Santa
María de Oia 12/12/2015
Salimos
del Almas Perdidas, ya pasadas las nueve. Llevamos un porrón de coches porque
la ruta era lineal y se necesitaban para trasvasar a los conductores del lugar
de llegada al de inicio para recoger los suyos.
Dos
coches quedaron en Mougas, justo en un mirador unos metros antes de llegar al
Restaurante O Peñasco, donde tomaríamos las cañas del final. El resto, lidió
con hordas de ciclistas durante varios kilómetros, antes de llegar a Oia, lugar
de inicio de la pateada.
El
lugar estaba cuidadosamente seleccionado, disponía de una panadería-pastelería
que no tenía pan ni pasteles, había lo que había y ya está. Ya está bien de
vicios.
Diecinueve
comenzamos la ruta y la terminamos veinte. Comenzamos con una subidita empinada. Uno de los vigilantes del sendero,
disimulaba, como que estaba limpiando la herradura a un caballo. Burda
tapadera, todos sabíamos que nos estaba controlando.
Dejamos
un estupendo paisaje marino a nuestras espaldas, para adentrarnos en un mar de
eucaliptos en dirección a A Pedreira. Este sendero inicial era causa de una
alergia que le entró al guía que le desarrolló cierta intolerancia al asfalto.
Después de unos minutos caminando, desembocamos en una carretera asfaltada,
inicio de la Ruta Máxica de Oia.
Seguimos
subiendo sendero en dirección a A Pedreira. Se hacía esperar la condenada.
Apenas eran unos kilómetros de subida, y ya era nuestra.
Solo
era un espacio arqueológico catalogado como santuario prehistórico. Los grabados prehistóricos más fácilmente
identificables, un repertorio de líneas e agujeros, singularizan esta estación
arqueológica. (La sensación es que unas gallinas desesperadas por encontrar
gusanos, rascaron y picotearon hasta que se dieron cuenta de la mala idea).
Ilusionadísimos
seguimos por el sendero, donde pudimos contemplar varios riachuelos que lo
cruzaban. Algunos disponían de una superficie en forma de badén para las
grandes crecidas. Llegamos a Pousadela, un mirador de tantos con la belleza característica
de la zona; además sirvió de merendero improvisado para tomarse el plátano.
La
nueva meta era el bosque de alcornoques conocido como “Sobreiras do Faro”. Aquí
surgió nuevamente la duda de por qué se dice que algunos tienen la cabeza de
este material… mientras caminábamos absortos en estas disquisiciones, se acerca
un pastor cuadrúpedo, olisqueando nuestras intenciones. Cuidaba de una docena
de cabras y su fiel marido cornudo. Al
ver que no debía de preocuparse, se unió al grupo durante un rato, curioso o
hambriento, llegó a Cano dos Mouros.
Cuenta
una vieja leyenda de Oia, que en la ladera de Cano dos Mouros, existe una roca
conocida como la piedra del Rey Sol, desde la que un monarca de tiempos muy
antiguos adoraba al astro rey durante el atardecer.
Cualquiera que contemple una puesta de sol en
la costa de Oia, compartirá la actitud del Rey Sol, ya que le embargará tal
cúmulo de sensaciones, ante el espectáculo del sol poniéndose sobre una línea
del horizonte que a veces se confunde entre el mar y el cielo, y la masa oceánica
en movimiento deshaciéndose en millones de gotas de espuma, que para siempre
dejará una parte de su corazón en este lugar.
Como
un rey, se encontró un congostreño veterano, al sentarse en un trono
improvisado por la naturaleza, construido en las rocas con el paso del tiempo.
A unos
kilómetros de Mougás, nos encontramos con un mausoleo dedicado al presidente de
la Comunidad de Montes del lugar. Daba un poco de yuyu…
Nos
encontramos con otro grupo de senderistas que viajaba en dirección contraria.
¿A dónde va este camino?, preguntaba uno, es
para variar el recorrido.
Al
Picadero, fue la respuesta.
A los
congostreños les brillaban los ojos… a las congostreñas se les fruncia el ceño.
Al
picadero de caballos, dijo una voz desde el fondo.
A los
congostreños les caían los hombros, a las congostreñas se les dibujaba una
sonrisa.
Seguimos
hasta el Outeiro da Cheira, desde donde se pueden contemplar el recorrido del
rio Peito.
En el
camino que dirigía al polémico picadero, en unas rocas cercanas a la carretera,
fue donde tomamos los bocatas y esperamos al miembro que haría la veintena.
.
Hacía
ventisca, así que pronto tomamos dirección al rio Fervenza. Lo hicimos por un
ancho sendero.
Íbamos
tan distraídos, que solo algunos vieron una muñeca flotando bajo un puente en
el río. No cayeron en la cuenta que, del
otro lado de había un catering de frutas, pasteles y bisutería ornamental.
La
imaginación se disparó: unos decían que serían ofrendas a los dioses paganos;
otros que era un agradecimiento por haber sobrevivido a un accidente en el río;
otros que eran las sobras de los perdedores de MasterChef; otros que era una
deferencia de la organización que había llegado tarde. A saber…
En las
pozas, solamente se bañaron tres alocados, el resto siguió camino hasta O
Pousiño, donde había más garabatos de gallina. Eso, si, una vistas preciosas
del bosque y el horizonte marino. Antes de salir, se fotografían unas setas que
parecían tener más interés que los surcos pedestres.
Vamos
a Pedra Lan. Aquí nos encontramos dos pequeñas bicis postradas bajo un cartel,
a modo de ofrenda. Sus dueños estaban buscando más surcos en las rocas. ¡Qué
manía les entró a todos! ¿las confundirán con las setas?
Volvemos
a la caza del buraquiño en otra localización llamada A Cabeciña. Aquí ya se
pueden ver con más claridad. Incluso un congostreño, hábil artesano, superpuso
sobre un petroglifo, una cáscara de naranja que había conseguido quitar
totalmente entera en forma de espiral. Un máquina.
Ya
quedaba poco, así que nos acercamos a un “centro budista” que sangraba a los
árboles para extraerles la resina. Después de perdernos un poco, retrocedimos y
volvimos al redil. Conseguimos llegar al B-A-R.
Los
conductores fueron a recoger los coches, mientras los demás consiguieron dar
cuenta de unas xoubiñas sobre unas rodajas de pan. No les fue fácil.
Algo
más calentito estaba el ágape de mejillones, croquetas, calamares y chipirones.
Bríndis por el año terminado y recomendaciones para el próximo. Muchos besitos
y abrazos…
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
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