FREIXA-FOXO
DO LOBO (Gaxate - A Lama) 31-05-2014
Salimos
pocos del Almas Perdidas, pero nos juntamos diecisiete en Gaxate. Había tráfico
lento por un rollo de no sé qué rally, pero aun así, antes de las diez ya
estábamos metidos en faena.
Cruzamos
el pueblo observando cómo la crisis del ladrillo empujó a estos pobres
inmigrantes a construir sus mansiones de piedra labrada. Privados de ayudas
gubernamentales, se ven abocados a crear edificaciones de tamaños que puedan
albergar a toda la familia hasta el tercer grado de consanguinidad, tanto
ascendente como descendente.
El
siguiente pueblecito es Paradela, donde destaca una iglesia dedicada a su
Señora de la Anunciación. Era de reducidas dimensiones, lo justito para que
cupiese Pedro González, que estando loco salió de allí “completamente bien”
(del coco, pero no de la espalda).
A
la salida del pueblo, se ven una docena de vacas ociosas, tumbadas al sol.
Entre ellas destacaba una completamente negra. Al ver al guía se pusieron
nerviosas. A lo largo del camino supimos por qué.
Después
de una subidita asfaltada, somos advertidos de la peligrosidad de un tramo del
camino. Se trataba de un kilómetro a lo largo de una acequia muy estrecha, en
una ladera y cargado de maleza. Allí en un paso estrecho entre rocas, se había
quedado un caballo atascado dejándose la vida.
Para
sorpresa del guía, como ocurre tantas veces, el espíritu del caballo, se
desprendió del desvalido cuerpo en forma de flash luminoso, y con su fuerte luz
desbrozó gran parte del camino. No llegó a todo porque se quedó sin batería.
Las baterías cada vez duran menos. Quedaron algunos matorrales de fuertes picos
que reactivan la sangre y evitan el despiste de los caminantes.
Hubo
paradas para retomar conciencia y contemplar las vistas. Una de ellas era la “fervenza”,
a la que nos dirigíamos. Se alimentaba de un pequeño embalse natural del río
Xesta, almacenado entre rocas. Los excedentes provocaban la catarata. La
belleza del lugar impulsó las ganas de fotografiar la zona. Incluso surgieron
ideas de baño, pero se quedaron en ideas.
Seguimos
hasta un mirador desde donde se contemplaba el mismo río. Aquí aprovechamos
para tomarnos el plátano. Fue una parada productiva, donde una nueva
congostreña nos descubrió que las cáscaras del plátano también se comen. Además
afean la estética de los parajes visitados y cuando se hace zoom con el google,
es lo primero que se ve, el plátano. Que lo de que son biodegradables es un
cuento de los canarios para vender.
Este
sentimiento caló tanto en un congostreño veterano, que, barranco abajo, se
dirigió a rescatar las desvalidas cáscaras y devolver al valle todo su
esplendor.
Otro
congostreño veterano aprovechando la confusión, decidió retroceder hasta el
santuario del caballo luminoso para recuperar su bastón que unas zarzas le
habían arrebatado. Su experiencia como “encontrador” le permitió localizarlo
sin problemas y con su fuerza física,
llegó hasta el grupo y fue capaz de silbar.
Llegamos
a Liñares. Allí nos recibió un caballito controlador que oscilaba la cabeza al
paso de cada caminante. Íbamos ilusionados con la promesa de encontrar pareja
por poco dinero: las mujeres a veinte céntimos y los hombres a cincuenta. Esta
ganga nos la proporcionaba un pequeño santuario llamado “Peto de Ánimas” cuyo
nombre surge seguramente de “canto máis botes no peto máis me animas”. Allí
están encerradas las almas de San Miguel y San Pedro, que son los encargados de
poner en contacto a las parejas. Creo que tienen una web llamada "eh-darlin " ( en galego " Ei queiridiño ) , o
algo así. En este modesto santuario, hay que introducir la moneda y esperar
suerte.
Nos
dirigimos al puente romano del rio Xesta, por un camino empedrado, nada
ficticio: lo llamaban camino real. A pocos metros dejamos la comodidad del
sendero para adentrarnos por un bosque a la aventura. El poder del caballo
luminoso no había llegado tan lejos y el puente derruído continuaba en el mismo
estado. Pasamos con dificultad, pero nadie se cayó, para desgracia de algún
fotógrafo del momento.
