Sábado día 21, Carallo do vintenove (Santiago de Compostela)
Caminando bajo la lluvia
Llegamos
a la zona universitaria sur, sobre las diez, teníamos los aparcamientos
esperando, pero apoquinando. Cada uno aparcó dónde pudo y se dirigió al patio
de la catedral, pero resultó que el “Obradero” se había trasladado a los pies
del parque, lo llamaban “Mesón Cestaños”. ¡Dónde iba a parar, en este nuevo
Obradoiro, se está más calentito ¡y te ponen café!. Los que habían quedado en el
antiguo Obradoiro, tuvieron que acercarse al nuevo. Quedaba justo enfrente al
Parque de la Alameda.
Una
vez “arrejuntados” todos, nos piramos. Éramos esta vez, veinticinco o
veintiséis, según quien contase. Arrancamos bajo la lluvia, sobre las diez y
media. Nos adentramos en la Alameda y lo primero que nos encontramos fue una
vistosa escultura de dos insólitas mujeres de los años de la guerra civil. Se
trata de dos hermanas conocidas como Las Marías (Coralia y Maruxa), que se convirtieron
en personajes populares de la ciudad debido a que realizaban un paseo diario
por el casco viejo de la ciudad, durante los años cincuenta y sesenta, vestidas
y maquilladas de manera excéntrica, mientras flirteaban con los jóvenes
universitarios. Llamaba la atención su forma de vestir y que el paseo se realizaba,
todos los días, a las dos en punto.
Pronto
llegamos a la zona del río Sarela. Tomamos el sendero que lo recorría por la
margen izquierda y comenzamos la aventura. Apenas recorridos unos metros, nos
encontramos con una hilera de lavaderos individuales a la orilla del río.
Parece ser que forman parte del encanto del recorrido. Si se hacen las
gestiones oportunas, incluso ponen al paso de los caminantes, una adorable
ancianita de ochenta años, de rodillas, lavando, y además ilustra con la
historia de que le habían regalado una lavadora, pero ella sigue viniendo al
río.
Llegamos
a Lermo, caminamos un poco de asfalto y volvemos al sendero. Esta vez el
sendero está más cuidado. Lo tienen perfectamente empedrado y nos lleva hasta
el edificio rehabilitado de la Fábrica de Curtidos de Pontepedriña. El portal
estaba cerrado y tomamos el puente de madera que tenía al lado. A lo largo del
río podemos ver varios puentes creados con una sola piedra o a base de troncos.
Al paso de uno, al que le faltaban algunas tablas, se negocia la posibilidad de
tomarse el plátano, pues ya daban las doce y el cuerpo lo pedía. El cuerpo y
alguien que berreaba: ¿Cuándo comemos?
El
guía camela al grupo con la promesa que en media hora llegamos a un bar, lugar
seco dónde se puede comer incluso sentados. La media hora se estiró hasta los
tres cuartos, pero el bar apareció. Estaba en una localidad llamada O Bargo, y
el bar era O Xantar de Xoan. Había sitio para todos, unos en las sillas y
alguno en los taburetes de la barra. Como era el único lugar seco que íbamos a
pillar en el camino, a pesar de la hora temprana, nos zampamos los bocatas y
tomamos una birras. El camarero se sintió generoso y nos obsequió con unas “cocretas”,
concretamente un plato por cada mesa. Estaban recién hechas y quemaban.
Nos
tomamos casi una hora para comer. No apetecía salir a la lluvia pero como dicen
por ahí: “Un home é un home e un gato e un bicho”, así que nos encaramos con la
lluvia, la niebla y seguimos camino. Pasamos por un bosque de robles y eucaliptos
que nos lleva a una zona llamada A Fontecova, constituida por una única casa,
en la carretera que va de Vrins (está bien escrito) al Mirador de Monte Pedroso.
Esta
casita, tenía un lujoso porche donde guardaba los aperos, y también se
resguardaban dos perros, dos gansos y un pato. Los perros intentaban ladrar,
pero ni se les oía con el fuerte croar de los
gansos y el pato. Hacían tanto ruido, porque un congostreño se agachó a orillas
de su “minilago” para hacer una foto. Cuac, cuac, cuac. Que si entendiéseis el “patuence”,
sabríais que decían: ¡Eh! El lago ni tocarlo.
Con el
ruido, salió al portal, una señora de avanzada edad, que al confundirlos con
paparazzis, les pregunta: ¿Sodes da galega? No, no, solo estamos mirando el
lago y sus patitos, se disculpan los fotógrafos. No, estámosche vos, ¿non vedes
que son gansos ou qué? Aclara la señora.
Daban
las dos y media cuando llegamos al mirador. Allí había mucho que mirar: dos
torres de comunicaciones y un cruceiro. También se intuía la ciudad de Santiago
entre la niebla. Hacía un poco de viento y comenzaba a disiparla. El avispado
guía se dio cuenta de este hecho, y dirigiéndose a los más cercanos, comenta:
“parece que vai despejando un pelo”, mientras pasaba la mano por la cabeza.
Creo que se refería a la niebla, no obstante algunos con entradas capilares, se
echaron la mano a la cabeza instintivamente, mientras otros que ya se rapaban,
encogían los hombros.
