Congostra
en los Infiernos Pirinaicos, 26 de julio al 2 de agosto/2016
Llegamos
el martes al Gran Hotel de Jaca; dos vascos amantes de las alturas, nos
esperaban en el jardín de la piscina, tomando unas cañas. En ese hotel pasamos
la noche para dirigirnos al tormento.
Cenamos,
“shopping-amos” en el Barrabás y desayunamos como marajás en los
establecimientos del lugar. Planificamos, cargamos los trastos y salimos hacia
el destino.
Miércoles día 27, subida al Refugio
Ángel Orús.
Por la
mañana, no muy temprano, nos dirigimos a Benasque para completar los víveres.
La carretera transcurre por una garganta rocosa a orillas del río Eriste, entre
dos enormes muros. Eso mientras hay asfalto. Cuando se comienza a zigzaguear
para subir al aparcamiento Espigantosa, los coches se niegan a subir. Ni en
primera, con gas a fondo, se lograba avanzar normalmente.
Una
vez situados, tomamos los bártulos y subimos, subimos, subimos…y durante más de
dos horas y media seguimos subiendo más
de siete kilómetros con las mochilas cargadas. Hicimos unas cuantas paradas para
que descansasen las mochilas, para comer un poco y refrescarnos. Después de
muchas cataratas, caminos pedregosos y una borrachera de paisajes, avistamos el
refugio de Ángel Orús. Subiendo un poco más, llegamos. La gente gesticulaba,
pensamos que habría que guardar silencio, pero no era esa la clave, era que no
tenían aire suficiente para hablar.
El
refugio consta de dos edificios pegados, con tres plantas. Se sitúa en un lugar
privilegiado, con unas vistas espectaculares. Las habitaciones cuentan con una
tarima con una serie de colchones juntitos que facilitan las relaciones
personales.
“Tío, joder, deja de empujar, que
llevas toda la noche empujando. ¡Qué noche me estás dando, joder!”
El tío joder, contesta con dos
ronquidos…”jrom, jrom”.
Cuentan,
además con dos baños en la
habitación, que ya hace tiempo necesitan mejoras. ¡Ah! Si al abrir la puerta,
la encuentras un poco dura, no tires fuerte, puede venirte una señora
berreando, colgada del pestillo de la puerta, más preocupada del susto que de
su intimidad.
Las
cenas y desayunos son las típicas de montaña: una taza con agua caliente de
color blanco, un potaje y una carne hervida. Y de beber… agua.
A las
siete menos cuarto ya había movimiento en las literas del “Tio joder”, parecía
que habían tocado una alarma insonora que todos percibían. Se formaban colas
para tomar una bandeja y aprovisionarse de cosas que desayunar. No se sabe
cuándo será la próxima comida, un minúsculo bocata en el monte.
Jueves día- 28 subida al pico Posets. (3.371m.)
Abandonamos
el refugio sobre las ocho de la mañana. El sol ya calentaba de lo lindo.
Subimos y subimos. Con la excusa de hacer una foto, descansábamos un poco e
inmortalizábamos las mismas vistas desde metros más arriba. Es el paraíso de
cualquier cantero, de vocación, claro.
Llegadas
las diez de la mañana, tenemos que subir una lengua de nieve de un valle
sombrío. En la montaña los llaman neveros. Para ello, íbamos provistos de unos
artilugios tipo herradura con pinchos, que se conocen como crampones. Subimos
el primer nevero sin incidentes, salvo el que dos minúsculos perritos nos
adelantaron por la derecha sin avisar. Nos despojamos de los crampones y
subimos unos metros más. Volvimos a necesitar los artilugios. A partir del
segundo nevero, ya no volvimos a ver la nieve en el camino hasta la bajada.
Todo se volvió tierra y piedras.
Sobre
las doce del mediodía, hicimos cumbre. El miembro más veterano dice: ¿Qué, es
bonito eh? Seguro que por falta de oxigenación en el cerebro, me dije: sin duda
tengo que ir al oculista, yo no veo más que piedra en todo el camino, y
bonitas, bonitas no lo son. Cuando conseguí ponerme sobre las dos piernas y
respirar, comprendí a qué se refería: Estábamos en el segundo pico más alto de
los Pirineos: todo lo que se veía estaba por debajo. Los montes con manchas
blancas de nieve, los picos con orlas de niebla alrededor, los verdes valles,
las cascadas fruto del deshielo... Tuve que empaparme de toda la visión y sacar
fotos, aunque no hacen justicia a lo que se ve con los ojos. No creo que vuelva
a contemplar esto en la vida.
