Soajo
– Adrão- Paradela (Parque Nacional Peneda-Gerês -Portugal) 16/04/2016
Pasaban
las diez y media, estábamos preparados en el parking bajo los hórreos de Soajo,
también conocidos como Espigueiros. Esta vez cumplíamos la mayoría de edad.
Éramos en total dieciocho participantes. La idea es seguir el triángulo que
componen Soajo – Adrão- Paradela
Nada
más cruzar Soajo, nos quedamos embelesados con las vistas. Gran trabajo de
rehabilitación de la piedra. Tanto de las casas como del empedrado de las calles.
Hay una placa “Homegagem” que reconoce estos méritos a los habitantes en mil
ochocientos treinta y siete.
El
despiste hizo su trabajo. Un congostreño, que se supone veterano, se quedó
observando la belleza y fotografiando cada piedra. En un cruce sin visibilidad,
no señalizado, donde el camino se volvió angosto, el grupo notó que faltaba
uno. Un voluntario retrocedió hasta encaminar al descarriado. (Moraleja: nunca
pierdas de vista el culo del de delante, y si te quedas avisa).
Ya
fuera de Soajo, la estampa era bucólica. Los caminos amurallados por piedras en
equilibrio, sin más sujeción que la habilidad y coronados de musgo. El suelo
con piedrecitas colocadas estratégicamente para se pueda seguir el camino sin
que el agua llegue a las rodillas. Aunque los no experimentados, confunden las
piedras con unas sobrasadas marrones reblandecidas con el agua. Cuando se dan
cuenta, ya es tarde.
Ni
siquiera había pasado una hora, cuando los caminantes comienzan a entrar en
calor y necesitan desprenderse de alguna prenda. Lo normal es quitarse una
prenda intermedia, es decir, no la camiseta en contacto con la piel, ni el
chubasquero, ya que está lloviendo. Se dan aquí tres corrientes:
-
La que, con una mano sujeta el
paraguas, con la otra desabrocha el chubasquero, desabrocha el polar y
descuelga la mochila del mismo lado y quita las mangas. Vuelve a introducir la
mano en el chubasquero, dejando fuera el polar. Cambia de mano y repite la
operación, quedándose con el polar suelto. Todo ello sin perder la marcha.
-
La que, con una mano sujeta el
paraguas, con la otra desabrocha el chubasquero, el polar y la mochila. La
mochila pierde el equilibrio y se le cae del hombro sobre las rodillas; para
sujetar la mochila, suelta el paraguas, que se le va al suelo, el viento le lleva
el paraguas, corre detrás del paraguas, tropieza en la mochila y aterriza a lo
largo del enfangado camino.
-
La que se deja de malabarismos y
cierra el paraguas, pone la mochila sobre un muro, se quita el chubasquero y el
polar, se vuelve a poner el chubasquero, la mochila y retoma el paraguas.
Llegamos
en apenas una hora a una pequeña pero
caudalosa catarata. Después de las debidas fotos testimoniales y las
precauciones necesarias para no caerse en las resbaladizas rocas, seguimos
camino.
Desde el
camino, se pueden contemplar, siguiendo el curso del río, laderas trabajadas
para el cultivo,; están dispuestas en un sistema de escalones, llamados
socalcos. Este sistema de cultivo, es muy antiguo, también se conoce como
terrazas o bancales, se da en el norte de Portugal y Galicia (Ribeira Sacra).
Valles
cargados de árboles entre la niebla y el río al fondo es una vista frecuente,
también los caminos que ocultan el suelo bajo las aguas. La lluvia y la niebla
son fieles compañeros, no nos dejan hasta el final de la jornada.
En la
zona de la “Branda de Murço” nos encontramos con unos curiosos iglús
construidos de madera y forrados de plástico. De un lado de la pared salía una
humeante chimenea de acero, y de la ventana salían dos caritas infantiles
cargadas de curiosidad.
Como
ocurrió en su día con Dinio, que lo confundía la noche, un tramo del camino nos
traía confundidos. El guía se había adelantado por un sendero entre retamas
(xestas) que no lográbamos encontrar. Unos optaron por seguir el olor del caldo
calentito que portaba el guía, y otros por el instinto de no picarse ni mojarse
más de lo debido. Lo logramos todos.
En un
sendero de tierra, ya más despejado, nos encontramos con un caballito bicolor.
Era el típico caballo que tienen los indios en las películas: marrón con
grandes manchas blancas. Precioso.
En la
iglesia “Senhora da Paz”, en un recinto que seguramente utilizan para festejos
religiosos, bajo un árbol que la niebla le daba un aspecto tenebroso, nos
tomamos el plátano para que se callase un pelma que llevaba dos horas pidiendo
de comer.
Aún no
terminamos la ración, cuando el tiempo dio muestras de enfado. Nos cae una
lluvia fuerte aderezada con fuertes rachas de viento. Nos cubrimos contra el
muro de la iglesia para soportar la virulencia. Cuando se cansó, nos piramos.
De
camino, por la carretera asfaltada nos topamos con un grupo de vacas que
opinaban sobre la política española: la opinión consistía en levantar el rabo y
dejar constancia. Esta carretera nos lleva al centro de Adrão, donde una cuca
capillita, con un vistoso reloj en la fachada, nos recuerda que vamos tarde.
Marcaba las doce y cuarto, cuando eran las trece y veinte.
Cruzamos
el pueblo y sus laderas de cultivo por los sufridos caminos bajo la atenta
mirada de unos pencos de baja estatura. La vista completa de una ladera con los
cultivos verdes y las coloridas casas integradas, ofrecían una estampa de
postal.
