Rutas DOS Faros Laxe-Arou-Camariñas (XIII Aniversario)
Día 19. El
reencuentro:
Llegamos en
vehículos distintos, a diferentes horas y por otros caminos, pero llegamos
todos los que éramos. Una vez repartido el habitáculo de pernocta, salimos a
estirar las piernas. Terminamos encontrándonos en el mismo paseo de la playa, y
eso sin cita previa. ¡Ah! También a la lluvia que quiso saludar entrando la
noche.
Una cena ligera a
base de tapitas y a la cama para madrugar…
Día 20. Arou -
Camariñas:
Salimos de Arou
veintiséis almiñas, sobre las diez y media. Un poco de retraso debido al trasiego de
transporte. Nos guiamos por un sendero tipo puente de madera, para pasar
directamente a las orillas de los acantilados, playas de arena fina y otras no tan
fina. El mar siempre a la izquierda. No había pérdida. Mar, roca y tojo bajo
era la visión predominante en toda la ruta.
Apenas pasada media
hora de la salida, tocó subir un sendero
de escasa pendiente. Los primeros alertaron a los parientes de la aldea de Pepa
y Paca, con traje a rayas. Pasaron a saludar al grupo con unas muestras de
cariño un poco picantes. Cuando oímos “cabrón, no las agites” creímos que se
trataba de unas refrescantes cervezas que se estaban derramando. De haber aficionados
a la pesca correrían ladera arriba con sus cañas en ristre al grito: “joder,
como pican”. Cara de tontos se les quedaría al ver un grupo de mochileros
bailar con escaso gusto, moviendo las manos en todas las direcciones. Otras se
limitaban a quedarse quietecitas gritando: ¡Quítamela joder, que me la quites,
coño”. Lo estaban pasando bien, por eso no salían de la terraza mirador,
querían darles tiempo a llegar a más
parientas rezagadas.
Cansados de bailar,
continuaron el camino hasta unos kilómetros más allá de la zona de baile. Allí,
se pasó el parte de guerra. Cada uno relataba su historia como lo hacen los
excombatientes. “A mí … decía uno sin que le dejasen terminar”, “Mira, mira,
cuatro picotazos, decía otro”, “Bah, eso no es nada, yo tengo seis”, “A mí …
intentaba explicarse sin exito”, no os quejéis, que yo estaba libre de
sospecha, cuando de repente, noto como se recochineaba y me picaba la espalda
sin que pudiese hacer nada; tiré la
mochila y le di un buen aplauso, pero ya era tarde, conseguí más de diez picotazos.
“Y a mi…”, ¿qué, qué, qué? Dijeron tres voces intentando acallar aquel eco. ¡Que
a mí me pasaron rozando muy cerquita!
Después de tanta
aventura, el resto del recorrido casi era monótono, nos veíamos obligados a
acudir a los recuerdos de la batalla y a observar el volumen que iba
adquiriendo la herida, que ganaba masa muscular por momentos.
En la parada del plátano,
allá por las doce y media, tres cabritas subieron al monte “Penal do Veo” para
contemplar La Playa del Trece y celebrar el trece aniversario. Se podía ver
como dos playas contiguas, representaban un uno y un tres con visión aérea. No
esperaron a los aventureros, el buen pastor sabe que las cabras siempre
regresan al rebaño.
Una vez alcanzada
la playa ¿Cuántos se bañaron…?
Llegamos al
Cementerio de los Ingleses casi a las dos. Nos pareció buena hora para comer.
Nos desperdigamos por la costa, muy separados, como si estuviésemos celosos de
lo que llevábamos y no quisiéramos compartirlo. Alguno se quedó protegido por
los muros para tomar un poco de sol.
El resto del
camino, era como un trucado sendero dibujado sobre una cinta transportadora,
donde unos chinos ocultos van girando a medida que pasan los caminantes.
Consiguen así que el faro que ves cerquita, siga igual de cerquita después de
muchos kilómetros andados, pero nunca consigues llegar a él. Cuando los chinos
consideran que ya has caminado lo suficiente, paran la cinta y te dejan
avanzar.
