Aguilar de Campóo (Palencia)
28,29 y 30-03-2014
La empresa que sirve
la climatología debe estar en E.R.E. y no atina con los pedidos. La nieve
pedida para el sábado, nos la sirven el viernes. La lluvia del primer día la
pasan para el segundo. El domingo no teníamos pedido nieve, pero como se
acababa el fin de semana y es un artículo perecedero, nos sirvieron el resto
hasta fin de existencias.
Día 27: El nombre de
la calle es significativo: “Corral de los Pastores”. Aquí las vacas se quedan
fuera. Las dos casitas estaban perfectamente conservadas. Gozaban de un ambiente
cálido proporcionado por una caldera en la buhardilla que colaboraba al
ronroneo previo al sueño. El reparto de habitaciones se realizó sin duelo de espadas.
La cena familiar, compuesta de entremeses, empanada y unas tortillitas que una
generosa congostreña había hecho a toda prisa. ¡Ah! y un vinito que los
entendidos catalogaron como bueno. ¡Todo muy rico! Nos acostamos prontito para
poder madrugar.
Día 28: Con
puntualidad congostreña, a las nueve estábamos dando los primeros pasos del
día. El Cañón de la Horadada nos esperaba. Como los residentes contábamos un
número supersticioso, se nos unió una congostreña amante de la narrativa.
Catorce almas caminamos por los montes palentinos.
Comenzamos dejando la
montaña a nuestra derecha, siguiendo el cañón. El paisaje típico seguía
asombrando a los caminantes. Sobre las nueve y media ya estábamos apreciando
las pintadas vandálico-rupestres de una cueva. Desde las alturas, se aprecian
los serpenteantes giros del río.
Cuentan que cuando
estaban canalizando el Río Pisuerga, allá por el tropecientos, alguien comentó: las paredes,
“las tuerces”. Desde entonces se llaman así, la meseta de las Tuerces, situada
entre Villaescusa de las Torres y el Monasterio de Santa María de Mave. Las
Tuerces son uno de los mejores representantes de los paisajes cársticos
conocidos como Ciudades de Piedra, junto con la Ciudad Encantada de Cuenca.
Mientras estábamos
pasmados viendo si estaban torcidas o no, pasaron una pareja de bueyes aradores
contratados por la organización. Cuando comenzaba a apreciarse nieve en la
montaña, seguíamos fielmente el sendero, y de repente, “¡Nos habían arado el
camino!, menos mal que había en el grupo dos congostreños que se acordaban de otra
vida, por donde era antes el camino. Bueno, el GPS ayudó un poco.
Algún punto del
camino se presentaba dudoso, por lo que un congostreño explorador, se subió a
las alturas con la excusa de localizarlo. En realidad su intención era tirar
bolas de nieve y hacer la gracia. Los demás aprovecharon la ocasión para
manifestarse en contra de la subida de los billetes de tren. Se hizo una marcha
silenciosa por la vía durante unos quinientos metros.
Otra vez encañonados,
subimos la ladera desde Villaescusa de las Torres hasta la cresta. La nieve nos
pilló en botas, pero sin polainas. Toda la montaña estaba nevada y no
contábamos con la nieve. En la cima también las torcían, y vieras para dónde
vieras, allí había una figurita caprichosa que no todos interpretaban de igual
forma. Aquí se fotografiaron incluso a las personas.
El airecillo
puñetero, no nos dejó recrearnos en la maravilla, pronto nos incorporamos a un
ancho sendero con un barro choco lateado que incorporaba un kilogramo a la
suela de cada bota. El rutinario camino, agudizó al guía, que quiso desafiar
los sentidos. Tomamos un sendero que cruzaba un bosque nevado hasta un cañón
seco. Las balas, de paja, estaban en lo alto.
Poco antes de
Villacibio, el hambre ataca. A un lado del camino, se sitúa el rebaño, al otro
el pastor. Todos comen de prisa, menos una que tenía obsesión con saborear el
yogur.
Cerca de la localidad
de La Rebolleda, había hitos que señalaban la ruta. Allí los llaman “mosq” y
revolotean alrededor de cada caminante. Algunos los conocemos como mosq-hitos.
Sobre las cuatro
menos veinte llegamos a casita. Ahora toca culturizarse. Visita al románico
erótico. Claro exponente el “Convento de las monjas pillinas” creo que se
llamaba. Al menos a juzgar por la que nos atendió. Tenía cara de haber sido una
rana en la otra vida. Hablaba bajito y al final dice que son tres euros por
persona. Y la muy “pillina” le cogió tres euros más a un incauto.
Visita a Aguilar de
Campóo, chocolate y cervezas a elegir, en los soportales de la Plaza de España.
Día 29: Salimos de
Villaescusa del Ebro. Bonito nombre si se quiere escaquear. Parecía una ruta
fácil, así que el guía quiso darle un matiz aventurero. Comenzamos rodeando la
montaña por un bosquecito de árboles jóvenes recién saneados. Las ramas cortadas
ponían a prueba el equilibrio de los caminantes. Después de unos kilómetros
retozando, encontramos un sendero ascendente que llamó nuestra atención.