Llegamos
a un pueblecito del que nos sonaba mucho su nombre: Xesta. Contrastaban
pequeñas chabolas de tejado de uralita con grandes construcciones de piedra
labrada.
A
la salida, en la carretera que va a Grifa, bajo un puente, estaban dos
pescadores de pulmonías. Peces, ninguno.
En
Grifa había dos monumentos dedicados a un tal Isolino: un obelisco privado,
realizado por encargo de su viuda e hijas, y un busto de bronce. Isolino Pumar,
fue un vecino de Xesta que se encargó, entre otras cosas, de hacer una colecta
entre los emigrantes en México y tramitar las gestiones ante el gobierno de la
época, para ampliar la carretera desde Xesta hasta las aldeas de A Grifa,
Pigarzos y Campelo, así como la conexión telefónica. Cuando estuvo todo
instalado, la primera llamada la realizó Isolino, al Ministro, agradeciendo las
gestiones.
Durante
el papeo, surgió a lo lejos, de la copa de los árboles, un ruido repetitivo.
Hubo apuestas sobre su procedencia. Unos decían que se trataba de roces de las
ramas movidas por el viento y otros sostenían que se trataba de un pájaro
carpintero en su afanosa búsqueda de larvas. Resultó ser lo segundo, según dos
exploradores que se acercaron a comprobarlo.
El
resto de camino era sobre sendero de monte pelado. El objetivo se encontraba apenas
a un kilómetro a partir de algún cruce. Para entrar en materia, el guía había
contratado un equipo de figuración que
fue caracterizando la zona. A lo largo del camino había varios cuerpos de reses
en distintas fases de descomposición, como restos de la merienda de los lobos. Una de las reses
tenía una gran abertura, que ofrecía a los comensales las partes más tiernas.
La
empresa de figurantes, tenía apalabrado con unos “canis” del pueblo la
representación de lobos corriendo y saltando al “foxo”, pero algún desacuerdo
truncó el contrato. Pudimos ver la reconstrucción del muro, pero nada de lobos.
Una
vez descendemos del monte hacia una Mámoa situada en el “Coto das Airas” nos
encontramos en pleno camino una manada de vacas haciéndose las encontradizas y
mirándonos con desgana. Se notaba perfectamente que estaban agitadas. Se
trataba de las mismas vacas de Paradela que una vez nos perdieron de vista,
salieron corriendo por un atajo hasta aquel lugar. Daban bien el pego, pero
habría que cuidar un poco los detalles, que una vaca completamente negra en
cada grupo canta mucho.
Encontramos
a unos metros del camino, un montículo de tierra y piedras que parecían
amontonadas recientemente por una excavadora. Estaba pelado con algunos
terrones de hierba. Había que creer que aquello era un túmulo funerario o
excavar para comprobarlo.
Para
distraer a los incrédulos, soltaron una manada de caballos que galopaba por el
monte cercano. Los caballos ya ni siquiera tomaban atajos, galopaban a plena
vista para aparecer en el siguiente monte.
Sobre
las seis llegamos al santuario de Cortegada, dedicado a otro Isolino, camarero
secreto de Su Santidad el Papa (seguro que le pasaba las hostias y el licor café por debajo de la mesa). Desde aquí, un sendero almohadillado de hojas
secas, nos lleva a través de un gran bosque de acebos hasta el puente donde
estaban los pescadores de gripes.
Volvimos
por el mismo camino de ida, pero la perspectiva y la luz convirtió a éste en un
camino distinto hasta Gaxate. En el número doce, vivía un hincha del Barcelona
aficionado a los azulejos. En uno de ellos rezaba “Cuidado con el gato”.
Pasamos de puntillas por si acaso.
Ya
en el mejor bar de la zona, nos tomamos unas refrescantes cañas y marisco del
mono. El dueño nos vio cara de famélicos y nos ofreció una empanada de cocido
que había hecho su mujer. Nadie hablaba, todas las cabezas se movían de arriba
abajo bien coordinadas. Treinta raciones salieron de aquella fiambrera. Unos
comieron más otros menos. La dieta es lo que tiene.
Con
el presupuesto que tenía, no se podía hacer mejor. ¡Gran pateada!
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta la próxima! Abur…
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