CIRCULAR
DE COLES (OURENSE) 07/09/2015
Llegamos
al punto de destino, casi todos. Eran casi las once cuando nos dirigimos hacia
el embarcadero de Rivela. Algunos se quedaron atrás para dar tiempo a los
rezagados que no llegaron.
Contamos
esta vez con históricos de otros grupos y nuevos en Congostra. En total
quedamos veintitrés.
El
camino era bastante familiar para la guía suplente y su fiel mascota. Bordeamos
el lago natural situado entre el Restaurante Santos y la vía del tren. Subiendo
por una escalera vallada, nos adentramos en un bosque de pinos gallegos y algún
roble.
La
degustación gastronómica estuvo presente en todo el recorrido: uvas tintas y
blancas, higos, manzanas, peras y unas seductoras ciruelas pequeñitas y maduras
con un sorprendente sabor.
La
primera población fue Levices. Destacaba en medio de la calle un crucero típico
de piedra que no presidía ningún cruce de caminos. En este pueblecito, en una
casita con el nombre de “A Charca”, nos esperaba una vecina con cuatro o cinco
cajas de empanada. Cuando alguien preguntó si eran para nosotros, contestó sólo
con la mirada.
Al
paso por un estrecho camino, nos paramos observando las enormes raíces de unos
arbustos que ya formaban parte del muro. Más adelante, bajo la sombra de una
palmera estaba el grueso del pelotón. Una vez reagrupados, descendimos hasta el
río y seguimos por el margen izquierdo que coincidía con la vía del tren.
A
la altura de la estación de Barra de Miño volvemos a adentrarnos en dirección a
Sobrado, pero era difícil llegar porque la gente se quedaba en un almendro que
estaba “sobrado” de frutos.
Pasaban
de las doce y media, cuando nos tomamos
el plátano, a la sombra de una palmera, en el patio del bar Pedregal, el Meigo
de Vila. Aún faltaban tres cuartas partes del recorrido.
A
pocos metros de salir, entramos en Sobrado. Apenas entrar, ya salimos. Casi ni
tocamos Montecelo y llegamos a Mira do Río. Eso sí, bien a la entrada o a la
salida, cada pueblecito competía por tener los higos más apetitosos.
Volvemos
a las vías del tren a orillas del Rio Miño en dirección o Fontaiño. Tuvimos que
pasar la frontera del Río da Barra, donde confluyen los Concellos de Peroxa y
Coles (de Ourense, no de Bruselas).
Desde Fontaiño, seguimos las indicaciones al Molino. El sendero iba por un
bosque a orillas del Río de Barra. La dirección parecía correcta, pero el
molino no apareció. Compensamos cambiando el destino hacia el Pazo da Matorra.
Lo único que encontramos fueron unas ruinas de una granja de vacas y a sus
habitantes tiradas en el barro con la expresión en la cara de: “yo pazo de tó”.
Algunos
congostreños se adentraron para intentar sonsacar información de aquellas
piedras. Volvieron con la imaginación cargada de historias, pero materia, lo
que se dice materia, solamente bosta de vaca.
Ya
rondaban las dos y media y el hambre llamaba a la puerta. El guía nos animó a
seguir un poco y comer en Barra de Cima. Con los sentidos enturbiados por el
hambre pensaría la mayoría: “Habiendo cerveza, comemos encima de la barra o en
las escaleras del bar”.
El
comedor resultó ser unas rocas mullidas con musgo, a orillas del río para los
más “esquesitos” y el suelo alfombrado de hojas y hierba, para otros. No faltó
quien aprovechó para refrescarse los pies en el río. Otros incluso fueron
subiendo el frescor.
Menos
de una hora resultó todo el evento. Una mosca cojonera interrumpió la siesta.
Subimos
hasta la aldea de Barra de Cima. Allí, en una casa llamada “O Rincón de Chato”,
un manzano desperezaba sus cargadas ramas. La longitud sobrepasaba por encima
del seto que limitaba la finca. Al ver la ocasión, varios caminantes sacaron
sus bastones para alcanzar las manzanas más apetitosas.
Llegamos
a Vilafresca, ecuador de la ruta, para dirigirnos a Mira de Cima. Después de
trotar por varias fincas y sortear hierbas a la altura de la nariz, llegamos a
la sombra de un roble, donde nos reagrupamos e hidratamos. No pudimos descansar
mucho porque la mosca cojonera también nos acompañaba, y parecía tener prisa.
Cruzamos
un frondoso bosque hasta cerquita de Figueiredo. En el Concello de Coles, justo
en el centro de la rotonda (A Peroxa, Meriz, Gustei) tan vacía de tráfico como
el Aeropuerto de Castellón. Aprovechamos y nos hicimos algunas fotos de grupo.
Tomamos dirección a Meriz y enlazamos con la ruta de los Molinos. En Outeiro de
Ribela, preguntamos por una fuente, y un amable lugareño nos condujo a una
manguera de regadío de un vecino: “beber daquí, que esta é de poso e está fresca” (además es del vecino pensaba alguno).
Eran los últimos metros, y de bajada. Un letrero anunciaba: “Embarcadoiro”. Era
el final. Casi eran las seis de la tarde.
Las
cervecitas se tomaron en las escaleras del Restaurante Santos. Estaban
esperando una boda para las siete y media y necesitaban que le degustásemos la
empanada de los entrantes. El camarero lo intentaba, pero cada vez que salía
con el plato lleno de trozos de empanada, no conseguía llegar con algún trozo
al final de las escaleras. Con el bizcocho hubo más suerte. El lugar fue
elegido en honor a los cuadrúpedos que nos acompañaron.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
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