Bajamos
la ladera y vamos viendo la cima de la Ciudad Santa. Tomamos por un sendero con
un letrero “Ruta Biosaudable”, pero el tal bio no pasó a saludar, sería por la
lluvia.
Llegamos
al parque do Sexto, dónde había un par de cuevas con rejas en la puerta. El
guía dice que eran refugios de los rojos comunistas, pero yo creo que tenían un
gran marrón.
También
había un precioso lago, esta vez sin gansos, hasta que llegamos nosotros. Allí
se hizo una foto del grupo con cara al sol, bueno a la lluvia, porque el sol
estaba tímido.
Bajamos
un poco hasta una fuente, dónde nos explicó el guía que la piedra que hacía de
mesa, era casual, que se había caído del muro y que no había quién la
devolviese a su sitio.
En
esta fuente había un letrero que comentaba la extensión del agua de la Selva
Negra, desde el Monte Pedroso al Monte de San Paio. Dos congostreños se
quedaron leyendo mientras una congostreña se quedaba rezagada viendo al suelo y
a los lectores de carteles. No avanzaba. Cuando éstos terminaron y se
incorporaron al camino, la congostreña vergonzosa exclama ¡Va, estabais leyendo
y yo esperando, creí que estabais haciendo pis!
Poco
más abajo, en un cruce de caminos, el guía nos reúne para comentar una
importante decisión: “este camiño vai para Salvatierra e este para Santiago,
vos decidides”, mientras señalaba con el dedo uno y otro. “eu vou para Santiago,
o que queira…” y comienza a andar. Todos le siguen.
Después
de un rato, nos encontramos al guía otra vez parado en un cruce y con cara de
preguntar. Un congostreño se le adelanta: “xa sei, por aquí para Sanvatierra e
por aquí para Santiago”, también señalando las dos opciones.
Al
verse desarmado, el guía comenta: “listo, en todos os grupos hai un listo, e
neste eres ti ¿non? Pois no, por aquí se queres mollar os pes, e por aquí si
queres levalos secos, e ademáis hay que pajar, eu poño a cesta”
Después
de las gracias, nos adentramos por la puerta de unas ruinas, con un contraste
de pinturas al fresco. Al fresco, porque había que serlo para pintar aquello:
una serie de cruces al revés que rodeaban la puerta, y en un lateral un cerdito
pintado de verde.
Llegamos
a un pueblecito que parecía una réplica de Ourense, tenía un pequeño río y un
montón de puentes que lo cruzaba. Pasamos por todos, de un lado al otro y del
otro al uno.
Sobre
las cuatro, volvemos a la parrilla de salida, tocamos piedra santa.
Atravesamos
la ciudad entre unos puestos tipo feria antigua, había más chinos en el
Obradoiro, que en la misma China. Como en Santiago tienen envidia de la Sagrada
Familia, también pusieron andamios alrededor de la catedral, que parece que
atrae más turistas.
Observamos
las estatuas de la iglesia de San Fructuoso, Quizás lo más llamativo sean las
grandes estatuas de las Cuatro Virtudes que tiene arriba en lo alto: la
Prudencia, la Justicia, la Templanza y la Fortaleza. Dado que una lleva una
espada, otra una copa, otra un espejo y la cuarta una palma, se le ha querido
ver popularmente una similitud con las cuatro sotas de la baraja española: la
de espadas, la de copas, la de oros y la de bastos.
Pero
aún queda llegar a la esquina que da nombre a la caminata: “O carallo 29”.
Allí, en el cruce de “Rua Travesa” y “Rua de San Bieito” Se encuentra un
cilindro de piedra con un capuchón. Se trata de un mojón o señal permanente que
se pone para fijar las lindes de fincas, al que alguien necesitado, le vio forma
de pene. Además está a continuación del número veintisiete de la Rúa Travesa,
que de continuar la calle le correspondería el veintinueve, justo en la
intersección de esta con la Rúa de San Bieito, una calle que da también a la
plaza de Cervantes, muy cerca del Colegio Mayor San Agustín.
Esta
frase tan popular entre nosotros, tiene su origen en los tiempos de la
Restauración Borbónica, hace referencia al artículo 29 de la ley electoral, que
proclamaba automáticamente como ganador de las elecciones a un candidato cuando
era el único que se presentaba por un distrito. Parece ser que en la época eran
habituales los fraudes y artimañas para impedir la presentación de candidaturas
rivales y aplicar el citado artículo. No
como ahora que son muy decentes. Esta es la razón por la que los gallegos,
sobre todo republicanos, que vivieron el caciquismo de la época, bautizaron el
artículo con la expresión o carallo vintenove, mostrando la desconfianza que
les producía el proceso electoral.
No se puede
pasar sin retratarse ante la efigie, como si se tratase de Santiago con su
“arma-dura”. Ellos orgullosos, ellas tocaban la piedra con falso pudor, debido
a las risitas del grupo.
Las
cañas fueron en el bar de tapas García, que estaba cerrando y nos hizo el favor
de esperarse y ganarse unas perras. Con las cañas pusieron unos mejillones que
casi llegaron para todos. Al final hubo un descuadre de cañas y alguien tuvo
que pagar dos de más.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Agur…
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