Se
reconoce la cumbre, por un pivote de cemento con unas banderitas de tela de
varios países. Además, a modo de refugio contra el viento, hay un medio iglú sin
techo, formado con piedras. Aunque era temprano y a algunos, ni agua les
quedaba, tomamos el bocata para reponer fuerzas para bajar. Tenían ventaja los
que supiesen patinar, mantendrían el equilibrio mientras resbalaban con las
botas por la arenisca o la nieve.
El menos
veterano del grupo, había comprado unos bastones para la ocasión, pero no tuvo
la precaución de ajustarlos y apretarlos, así que en una bajada por el primer
nevero, pierde el equilibrio al cargar su peso sobre un bastón, éste cede y lo
deja a merced de la cuesta, resbalando con sus posaderas y la mochila, como una
tortuga panza arriba. Para evitar chocar con los compañeros de delante, grita:
¡cuidado, que voy! Los compañeros miran hacia atrás, y hacen lo que cualquier
compañero haría: apartarse para no fastidiar la diversión. (Coño, que venía de verdad).
Si a
las doce comimos y la bajada se hace en la mitad de tiempo, llegamos muy
temprano al refugio. Nos tomamos la cañita, nos adecentamos y jugamos unas
partidas para matar el rato hasta la hora de la cena, que en unos casos era a
las siete y otras a las ocho. Luego camita y a madrugar otra vez.
Viernes día- 29 cambio de refugio.
Cambiamos
del refugio de Orús al de Estós. Esto nos permitió deshacernos de la materia
sobrante y reponer la necesaria. El camino es mucho más fácil que el anterior,
no por eso se hace corto. Salimos sobre las once y cuarto y cuatro horas más
tarde estábamos en la terraza del refugio saboreado una cerveza de lata. Aquí
no hay de barril.
Este
refugio es un poco más necesitado que el anterior. Su apariencia externa
convence, pero una vez dentro se notan las diferencias.
Cómo
llegamos sobrados, decidimos ir a visitar un hermoso lago a unos metros más
arriba. Ibón lo llaman. Salimos sobre las cinco y regresamos justito para la cena.
Nada, apenas tres horas, subiendo, subiendo, subiendo. Lo que tenía de hermoso,
era el color azul cobre del agua entre pedriscas, lo que los no entendidos
llamamos un charco grande.
La
cena consistió en lo mismo pero cambiando de refugio: pocillo de agua caliente
con sabor a algo, lentejas y filetes cocidos.
Después
de la cena, consideramos necesario una ducha para poder compartir habitación
sin que nos invitasen a abandonar la casa.
Las
duchas son un añadido, a una de las fachadas y de reducido tamaño, dos para
toda la tropa. El lugar de apoyo consiste en una hendidura en la pared, y como
perchero, dos soportes al lado de la puerta. Tampoco dispone de soporte para
sujetar la ducha. Supongo que está diseñado para estimular el ingenio de los
montañeros.
El
miembro menos experto del grupo, coloca la ropa limpia en el perchero, y la
toalla en el manubrio de la puerta. Cuando se encuentra indefenso bajo la ducha
que sujetaba con la mano derecha, un montañero intenta abrir sin saber que
estaba ocupado; la toalla del manubrio se desprende; por reflejo intenta
atraparla con la pierna izquierda; pierde el equilibrio y suelta la ducha para
recuperarlo; la ducha va a parar al suelo con el chorro hacia arriba regando
todo el compartimento; mientras recupera el equilibrio, pisa la ducha y da un
brinco, se mueve hacia atrás y vuelve a perder el equilibrio, se agarra por
instinto a la ropa seca, y… sale con cara de circunstancias con toda la ropa
mojada en las manos y la toalla como faldita sexy.
Por la
mañana temprano, cuando nos dirigimos al baño, encontramos un objeto que creía
desaparecido: una placa turca: consiste en un cuadrado al que le han insertado
un agujero y dos huellas de pies para localizar el tiro. Un fuerte olor sale de
algún sitio a pesar de la aparente limpieza. En la puerta hay un letrero que
dice que no se arrojen al agujero objetos ni papel higiénico. ¿Entonces que se
hace con él? Al levantar la tapa de la papelera…¡sorpresa! Mientras unos lavan
los dientes, otros a sus espaldas tamborilean alegremente en posición de
cuclillas.
Sábado día- 30 Perdiguero (3.221m.)
Sobre
las ocho, estábamos en la terraza preparando los bártulos. Menos mal que nos
colamos el sendero original, subimos por unas laderas verdes muy empinadas,
pero nada que ver con la original, por la que bajamos: zigzagueante y empinada.