Una vez encaminados,
y después de varios kilómetros, llegamos a una planicie con fuertes vientos,
allí rumiaban tranquilas unas vacas en pose indiferente. Cuentan los vaqueros,
que cuando las vacas se acuestan a rumiar, lluvia hay que esperar. Y llegó la
lluvia. Lo hizo en un páramo con casitas de piedra que utilizan los pastores
para abrigarse del mal tiempo. Frente a una en buen estado, se fotografía el
grupo. Alguno con la mano en la cabeza para no perder el tupé.
Sobre la una estábamos
en la cima de un cañón, pero éste sin balas. Lo presidía un mástil y una tela
oscilante que hacía años que se resistía al viento. Engullido por el cañón
estaba Orbaneja del Castillo, un pueblecito, cuyo encanto consistía en sortear
fuertes torrentes de agua y canalizarlos a través del pueblo para aprovecharlo
y mostrar su belleza.
Entre fotos, se nos
pasa el tiempo y la gusa ataca. La cabo furriel, negocia un lugar abrigado en
el restaurante Rincón para comer los bocatas. No estaban acostumbrados a
atender a más de dos personas. Contamos con la voluntariedad de los que se
sentaban cerca del mostrador. Si le mencionabas: cóbrame dos cañas, aun no
terminaras de hablar, y ya tenías dos cañas más en el mostrador. Sería el ruido
de la cascada.
Pasaban de las dos,
cuando enfilamos escaleras abajo desde la puerta del restaurante Mirador.
Bajamos acompañando al río. Desde la carretera, se contempla la catarata en
todo su esplendor. Fotico de grupo a sus pies.
Nos falta poco más de
seis kilómetros hasta “escusarnos”. El recorrido es por la orilla izquierda del
Ebrito. El único entusiasmo es sujetar el paraguas cuando se engancha con las
zarzas. Poco antes de las cuatro, encontramos una central eléctrica: Electra
del Tobazo. Luego, una maravilla de la naturaleza: una preciosa cascada que
ocultaba otra mucho más bonita. De postal. Es como un volcán verde cuya lava es
el agua que bordea desigual todas sus laderas. Está en la etapa cuatro del GR
99. Justo en el Tobazo.
El románico quedaba
lejos, pero lo erótico nos acompañaba todo el camino. Tres caballos comían en
un lodazal con todo su erotismo a pocos centímetros del suelo. ¡El periscopio de
control! Comentó alguien.
Eran casi las cinco
cuando visitamos el pueblecito del olvido. Era un pueblo bien conservado con
una preciosa iglesia románica: San Martín de Elines. El guía fue a despertar al
párroco, mientras el resto lidiaba con el cortacésped. Resultó ser un
entrañable anciano dotado para la docencia.
Muy calmado, se
aseguraba que lo escuchaban repitiendo varias veces cada frase. ¿De dónde venís? “Como veis los canecillos
de la fachada, representan figuras didáctica para transmitir mensajes a los
analfabetos: El oso, significa la fuerza, el coraje, San Pedro apoyado en el
bastón. La Tau o letra T” ¿De dónde venís? Lo más destacable es la torre
que sirve como… ¡coño, olvidé para qué sirve la torre!
Una vez visto el
claustro y el interior, alguien preguntó por la expresión “románico-erótica”, pero se hizo el sordo.
Cuando salimos, se le iluminó la cara. Una horda de visitantes había desembarcado
en sus puertas.
Dos monumentos
excavados en la roca y un castillo estaban entre el frio y el chocolate
calentito. Luego cena familiar.
Día 30: Llegamos a
Santa María de Redondo pasadas las diez. Había nieve para aburrir, pero esta
vez veníamos preparados. Tomamos sendero arriba siguiendo la rodada izquierda
de un tractor. Dejamos la derecha para adelantamientos.
El río Pisuerga, uno
de los principales afluentes del Duero nace en una cueva llamada Fuente o Cueva
de Cobre, encajada en al Valle de Redondos. Llegar hasta allí no fue difícil,
una subidita y un poco de nieve. Casi era la una cuando llegamos. Esperábamos
puestos de tapa de murciélago calentito, pero nada de eso había. Después de
disfrazarnos de luciérnagas con la luz al revés -ellas la llevan en el culo-, y
espeleologar la cueva tuvimos que conformarnos con un plátano y unas gallegas.
La bajada estuvo más
animada. Alguna congostreña jugueteaba deslizándose en algunos traspiés. Otras
que venían más atrás le recriminaban: ¡no vale hacer toboganes, que así
resbalamos las demás!
La hilera de
caminantes se fragmentó. Los primeros llegaron al pueblo veinte minutos antes.
Estimulados por la gusa, preguntaron a
un caballero:
- ¿Sebe de algún
restaurante para comer?
-Él contestó
sibilante: sssi pelro tienen que ilr a Potes.
-No, pote no queremos
comer, queremos cabrito.
- No no hacse falta
ir a Potes, exstá a diexs kilómetros.
Allí nos piramos. En
la posada Fuentes Carrionas nos zampamos churrasco argentino, chuletón,
solomillo… pero nada de cabrito.
Desde aquí… cada
mochuelo a su olivo.
¡Hasta la próxima! Abur…
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