Río Duero – Corazón de los
Arribes (Salamanca) 13-14-15-16/04/2017
Día 13/04/2017. Llegamos poco antes de la hora de comer. Nos tomamos
un tentempié porque la cena prometía. La casita contaba con tres pisos sobre
una escasa superficie. En el baño de abajo, si querías lavarte los dientes,
necesitabas abrir la puerta y sacar el culo fuera.
Después de comer, realizamos la primera pateada los doce apóstoles.
Salimos ya cargados con la mochila desde la casita de Masueco. En poco tiempo
estábamos en Aldeadávila, el pueblecito
de al lado. Confraternando con unas
vecinas que custodiaban el pueblo sentadas en un banco a la sombra de la casa:
- Buenas tardes señoras, les dice un vasco cuyo
humor envidian los de Lepe, ¿Les apetece acompañarnos a ver el pueblo?
- ¡Quita, quita!, ¿con este sol? “pa qué te dé
algo”, le contesta la septuagenaria.
- Sólo hasta el final del pueblo, la anima; pero
tuvo que ceder. Aquél culo no pensaba levantarse.
Cruzamos el pueblo hasta la Fuente del Cabrero, que debe ser punto de
referencia de la zona, seguimos por los caminos interiores hasta dar con unos caminos cargados de polvo y luego con la
ladera un pequeño río. Bajamos por el sendero hasta una minúscula catarata que
conoció tiempos mejores. Pasamos por debajo del escaso chorro y continuamos por
una ladera bastante arbolada o con matojos altos. Mucha retama de flor blanca.
Llegamos a un camino polvoriento repleto de coches y caravanas.
Supusimos que ahí se cocería algo. Efectivamente los cerebros de los
conductores. Camino abajo había una
piscina natural dentro del río, pero el agua estaba para las ranas
exclusivamente. Tenía unos balcones creados para la contemplación y la foto. El salto de agua del río de las Uces es uno de los mas altos de España.
El tiempo amenazaba lluvia, así que volvimos a subir lo bajado y unas
gotitas consiguieron levantar más polvo que regar el camino. Los más
adelantados tomaron otra alternativa y llegamos casi a la par a la casita. Unos
se duchaban, otros se comían pipas y, el que no tenía, las uñas.
Cenamos en el restaurante más ruidoso y con más ambiente del pueblo: Villa Vettonia.
Menos mal que nos trataron como vips y nos habilitaron una mesa en un comedor
vacío, exclusivamente para nosotros y una camarera dedicada con una
familiaridad poco habitual.
“A ver -dice casi sin saludar- el
jefe me dijo que tenéis por 12€, dos primeros y dos segundos...”; elegir los
platos nos fue difícil, no se hacía entender bien porque hablaba para sus
brackets.
Nos tomamos el plato del día, por lo menos estaba calentito. Una vez
terminado nos fuimos caminando hasta casa, unos tres kilómetros, y a dormir
para madrugar.
Día 14. A las ocho de la mañana sonaba un gallo ronco. Después del
trasiego del desayuno, nos montamos las mochilas y salimos del pueblo por el
mismo lugar que el día anterior. Paramos en Aldeadávila, justo en la fuente del
cabrero, para reponer el agua y encontrarnos con los demás. Nos adentramos
hasta la catedral en dirección a Rupurupay. ¡Ya sé, suena raro!
Pronto divisamos al Río Duero. El camino nos dio para fotografías con
el “regato” de fondo. Bajamos por una ladera que aún conservaba el color verde.
Se observaban desde las alturas los meandros del río y un agua oscura. Sólo
rompía la monotonía un catamarán que lo surcaba cada hora.
En la ladera, bajo la brisa que soplaba en una zona soleada, nos
tomamos el plátano, seguimos un sendero numerado con pintura en la piedra cada
kilómetro. Este sendero nos llevó al Mirador del Picón de Felipe.
Se trata de uno de los Miradores más espectaculares del Parque Natural
de las Arribes del Duero, donde las rocas graníticas caen en vertical 500
metros sobre el río Duero, frente al pueblecito portugués de Bruçó. También se
aprecia la Presa de Aldeadávila, construida en 1962.
En estos parajes se dan historias o leyendas de enamorados: como la de
un pastor que se enamoró de una portuguesa. (No está muy claro si la portuguesa
era una chica o una cabra), y desesperado, terminó tirándose al río (o a la
cabra). ¡O algo así!
Otros dicen que era un pastor de Aldeadávila de la Ribera, llamado
Felipe, que acudía al paraje con sus cabras. Estaba enamorado de una muchacha
del pueblo portugués de Bruçó, a la que no podía acercarse, porque en el medio
estaba el inmenso vacío del Duero. Desesperado, se dedicaba con las manos, y
pequeñas herramientas, a picar y cortar la roca para realizar
un puente que le permitiera cruzar el río y reunirse con su amada; al no poder,
se arrojó al vacío.
