O Courel 31/10, 1 y 2/11
Día 31:
Llegamos casi sin
luz al pueblecito de Paderne, en la ladera de la montaña, justo debajo de la
carretera. El camino es estrechito y los vecinos entran con los coches. Los
foráneos, se miden más. Entran una sola vez…
Cada uno llegó a la hora que pudo, por lo que se retrasó
la hora de reparto del alojamiento. Mientras se esperaba por los últimos, nos
desplazamos a Seoane para cenar algo en el Bar Pombo y negociar el desayuno del
día siguiente.
De regreso, descubrimos por qué los corzos tienen el
trasero de color blanco: Un joven ejemplar saltó a la carretera y con la luz
sobre su trasero bien visible, retó al conductor a sobrepasarlo durante varios
kilómetros.
Como aún no llevaban los tardones, se quedó un grupo en
el balcón de la casa Rodrigo para indicarles el camino. Comenzaba a llover y
era de noche. El aburrimiento hizo que cada uno se entretuviese con lo que
podía: una movía una pierna sentada en el banco y la luz del farol externo se
apagaba y encendía. ¡Huy, que creo que soy yo con la pierna!, dice la
propietaria de la pierna en movimiento.
¡Qué vas a ser tú! dice un compañero de pie mientras se desplazaba por
el balcón. ¿No ves que no llegas con la pierna, soy yo, fíjate: se desplaza
hacia delante y atrás y la luz se apaga y se enciende. Claro, dice un tercero,
tiene el sensor de movimiento justo encima de la puerta, que sobresale y se ve
perfectamente.
En medio de la discusión, sale una de las moradoras de la
casa y pregunta ¿Sabéis si se apaga y enciende esa luz? Es que estoy haciendo
pruebas con el interruptor y desde dentro no sé cuándo se apaga. Saltan unas
carcajadas del grupo sin que la pobre moradora sepa de qué va.
Por fin llegan las tardonas pasadas las once de la noche.
Traen su propia rutina.
Día 1:
Unos desayunan
calentitos y otros a la aventura. Se junta el grueso del grupo en Seoane y se
encamina hacia la salida del pateo en Ferreirós de Abaixo.
Nos acompañaban en esta ocasión dos representantes de los mares gallegos, nuevos por estas tierras montañosas del Caurel y fuera de su hábitat natural, un "Centollo correcaminos da costa da Morte " y " una Necoriña audaz da Ría de Vilagarcia", y que se adaptaron perfectamente a este nuevo entorno, no sin antes pasar su prueba de fuego, al comienzo de la ruta y en frío, el Penaboa.
Nos acompañaban en esta ocasión dos representantes de los mares gallegos, nuevos por estas tierras montañosas del Caurel y fuera de su hábitat natural, un "Centollo correcaminos da costa da Morte " y " una Necoriña audaz da Ría de Vilagarcia", y que se adaptaron perfectamente a este nuevo entorno, no sin antes pasar su prueba de fuego, al comienzo de la ruta y en frío, el Penaboa.
Aun no daban las nueve y media cuando dieciocho
entusiastas caminaban colina arriba bajo la lluvia.
Apenas habían transcurrido
quince minutos y un mal presagio cruzaba el camino: durante la noche anterior,
un animal glotón había tirado al camino un panal de abejas… con el recuerdo sin
curar bajo la piel, alguno casi se negaba a pasar. Pero la lluvia había calmado
el fuero interno y estaban pacíficas. Pasamos sin percances.
En Ferreirós de Arriba nos dividimos: diez aventureros por el recorrido más corto y
vertical y ocho por el más largo y tortuoso. La adrenalina estaba en un roscón
del desayuno y la gente se envalentonó. Con la digestión, cambiaron un poco de
idea, pero tenían la camiseta de subir, y por no cambiarla, tiraron para
arriba.
Gran decepción de pateada: estaba anunciada con un
comienzo de gran pendiente, pero no vimos ni un collar, ni una pulsera y mucho
menos ese gran pendiente.
Lo que sí que vimos en una cima que no llegaba nunca. Ni siquiera oíamos “piar o páxaro”. Teníamos que tomarnos una ración de oxígeno extra cada cien metros, porque nuestro cuerpo quemaba demasiado rápido el que teníamos. Poco más de hora y media subiendo y subiendo.
