CRÓNICA PATEADA 192



XIV ANIVERSARIO.- Boiro  (A Coruña) 19-20/09/2015



Sábado 19:

Llegamos al Trillizos a la hora acordada, casi todos. Unos madrugan más que otros. No hubo tiempo de deshacer las maletas. Con lo puesto nos dirigimos a la salida, a un kilometro en dirección a Barbanza. En una callecita sin salida llamada Catadoiro dejamos los coches.

Veintiuno contamos a la salida y eran los mismos al regreso. Los lobos no tienen suerte. Nos adentramos por un camino entre fincas de labradío para llegar al Río Coroño. Lo atravesamos cual prueba de “Los juegos del hambre”. El puente consistía en unos postes de piedra clavados a través del río. Ya estaban gastados de tanto pasar, así que parecían seguros. Los fotógrafos estaban preparados como los cocodrilos en la migración del Serengeti. No hubo suerte. Pasamos todos sequitos.

En el inicio del bosque, nos encontramos una seta peculiar. El guía nos cuenta que se trata de una emigrante de Canadá llamada “Clathrus archeri” de fácil identificación por su forma tan característica de una estrella de mar con entre 4 y 7 brazos de color rojo vivo.

Nos dirigimos al castillo de Vitres, a 450 m. de altitud. Repostamos en la primera fuente en el pueblecito de Mosquete y continuamos monte arriba por senderos. Las cuestecitas y los tojos nos indicaban que estábamos en el camino.

Sobre las doce, llegamos a un mirador en un cañón. El guía nos cuenta que disfrutamos de las vistas gracias al buen día que nos acompaña. En otro tiempo se habían encontrado los restos de joven, vecino del pueblo, que se había extraviado con la niebla, pese a conocer el terreno.

Pese al recogimiento de la noticia, pudimos disfrutar de las extraordinarias vistas de las rías de Muros y Noia por el norte y Arousa por el sur.

Llegados al castillo, se oye ¿dónde está el castillo? En la mente estaba el concepto medieval de castillo, con sus murallas, almenas y torreones. Este castillo, si alguna vez lo hubo, es virtual. Queda únicamente la estratégica posición en las montañas. A pesar de la falta de comodidades, el grupo tardó en reaccionar embelesado por las vistas.

Volvemos al camino y nos encontramos un grupo de ciclistas de montañas que bajaban silenciosos por el sendero que subimos nosotros. Encontramos también una serpiente preciosa para los menos y asquerosa para el resto. Estaba disfrutando de un baño matinal en un regato del camino. También había vacas a granel e incluso ovejas pastoreadas por dos mastines que no les quitaban el ojo. Llegaron a mantener unas palabras perrunas con el animal que nos acompañaba.

Después de unos kilómetros de insulso sendero nos topamos con el primer enterramiento. El guía nos cuenta que se trata de un ejemplar de dolmen. Un despistado que atiende a medias dice: “no, no, non dolmen, están moltos e entelados”.

El túmulo está compuesto de siete planchas de piedra de varias toneladas clavadas en el suelo y cubiertas por otras haciendo de techo. Cuentan con inscripciones talladas en su interior, lo que demuestra la importancia del enterrado.

Un desalmado había arrancado una tira a una de las piedras y quedaron las marcas de un segundo intento.

Aprovechando el solecito y las mesas, nos hicimos el picnic allí mismo. Los tábanos hicieron los mismo, pero con una dieta diferente. Al terminar fuimos saltando de dolmen en dolmen. Hay que ver cuantos tiene esa zona. Una piedra de forma de hamburguesa y tamaño desproporcionado llamó la atención. Los más iluminados decían ver inscripciones bajo los líquenes, los demás los suponían.

De camino, en la planicie, había un pequeño lago donde el perrito y su dueño jugueteaban a tirar el palo. Incluso una presa de un metro de profundidad les sirvió para el juego. En ocasiones el tronco le doblaba el tamaño de largo y casi no podía morderlo del grosor. La duda planeaba… ¿quién es más insensato, el que tira o el que recoge?

