Mosteiro de Carboeiro – Fervenza do Toxa (Silleda) 07/03/2015
En hora y media, nos pusimos en el Área recreativa A
Carixa. Allí nos esperaban los componentes de las franquicias de Pontevedra y
Santiago. Después de tantos días de lluvia y humedad, el calor del sol hizo
salir pateantes como los hongos, veintiocho, sin contar a Covi (el perro de Chelo ) y a Lorenzo .
Sobre las once ya estábamos en faena, pasamos por delante
del Restaurante Refuxio, donde tomaríamos las cañas de relax. A pocos metros,
en un cruceiro, torcemos a la izquierda. Este caminito nos lleva a cruzar el
Río Deza por un esbelto puente de hierro de gran altura. Alguno esperó a que
pasasen los más fornidos para verificar la resistencia del puente.
Seguimos por el margen derecho del río, disfrutando de un
sendero agreste de piedras revestidas de musgo. De pronto, y sin previo aviso,
nos topamos con un mirador desde el que se observaba una catarata de más de
setenta metros en pleno esplendor. En algún punto habíamos cambiado de río y no
lo vimos. Estábamos bajo la Catarata del Río Toxa, afluente del Deza.
Habitualmente este paraje está cargado de humedad
impregnada en el aire. No era el caso del primer día de sol de la primavera. La
vista era espléndida y se realizaron las fotos obligadas para dar fe de nuestra
presencia.
Seguimos ascendiendo por el bosque de la catarata del rio
Toxa para llegar al mirador en formato de tarta nupcial de tres pisos. Desde él
se tiene una perspectiva de la catarata desde una altura superior al río. Una
vez contemplado, descendimos unas escaleras para hacer un rodeo por una acequia
rebosante hasta el punto inicial de la cuesta.
Una carretera sin arcén, más larga de lo deseable, nos
lleva a Pazos. En un sendero de monte autóctono, aprovechando un vacío legal
que había dejado el TomTom mientras se calibraba, pelamos los plátanos y
murmurábamos con la boca llena: Hmm, hmm…
Con la pila cargada de potasio, nos dirigimos a la
iglesia de Martixe, pero no había nada que destacar, una de tantas iglesias con
enterramientos en sus jardines.
La gusa ya atacaba, y se fraguaba un motín, el olor a
pueblo abría el apetito y se buscaba un lugar confortable, pero, como acababan
de perfumar los alrededores, se notaba un poco cargado de “vacachanel” número
cinco. Como el perfume debe ser una
fragancia poco cargada se decide alejarse un poco.
En el recinto de festejos de Breixa, se decide comer.
Reunía todos los requisitos, salvo la cerveza: sombra, espacio y buenos
asientos. Unos en los bancos del Centro Cultural, otros en el palco de festejos
y algún descolgado al sol del mini parque de recuperación de mayores.
Más de media hora nos llevó deshacernos del peso. Como no
teníamos pelota (en singular), ni ánimos para jugar, volvimos al camino. Con
una combinación de carretera asfaltada, camino alfombrado de hojas secas y
prados de hierba corta, fuimos a parar al Monasterio de Carboeiro. Fundado por
los condes de Deza en el siglo X. Su iglesia de dos siglos más tarde.
Si quieres visitar el museo, lo puedes hacer gratis. Su
vigilancia está a cargo de unos maniquís vestidos de lugareños. Dicen que
vigilan igual y no protestan. Hay varios repartidos por la estancia, supongo
que cada uno custodia un lugar asignado. Su actitud es abierta, pues están en
un estado permanente de inicio de abrazo.
Si quieres visitar la iglesia, has de colaborar al
mantenimiento con setenta céntimos de nada. Hay que entrar con rebequita, pues
la estancia es fresca. No recomendable para alérgicos a los ácaros, ya que el
servicio de limpieza se ha tomados unos días de descanso. El mobiliario está
pedido. A las torres solo se puede acceder si no estás fondón y si no te mareas
al dar vueltas por la escalera de caracol.
Como éramos un grupo amplio, nos apañamos con un dosier y
una voluntaria que leyese en alto. El eco no ayudaba. En poco menos de una
hora, no quedó piedra sin identificar.
Desde el monasterio existe un camino romano que desemboca
directamente con Paradela después de pasar por un puente romano. Desde Paradela
al Área Recreativa queda un tiro de piedra.
Una vez en la meta, una congostreña pregunta dónde están
las bases para inscribirse en el club de las gafas perdidas…
Dejamos las mochilas en los coches y nos desplazamos a
pie para refrescar el gaznate. Un lugareño corto de vista, nos confunde con
chorizos y monta una hoguera humeante que impregna de niebla la terraza. Para
los pinchos, nos proporcionaban un único palillo para que nos fuésemos pasando
y pinchando unos a otros….
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta la próxima! Abur…
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