Lo que sí que vimos en una cima que no llegaba nunca. Ni siquiera oíamos “piar o páxaro”. Teníamos que tomarnos una ración de oxígeno extra cada cien metros, porque nuestro cuerpo quemaba demasiado rápido el que teníamos. Poco más de hora y media subiendo y subiendo.
Hubo algún trecho donde un congostreño sacó una cuerda.
¡Para jugar a la comba estamos ahora, pensaban algunas! Como no quisieron
jugar, se limitaron a utilizarla para sugestionar al personal. Podrían usarla
como impulso o como elemento de flagelación, quedaba a gusto de cada un@. En
algún estrecho camino, ni la cuerda sugestionaba. Hubo un intento de cambiarse
la camiseta de subir por la de bajar.
Por fin llegamos a un balconcito llamado mirador de Penaboa,
donde supuestamente nos encontraríamos con los ocho restantes que decidieron
hacer el camino más cómodo. Esperamos un rato corto, el vientecito nos invitaba
a largarnos y le hicimos caso.
Una congostreña pregunta ¿Hay que seguir subiendo? ¿Por qué,
estás cansada? Le pregunta el guía. Es que tengo que cambiar la camiseta en
función de lo que quede. Fue entonces cuando supimos que algunos senderistas
tienen una camiseta para subir y otra para bajar.
Como el guía había prometido que a partir de aquí era todo
bajada, nos pusimos la camiseta de bajar. Craso error. Las bajadas tenían la
inclinación al revés. ¡Puf, cómo cuesta subir con la camiseta de bajar! Hicimos
lo que pudimos dadas las condiciones, pero conseguimos terminar el recorrido a
pesar del condicionante de la camiseta.
El frío viento arregló el mal entendido: Los guías habían
pactado encontrarse en el mirador, según uno, y en un stop pintado en el suelo, en una cota superior,
según otro. Como parados no se estaba a
gustito, salimos al encuentro del otro grupo. Estaban efectivamente en el stop.
Se consensua el lugar a toro pasado y continuamos con el grueso del pelotón en
dirección a Cruz de Otero para llegar a
una laguna de tipo glaciar a mil cuatrocientos veinte metros de altura, medidos
uno a uno: “A Lagoa da Lucenza”. Incluso las que tenían deficiencia de oxígeno
en la subida, se atrevieron a bajar a la charca glaciar. A la subida vimos como
la escasez de oxígeno hace que alguno no coordine sus sentidos. Nos pareció ver
a los que esperaban, cómo se marcaban una coreografía de baile coordinado de bachata, con su monitor dando
instrucciones.
Recuperados de las alucinaciones, volvemos a bajar
invirtiendo la pendiente. Unos cientos de metros más de desnivel encontramos el
monte Formigueiros escondido bajo unas losetas de pizarra. Menos mal que le
habían puesto un letrero artesano sujeto con las piedras, donde ponía:
FORMIGUEIROS 1630m. Este detalle ayuda mucho. Nos hicimos una foto para dar envidias
en el curro.
Nos dirigimos a “Fonte do Cervo”, que como todos sabéis,
tiene dos vertientes: por un cuerno sale agua caliza y por el otro ferruginosa .
Para ello tuvimos que cruzar la Devesa da Rogueira. Devesa es como llaman en la
zona a los bosques de tipo atlántico orientados al norte. Teníamos tantos
sentidos en tensión, que ni siquiera recuerdo haber comido. Mucho menos qué.
Habíamos quedado a las cinco, con un tal Polín, para que
nos mostrase su mirador. Llegamos puntuales, pero seguro que por el frio, Polín
ya se había ido, pero nosotros utilizamos su Mirador. Preciosas vistas de gran
parte del valle, incluida toda la ladera de la Devesa.
A partir de aquí, se relaja el grupo, se camina por
inercia y las distancias se acrecientan. El sendero se divisa en descenso, y
que descenso, ni con dos camisetas de bajar se hacía relajadamente. Todo lo que
habíamos subido se concentraba ahora en pocos kilómetros de bajada.
Después de llover toda la mañana, sele el sol como todo
buen político, para hacerse la foto final.
