Mosteiro de Oseira (Ourense) 08-03-2014
No llegamos a las10:11:23,5
horas como estaba prometido. El tráfico no
nos lo permitió hasta las 10:23:32,01.
Cruzamos el río
Oseira por la zona del parque. Seguimos el curso del río por una zona
amurallada que seguramente limitaría las propiedades del monasterio. A poca
distancia, subimos un caminito empinado que dejó sin palabras al grupo. No por
no tener qué decir, sino por no tener aliento para hablar. Este repechito nos
llevó hasta Tanxil. Allí nos esperaba una
jauría de perros encerrados que ladraban de alegría al ver tan buenas gentes.
Más abajo había más. En esta población deben medir la riqueza por la posesión
de perros, no de camellos.
Después de dos horas
de rutinarios senderos por las montañas cubiertos de baja vegetación, nos
topamos con un punto geodésico. Allí nos subimos y divisamos el horizonte,
intentando adivinar el nombre de los montes y pueblos. También aprovechamos
para usar la cámara en un retrato de grupo que certifique nuestra aventura. Había
en la base, una chapa donde advertía que su destrucción está penada por la Ley.
Ahora sabemos que a la Ley le da pena que rompamos algo.
Seguimos la aventura
en busca de Pena Veidosa, otra clase de pena. Nos vimos modificando el sendero
original y rodeando una gran roca. No veíamos el motivo de tanta exaltación ni
encontramos evidencias que justificasen las señales que la anunciaban. Éramos
como hormigas alrededor de un terrón de azúcar, pero sin terrón. Decidimos
hacer unas cuantas fotos a ráfagas de tres y continuamos el camino.
Debo decir que
buscábamos una quimera. Pena Veidosa, es un área caracterizada por
poseer una notable representación de matorral de media montaña. Está enclavada
en la “Serra Martiñá” y ubicada entre el Concello ourensano de San Cristovo de
Cea y el lugués de Carballedo, reúne en sus casi 24 kilómetros cuadrados de
extensión una riqueza faunística y flora únicas, y está ubicada además en un
paraje declarado LIC (Lugar de Interés Comunitario) en la Red Natura 2000.
A las 14:02:07, estábamos sentados a la roca dando buena
cuenta de nuestro sustento. No había sombra y el día hacía echarla de menos. El
sol calentaba las bebidas y nuestros cuerpos. Como no había espinas, en media
hora rematamos la faena.
No había caballos en el recorrido, sí había vacas para
aburrir. Como aburridas estarían ellas de oír todo el rato el tilín tilín o
tolón tolón de los cencerros que llevaban colgado al cuello.
Llegamos a la carretera de entrada en un alegre pueblecito,
al menos de nombre: Vilanfesta. En este punto decidieron atajar dos Marías y un
Marío. Los catorce restantes nos perdimos por un camino vecinal hasta el
corazón de Vilanfesta. Una ocupada mujer nos indicó donde podríamos encontrar
reservas acuíferas para apagar nuestra sed.
Transitamos los caminitos de la vecindad que llevaban a los
terrenos de cultivo. Lo hicimos con cuidado para no molestar las boñigas y los
torrentes que circulaban en la misma dirección. Estos agrestes caminos nos
llevaron a una población con nombre de lija de grano grueso: Áspera. En el
camino nos encontramos con dos casitas rehabilitadas y un congostreño
confraternizó un ratito con el dueño. A la pregunta de cómo se llama el río que
pasaba a escasos metros de su casa, contesta con un nombre genérico: no sé, que
es como se llaman la mayoría de los ríos. Desconocía que era una parte del
Oseira, que atraviesa la comarca.
Aquí se nos ofreció la posibilidad de cruzar el río por un
robusto puente de madera de la era romana, o hacerlo por un simulacro de puente
aprovechando un tronco caído hacía ya años y que ofrecía la posibilidad de
aventura. El congostreño dicharachero lo atravesó sin dudarlo. Lo hizo una y
otra vez. Otros dos rondaron en la entrada como lo hacen los perritos cuando
dudan si tirarse al río o no. Al final ganó el no. Esta zona concreta, sufrió
la envestida de fuertes vientos. Muchos árboles milenarios estaban tirados en
el suelo atravesando caminos poco frecuentados.
Mientras se reagrupaba la gente en plena carretera de Áspera,
algunas, y digo bien algunas, “desplegaron mantel y sacaron nuevamente los
filetes”. Un congostreño veterano, advirtió que en los estatutos del grupo no
existía la obligación de comer cada vez que se hacía una parada.
La cuestecita que nos esperaba, justificaban las barritas energéticas.
La cuesta parecía no tener fin. Llegados a lo alto, se ofreció la posibilidad
de seguir subiendo o lanzarse a la aventura, qué todos los caminos conducen a
Roma. Este no llegaba hasta la misma Roma, sólo llegaba a Ostia Antíca, cerca
de Roma. No sé si costó llegar a Ostia o si ¡Hostia, como costó llegar!. Era
todo maleza.
Una vez más se hace patente de que no hay atajo sin carajo.
El tom tom indicaba que entre el punto “A2 y el punto “B” había pocos metros y
que la dirección era hacia arriba. Lo que no decía era la cantidad de tojos
había que comer primero para llegar a “B”. La ruta del jabalí es lo que tiene,
sabes dónde empiezas y hacia dónde vas, pero no lo que te encuentras por el
camino. Un congostreño veterano recriminó al primero, ¿pero qué haces sentado
sobre los tojos? No, no me he caído, estoy haciendo camino con el culo,
contestó en su defensa.
Una vez librados de la selva, cada uno contaba sus ralladuras
del moreno y se libraba de las ramitas coladas entre las ropas. A la pregunta
de cuantas bajas habíamos tenido, alguien contestó que todas menos una, que
podría decirse que era la más alta. Que las demás ya venían bajitas de casa.
Ahora solo bajamos. Unas calzadas romanas que coincidían en
ocasiones con un camino de Santiago, nos llevaron hasta Oseira. En el bar
Escudo, mismo en la entrada empedrada del Monasterio, nos tomamos las
cervecitas. Curiosamente a algunas congostreñas aún les quedaban frutos secos,
galletas, chipirones en su tinta, empanada de bacalao… y otras cosas que no quisieron
enseñar.
Despedida y cierre.
¡Hasta la próxima! Abur…
No hay comentarios:
Publicar un comentario