Serra do Cando. Río Seixo (Cerdedo) 11/07/2015
Esta vez salimos muy
puntuales. El camino nos llevó una hora justita. Diez minutos los preparativos
para salir. Trece congostreñ@s salimos y conseguimos volver todos mucho más
cansados pero contentos.
Salimos cruzando el
corazón de Cerdedo, justo por el camino que va a la iglesia, por donde
volveríamos a salir varias horas después. Esta entrada nos comunicó con la zona
de cultivos cruzada por la Avda. Frei M. Sarmiento que les da servicio.
Cruzamos la carretera que va a la escuela de parapente y nos encontramos con un
rebaño de vacas. Se miraban unas a otras sin dar crédito. ¿A dónde van estos
sin paracaídas ni avión?
Nos adentramos en zona
de monte repleta de tojo y helechos. Después de una subidita por un riachuelo
tuvimos que hacer un reagrupamiento. Una carretera asfaltada nos llevó a un
pueblecito donde vimos a un único habitante, al que saludamos, y aprovechamos
para reponer agua en la fuente del pueblo.
Senderos de servicio y
corta fuegos nos guiaron durante unas horas. Desde las alturas, se podían
contemplar los pueblos de Cerdedo y alrededores.
Pasaba de las doce
cuando divisamos un árbol que utilizan las vacas para rascarse y quitarse las
garrapatas. Su sombra nos pareció un buen lugar para tomar el plátano. Pocos
metros más arriba estaban las usuarias del árbol mirándonos con extrañeza.
Con el estómago lleno,
nos dirigimos a la zona de los molinos. En su área de influencia se encontraba
la Cruz do Seixo. Sobre sus rocas, contemplamos todos los alrededores. Nos
quedamos tan prendados, que no escuchamos al guía cuando avisó que se marchaba,
ni tampoco lo vimos alejarse. Cuando despertamos del letargo, nos preguntábamos
unos a otros por el guía.
Ya “desfacido el
entuerto”, nos dirigimos a una coqueta capilla. La primera intención era comer
en los bancos de piedra de la capillita, pero hacía sol y parecía mejor idea
esperar unos kilómetros más y comer a los bordes de una poza del río, a la
sombra.
De camino a la poza,
visitamos una estructura antigua dedicada antaño a la comercialización de la
nieve, lo llamaban nevera. Consistía en una construcción de piedra protegida
del sol. Lo llenaban de nieve y lo pisaban hasta convertirla en hielo, luego lo
serraban en barras y lo vendían.
Sobre las tres y cuarto
llegamos al Centro de Interpretación de Seixo. Por allí pasaba el río que
ofrecía la posibilidad de baño y relax. Allí comimos los bocatas, y los más
calurosos se bañaron en las pozas. Más de una hora nos llevó la actividad.
La parte más bonita quedaba por recorrer. Bajamos por el
margen del río hasta una gran poza. Por los gritos no sabría decir si se lo
pasaban bomba o si es que estaba fría el agua. Casi media hora nos llevó el
chapuzón.
El resto del camino
transcurrió por un frondoso sendero que seguía rio abajo. Pasamos por la
coqueta capilla de Sta. Catalina, pero no despertó mucho interés. Más interés
despertó una vecina del mismo pueblecito de Lourido. Al vernos intentar llenar
las botellas en una fuente que salía
caliente debido a la exposición al sol de sus conductos, nos ofreció llenarlas
con agua de su casa. ¿Se puede? ¡Hasta la cocina! Fueron repetidas hasta llenar
la última botella. El agua de su propia cocina fue ofrecida desinteresadamente.
Incluso nos contó la historia por la que fue trasladada desde Bueu hasta
aquella casita.
Quedaba la Capilla de
San Antón y un puente romano entre nosotros y la cañita. Paramos en la Capilla
para reagrupar. Algunos todavía tenían víveres: manzanas, plátanos, chocolate
con leche, chocolate negro… solo faltaban unas latas de fabada y unas cervezas.
Las cañitas nos las
sirvieron en la terraza del Bar a Rampla, en el mismo centro de Cerdedo.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
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