Paramos en Seoane, el bar Rafael celebraba el magosto y
obsequiaba castañas con la bebida. Las castañas con vino… ¡Cómo entran!
Acudieron como moscas todos los grupos de senderismo que se encontraban por la
zona.
La cena era confortable. De primero caldito de berza y
patatas. Estaba caliente. El segundo había sido pactado: jabalí con castañas, y
eso sirvieron. Estaba muy rico, tanto que sólo quedó la salsa y algunas
castañas. No era que las castañas no estuviesen ricas, más bien era miedo al acompañante.
Que se compartía habitación y hacía frio para dejan la ventana abierta.
Día 2: La estrategia del
desayuno era la misma. Volvimos a quedar en Seoane, pero cambiamos de bar.
Hospedería Casa Ferreiro, tuvo la suerte de atendernos. Tiene una cocinera más
generosa.
Esta ruta es más relajada, era la ruta chicle. Comienza
siendo un recorrido de diez kilómetros por la Devesa de Romeor, una visita al
túnel de Romeor y otra al castillo de Carbedo, pero al soplar el viento se fue
haciendo un globo más grande.
Comenzamos la mañana asustando a los vecinos de un
pueblecito cuando ven a cuatro coches cargados de turistas que ocupan los
espacios reservados para las vacas y las gallinas. ¡Como era Halloween! Queríamos
darles un susto, pero los vecinos no conocían el término y no se asustaron,
pera ellos son los carnavales, no esas mariconadas… Entonces decidimos
continuar hasta lo alto de la carretera.
La visita a las ruinas del castillo de Carbedo, más
conocida por “el castillo de los ex”, se hizo desde los coches.
Pasaban pocos minutos de las diez cuando comenzamos a
subir hacia el cruce de Campelo con Cabeza do Outo. Luego varias horas de
bajada por caminos que ya habían descartado las vacas y las cabras. El agua
contribuía bastante al descarte. La meta era una estampa sorpresa.
Sobrepasamos una valla tejida meticulosamente con
cordelito de plástico azul y procuramos dejarla igual al salir. Fue imposible.
Después de varios intentos en distintas direcciones,
algunos conseguimos el fruto del esfuerzo. ¡Allí estaba! Un majestuoso árbol de
hoja caduca en el inicio de la muda otoñal. Hojas amarillas, verdes y marrones
adornaban las ramas. Habíamos enterrado las botas casi hasta las rodillas y
resbalado en sospechosas motas marrones que dejaban las vacas como defensa anti
turistas, pero había valido la pena. Objetivo conseguido.
Ahora vamos a por el túnel acueducto romano de Romeor. Al
inicio de la subida, comienza una pequeña llovizna que en pocos minutos se
convierte en un ciclo-génesis. Romeor le habían llamado los romanos, pero ahora
creo que le llaman túnel de Ropeor, a juzgar por como tienen los suelos todos
llenos de agua. Un solo habitante vimos en la cueva, aburrido, colgado boca
abajo. Una osada congostreña quiso avisarle de que estábamos allí. Esa misma
inconsciente y otro del mismo calibre, atravesaron el túnel hasta el final de
la montaña, para conseguir dos cosas: ver el otro lado y llevarse parte del
agua del túnel en las botas. Si todos
colaborasen de igual forma, tal vez se consiguiese achicar el agua y hacer el
túnel transitable para más gente.
Cuentan algunos descendientes de los romanos, que se
había construido con trabajadores bien pagados y con derechos, pero la historia
nos dice que utilizaron a esclavos, prisioneros de guerra y condenados a minas.
A la bajada, se decide comer, pero llueve fuertemente,
así que los guías solicitan a un vecino un lugar seco. No hay problema. Comimos
en un cobertizo donde había leña cortada. Estos leños nos sirvieron de asiento.
Tardamos poco en comer, la ropa mojada no era cómoda, por
lo que escapamos rápidamente volviendo a subir todo lo que habíamos bajado. Después
de un intento fallido, nos encauzamos por un sendero recién desbrozado que nos
llevó hasta los coches después de hora y media de subida
Volvemos a Seoane para tomarnos las cañas y….
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta la próxima! Abur…
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