Nos
toca una zona de “cardio”, como llaman los culturetas a los ejercicios de
resistencia. Tomamos un sendero entre pinos ligeramente empinado. Cuando
creíamos que se había acabado, bajábamos otro tanto. Volvíamos a tomar otro
idéntico con los mismos resultados. Así hasta tres veces. Los incrédulos se
preguntaban si no estábamos repitiendo el mismo tantas veces solo para ver si
se descolgaba alguno.
Llegamos
a lo que se supone un mirador, aunque la niebla nos lo negaba. Lo llaman
“Marcos Cabeço da Trapela”, creo.
Ya en
la cima, la niebla nos oculta la belleza de las vistas, y de paso el camino.
Para dar vidilla al recorrido, el guía deja irse a unos confiados entretenidos
hablando de las bondades de Rajoy, seguramente. Cuando llevan casi un
kilómetro, el guía, consulta a los antepasados indios que habitan en un
endemoniado artefacto que lleva consigo. ¡Advierte! ¡Vamos mal, hay que dar
vuelta! La tropa se arremolina y las figuras se mueven entre la niebla. Un
congostreño aficionado al pastoreo, corre a la cabeza para “arrejuntar” el
rebaño.
Al ver que
lo de cabeza no volvían, el guía decide seguir la senda de estos a
la espera de que se pueda retomar el camino correcto más adelante.
Como
el sendero parecía facilón, el pastor se queda a realizar unas labores de
“desmeo”, necesarias para la buena marcha. El retraso le supone perder de vista
a la tropa y toparse con una destartalada cuadra, con un único caballo. ¡Joder,
me retraso un poco y se pierden todos! Replica enfadado.
Debía
ser el idioma, que el puñetero caballo no daba un:
¿Has visto un grupo pasar por aquí? Le
pregunta. El caballo afirma con la cabeza.
¿Se hay ido por aquí? Señalando a la
derecha. El caballo afirma con la cabeza.
¿Quizás se han ido por aquí? Señalando
a la izquierda. El caballo afirma con la cabeza.
Hubo
que hacer uso de las señales de humo actualizadas para volver a localizarlos.
Llegamos
a Paradela pasadas las cuatro, el plátano ya no existía. Encontramos un curioso
establecimiento: Café mercería, Paradela. Un local que sirve tanto para un roto
como para un descosido.
Es el
local de ocio donde la “juventud” del lugar pasa las horas muertas pensando.
Los primeros en llegar, se sientan en unas bonitas sillas de madera barnizada y
a juego con la mesa, hasta cuatro me pareció contar. El resto se acomoda en
unas sillas de plástico de publicidad de color amarillo. Un congostreño
veterano, confraternizó con la pandilla. Era un sitio tan acogedor que el guía
se buscó una excusa para tener que volver. Se dejó el bastón.
Llegamos
a una pequeña capilla, “Senhora da Boa Viagem”, al lado de la carretera
asfaltada. Tomamos monte a bajo y campo a través, por caminitos que ya las vacas habían abandonado. Incluso, en uno de
esos caminos, hay indicios de vida extraterrestre. Una construcción de piedras,
en forma de iglú o de panal de abejas de más de dos metros y medio de altura,
parecía habitada.
Nos
encontramos con un cruce de carreteras asfaltadas donde cada cruce indica que
falta poco para llegar a los “Espigueiros do Soaje”, destino al que nos
dirigimos.
Una
gran jaula con pájaros exóticos llama la atención del grupo. Más adelante, unos
años se quejan en una cuadra: bee, bee, bee….. Se trata de corderitos, que
también se conocen como años, no que se quejen durante trescientos sesenta y
cinco días.
Cuando
llegamos al pueblo de “Cunhas”, justo en un camino llamado “Eira da Raposa”,
una congostreña se fija en un rosal, que curiosamente era de color rosa. Su
dueño nos observa desde el interior, así que le preguntan por el florido
arbusto. “a rosa é da Holanda, eu trouxe-ma, sim senhora” También llega un
agradable olor a comida y varias congostreñas discuten sobre el guiso, una que
caldo y otra que pollo, para salir de
dudas le preguntan al señor, y este les
dice que no es él, que es el vecino. Al pasar vemos que prepara la comida para los perros.
Llegamos
al “Miradouro de Cunhas”. Allí se decide sacar una foto de grupo. Un
congostreño contento como niño con zapatos nuevos, porque se había creado una
cuenta en Facebook, dice: “Quítame de perfil, que es para el “feisbu”. Una
congostreña reciente, con gran sentido del humor, le comenta: No te preocupes
que te paso yo una por WhatsApp. Es una figura muy chula que va moviendo los
bracitos así, explica imitando a un monito sobre una cuerda. El del perfil, no
ve cómo encaja en Facebook, pero como es nuevo en esa guerra, acepta el
ofrecimiento hasta encontrar una solución.
Unos
kilómetros más adelante, se crea otro malentendido con una valla y unas vacas.
No se sabe si salían o entraban.
Despues
de muchos prados, regatos y riachuelos, llegamos a divisar una figura en el
horizonte. Eran los hórreos llamados espigueiros de dónde habíamos partido.
Subimos a visitarlos y fotografiar la hazaña. Eran las siete y media cuando los
vimos. Minutos más tarde estábamos sequitos en el bar de “O Jovem” donde nos
sirvieron lo que tenían de existencias. Las tapas quedaron encargadas para la
próxima. Algunas se consolaron comprando pastelitos…
Todo
muy rico…
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Abur…
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