Circular Morrazo III (Moaña) – 04/02/2017
Llegamos al Mirador de Chans,
lugar de reunión; allí estuvimos haciendo tiempo por una tardona que al final
apareció en Chans de Cela, justo dónde estaba el punto de salida. Es lo que tiene el GPS, te lleva a un punto,
pero para dos, hay que hablar su idioma.
Había alerta amarilla, por eso,
cuando apareció la de amarillo, todos mirando de reojo para intuir porque
alertaban sobre ella. Al final parecía normal, resultó que la alerta había
cambiado y ahora era naranja. Respiramos profundamente con alivio.
Salimos sobre las diez y media,
catorce pirados bajo la lluvia. Dejamos a la derecha, el campo de entrenamiento
de todas las categorías del “Cela”. Está situado al lado de un merendero vallado
con entrada anti vacas, lo cruzamos, algunas vacas pasaron, las sagradas.
A la salida, había un rótulo con
aspecto rudimentario, pero estaba muy trabajado, donde ponía “Roteiro Chans” y
un gráfico de un recorrido en amarillo. Se destacaban en blanco, un túmulo una
capilla y una mámoa. Alguien le añadió posteriormente un letrero con una tabla
clavada donde ponía: “Tumba do portugués”.
A partir de aquí, comienza la
selva. ¡Qué desastre!, todo desordenado, palos tirados por el suelo, caminos
encharcados. ¡Como para llevar visitas!
El guía se paró al lado de una
piedra con una pequeña cruz blanca tallada y una maceta con una pequeña planta
de aloe vera delante. “Esta é a Tumba do Portugués”, dijo. Todos quedaron
viendo el improvisado sepulcro. Supuse que sabrían que era portugués, por el
feo tiesto en forma de orinal, o quizás por la planta de aloe vera, con
propiedades limpiadora facial y exfoliante que ya llegaba un poco tarde.
Caminamos unos pocos metros más y
nos volvimos a parar; el guía decide esperar a que se reúnan todos. Había unas
piedras amontonadas que requerían la atención del grupo: “Este é o Dolmen de
Cela” probablemente da época megalítica. El término procede de las palabras
griegas mega, grande y lithos, piedra. ¿Cantos
megas ten? pregunta un anacrónico congostreño. “Conta as pedras”, le contesta el guía. “Jo, cinco megas, ten máis co meu móvil”, dice bajito el
anacrónico.
Otro congostreño comenta que este
tipo de construcciones se suelen orientar al este. El entendido guía, hace uso
de su experiencia de marinero y concluye que no debe ser el caso, pues la
puerta no tenía esa dirección.
Aunque no es relevante, os diré
que en la puerta tenía plantado un pino, de los de verdad, no de los que sale
humo al plantarlo en días de frío.
La mayoría de los dólmenes se
encuentran orientados con su corredor dirigido hacia la salida del sol en el
solsticio de verano. Los ciclos astronómicos eran importantísimos en las
comunidades de la Antigüedad ya que marcaban los ritmos de la vida: las
cosechas, las estaciones o los rituales de la muerte. En algunos casos, esta
orientación es totalmente anómala en este contexto cultural, se debe a alguna
causa puntual, como orientarla hacia una montaña sagrada, planicies de caza, alguna
estrella, etc.
La próxima construcción
megalítica, tenía muchos más megas, se trata de una iglesia que tanto podría
estar en proceso de ser desmontada para su traslado, o sin terminar de montar.
Sus muros levantaban poco más de un metro. Esto no era obstáculo para que las
fieles ofrendasen flores frescas en la parte del altar. Creo que era la Ermita
de San Lorenzo, del siglo XVII.
“Esta capilla, foi un convento”, dijo alguien. “Sería onte pola noite, hoxe con vento no, con chuvia”. ¡ala, xa
apareseu o jrasioso!
El siguiente megalito, era una
fuente que vertía sus aguas en una presa con matrícula. En el frontal figuraban
los números 36026-002. Esta presa fue una premonición.
No había un camino decente por
donde pasar. Con la alerta “naranja” o “amarilla”, no recuerdo, los duendes del
bosque se dedicaron a obstaculizar nuestro paso. Lo hicieron aposta: llenaron
de ramas los caminos, encharcaron algunos pasos, e incluso cruzaron árboles.
Sobre las once y cuarto, paramos
en un cruce, creímos que para tomar el plátano, pero no, era para consultar un
GPS vintage, (con valor añadido por su
utilidad y antigüedad) tenía forma de hoja cuadriculada con notas
manuscritas. Una vez reubicados, seguimos cantando bajo la lluvia, digo,
caminando.
Legados al paraíso de los
eucaliptos, el sendero era ancho, pero tenía zonas inundadas de extremo a
extremo. La mayoría le mostraban cariño a las “silvas” y tojos arrimándose más
de lo que les gustaría para evitar mojar las botas, algún loco tiraba recto
haciendo olas. Resultaba curioso como alguno se cubría con paraguas y metía los
pies en el agua hasta los tobillos.
Cruzamos un bosque de robles
vestidos de verde musgo y alfombrado con hojas secas empapadas y con un montón
de ramitas, ¡malditos duendes del bosque! Pasaban de las once y media, cuando llegamos
al mirador de Chans de Cela, con una altitud de 353 metros, utilizado para
mirar y de pista de despegue de parapente. Desde aquí se podrían ver las playas
de Bueu, con nombre de súper héroe: Lapamán, Agrelo Portomayor… también
veríamos las bateas de la Ría de Pontevedra y a lo lejos, Portonovo y Sanxenxo,
nos comenta el guía, pero como había niebla… lo intuimos y nos lo creímos.
