Sábado día 29-10-16, Esteiro (Muros)
Llegamos
a Esteiro un poco más tarde de lo proyectado, sobre las diez y veinte. Había
congostreños con los que no se contaba y otros que no habían podido acudir. Al
final, salimos y volvimos los mismos quince.
Al poco
de llegar, después de los saludos de rigor, nos ponemos en camino. No sé si era
casualidad, pero el día era aprovechado para limpiar los panteones de las
residencias de los antepasados, y por delante mismo comenzamos el camino a
“Pedra do Cadro Braña de Esteiro”, justo por dónde lo terminaríamos.
Nos
adentramos en un sendero de pino mediterráneo y algunos eucaliptos. La humedad
hacía que los bichos que la necesitan, como babosas y sus parientes, los
caracoles, saliesen a pasear y germinasen hongos por doquier.
El
monte sugestiona la mente de los caminantes y las conversaciones surgen de un
simple recuerdo. En este caso, y sin haber divisado ningún vacuno, se comenta
la gran variedad de vacas y sus cornamentas:
-
Algunas
vacas tienen unos cuernos duros y largos que dan miedo, dice una, si te los
clavan…
-
Qué
va, solo es cuestión de conducirlos bien por el agujero adecuado, le contesta
alguien bajito.
-
A
mí me dan más miedo los cuernos de los machos, que son imprevisibles. Replica
otra.
-
A
los machos sí que les jode cuando le ponen los cuernos, ¡buff!, se ponen como
toros, comenta el bajito.
El
sendero se ve truncado por una alambrada de una propiedad con un perro
vigilante. El guía conocía el camino y abrió la cancilla sin hacer caso del
vigilante. Pasamos todos y el último cerró. Seguimos subiendo haciendo algunas
paradas de reagrupamiento. No todos pueden subir a la misma velocidad. La
impresionante ría de Muros queda a nuestras espaldas. El camino era tan bonito
como monótono. Sendero y árboles salpicado de grandes rocas.
Nos
topamos con un paisaje granítico de configuraciones rocosas de diferentes
formas que ocupan la parte superior de este monte. En cierta medida, recuerda
al Monte Pindo. Si ves las rocas desdibujando la mirada, puedes utilizar la
imaginación para encontrar las figuras más diversas en estas rocas. Gigantes
cabezones, animales…, a las rocas me refiero, no a los caminantes, claro.
En el
camino, nos encontramos dos enormes rocas apoyadas que permiten la creación de
una cueva. Algunas congostreñas se adentran para fotografiarse.
Subiendo
un poco más, cuando eran las once y media, llegamos hasta A Pedra do Cadro. Tan
significativas son estas rocas, que incluso tienen nombre propio y sus propias
leyendas. A Pedra do Cadro no es la única, también destaca A Pedra da Pía, con
grabados rupestres, cazoletas y cruces, que se sospecha que puede tener su
origen en la Edad del Bronce.
Pero
no es sólo un lugar para las leyendas y el misterio. A Pedra do Cadro se sitúa
a 330m. de altura sobre el mar, y es un espléndido mirador hacia la Ría de
Muros y Noia. Divisamos los pueblos de Noia, Portosín y Porto do Son.
Para
subir a las piedras, los más agiles ayudan a los que no lo son. A estas alturas
tomamos el plátano. El sol calentaba y la carencia de niebla permitía
contemplar la ría. Se hacen fotos de postureo y paisaje.
En la
bajada se realizan recolecciones de setas (boletus, amanitas, Cantharellus,
“bostetus”). Algunos boletus de tamaño de un plato, se encontraban un solo
ejemplar en cada lugar, los cantharellus, aparecían por grupos, igualmente los “bostetus”,
que no tenían tanto éxito, por ser de origen animal.
¡Mira, un boletus! Dice alguien. ¡A
ver si está premiado! Le contesta algún gracioso.
¡Amanitas! Suena una voz. ¡Outra,
ostras, tanta manita vai ser contagioso! Contesta el gracioso.
Sobre
las doce y media, llegamos a un curioso lugar: es un refugio de los amigos de
los caballos, llamado “O Ranchito”. Es como una casita de verano con todas las
comodidades que puedas necesitar, incluyendo agua y víveres. Contaba con un
grifo de agua corriente y un armario de cocina con todas las necesidades en vajilla
y comestibles. En la parte más alta y visible, figura un rotulo que dice: “USA E NON ABUSES, RESPECTA E SERÁS
RESPECTADO”. Sí, a mí también me chocó un poco, pero está correctamente
escrito en gallego.
Llegamos
a Riomao sobre la una y cuarto. Se hace imprescindible visitar a la única
residente permanente de la zona. Vive en el número 5 del pueblo. Es una
encantadora ancianita que agradece la visita de la gente y si la dejan, se
explaya con todo tipo de anécdotas que cubrirían el resto del día. Unos metros
más arriba, en una ampulosa construcción que tuvo mejores tiempos, nos tomamos
el bocata.
En
este pueblo, casi fantasma, quedaban algunos árboles frutales sin nadie que les
atendiese como era debido. Algunos quitaron un poco de peso a unos manzanos.
Volvemos
al sendero hacia Pando, a través de un sendero que rodea campos de labradío y
se adentra en un bosque de pinos. En éste último, tomamos un cruce con dos
opciones: un sendero recién desbrozado que parecía la opción más segura o el
que bajaba pero lleno de maleza. Tomamos el limpito, pero resultó que le había
terminado la jornada al desbrozador y lo había dejado en medio de la nada.
Retrocedimos y continuamos por el otro.
El
camino del jabalí se parecía a la opción tomada, pero la experiencia y la
orientación nos llevaron al destino. Tuvimos que pasar por un río a pequeña
escala, que creo que llaman rego da Rateira.
Llegamos
a Pando, allí nos recibieron una serie de perros ladradores que no hacían más
que discutir con nosotros. Guardaban los hórreos cargados de grano que había en
el pueblo. Nos paramos en un muro de piedra para beber, apretar los cordones o
quitar la camiseta. Este momento fue aprovechado por el guía para amedrentar al
grupo: “por aquél cortalumes temos que subir”, decía. Quedaba en el quinto pino
pelado, pero tragamos.
Desconozco
el nombre del río, pero lo que sí sé, es
que dos congostreños calurosos se tomaron un baño, mientras otros se
columpiaban a la sombra de los árboles.
Al
terminar el baño, el resto del grupo estaba a la otra orilla, así que un
congostreño valiente fue a la otra orilla para mostrarles cómo se podría
cruzar. Se sube a tres palos delgados que cruzaban el río a modo de puente, y
con un poco de equilibrio lo consiguió. Al llegar al final, le recuerdan: ¿y el
móvil? “Coño vou búscalo” dice, y vuelve a cruzar para recogerlo. El otro
bañista hace cabriolas en el improvisado puente, pero las ovaciones del grupo
le hacen perder el equilibrio, y salta al agua para remojar las piernas y luego
cruzar.
Volvemos
al punto de salida en el panteón y de allí a los coches. Las cañas se toman en
la cervecería Acropolis en la Av. San Campio de Serra de Outes. A unos cuantos
kilómetros del punto de remate.
Después
de un rato, el joven camarero nos obsequia con unas tapas de fritanga
congelada, lonchas de chorizo y un buen queso. Pasado un rato, cuando ya no hay
nada que masticar, un generoso congostreño saca frutos secos y reparte. El
camarero se pica y repite las tapas cuando ya no hay cerveza.
Desde
aquí… cada mochuelo a su olivo.
¡Hasta
la próxima! Agur…
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