Paredes
de Coura (Portugal) 23/01/2016
Esta
vez salimos todos del Almas Perdidas, unos veinticinco. Casi un tercio del
grupo eran nuev@s congostreñ@s. Quedamos en una rotonda portuguesa, custodiada
por unos guardiñas. De allí hasta el punto de partida, fuimos en fila india,
Como si fuese un “jeque” y su escolta. Aquí no cabe la arroba porque no hay ”jequas”.
Nos
pusimos en marcha, con las mochilas y las botas, sobre las diez y veinte. Había
buenos presagios. Unos incluso prometían buen tiempo, otros lo afirmaban
rotundamente.
El
encargo se había hecho por internet a la proveedora nacional portuguesa de “climatología,
bien estar y tiempo libre”: Tres raciones de sol, dos de brisa, una de niebla,
y si les quedaba algo, pues un poco de chirimiri.
Con
los recortes, en la proveedora deben estar utilizando el traductor de google y
nos dieron: niebla para aburrir, tres raciones de brisa, llovizna casi toda la
mañana, y por la tarde el sol que les había sobrado de otros pedidos.
Atravesamos
una pequeña población, Giesteira, creo que se llamaba. A la salida tomamos un
sendero en dirección a Túmio – Bico, que atravesaba un bosque de robles. El
camino hecho una pena. Estaba lleno de grandes charcos y barro. ¡No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena!
El
bosque resultó ser de gran belleza. Contaba con pinos bravos, cedros, abedules, acebos, robles, castaños,
etc. El suelo estaba alfombrado con las hojas de estos árboles.
Allá
por las once y media, como si se tratase de un ritual, unos cuantos congostreñ@s
se metieron dentro de un círculo constituido por árboles plantados con no se
sabe qué cometido. Ronroneaban y parecían tener los ojos cerrados, como en
trance. No entraban más porque no cabían. Uno de fuera del círculo preguntó a
qué se debía ese agrupamiento. Uno de dentro contestó que se encerraban allí
para acumular fuerzas de la naturaleza, que tales fuerzas se concentraban allí
dentro y se podían sentir si se cerraba los ojos y se concentraba. El de fuera,
dijo: ah, yo creía que eso es una cuadra y ahí guardaban las crías del ganado para
protegerlas de los lobos, pero vale. Por supuesto nadie lo creyó, pero fueron
saliendo más rápido de lo que entraron.
En unos
metros más, nos encontramos con la casita del guardia forestal. Se mantenía en
buenas condiciones, por lo menos por fuera. Estaba dotada de un horno en el
exterior que podía hacer también de churasquero. También contaba con una fuente
de agua no controlada. ¡Una maravilla!
Rodeamos
la casita, curioseamos dentro del horno y continuamos por la arboleda de los
alrededores y nos topamos con… ¡otra casita! No era otra, era la misma vista
desde distinto punto. Era una prueba de orientación y reconocimiento del
entorno para el grupo, aún así algunos no se enteraron.
Continuamos
por un sendero enlamado marcado por vigas de madera a modo de acera. También
Carmena había tenido que ver en su estado lamentable.
En un
lugar más o menos seco dimos respuesta a un pesado que no hacía más que
preguntar ¿Cuándo se come? Tomamos el plátano los que lo tenían, los demás no.
Ahora
toca sendero de tierra hasta el puesto de vigía y el mirador del parque Merendas.
El sendero se tornaba aburrido. Las vistas se ocultaban con la niebla. La gente se relaja, por lo que, en un desvío no suficientemente visible, la retaguardia se cuela. ¡Apurad el paso que no los vemos! Dice una voz. El paso no se apura y se dan cuenta que están perdidos.
El sendero se tornaba aburrido. Las vistas se ocultaban con la niebla. La gente se relaja, por lo que, en un desvío no suficientemente visible, la retaguardia se cuela. ¡Apurad el paso que no los vemos! Dice una voz. El paso no se apura y se dan cuenta que están perdidos.
Se
contacta por teléfono con el guía. Menos mal que las ondas hertzianas no
necesitan visibilidad. También fue necesario utilizar el reclamo del cabrero
para llegar a contactar: ¡Eieeee! ¿Onde andáis?.
Reunidos
todos en la torre de vigilancia, algunos se subieron para ver la niebla desde más
cerca, luego bajamos todos hasta el parque Merendas y allí había un mirador
para mirar más niebla.