Siguiendo un reguero de ochenta y siete molinos, llegamos al mirador de Inxerto. Allí terminaron los bocatas los más lentos o más hambrientos.

Toca bajar. Un dron teledirigido nos observa desde las alturas. Seguimos hasta el rio Cachopo, y en  un puente roto es donde se produce el primer baño de los acalorados. Volvemos a Mosquete y de ahí a los coches. Fichamos los primeros sobre las ocho y media. Volvemos “O lar dos Trilli” a ducharnos y cenar.

La cena aniversario:

La mesa estaba dispuesta a lo largo con vistas a la cocina. Los primeros fueron sentándose por la mitad. Alguien recriminó: hay que ir sentándose desde el extremo y completando sillas, así quedan huecos… Otra alguien pregunta: ¿podrías correrte un poco? El aludido pone los ojos en blanco y recibe un espasmo. Vuelven a repetirle: ¿te corres o qué?, a lo que contesta el pobrecito con vergüenza: dame unos minutos, que tengo gatillazo.

Ya sentados y contentos comenzamos por los entrantes de tortilla. La empanada y las croquetas no tuvieron tanta suerte. Se fueron al rincón de pensar de la cocina.

Más éxito tuvo el churrasco y el salmón. Alguno acumuló más huesos que los que cabían en el plato. Los que habían elegido pescado atacaron por dos frentes.

El postre es ceremonial. Una tarta de nata blanca con una capa rojiza de mermelada. Llevaba clavadas catorce velitas encendidas. Los honores de soplado los efectuó el congostreño más veterano.

La celebración fue amenizada con música de guitarra española, a cargo de " Toñito de Ribadavia". Como la música amansa las fieras, el vino y los chupitos también, las fieras fueron desfilando mansitas hacia la cama.



Domingo 20:

Con los primeros rayos de sol, comenzamos a oír el canto del gallo: quiquiriquiiiii. Es más agradable este sonido y no el del botellón de toda la noche.

Sobre las nueve estábamos desayunando y mentalizándonos para la siguiente pateada.

Salimos de una pequeña capillita llamada Santa Leocadia. Si las nueve horas del sábado fueron el plato fuerte, esta es el postre.

Comenzamos la ruta como devotos árabes entrando en una mezquita. Se aconseja lavar los pies antes de entrar.

La mayoría tuvimos que descalzarnos para cruzar el río. Las piedras cargadas de musgo, estaban muy resbaladizas. Era la antesala del paraíso. Entramos en un tupido bosque casi virgen que poco tiene que envidiar al del Amazonas. El río cuenta con gran caudal y pequeñas cascadas, mucho más bonitas que las que cuelgan de las paredes de los restaurantes chinos.

Casi tres horas nos llevó recorrer apenas unos kilómetros. No era la dificultad lo que nos entretuvo, sino las ganas de llevarnos en la retina todo aquel paisaje.

Hubo baño y comida en ese bosque, luego un árido cortafuegos empinado nos esperaba. Aquí fue donde tres congostreñas hicieron cálculos y pensaron: si dos kilómetros nos llevó tres horas, catorce nos lleva… la tira. ¡Nos damos la vuelta!. Y se fueron. No eran catorce, al final ni llegaron a los ocho.

Después de medio kilómetro subiendo por un terreno resbaladizo de tierra negra y movida, nos encontramos el Mirador del Monte do Cotro en  Santa Cruz de Campolongo. Es el primo del aeropuerto de Castellón. Cuenta con una comunidad propia de mosquitos y un acceso intransitable si no llevas botas altas.

El descenso fue más fácil. Llegamos a Mazaricos y desde allí a los coches. Como era muy temprano y hacía calor, la mayoría volvió al lavapiés inicial para refrescarse.



Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

¡Hasta la próxima! Abur…

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