Río Maneses – Carballeira de San
Xusto (Pontevedra) 01/04/2017
Llegamos al punto de encuentro
puntualmente a las diez. (Leer bajito:
todos menos la tardona que cada vez trae
una excusa nueva y llegó a las diez y dos minutos). Salimos, cruzando “a
carballeira da Capela de San Xusto”. Primera mentira, salir salimos, eso es
verdad, pero de “xusto”, nada, nos prometieron lluvia hasta el mediodía y
cargamos con el paraguas, pero la lluvia no apareció. Todo lo más, hierba
mojada y un poco de llovizna, orvallo, sirimiri o la mejor: calabobos, que es
como quedamos todos, “calabobados”.
Bajamos por la pista asfaltada y
tomamos la senda del Río Lérez. A las orillas del río había unas instalaciones
de un balneario, creo. La zona del parque de recreo tenía una construcción
reciente que daba pena, no te lo perdonamos Manuela Carmena !! Se trata de unos baños públicos con mesitas de merienda
en el patio y dos bañeras de cemento imitando piedra o cerámica. Si analizas
bien, podrías pensar que rinden culto a la digestión y sus procesos; ya que
cuenta con cinco dispensarios con placas turcas oxidadas y adornadas con
telarañas; para utilizarlas debes manejar bien el equilibrio y los
malabarismos. El equilibrio se desarrolla sobre dos pisadas del número cuarenta
y uno. Para ello, se ocupan las dos manos manteniendo la ropa a una altura
superior al suelo mientras te sitúas en cuclillas. Debes guardar silencio si
ayudas la sujeción con la boca. Algún parlanchín se dio cuenta tarde y...
Lo que ya no estaba es el
supuesto balneario, ya que lo único que encontramos es el esqueleto de piedras
colonizadas de vegetación. Desde aquí comenzamos una subida por un estrecho
sendero en fila india. Este sendero nos comunica con otro, más ancho pero de
las mismas características: muros de piedras recubiertas de musgo y repletos de
hojas secas que almohadillan el paso. La verde vegetación es una constante en
todo el camino gracias al ambiente húmedo que proporcionan los riachuelos.
Bajamos casi una hora, cuando nos
topamos con un puente romano que atravesaba el Río Lérez, pero no lo cruzamos,
desde el otro extremo sería desde dónde volveríamos de regreso. Seguimos
bajando por el margen izquierdo hasta Cotobade. Cruzamos un puente que sostiene
la carretera y cambiamos de margen del río.
En el primer contacto con campos
de cultivo, nos encontramos una solitaria vaca desayunando. Tenía buena estampa,
más grande y nutridas que las portuguesas pero con menos cuernos. A pesar de lo
ruidosos que somos, no despertamos su interés.
El camino comienza a enfangarse,
que consigue mayor concentración sobre dónde pisar y menos en hablar. Subimos
hasta la carretera de Cutian. Durante la subida, una congostreña, sufrió un
ataque de fe y se arrodilló de repente llamando la atención de los presentes.
Parece que se le apareció la Virgen, o eso creí oír en forma de grito (no sé si
era ¡Ay, La Virgen! O ¡Ahí, La Virgen! Acudieron numerosas compañeras para
constatar la aparición y ayudar en el trance.
En la carretera, esperamos a
reunirnos todos: los creyentes y los ateos; y continuamos otra vez monte arriba. Desde
lejos, a lo lejos se divisaba un prado, alguien dijo: mira, un caballo y ¿un
potrillo?,¿un perro?. No, no, es Superman, dijo alguien con peor vista. Ninguno
acertaba, era una familia monoparental que estaba constituida por una yegua y
un cabritillo. ¡El mundo, que está cambiando!
Seguimos alternando caminos entre
terrenos de cultivo y monte sin limpiar. No pocas dificultades tuvimos que
pasar para sortear troncos, ramas y barro que parecía puesto a propósito para
no dejar pasar. No conocen la tenacidad de los contostreños, sí, sí, también
las congostreñas, para que no se enfade Sanchez.
Llegamos a un sendero caballar y
lo seguimos a orillas del río hasta una carretera que lo atravesaba en los
límites de Cotobade con Campo Lameiro. Llevaba berreando media hora un famélico
que quería comer, cuando acampamos en la playa fluvial que ofrece el Lérez.
Está playa, está dotada de
mesitas de piedra con sus bancos y un bar en las alturas que permanecía
cerrado. Dos acalorados, en menos que canta un gallo, se tiran al agua y hacen
un exhibido largo cruzando el río (kikirikí, uno bañado, kikirikí, el otro
también). Los demás, más cuerdos, se toman el bocata descansados.
Desde este merendero, comenzamos
la ruta del Río Meneses. Salimos por un puente de madera húmeda que tenía su
intríngulis el cruzarlo. La congostreña cuya visión de la Virgen no le fue
productiva, decidió que ya que arrodillarse no le reconfortó, realizaría la
petición, de culo y a ello se puso: alza los brazos al cielo, emite un sonido
de trance y se sienta repentinamente en la rampa del puente. Levantó la misma
expectación entre los asistentes pero no oí si se le apareció alguien,
seguramente a juzgar por el braceo. No sé si quería transmitir algo o si quería
espantar la aparición. Prometió un tercer intento, así que supongo que tampoco
hubo fruto a sus oraciones.
Salimos del molino de Constantino
del Río Meneses y seguimos la orilla. Este tramo está mejor documentado y
señalizado. Hay a lo largo del camino unos letreros plastificados con los
nombres de la vegetación más destacable. El Meneses no tiene nada que envidiar
al Lérez, salvo el caudal.
Durante el recorrido, encontramos
a dos vacas, apáticas, como arrepentidas de ser vacas. Como hechas a toda
prisa. Una tenía incluso los cuernos al revés apuntando a un ojo, lo tenía
cortado para que no le hiciese daño.
Nos reagrupamos en un camino
asfaltado y de ahí bajamos una pequeña cuesta. Un congostreño de fe dudosa,
animaba a la solicitante de milagros a que lo intentase una tercera vez, pero
ésta no tenía el cuerpo para milagros.
Nos encontramos a una pareja
multirracial de vacas de cuernos cortos. Una negra y otra castaña. La castaña
era del campesino y la negra… también. Parecían llevarse mal y estaba cada una
en un extremo del campo.
La atención a las vacas y las
ramas y troncos del camino hacen retrasar a algunos del grupo que tienen que
acelerar el paso. En uno de estos pasos conflictivos, una congostreña con poco
equilibrio, decide sentarse a pesar de la humedad, y así pasar más segura. Un
congostreño le advierte: “vas a manchar el culo” ¡Qué le den! Responde airada,
como si no fuese suyo.
En un cruce en pleno monte,
entran las dudas de la dirección. No había visibilidad y no se apreciaban
ruidos. En busca de indicios de paso, encontramos en el suelo, un sello en
forma de lacre con una pisada sobre una pasta verduzca aún humeante que nos indica
la dirección. ¡Mucha mierda! Será por eso que lo dicen, así no se pierden.
Un camino acotado con muros de
piedras repletas de musgo, nos lleva a las puertas del Parque Arqueológico de
Arte Rupestre de Campo Lameiro. Avistamos las instalaciones poco antes de las
dos de la tarde. La cita era para las dos y media.
Utilizamos las instalaciones de
la cantina rupestre: Tuvimos mala suerte, estaban fuera de temporada y no
pudimos probar los platos típicos, que seguro que serían costillas de mamut a
las brasas, entrecot de brontosaurio o quizás ciervo con castañas sobre
petroglifos, pero tuvimos que conformarnos con las mesas y la máquina de
refrescos a base de monedas. Cómodos y calentitos se nos pasó la media hora en
apenas treinta minutos.
