CRÓNICA PATEADA 168





FREIXA-FOXO DO LOBO (Gaxate - A Lama) 31-05-2014



Salimos pocos del Almas Perdidas, pero nos juntamos diecisiete en Gaxate. Había tráfico lento por un rollo de no sé qué rally, pero aun así, antes de las diez ya estábamos metidos en faena.

Cruzamos el pueblo observando cómo la crisis del ladrillo empujó a estos pobres inmigrantes a construir sus mansiones de piedra labrada. Privados de ayudas gubernamentales, se ven abocados a crear edificaciones de tamaños que puedan albergar a toda la familia hasta el tercer grado de consanguinidad, tanto ascendente como descendente.

El siguiente pueblecito es Paradela, donde destaca una iglesia dedicada a su Señora de la Anunciación. Era de reducidas dimensiones, lo justito para que cupiese Pedro González, que estando loco salió de allí “completamente bien” (del coco, pero no de la espalda).

A la salida del pueblo, se ven una docena de vacas ociosas, tumbadas al sol. Entre ellas destacaba una completamente negra. Al ver al guía se pusieron nerviosas. A lo largo del camino supimos por qué.

Después de una subidita  asfaltada, somos advertidos de la peligrosidad de un tramo del camino. Se trataba de un kilómetro a lo largo de una acequia muy estrecha, en una ladera y cargado de maleza. Allí en un paso estrecho entre rocas, se había quedado un caballo atascado dejándose la vida.

Para sorpresa del guía, como ocurre tantas veces, el espíritu del caballo, se desprendió del desvalido cuerpo en forma de flash luminoso, y con su fuerte luz desbrozó gran parte del camino. No llegó a todo porque se quedó sin batería. Las baterías cada vez duran menos. Quedaron algunos matorrales de fuertes picos que reactivan la sangre y evitan el despiste de los caminantes.

Hubo paradas para retomar conciencia y contemplar las vistas. Una de ellas era la “fervenza”, a la que nos dirigíamos. Se alimentaba de un pequeño embalse natural del río Xesta, almacenado entre rocas. Los excedentes provocaban la catarata. La belleza del lugar impulsó las ganas de fotografiar la zona. Incluso surgieron ideas de baño, pero se quedaron en ideas.

Seguimos hasta un mirador desde donde se contemplaba el mismo río. Aquí aprovechamos para tomarnos el plátano. Fue una parada productiva, donde una nueva congostreña nos descubrió que las cáscaras del plátano también se comen. Además afean la estética de los parajes visitados y cuando se hace zoom con el google, es lo primero que se ve, el plátano. Que lo de que son biodegradables es un cuento de los canarios para vender.

Este sentimiento caló tanto en un congostreño veterano, que, barranco abajo, se dirigió a rescatar las desvalidas cáscaras y devolver al valle todo su esplendor.

Otro congostreño veterano aprovechando la confusión, decidió retroceder hasta el santuario del caballo luminoso para recuperar su bastón que unas zarzas le habían arrebatado. Su experiencia como “encontrador” le permitió localizarlo sin  problemas y con su fuerza física, llegó hasta el grupo y fue capaz de silbar.

Llegamos a Liñares. Allí nos recibió un caballito controlador que oscilaba la cabeza al paso de cada caminante. Íbamos ilusionados con la promesa de encontrar pareja por poco dinero: las mujeres a veinte céntimos y los hombres a cincuenta. Esta ganga nos la proporcionaba un pequeño santuario llamado “Peto de Ánimas” cuyo nombre surge seguramente de “canto máis botes no peto máis me animas”. Allí están encerradas las almas de San Miguel y San Pedro, que son los encargados de poner en contacto a las parejas. Creo que tienen una web llamada "eh-darlin " ( en galego "  Ei queiridiño ) , o algo así. En este modesto santuario, hay que introducir la moneda y esperar suerte.

Nos dirigimos al puente romano del rio Xesta, por un camino empedrado, nada ficticio: lo llamaban camino real. A pocos metros dejamos la comodidad del sendero para adentrarnos por un bosque a la aventura. El poder del caballo luminoso no había llegado tan lejos y el puente derruído continuaba en el mismo estado. Pasamos con dificultad, pero nadie se cayó, para desgracia de algún fotógrafo del momento.