Bajamos por la pista de despegue
de parapente haciéndonos la idea de cómo salían los kamikazes desde allí. En el
camino de salida, al final, había un árbol de considerables dimensiones tirado
atravesando el camino, ¡condenados duendes! Lo saltamos sin problemas y continuamos. El
encargado del abastecimiento hidrográfico estaba viendo el futbol o era un
atolondrado, nos enviaba la lluvia sin medida, tanto descargaba un chaparrón
que no dejaba visibilidad como goteaba jodonamente o paraba unos instantes. Los
paraguas eran de todas las medidas y estilos, llamaba la atención uno que
parecía robusto y se quedó como un sombrero con dos alas aplastadas. Conseguimos
llegar a un punto que llamaban el mirador del castillo. Se identificaba por un
palo alto y delgado con una banderita el extremo. Parecía un punto estratégico para dominar
todo el litoral, pero eso sería si no hubiese niebla.
Bajamos nuevamente por terreno
pelado de árboles. Otro árbol cruzaba el camino, este incluso tenía arrancadas las
raíces. Querían intimidar. Intimidar no, pero trastornó el raciocinio de
algunos. Llegamos a un camino más parecido a un río que a un camino, el guía
busca alternativas, otros congostreños buscan por su cuenta, al final consiguen
subir el monte y trazar un sendero alternativo sin encharcar las botas.
Los que se habían quedado a la
espera de resolución, quedaban atónitos al ver un congostreño de dudosa
cordura, como caminaba, sin paraguas y las botas inundadas hasta la rodillas.
Otro contagiado por el virus de poca cordura, lo sigue, pero éste con más
precaución, tenía paraguas.
Al encontrarse los cuerdos con
los otros, comentaban las razones de su decisión, estaban en posesión de unas
zapatillas mágicas, su especial tejido transmitía el líquido en una sola
dirección, de dentro hacia afuera, con lo que conseguían tener los pies secos
en cualquier situación, por difícil que fuese. Creo que lo que pasaba es que
eran unas zapatillas de color azul
fosforito, tan feas que repelían todo, incluso el agual.
El menos cuerdo, sin paraguas,
volvió a meterse en un pequeño río y esperó allí observado por todos con cara
de incredulidad, pero él con cara alegre hasta que se le sacase una foto para
demostrar su hazaña.
Volvemos a la cordura subiendo
entre las hojas hasta una zona de fincas de cultivo tapiadas por cancillas
hechas con somieres reciclados. Un pueblo estaba cerca, la lluvia no paraba,
era la una y media y no parecía que encontrásemos un lugar seco para poder
tomar el bocata. Se discuten las posibilidades y se concluye ir hasta el pueblo
en busca de algún alpendre donde comer.
Antes de entrar en el pueblo de
Pastoriza, había una endeble construcción de paredes plásticas y madera, sus
inquilinos eran tres caballos que asomaban por una ventana creada al efecto. El
pueblo estaba casi desértico, solo una señora curiosa y muda asomaba por una
ventana con rejas. Se despliega el grupo explorador, uno habla con un vecino,
que después de concretar, nos acompaña a algún lugar que no conocemos. Toma su
paraguas y se hace seguir, andamos, andamos y andamos, comenzamos a pensar en
alto de si nos quería llevar a las afueras del pueblo por algún tipo de
política de expulsar a la gente que afea sus calles, pero no, después de algún
tiempo, parecía que llegamos al destino.
Esperábamos un cobertizo para
guardar paja, leña o los aperos, pero no fue así, la edificación en muy buen
estado, la pared del fondo era de madera y tenía un banco adherido, las paredes
laterales eran de cristal que daba sensación de amplitud y facilitaba la
visibilidad de toda la calle. El techo, impecable de tejas curvas. Una silla
era el único mobiliario. Un inconveniente era el tamaño. Dimos las gracias al
amable vecino y lo despedimos. Se comenta que hay pocos vecinos tan amables que
ceden de forma tan altruista, a catorce caminantes, la marquesina del autobús del pueblo.
Comer el bocadillo se volvió un
juego de tetrix, si lo tenías con los brazos estirados abajo, para llevarlo a
la boca, tenías que girarte hasta encontrar un hueco entre otros dos y
levantarlo. Los del fondo lo tenían más difícil, los de la zona de entrada
tenían que comer hacia adentro para no mojar las galletas. También había unos
privilegiados, uno sentado en un extremo del banco y otra en la única silla que
había.
Retrocedemos el camino y volvimos
a cruzar Pastoriza, hacia el monte de arriba por unos caminos llenos de agua,
hay verdaderos lagos a lo largo del camino que agudizan el ingenio para no
pasar la línea de flotación. Solo dos parecían inmutables al agua tirando
constantemente en línea recta. Incluso se oía el viento como movía las copas de
los árboles con sonidos propios de una película de terror.
Los desperfectos habían cambiado
el norte, por lo que el “vintage” no giraba correctamente. Dos congostreños
deciden tirar por un atajo, el resto continúa fiel al guía, que nos lleva sin
percances hasta la zona donde estaban los coches.
Las cañas se tomaron en la
“Taberna A de Lino”, un lugar entrañable que han conseguido rehabilitando una
cuadra de los bueyes y el carro, para construir un lugar acogedor y enxebre de
buen trato.
Volvimos a esperar a la tardona,
que nuevamente se hace esperar. Le rechifla hacerse esperar y hacer una entrada
triunfal…
Después de los abrazos, besos y
despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su
olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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