No lejos de aquí está el paraje denominado "Salto del
Gitano" donde se afirmaba que en el siglo XVIII un hombre de raza gitana,
pudiera haber salvado el enorme cañón del río de un salto, para librarse de las
tropas perseguidoras. ¡Si lo amenazaban con bañarlo en el río, me lo creo!
Para evitar más desgracias de desamor, los miradores, están protegidos
por barandillas de hierro atornilladas a la sólida roca. Estas precauciones,
permite arriesgar más con las fotos.
Volvemos al polvoriento camino hasta las dos del mediodía, que nos
encontramos con un ruidoso parque merendero. En unas mesas a la sombra, tomamos
los bocatas. Allí, un aprendiz de asador de churrasco, creía que su objetivo
era ahumar a todo el personal y estaba haciendo un buen trabajo.
Aun no estábamos al punto de humo cuando tuvimos que irnos. El camino
nos estaba esperando con sorpresas, parecía que lo había trazado un mago: ahora
aparece, ahora desaparece. En alguna ocasión pasamos por más zonas de
reactivación de pantorrillas de lo que sería deseable.
Cruzamos por un campo de flores silvestres de gran altura y belleza,
la jara o “Cistus ladanifer”. No podíamos tocarlas porque eran tan bonitas como
pegajosas. Este paraíso finaliza en un campo de olivos. Lo cruzamos y logramos
encontrarnos con el GR.14 La Senda del Duero.
En el mismo camino, en una subida, nos paramos para contemplar una
réplica de casa de pastores y observar la técnica que empleaban para construir
casitas de lascas de piedra. Las sitúan en abanico formando una construcción
tipo iglú de nieve, pero todo de piedras y sin mortero.
Desde aquí, nos hizo falta una hora de monótono sendero hasta llegar a
Aldeadávila. Unos locos velocistas lo hicieron en menos tiempo. Algún bicho les
picaría y salieron en estampida, para luego esperar en una fuente, no potable,
a la entrada del pueblo.
Aprovechamos para cenar en el mismo sitio. Entramos a tropel en el
comedor como si fuese nuestra casa. Juntamos las mesas y nos acomodamos. Ya
éramos casi de la familia.
La camarera, ya sonreía a pesar de los brackets. Farfullaba igual,
pero con una sonrisa. Repetía con risueña vergüenza el plato del día, mientras
iba anotando a los que consiguieron entender algo. A los que no, le espetaba:
“Tú, empanao, ¿qué quieres? No sé qué pedir, si un “mfrms” o un “frmss con
queso”, se decía el empanao.
Día 15. Peña de la Ribera. Después de admirar la iglesia fortificada,
nos dirigimos a la Gran Cascada, que destaca como uno de los lugares de mayor
atractivo turístico dentro del Parque Natural de Arribes del Duero.
Antes de comenzar, un congostreño cambió su maltrecha caña por un
robusto palo, que devolvería al final del día.
Cascar, cascaba, pero de grande tenía poco. Mientras unos la
admiraban, otros otearon un camino de bicis que parecía llevar a alguna parte.
Sorpresa, a la ladera del río pero más abajo.
De la cascadita, partimos hacia un supuesto mirador que no
encontramos, a pesar de los esfuerzos de los más curiosos. Cedimos, volvimos
por dónde habíamos llegado. Tomamos el plátano en una sombra de una encina, un
poco alejados del polvoriento camino.
Como era temprano, nos dirigimos al Castro de las Merchanas. Estaba
mejor unos años antes. Todavía conservaban un letrero que decía: “Te damos la
bienvenida al Castro de las Merchanas. A partir de aquí un sendero musealizado
te acompañará, en un corto viaje, por el territorio de los poblados
fortificados y en el tiempo.”
El viaje era corto, y estuvo musealizado (consistía en miradores
ópticos dentro de cajas y botones que activaban una explicación sonora), pero
si pulsabas en el botón que indicaba para cualquier acción, como oír música o
una explicación, dicho botón no tenía efecto. Llevamos dos vascos que pueden
certificar que pulsábamos fuerte.
Un claro ejemplo era el molino del tío Justo, que iba justo de
funcionamiento. En su jardincito, sobre un puente de piedras, tomamos el bocata.
Serían sobre las tres de la tarde. Alguien pulsó un botón oculto, y un vasco enseñaba
a una gallega beber por una bota: Primero le situó una bolsa plástica de babero
y luego le aupó la bota por encima de la cabeza con el chorro hacia su boca.
También disfrutamos de medio pastelito que no sé cómo lo llamaban:
algo de arruguillas tenía, y en el centro una almendra.
A la salida del poblado, encontramos un pedrusco sujeto por dos
extremos. Dicen que alguien vio en esa piedra, un cerdo verraco.
Por el camino, nos encontramos con un bicho. Era un escarabajo
alargado de color negro con listas naranjas o rojas. Nos preguntábamos de qué
insecto se trataba. Pues parece que debido a su aspecto cardenalicio, lo llaman
curita o curilla, menos conocido por “Meloe majalis”
Eran tantas las ganas de salir del poblado a pleno sol, que cuatro
congostreños apretaron el paso y se perdieron una pequeña parte del caminos
cargado de maleza, una delicia que permitían rascar los brazos a su paso. En
los coches fueron reprendidos por caguiñas.
Las cañas las tomamos en la fortificación de Ciudad Rodrigo, en una
cafetería llamada La Cocina de José. La camarera, un poco empaná, nos pregunta:
¿Qué van a tomar? Cerveza, le contestan. Ok, ir pidiendo, dice mientras saca el
boli para tomar notas. Yo una San Miguel, yo una caña, ¿Tenéis tostada? Le preguntan antes de pedir, No, de cocina no
tenemos nada, contesta la camarera. ¿Tenéis Súper Bock? Es portuguesa, le
espeta otro en mitad de la nota anterior; digo, ¿que si tenéis cerveza tostada?
Le replica el agraviado. No, es rubia como yo. ¿Tú también eres portuguesa? No,
me estoy liando… (Normal, es rubia, la cerveza, ¡eh!).
Trepamos los muros y fotografiamos las fachadas y las vistas, luego, cenar
en el bar Hospital. Supongo que lo llaman así por tener como especialidad un
chorizo que no es chorizo sino harina con grasa y sangre y mucho picante, frito
empapado de aceite… conocidos como farinatos.
El farinato es un embutido español típico de algunas comarcas de las
provincias de Salamanca, Zamora y León, en las que se elabora con manteca o
grasa de cerdo, pan, harina, pimentón, cebolla, ajo, sal, anises y aguardiente.
Es especialmente popular en Ciudad Rodrigo, donde forma parte de su cultura
etnográfica, hasta el punto de que en 2007 se reconoció la Marca de Garantía
“Farinato de Ciudad Rodrigo. Lo cierto es que es un producto típico de la matanza
del cerdo es el chorizo, y no hay como el gallego, por mucho que se inventen
historias…
Pasando el mismo mal rato en la cena, teníamos en la mesa de al lado a
un tal Juan, de Cruz y Raya, (el feo) pero no le pedimos autógrafo. Todos
pedían el dichoso farinato, y todos dejaban parte en el plato, a menos que
consiguiesen endosárselo a otro.
Día 15. El último día nos dedicamos al turismo. Visitamos Salamanca. No
recuerdo cuantos edificios y fachadas ornamentadas vimos. Incluso encontramos
la rana de la fachada de la universidad. Y el astronauta en la catedral. ¿Un
astronauta? Pues sí. A pesar de que la parte más nueva fue construida entre
1513 y 1733, es decir mucho más antigua que la llegada a la luna, en realidad
las leyes del Patrimonio Histórico Español hace referencia que cuando haya
alguna restauración se debe dejar alguna evidencia de que fue restaurada. Esta
figura fue incorporada en la restauración de 1992, con motivo de la exposición
temporal “Las Edades del Hombre”. Se continuó la vegetación original e
incluyeron las esculturas de un astronauta, un dragón con un cono de helado, un
lince y una cigüeña.
Han montado un merchandising alrededor del batracio que copa toda la
ciudad. Parece ser que el escultor puso una rana sobre una calavera y esto fue
adquiriendo diferentes interpretaciones. La más popular es que si vas a un
examen y encuentras la rana, apruebas. Otros dicen que es un símbolo de la
muerte. Seguro que el escultor estaba “empanao”.
Mientras paseábamos por sus calles, nos abordaron de frente, unos
señores vestidos muy raro y unos cientos detrás. Traían una caja a hombros y
oscilaban cada paso al son de la música. Al principio pensamos que venían de
una boda y estaban haciendo el tren para largarse sin pagar, pero me parece que
era una procesión religiosa.
En las plazas se ensayaban bailes. Dos congostreñas se acoplaron e
intentaron acompañar el ritmo. Daban el pego. Las plazas estaban a rebosar,
como curiosidad vimos un perro labrador durmiendo en un cochecito de bebé y la
madre tirando de él. También nos hicimos una foto con verraco, es un cerdo
negro con asiento en la chepa.
En El Don Quijote comimos muy bien. Hay precio especial si llegas
antes de la una y media. El café en la Plaza Mayor.
Bajamos hacia los coches por una calle con una inscripción en una
fachada de un bar: unos leyeron El Barco de Aníbal, otros El Arco de Caníbal.
Lo real es El Arco de Aníbal.
Atravesamos un puente romano que cruzaba un escaso río y llegamos a
los coches. Desde aquí algunos alargaron más el sacrificio yendo a ver las Lagunas de Villafáfila, y otros directos
para casita.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
No hay comentarios:
Publicar un comentario