Llegamos a un pueblecito del que nos sonaba mucho su nombre: Xesta. Contrastaban pequeñas chabolas de tejado de uralita con grandes construcciones de piedra labrada.

A la salida, en la carretera que va a Grifa, bajo un puente, estaban dos pescadores de pulmonías. Peces, ninguno. 

En Grifa había dos monumentos dedicados a un tal Isolino: un obelisco privado, realizado por encargo de su viuda e hijas, y un busto de bronce. Isolino Pumar, fue un vecino de Xesta que se encargó, entre otras cosas, de hacer una colecta entre los emigrantes en México y tramitar las gestiones ante el gobierno de la época, para ampliar la carretera desde Xesta hasta las aldeas de A Grifa, Pigarzos y Campelo, así como la conexión  telefónica. Cuando estuvo todo instalado, la primera llamada   la realizó Isolino, al Ministro, agradeciendo las gestiones.

 Conseguimos llegar a un merendero familiar donde gente emigrante mejicana celebran sus romerías con música, iluminación y mariachis. Tomamos prestada una mesa con espacio para los diecisiete. 
Durante el papeo, surgió a lo lejos, de la copa de los árboles, un ruido repetitivo. Hubo apuestas sobre su procedencia. Unos decían que se trataba de roces de las ramas movidas por el viento y otros sostenían que se trataba de un pájaro carpintero en su afanosa búsqueda de larvas. Resultó ser lo segundo, según dos exploradores que se acercaron a comprobarlo.

Comenzamos un incierto camino hacia “O Foxo do Lobo”. Perfectamente marcado en su día pero con deficiente mantenimiento.
El resto de camino era sobre sendero de monte pelado. El objetivo se encontraba apenas a un kilómetro a partir de algún cruce. Para entrar en materia, el guía había contratado  un equipo de figuración que fue caracterizando la zona. A lo largo del camino había varios cuerpos de reses en distintas fases de descomposición, como restos de  la merienda de los lobos. Una de las reses tenía una gran abertura, que ofrecía a los comensales las partes más tiernas.
La empresa de figurantes, tenía apalabrado con unos “canis” del pueblo la representación de lobos corriendo y saltando al “foxo”, pero algún desacuerdo truncó el contrato. Pudimos ver la reconstrucción del muro, pero nada de lobos.

Una vez descendemos del monte hacia una Mámoa situada en el “Coto das Airas” nos encontramos en pleno camino una manada de vacas haciéndose las encontradizas y mirándonos con desgana. Se notaba perfectamente que estaban agitadas. Se trataba de las mismas vacas de Paradela que una vez nos perdieron de vista, salieron corriendo por un atajo hasta aquel lugar. Daban bien el pego, pero habría que cuidar un poco los detalles, que una vaca completamente negra en cada grupo canta mucho.

Encontramos a unos metros del camino, un montículo de tierra y piedras que parecían amontonadas recientemente por una excavadora. Estaba pelado con algunos terrones de hierba. Había que creer que aquello era un túmulo funerario o excavar para comprobarlo.

Para distraer a los incrédulos, soltaron una manada de caballos que galopaba por el monte cercano. Los caballos ya ni siquiera tomaban atajos, galopaban a plena vista para aparecer en el siguiente monte.

Sobre las seis llegamos al santuario de Cortegada, dedicado a otro Isolino, camarero secreto de Su Santidad el Papa (seguro que le pasaba las hostias y el licor café por debajo de la mesa). Desde aquí, un sendero almohadillado de hojas secas, nos lleva a través de un gran bosque de acebos hasta el puente donde estaban los pescadores de gripes.

Volvimos por el mismo camino de ida, pero la perspectiva y la luz convirtió a éste en un camino distinto hasta Gaxate. En el número doce, vivía un hincha del Barcelona aficionado a los azulejos. En uno de ellos rezaba “Cuidado con el gato”. Pasamos de puntillas por si acaso.

Ya en el mejor bar de la zona, nos tomamos unas refrescantes cañas y marisco del mono. El dueño nos vio cara de famélicos y nos ofreció una empanada de cocido que había hecho su mujer. Nadie hablaba, todas las cabezas se movían de arriba abajo bien coordinadas. Treinta raciones salieron de aquella fiambrera. Unos comieron más otros menos. La dieta es lo que tiene.



Con el presupuesto que tenía, no se podía hacer mejor. ¡Gran pateada!



Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Abur…


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