Como
la lluvia amenazaba y la niebla se reía de nosotros, nos piramos hasta “O
Lameiro das Cebolas”. Se trata de un pantano (turfeira) en estado de
recuperación, un foco importante de la biodiversidad y hábitats únicos para
muchas especies de flora y fauna selectas en términos de especificidad
ecológica. Alguna apuntó que se llamaba así porque tienes que ir quitando capas
de ropa a medida que subes.
En
este entorno propicio para el avistamiento de aves, se ha instalado una caseta
de madera con ese fin. Como la curiosidad mató al gato, en este caso no lo
mató, solo le proporcionó un buen dolor de culo a una congostreña veterana que
fue a curiosear, al resbalar en la madera con moho de la rampa de acceso.
El
misterio te empapa los huesos, casi más que la niebla mojada. En un arbolito
del camino, nos encontramos con un escrito clavado, como los antiguos edictos
del señor alcalde. Hablaba sobre un curioso grillo verde que sabía silbar. Era
el asombro de los demás que “só sabían cricrilar”. Se para mucha gente a leer y
fotografiar el escrito.
En el
transcurso del camino, aparece la Represa – Rio Mau. A unos les hace ilusión
saltar el canal de desagüe, otros lo rodean por el sendero la parte contraria.
No muy
lejos del charquito, en el “Castro de Cristelo”, tomamos posiciones para comer
el bocata. Casi todos seguramente llevaban chocolate y no querían compartirlo,
a juzgar por la separación de cada grupo unos de otros. Hacía fresquito y la
niebla se había disipado. Comimos prontito y salimos pitando hacia el mirador
del Merendero, a ver si podíamos ver algo ahora.
Por el
camino encontramos figuras caprichosas que dibujaban los árboles en su paso por
alcanzar el sol entre los demás. Un brazo musculoso fue muy fotografiado,
también esqueletos de madera cargados de líquenes.
Ahora
sí, conseguimos espantar a la niebla y el mirador gozaba de una vista, envidia
de cualquier oculista. Hicimos la foto de grupo de rigor con el fondo en el
infinito.
De
regreso cruzamos el bosque por lugares que no se marcaba sendero, el alfombrado
de hojas acolchaba los pasos. Una congostreña primeriza, que seguramente había
presenciado el “culazo” de la veterana, quiso experimentar. Aprovechó la
ocasión en una pendiente para hacer pruebas. Al final lo consiguió. Nada
espectacular, pero como experiencia estuvo bien. Luego comentó con su pareja,
lo que se había perdido.
También
había un tramo bautizado como bosque encantado. Encantado estaría antes de
llegar nosotros, luego se desencantó. También recibió muchas visitas, sobre
todo femeninas. Ya se sabe que ellas disfrutan con el encanto.
No
podía creerlo, no podía ser, delante de nosotros estaba, sí, sí, otra vez la
casita del guarda forestal, a ver si a la de trés por fin nos enteramos !! Vino a mi mente el chiste de la pulga y el
motorista. Continuamos sendero abajo, pasamos por un cruce que indicaba: Travassos.
No fuimos por si mordían.
Por el
mismo sendero que subimos, ahora bajamos. Precioso recorrido. Llegamos a los
coches pasadas las cinco. Un amable labrador nos sonrie y dice que nos han multado por haberle dejado bloqueada la salida de la finca, al tener un coche delante de la mimetizada puerta de la valla.
Ahora
falta la cañita… esta la tomamos en una pasteleria de Paredes, suerte que la temperatura del día es agradable y nos permite estar en la terraza. Acabamos con las existencias de natas y casi también las de cervezas.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
La pulga y el motorista.
Pulga1 y pulga2 en un bar.
-Pulga1: ¡Achís! Ponme una copa de
coñac.
-Pulga2: ¡Que trancazo!
-Pulga1: Sí, vine viajando en el
bigote de un motorista y hace un frio que pela.
-Pulga2: Dónde mejor se viaja es en la
parte íntima de una doncella. ¡Pruébalo!
Semana siguiente
-Pulga1: ¡Achís! Ponme una copa de
coñac.
-Pulga2: ¡Que trancazo! ¿Pero no has
hecho caso a mis recomendaciones?
-Pulga1: Lo hice, pero no sé qué hice
mal, que me quedé dormido, y al despertar, ya estaba otra vez en el bigote del
motorista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario