Circular Río Ulla (Coruña) – 25/02/2017
Llegamos con muy poco margen
sobre el horario. Ya estaban esperando en el arcén con los trastos en las
manos. Se acopló la gente en los menos coches posibles y piramos para
Rivadulla, a ver las flores del Pazo. ” Pazamos” para adentro y apoquinamos la contribución
a la manutención del recinto. La guía era una congostreña renegada, que
realizaba sus labores con gran profesionalidad. Nos presentó cada árbol,
arbusto o matorral, con su nombre de pila, como si fuesen de la familia. Había
árboles centenarios que cuidaban de los recién plantados.
El trazado perpendicular,
formando verdaderos túneles de olivos, separa las distintas parcelas y
facilitar los accesos a los cultivos. El cultivo de los olivos se utilizó para
producir aceite hasta no hace muchos años.
Este jardín es de extraordinaria
diversidad y riqueza en flora ornamental así como por su valor botánico y
paisajístico. Desde el punto de vista botánico, lo más importante de la
propiedad es el conjunto de árboles monumentales que reúne, entre los que creo
recordar: los paseos de camelias, olivos, gigantescas magnolias, el helecho
australiano, la criptomeria, los tulipaneros de Virginia, el ombú, el roble
piramidal, las palmeras Washingtonia, y un naranjo.
Había también una catarata en
escalera, que funcionaba como ornamento y regadío. En sus orillas se decide
sacar una foto de grupo, para lo que se posó varios minutos, ya el que el
trípode de la cámara no se acostumbraba a tanta belleza.
Los visitantes no se querían perder
tanto esplendor de flores, por lo que cada flor se veía acosada por varios
móviles y cámaras.
Había un móvil volador, pegado a
un palo, que si te veía indeciso con la cámara, te salía de detrás de la oreja,
como si fuese un zángano volador, dándote un susto. Todo por acercarse hasta
contemplar la porosidad de los pétalos. Al otro extremo del palo, estaba un
nuevo congostreño con cara de fotografiarlo todo. “Como son gratis…”, decía.
Al acercarse a un árbol cargado
con flores, dos congostreñas gritaban: ¡mira, un magnolio!, no mujer, Manolo
viene atrás. Mag-no-lio, repite la primera. Otro congostreño que pasaba, en
aras de la concordia, dice: la diferencia está, que de la magnolia salen
capullos que se convierten en flor, y Manolo ya es un capullo.
Cuando llegamos al túnel de
olivos, los cámaras se prodigaron más que en un pase de modelos. Menos mal que
había un romano grandullón que daba la vez, sino aquello sería un cristo.
Casi al final del recorrido nos
encontramos con un árbol milenario que no era un árbol, pero sí milenario. Se
trata del presidente de Argentina, creo haber entendido a la guía. Se llama
Phytolacca dioica. Phytolacca dioica, el ombú o bellasombra, es una especie de
una planta arborescente perteneciente a la familia Phytolaccaceae, (que debe ser como se pronuncia argentino en
latín). Es oriundo de los montes del nordeste argentino, Uruguay y Sur de
Brasil, también se da en Paraguay. A pesar de su gran tamaño, la consistencia
de su madera es muy ligera, casi herbácea, por eso hay quien lo ve más que como
un árbol que como una hierba gigante. Lo
que aquí probablemente se le llamaría: “Unha
herba grande de carallo”
Los religiosos y los curiosos,
visitaron la capilla por dentro, incluso los más fieles se limpiaron las botas
antes de entrar.
Como grandes artistas, hicimos la
salida triunfal por el túnel de olivos, pasando por el cultivo de camelias,
para continuar con la caminata. Nos despedimos de la guía al grito de “Viva la
guía”, pero que no viva tan lejos.
Cruzamos la localidad de Outeiro,
para llegar a las orillas del Ulla. Continuamos por sus orillas guiados por un
pirata ruidoso, hasta la altura de un puente del AVE. Allí, nos tenía esperando
una cuestecita técnica. A los pringaos que no lo conocen, debería decirles, que
cuando el pirata dice cuestecita técnica, debería leerse “una cuesta de cojones.” Corta, eso sí, pero muy bien aprovechada.
Continuamos por la ruta de San
Xoán da Cova, en dirección al mirador de Gundián. Tenía más asfalto de lo
deseable, pero llegamos bien. En este mirador, nos tomamos el plátano y
contemplamos los puentes, viejo y nuevo. Pasaba de la una de la tarde, cuando
pasamos por el puente viejo, que soporta las vías del ferrocarril, dejando que
se las trague un gran túnel al otro lado.
