Muiños de Samieira (Pontevedra) 24/06/2017
Sin que sirva de precedente, llegamos todos puntuales. Quedamos en O Covelo, en el bar O Lar de
Albariñas, donde tomaríamos las cañas al final del duro trabajo. Salimos
veintidós pero se nos unió un alegre perrito que iba paseando a una señora.
Comenzamos atravesando la carretera para bajar por unas escaleras que
daban paso a un lavadero y de él a una especie de túnel por el que circulaba un
río que vertía sobre la playa de Covelo. Continuamos por la costa pasando por
las playas de Caeiro y Laño para volver a cruzar la carretera general de la que partimos. El
guía había tenido la delicadeza de “plantar” por todo el recorrido, unas
fuentes para el suministro y también algunos árboles que proyectaban sombra
sobre el camino. En los tramos de difícil acceso también se había preocupado de
dotar de puentes de madera con sus pasamanos que imbuían confianza. Aún era
temprano y un congostreño ya se está columpiando. Pegado a unos pasadizos de
madera, había un árbol, con una cuerda y
del extremo, colgaba un congostreño con
alma de niño, que se balanceaba llamando la atención para que fotografiasen su
hazaña.
El primer molino era el de “Portas” que daba paso a una ristra de más
molinos en todo el recorrido, cada uno con su nombre. Subimos a orillas de un
riachuelo que debería alimentar a aquellos destartalados molinos en el pasado.
N0s toparnos con el Camino de Santiago en el medio del monte. Seguimos un tramo
hasta una carretera asfaltada donde había un poco de sombra. Debido a la
escasez de ese bien, nos sentamos bajo un árbol y nos tomamos el plátano en un
pispas (más pis que pas, a juzgar el trasiego de congostreñas a una zona del oculta
del monte). Al terminar, fuimos en busca de
un petroglifo. Curiosamente estaba en la “Ruta do Viño”, pero estaba más
seco que la mojama, que dicen que está sequísima. Se trataba del Petroglifo de
Outeiro do Cribo. Dicen que debe su nombre a la forma de una criba, una
herramienta circular que utilizaban en la zona para cribar harina (separar las
impurezas). También se conoce como “peneira” o cedazo. A mí, se me parece a la espiral
que tienen las cocinas vitrocerámicas.
¡Ah! También había dos cervatillos esquemáticos pero con líneas
profundas, que consiguió plasmar una escena de caza. Yo creo que los
cervatillos habían venido a ver qué coño hacía aquél pirado rascando una piedra
y se le ocurrió esculpirlos. Otra posibilidad es que al intentar hacer otra
espiral, le saliese una línea recta y dijera: ¡mierda que mal me ha salido esta
espiral, pues le pongo dos rayas en un extremo y son unos cuernos, otra raya en
el otro extremo y es un rabo. ¡Bingo, un ciervo! A no, que aún no había bingos.
¡Eureka, un ciervo!
Seguimos la ruta del río Chanca, estaba muy floreado y nos llevó al
Monasterio de Armenteira. Mientras unos admiraban esas viejas paredes
cultivando el alma, otros se preocupaban de necesidades más terrenales: se
sentaron en la terraza del bar O Comercio
a tomar callos con garbanzos, regados con sidrina fresca.
Continuamos subiendo por la ruta del Rio San Martiño, procurando dejar
atrás a los de los garbanzos por razones obvias. Seguimos con la esperanza de
cubrir unos hoyos. Después de unos metros por monte autóctono con demasiados
eucaliptos, llegamos al Club de golf, una estancia amplia de dos plantas. Subiendo
unas escaleras, se llega al comedor. Sus grandes ventanales comunicaban con una
terraza que cubría dos laterales.
Pequeños grupos de congostreños dudaban donde situarse, oscilaban de
una mesa a otra del comedor y de éste a las mesas de la terraza. Buscaban el
lugar idóneo por comodidad y frescor. Una señora con un bolígrafo y un block
seguía a un grupo, luego a otro y a otro más, sin decidirse a qué grupo
preguntar. Terminó por encoger los hombros, abrir los brazos y dar la vuelta
mientras susurraba: mientras no se sienten, no puedo tomarles nota.
Unos tomaron el bocata sobre el césped, otros en la terraza y una
pareja tomó algo que era un secreto hasta que alguien se chivó: Están tomando
unos filetes a la plancha. Era secreto de cerdo, le recriminaron. ¡Ups!
De dos a tres, estuvimos disfrutando de los placeres terrenales. Luego
continuamos camino. Rodeamos la alambrada que protege al campo de golf y
seguimos por el pinar que nos llevó al bosque de secuoyas californianas mayor
de Europa. También lo llaman Bosque de Colón, por coincidir su plantación en la
fecha del descubrimiento de América en 1492.
Al salir pasamos por un área de recreo que se hundía bajo la maleza, era
aquí, donde el guía había plantado la última fuente. Por ser la última carecía
de un fuerte chorro. Salía de un tubo verdoso, un chorrito que crispaba a los
últimos de la cola.
Durante el siguiente tramo, nos llama la atención un nido de
escarabajos de muchos colores. Era una imitación de las quedadas de antiguos
Seat 600, pero en el modelo escarabajo. Seguimos por el pinar que nos muestra
unas vistas de la Ría. Siguiendo el sendero entre eucaliptos, nos encontramos
en una cascada. Tenía la apariencia de un cazo. El charquito era pequeño y la
cascada bastante alta. Un congostreño hace gestos de subirse a la cascada y
tirarse en pelotas, como si fuese un tobogán. Otro le contesta con un gesto de
quedarse enganchado con algo en una grieta y bajar como un eunuco.
El falso llano que tuvimos que pasar, dio algunos problemas a los no
acostumbrados a terrenos cabríos. La recompensa estaba en el Mirador del
Campanario. Desde aquí se ve la Isla de Tambo y toda la ría.
El próximo mirador es el de la Tortuga. Había que ir cargado de
optimismo y mucha imaginación. Había una gran piedra, que desde una perspectiva
concreta, con niebla y con mucha voluntad, podría parecerse a una tortuga. Las
vistas habían sido cortadas por el crecimiento de los árboles. También requería
grandes dosis de imaginación.
Otra cascada al borde de una carretera volvió a retener al grupo un
poco de tiempo. Fotos, salpicaduras, hacían las delicias de los juguetones. Un
congostreño bromeaba: “si éste se tira al agua, entra por los anales de la
historia”. El aludido aprieta el culo para que no le entrase nada por los
anales.
Llegamos justo al cruce donde estaba el bar. Las cañas las tomamos en
el sótano. Nos repartimos con más sillas que mesas, donde había unos jugosos
aperitivos, nos sirvieron, con las bebidas, una especie de hamburguesas a la
plancha, triángulos de queso curado y unos chorizos picantes a la cazuela, un
poco fantasmas. Al tomar un trocito y cerrar los ojos, el resto desaparecía.
Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
No hay comentarios:
Publicar un comentario