El guía, que es
conocedor del truco, nos hacía bajar de la cinta de vez en cuando para cruzar
entre tojos y darnos un respiro. Llegamos al Faro de Cabo Vilano pasadas las
cuatro. Lo mejor del Faro, es que a las tres y media abre el bar que hay
debajo. Cervecita fría y continuamos. Rodeamos la piscifactoría y seguimos
hasta la Ermita de la Virgen del Monte. En este sagrado lugar con vistas
celestiales, merendaron los que aun les quedaba algo. Cualquier momento es
bueno para comer.
Llegamos al puerto
de Camariñas pasada las seis y media. Nos tomamos las cañas en el bar Falora de
un pueblecito de al lado. El encanto de este bar es que te ponen muy a prisa
las mesas juntitas. Las cañas pueden esperar. Además, para fomentar el
compañerismo, cuentan a la gente y traen tapas para la mitad. Se han forjado
grandes amistades con estos gestos.
Lo mejor de la cena
fue encargarla. A estas alturas no sé si pedí carne o pescado. Nos sirvieron de
primero, unas patatas cocidas escondidas bajo lonchas de pulpo y unos
calamares. Estaban ricos. El segundo era más polémico: el cocido salado, el
bacalao frío, el churrasco bueno. El vino y el camarero en su punto. El postre,
todo un detalle: tarta de queso con
inscripción del evento y otros manjares.
Se pasó nuevamente
el parte de guerra y se celebró el aniversario con unos bailes amenizados por
los bailarines estrella. Alguno se desplazó al pueblo cercano que celebraba el
fin de año. El resto, más serios, a dormir.
Día 21. Laxe-Arou.
Hicimos el trasiego
de coches un poco tarde, no hay prisa. Salimos de Laxe casi a las once. Teníamos
dos bajas debido al encuentro con las avispas. Subimos la cuesta de la capilla
y cruzamos el pueblo hacia el Faro e Laxe. Luego costa hasta el final. Cerca
del faro había un merendero imitando un castro. El espíritu montuno llevó a
algunos hasta la zona más alta, los más asentados esperaron más sentados.
También pudimos contemplar el monumento a los desaparecidos a los pies del
faro. Representaba una señora viendo hacia el horizonte en actitud de espera
permanente.
La siguiente parada
es la playa de los cristales. Hay varias teorías: una dice que se preparaba el
botellón en ese lugar, otra que había una fábrica de vidrios en la zona y
vertían los defectuosos en la playa. El
tiempo y las olas fueron limando asperezas, consiguiendo crear arena de vidrio.
Actualmente está prohibido retirar las arenas de ese lugar, aunque las más
llamativas están desapareciendo. A lo lejos se ve una arena verduzca, pero
cuando se cambia la perspectiva, el sol emite brillos de colores.
¿Dónde comemos?.
Soesto. ¿Te pregunto que dónde comemos no qué tienes para comer? ¡Que se llama
así la playa donde comeremos: Soesto!. No comimos, tomamos un descanso y
algunas un bañito largo. Luego salimos por un sendero que bordeaba la costa.
Era parecido al de la cinta, no se acababa nunca.
Una refrescante
playita alivió algunos males, por lo menos de temperatura. Luego una desértica
playa nos separaba de la cañita y del bocadillo. Bajo la sombra de una parra,
estaban los más adelantados, sonrientes y relajados, como si se pasasen allí
toda la tarde. Se agradece una paradita para levantar el ánimo y llenar el
estómago.
Vuelta al ruedo.
Piedras, tojos y mucho mar. También visitamos el Museo del Alemán: un montonazo
de piedras apiladas con mucho ingenio y un poco de mortero. Llegamos a Arou
sobre las seis. Nos repartimos en los coches y nos fuimos a tomar la cañita a
un bar del paseo de Laxe.
Desde aquí…. Cada
mochuelo a su olivo.
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