Ante el anuncio de “una pequeñita bajada técnica”, algunos
se hicieron el loco y continuaron por la carretera y salieron unos metros más
lejos. Tuvimos que esperar por los arriesgados…
Llegamos a Ponte Ulla, lo
cruzamos, y, en el recinto de festejos, tomamos una subida hasta cerca de
Retorta, por si torta no fuese bastante. Aquí, enlazamos con la nacional 523 y
circulamos por el arcén unos kilómetros hasta Pumariño. Una vez dejamos el
asfalto, en una finca con desnivel de pequeños arboles deshojados, nos tumbamos
al sol a jalar el bocata. Ya eran las dos y media.
La previsión del pirata, era
apretar el paso en una pista ancha de fácil caminar, pero resultó que tenía un
falso llano que costó más de lo previsto. Nos esperaba el Pico Sacro. ¡Pues que
espere, que ya llegaremos!
A tan solo 12 km de Santiago, en
el municipio de Boqueixón, dominando el Valle del Ulla y con una altura de 530
metros, desde la que se puede observar una panorámica de los alrededores de
Compostela, está el legendario Pico Sacro. Primer punto desde el cual los
Peregrinos que eligen la Vía de la Plata, pueden divisar Compostela y las
Torres de la Catedral.
Según la leyenda de la Reina Lupa
recogida en el Códice Calixtino, que narra la llegada del cuerpo del Apóstol
Santiago a Galicia, se cataloga al Pico Sacro como la primera tumba del
Apóstol.
Con la lengua en la boca,
conseguimos llegar todos a la cima. Han puesto una escalinata de madera que
facilita el ascenso. Una vez arriba, se contemplan las vistas y el aire
cojonero que circula. (Alguna aprovecha para comer algo más). Mientras no
llegaban todos, el pirata estaba manteniendo una conversación en inglés nivel
usuario y preguntó al aire: ¿encendido es on, o es off? Alguien con nivel le
contesta: On-cendido. Una vez reunidos, tomamos una foto de grupo y piramos con
la promesa incumplida de que ahora era solo bajar.
Llegamos a una capillita en Vedra
y descansamos un ratito. Luego caminamos hasta encontrar un cercado con dos
orgullosas yeguas con gran porte y estilo. Al percatarse que las fotografiaban,
se quedaban quietecitas con postureo, moviendo la cabeza con la melena al
viento.
Volvemos al sendero, por la ruta
de los molinos hasta el área de interpretación. Allí ya costaba mover a la
masa. Los culos pedían asiento con desesperación. Cuando conseguimos
despegarlos del suelo, continuamos hasta San Mamede y a la entrada del
monasterio donde esperaban nuestros coches.
De regreso a O Ferrancho, nos
tenían una sorpresa, tantos callos en una perola, como fuésemos capaces de
comer, para acompañar a las cervezas. Luego las duchas y ponerse bonitos para
la cena.
En las duchas algún señorito se
quejaba de que el agua estaba fría, ¡que senderista tiquismiquis! Que los
callos estuviesen fríos si sería una faena, pero la ducha… Creo que se debía a
una cuestión de direccionalidad, una palanca había que cruzarla y otra que
levantarla o algo así y estaban al revés. O quizás la caldera estaría
off-pagada. Menos más que alquilen que había visto el capítulo de barrio sésamo
y tenía claro lo que era arriba y abajo y pudo solucionarlo, para que los que
quedaban pudiesen ducharse también en agua fría.
Acudieron a la cena, unos
veintitrés comensales, entre los que podían destacar: Una pareja de vaqueros, dos
fresones, una bailarina mejicana, un tal Iván, como terrorista árabe, otro
árabe mercader, dos cortesanas árabes, un arlequín elegante, una pareja del
siglo XVII muy elegantes, él con peluca negra hasta los hombros y ella con
vestido de época, una bruja, otra bruja que se hacía pasar por un hada, una
monja con problemas de vocación, una loca de pelos desorbitados con triple
personalidad: enfermera, peluquera o panadera, o cualquier cosa que termine por
–era, un payasito de desigual, una sevillana con el vestido lleno de lunares,
una cosa con problemas de género que se escondía bajo una peluca rojiza, un oso
panda, un fraile y un tío con un bastón peludo.
Después de la cena, se celebra un
baile exposición para determinar los ganadores de los premios.
En un principio la mesa del
jurado estaría compuesta por miembros de la cena, pero por temor a la acusación
de tongo, se negocia con los comensales de la mesa más predispuesta llegando al
veredicto de:
-
Premio al más original: se lo lleva el talibán,
consiste en una botella de Chivas 12, para que olvide el explosivo, pero como su religión se lo prohibe devuelve a la organización.
-
Premio al más vistoso: otorgado a una sevillana
con vestido negro y lunares blancos, y un recogido decorado con flores.
Consiste en dos manojos de grelos y lacón al vacío.
-
Premio al más elaborado: Se lo llevó un payasito
con un traje de desigual en tonos verdes. Consiste en un lacón casi de su
tamaño.
Terminada la entrega, se mezclan
participantes y jurado en el baile final.
Después de los abrazos, besos y
despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su
olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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