Mientras no era hora de la salida
guiada, nos recorrimos el centro, interpretando cada uno lo que veía. Lo más
destacado era un habitáculo con unos seres en movimiento vistos a través de una
cristalera. El centro estaba poco iluminado y sonaba una música ambiental que
sugestionaba a sentirse como en la época. Una congostreña llama la atención a
un compañero diciendo que hay un ser que se parece mucho. Al fijarse con más
detalle, uno exclama: ¡coño, si es un espejo!
A las tres en punto salimos en
grupo con guía para visitar el parque. Lo primero que probamos como niños
revoltosos, fue un laberinto de planchas de hierro en forma de espiral. Era más
difícil salir que entrar.
La segunda figura era un
petroglifo trampa, lo habían construido unos empleados para comprobar la
técnica. Luego pasamos a un recinto llamado Outeiro das Ventanillas. Se llama
así porque los más claro de aquellas rayas
que hicieron unas gallinas escarbando para localizar grano, se
encontraban dos perfectas ventanitas. El siguiente es Laxe dos Carballos, esta
piedrecita la encontraron unos vecinos que intentaban arreglar el camino. Lo
más destacable era un gran ciervo que podría ser de ese tamaño por tres
motivos: por cercanía con respecto al artista, por importancia de la caza, o
quizás por se le acabó la tinta para pintar al cazador. El siguiente es el
Outeiro dos Cogoludos. Consistía en un montón de laberintos circulares y
animalitos que corren hacia un lago. Está situado como viñetas de un tebeo y
hay que interpretar cada viñeta. A lo lejos había otro dibujito que parece ser
que eran unos cazadores esperando la llegada de los ciervos. Si se trata de
interpretar, también podrían ser unas cocinas con vitrocerámicas y unos niños
jugando en el parque.
Lo más vistoso era el poblado de
casetas con techo de paja. No las había en ese lugar, pero lo acondicionaron
para ambientar el lugar. A las puertas de la caseta más grande del poblado, nos
hicimos las fotos de grupo como auténticos cuaternarios.
Salimos al mundo real por o Laxe
dos Cabalos. Hasta las cercanías de Lamosa y volvimos a las orillas del río. En
un momento dado, el guía se queda reparando los bajos. El grupo va adelantando
y sigue por dónde no hay marcas. Un grupo toma un sendero hacia arriba entre
los tojos con resignación. Al llegar a un claro, se ven como van surgiendo
congostreñas de entre un matojo de tojos, como si de un nacimiento de
congostreños se tratase. Lo más bonito llegó cuando nos comunicaron que había
que desandar el camino para volver al sendero correcto.
El camino entre monte y campos
nos lleva a Fentáns, luego monte vecinal hasta alcanzar el sendero caballar.
Visitamos los petroglifos de esta localidad, (Pedra das Ferraduras y Laxe dos
Cebros). Ya veíamos surcos en cada piedra que nos cruzábamos.
Llegamos a la ermita de N.S. de
Lixo, pasadas las seis de la tarde. Un bulto con patas nos hace acelerar el
paso y cada uno se va rascando la urticaria que produce la noticia. Así conseguimos
llegar al puente romano desde la otra orilla y nos sentamos en sus muros.
Algunos aprovecharon para liberar tensiones líquidas. Luego subir y subir.
Un congostreño reciente no controló
el consumo y se había quedado sin combustible. El motor no subía. Unos
compañeros lo conducen por un atajo entre campos con ortigas para reanimarlo.
No consiguieron el objetivo y perdieron el grupo. Aceleran el paso en dirección
hacia los coches. Cuando llevamos unos metros de asfalto, vemos a alguien que
berrea y agita los bastones. ¡Coño, serán los vecinos cabreaos por haberles
pisado las ortigas! No, era así, era el resto del grupo que había cambiado el
trayecto sin que pudiesen verlos los últimos. Moraleja: no pierdas el culo del
de delante y si es bonito no te despegues !!
Las cañas son en el Bar Manolo.
Uno de los pocos bares dónde podemos encontrar cintas de casete con los grandes
éxitos de Sergio y Estibaliz...
Después de los abrazos, besos y
despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su
olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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