Castelo da Furna (Valença do Minho) 15/11/2014
La lluvia en Portugal, es un amor, te recibe cuando
llegas, te acompaña por el camino y te despide cuando te vas.
Salimos diez aventurer@s de los caminos a las diez en
punto de Taião de Cima. Los coches los dejamos a la entrada del pueblo, delante
de una casita sede de un centro social. Los paraguas sobre nuestras cabezas.
Tomamos un sendero empedrado que nos llevó a través del
pueblo hasta la iglesia parroquial, que por cierto está muy bien conservada. De
ahí partimos hacia el castillo, pero antes nos adentramos en un sendero lleno
de hierba mojada para ver cómo iba la vendimia. Estaba perfecta, no quedaba ni
un racimo.
El segundo sendero, nos lleva al Alto de Teares y luego
al Picoto, pero los portugueses, más preocupados de sus vacas que del turismo,
plantaron en los bordes del sendero unos tojos de alambre que no cedían ni con
los palos. Costó, pero pasamos.
Para dar un poco más de picante, tomamos el sendero que
iba paralelo al fijado en el mapa, subimos una cuesta, de piedrecitas
resbaladizas y barro que hizo separar al grupo. Unos caballitos relinchones nos
recibieron desde las alturas.
Como no entiendo bien el relincho del caballo portugués,
no puedo asegurarlo, pero la traducción debe ser “Vivan los novios”, porque a
los pocos minutos del relincho, un fotógrafo portugués con una cámara vieja con
polvo de magnesio, nos pegó un fogonazo de luz en la cara por lo menos tres
veces. La cámara en vez de clic, hacia un estruendo bruumm, y como hay crisis,
en vez de arroz, nos llenaron de granizo.
Al no venir vestidos para tal evento, dimos la vuelta
para cambiarnos, pero cuando estábamos ya en el pie de la colina, el fotógrafo
se piró, así que volvimos con el mismo atuendo.
Como el susto hace hambre, nos paramos a los pies de unos
troncos deteriorados por el agua y el tiempo. Todos tenían su plátano
preparado. Se designó a uno como lanzador de la cáscara que no lo hacía mal.
Agudizados por la lluvia, tardamos poco, seguimos sendero hasta un montón de
piedras gigantescas, que resultó ser el castillo (Castelo das Furnas - Boivão a
622 metros de altitud).
Historia: El castillo ofrece una de las panorámicas más
privilegiadas del Valle del Miño. Compuesto por un imponente aglomerado
granítico, habitado desde tiempos remotos, este entorno sirvió para la
construcción del baluarte "roqueiro" medieval que se conoce por haber
acogido el antiguo juzgado de Froião. De la que fue fortaleza natural
inexpugnable quedan las marcas de las vigas en las rocas y algunos pasos de
escalera tallados en la piedra.
El alcance visual desde A Furna, que se extiende más allá
de la frontera, es impresionante. En el entorno el agua y el viento fueron
excavando un paisaje singular de piedras ciclópeas con caprichosas formas en
uno de los mayores conjuntos graníticos del país.
En las murallas naturales del castillo, se decretó tiempo
libre, así que cada uno visitó los recovecos que más le llamaron la atención.
Había mesas de piedra que tentaron a despachar los bocadillos. ¡Comemos!
Alguien dijo ilusionado, pero era la una y no había quórum.
Rodeamos el castillo por el exterior en busca del foso.
Bajamos, bajamos y bajamos, pero el foso no aparecía. No teníamos colmena, pero
sí tres avispados que se distanciaban camino abajo. Fue inútil, el guía dice
que nos alejamos demasiado y había que desandar lo andado. El foso para otra
ocasión.
Subimos, subimos y subimos. Volvemos a entrar en el
recinto del castillo. ¡Comemos! Alguien dijo ilusionado. Ya eran las dos y la
gusa apretaba. Nos dirigimos al púlpito natural, allí abrigados del viento y la
lluvia, dimos cuenta de los bocatas.
El regreso fue menos accidentado para casi tod@s. En
Melim volvimos a hacer una supervisión de la vendimia y de paso unas
degustaciones de manzanas silvestres, para ello tuvimos que desviarnos por unas
fincas adivinando el camino. También hicimos una bajada a las cercanías de una
cantera abandonada para ver… no me acuerdo qué y volvimos a subir.
Después del misterio, tuvimos que cruzar un regato. Todos
lo hicimos, pero una congostreña ensimismada con sus pensamientos, al dar el
paso que llevaba de la piedra de un extremo del regato a la siguiente del otro
extremo, se quedó con un pie en cada
piedra sin resolver la situación. Después de unos instantes, pierde el
equilibrio. Lo fue a encontrar de espaldas sobre su mochila en medio del
regato, pateando con pies y manos cargadas de cosas. Como lo haría una tortuga boca
abajo.
Las cañas las intentamos en Valença, en la pastelería Lua
de Mel, pero fue imposible, es como un avispero. Tuvimos que conformarnos con
otra pastelería más tranquila, llamada
Lepanto, un poco más abajo. La cerveza sabe igual, y los pasteles eran también
dulces ….
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta la próxima! Abur…
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