En cuanto tocamos piedra, no volvimos a ver otra cosa. Piedras de distintos
tamaños conformaban las laderas, los montes y el camino. Este pico seguramente se
llamaría “Pedriguero” y alguien cambió la “R”. No se divisaba ninguna perdiz y
sí muchas piedras. Más que un pico de Pirineos, parecía un montículo de
residuos de una cantera.
Para
colmo, cuando llegamos a la cumbre, esperaba unas perdices asaditas con
guarnición y una jarra bien fresca de cerveza. Nada de nada. Piedras y más
piedras.
Había
un par de huecos hechos con piedras para resguardar del frío. Uno estaba
habitado por una pareja de escaladores que habían pasado la noche allí. Uno de
ellos se prestó para hacernos la foto de grupo.
Estábamos
de regreso en el refugio para pelearnos con las duchas, sobre las ocho de la
tarde, justito para cenar. A las duchas ya se iba con lo justo, para evitar
accidentes.
Domingo día 31, cambio de refugio.
Salimos
sobre las ocho; éramos los últimos del refugio. Unos volvieron por el mismo
camino que subimos, otros por el de los ibones.
Volvimos
a Benasque a callejear y tomar unas cañas con tapa en una cafetería que no se
daba mucha prisa. Estábamos haciendo tiempo para ir a casa de unos amigos del
más veterano. Nos habían invitado a comer unas ensaladas que nuestro cuerpo
necesitaba. Así son los vascos, amigos desprendidos.
La
subida al último refugio se hizo larga y bonita. Podría decirse que era el
camino de las cascadas. Como siempre, llegamos a la hora de cenar. Este refugio
ya es otra cosa: de cinco estrellas. Un único edificio en forma de casita de
dos pisos y gran capacidad. Se sitúa sobre la ladera de un lago-embalse. Las
habitaciones cuentan con literas, pero con un pasillo entre cada una, las taquillas
están en la habitación y los baños son contiguos, a los que se accede por un
pasillo desde la habitación. No hace falta tirar porque las puertas no se
atascan, y si tiras, no viene nadie detrás berreando.
La
cena tenía un mejor aspecto, y de beber… ¡no era posible! ¿Eso de la jarra es
vino? Sí claro responde el camarero. ¿y entra en el menú? Sí claro vuelve a
responder.
Lunes día 01, Picos del Infierno (3073
m.)
Comenzamos
el ascenso, sobre las ocho, como siempre. Rocas e ibones van quedando atrás.
Hubo que pasar un nevero, pero no hizo falta más que las botas. Ya en las
alturas el camino se pierde y hay que sortear rocas cortantes y “crestear” las
montañas decidiendo hacia dónde prefieres caer, derecha o izquierda. El viento te
ayudaba a decidir.
Como
el camino no está marcado, el cansancio te hace ver zonas más fáciles que
resultan no tener salida. Te ves colgado a una considerable altura sujeto a una
piedra que no sabes si va a ceder o si otro colega te va a enviar una desde
arriba como recuerdo. El consejo es la resignación. Si un camino no sale, se
retrocede y se busca otro. Coincidimos en la cumbre, con otros vascos y
bastantes catalanes. La gente sube, ve a su alrededor y vuelve a bajar. La meta
es llegar.
Que
poca visión de negocio hay en la zona. A poco que se adecente el Pico, se
montan unas tumbonas y unas sombrillas, se le pone un barril de cerveza a cada
vasco que suba y se forran. Allí no se para nadie, subirían, se tomarían la
caña fresquita y para abajo. Nada de tapas, para que no se amontonen.
Debo
decir que fue el último día cuando descubrí por qué era el refugio de cinco estrellas. La última
noche, dormía una niña pequeña en una litera, por lo que todos los mayores
tenían especial cuidado de no hacer ruido ni encender la luz. De repente, en
medio de la oscuridad se escucha un grito sordo: ¡Hostias! Un bulto que estaba
subiendo por la escalera de la litera, se encoge ronroneando rabioso sujetando
el dedo gordo del pie derecho. Lo elevaba hasta lo más cercano a la cara que
podía, como si quisiera chuparlo o verlo de cerca. Yo creo que vio más de cinco
estrellas. También es mala suerte, más de seis días subiendo y bajando cuestas,
tres picos de tres mil metros de altura y te vas a cargar el dedo gordo del pie
en la escalerilla de la litera.
Martes día 2. El regreso.
Pasamos
por Jaca para tomar algo fresco y despedirnos. Luego tomamos camino cada uno a
su nuevo destino. Por el camino, suenan los móviles a la llegada de infinitas
fotos de los distintos lugares.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Agur…
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