lejos y se la llevan para abrir el apetito.

Nos trasladamos ahora a un mirador en el bosque sobre las doce. Se aprovecha cualquier parada para alimentar el cuerpo. Se disfruta de las vistas y se fotografía el paisaje. También a un curioso pateante que dispone el paraguas sobre una rama a modo de tejado, mientras manipula la mochila debajo de él.

Hemos dejado la nieve atrás, pero a la lluvia le caemos bien y solo se va a ratitos. Toca bajar por el sendero siguiendo el regato da  Rogueira. En la bajada, nos encontramos con otro grupo que subía y también con dos estatuas de cazador. Parecían vivos. Incluso se movían, pero no reaccionaban al estímulo del saludo.

Bajamos hasta el centro de interpretación de Moreda, donde volvimos a comer otro poquito. Era la una y la mochila pesaba. Tras engullir rápidamente, volvimos al camino dirección de una aldea que se llamaba Esperante. Dos congostreños aceleran el paso y casi cruzan el pueblo. La intuición y el silencio les hicieron sospechar que nadie los seguía. Una vez retrocedido el camino y topado el grupo, alguien le pregunta ¿No me oísteis berrear llamándoos? La verdad es que el único sonido que llegó fue un mmmuuuuu de una conocida especie pueblerina.

Sorteamos el laberíntico camino en descenso. El grupo iba muy disperso. Al llegar a Esperante, ¿Qué íbamos a hacer? Esperamos al resto para reagruparnos. Mientras esperábamos, un lugareño aprovechó para ponerse al día con nosotros.

Seguimos la ruta “monte Cido” hacia el castillo de Carbedo. No dejamos de pisar buenos ejemplares de castaña en todo el camino. Algunos las recogen. Del castillo, solo queda los restos de un muro y una torre circular. Parece ser que era de Nuño Peláez y posteriormente pasó a manos de la Orden de Santiago. Las inmobiliarias o la crisis del ladrillo, no se sabe. Se hacen fotos desde el camino a la torre y desde la torre al camino.

Llevábamos subiendo varios kilómetros cuando  llegamos a Campelo. Estrenaban asfalto y aun tenía las piedrecitas sueltas por la carretera. Seguimos  subiendo hacia Cabeza do Outo. Las botas están recubiertas con una capa de hielo. Hay que sacudirlas contra algo para quitarlo. Seguimos subiendo. Todos tenemos la mirada perdida, el ritmo lento y la mente en otra parte. Los cotilleos dejan paso al silencio.
¡Por fin aparecen los coches a la vista! La alegría es mayúscula. Alguien grita: ¡¡¡¡Miii cooocheee!!!. Una congostreña realiza los últimos metros de bajada andando hacia atrás con la intención de descontar metros al recorrido.

Raudos, nos metemos en los coches y nos dirigimos al refugio, recogemos y …

Cada mochuelo a su olivo.

Crónica de nuestro reportero Miguel Carbó, desplazo exclusivamente para cubrir la noticia.

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