Riberas del Río Ulla, Touro y Vila de Cruces (A Coruña) 15/07/2017
Llegamos a Remesquide, solamente encontramos el bar del mismo nombre.
El Área Recreativa, se había escondido más arriba, en el interior de una
robleda. Una vez localizada por todos, nos pusimos en marcha.
Subimos por el margen derecho del Río Ulla. En varias ocasiones nos
alejamos del río y trepamos al monte para sortear algunos escollos del camino.
El trayecto transcurre por senderos sombreados. El ritmo es vivo y el calor se
nota. Sobre las doce, se hace una pausa para el plátano; en diez minutos ya
estábamos caminando otra vez.
El sendero se desvía por carretera. Siguiendo el principio del
senderismo, para evitar asfalto, nos metimos por un camino entre prados de
hierba seca, que parecía que atajaba. “¡Vamos por aquí, que seguro que hay
salida!” dice un congostreño. Los pescadores siempre abren camino para llegar
al río.
Después de varios intentos e incursiones entre ortigas, fuimos a salir
a una finca particular con frutales. Un alambre hacía de frontera entre la
maleza y la finca impecablemente limpia. La cruzamos por el borde escopetados
antes de que se enterase el propietario. A algunos despistados se les cayeron
unos melocotones en el bolsillo al pasar. Después del mal trago, nos
encontramos a dos metros de salida, en la misma carretera asfaltada. Sigo dando
por válido el refrán: ¡no hay atajo sin carajo!
El camino nos lleva hasta Rianxo, pero no cantamos ninguna rianxeira. Algunos
frutales descolgaban hacia el camino, como ofreciendo su premio. Volvemos al
río.
Siguiendo nuevamente el margen del Ulla, en un momento dado, perdimos
el camino; no escarmentados volvemos a probar: en vez de volver atrás a buscar
nuevamente, cruzamos el río, el más osado improvisa por el pie de los campos de
maíz. Este camino nos lleva a la finca de un vecino que cabalgaba a lomos de su
tractor intentando mantener a raya los hierbajos. De frente encontramos una muchacha
que estaba tomando el sol casi desnuda en la finca aprovechando la intimidad de la propiedad.
“¡Qué susto llevamos!” dice alguien una vez en el camino. “¡Coño, que susto
llevaría ella!”, que estaba casi dormida. Seguro que habría soñado con un
príncipe que viniese a su encuentro montado en un caballo blanco, pero cuando
abre los ojos se encuentra con una hilera de mochileros que entran sin permiso
a su finca. Mientras la pobre intentaba hacerse con la situación, el padre
llama a la horda indicándoles el camino más separado de la niña para que se
piren rápidamente. El tono no hacía notar su malestar, seguramente decidió
librarse de nosotros en vez de atosigarnos con el tractor.
En poco tiempo ya estábamos por senderos de Raindo. Aquí nos encontramos un muro con un escudo y una vieja puerta abierta.
Seguramente era la casa de Perico, así que los más curiosos entraron como
Perico por su casa. “Qué, está a porta aberta!, ¿non?” decían como justificación
a su curiosidad. Parece que dejar la puerta abierta es una invitación
implícita.
Moraleja: hay que cerrar la puerta de casa, no vaya a ser que
encontréis en el pasillo a algún vecino observando los cuadros o el papel
pintado, con cara de curiosidad, y si lo ves mal, seguro que dice: ¡Qué, está a
porta aberta!, ¿non?
Se veía un lugar antiguo, pero bien cuidado. Se notaba el gusto por
las flores de los habitantes, y la poca maña con los aperos.
El lugar resultó ser el Pazo de Raindo,
llamado también Pazo-Torre de Porras de Raindo. Su antigua estructura de
piedra, data del siglo XVIII. En un principio era de propiedad monacal. Se
cuenta que los monjes que allí vivían daban cobijo y alimento a peregrinos e
indigentes, haciendo uso del derecho de asilo que tenía esta casa. Los
perseguidos por la justicia se agarraban a unas argollas que había en la
entrada, hecho por el cual quedaban exentos de ser detenidos por los alguaciles
que los perseguían, al considerarse que ya estaban a salvo. Seguro que
gritaban: “por mí y por mis compañeros”, mientras le echaban la lengua al
alguacil.
El pazo perteneció posteriormente a los hidalgos Porras, Varelas y
Ojeas cuyo escudo de armas labrado en piedra se muestra encima del arco de la
entrada. Los motivos decorativos seguramente hacen alusión a su cometido no
bélico, ya que se ven ruedas de carro y herramientas. En el año 1907 su
propietario D. Ramón Otero y Cotón Gil Porras y Turnes, obtuvo el título
pontificio de Conde de Turnes. Estos hidalgos vivían de las rentas que
producían las tierras adjuntas al pazo, arrendadas a colonos y a jornaleros que
trabajaban el campo.
A la entrada del portalón y en el cruce de caminos se halla el
cruceiro, realizado en granito, tiene la cruz cilíndrica, y en el anverso hay
un Cristo crucificado, con la cabeza inclinada cara a la izquierda. Algo no
habitual en otros cruceiros de Galicia. En los años 30, la última propietaria
de la familia, vendió el pazo al administrador, marchándose a vivir a Santiago
de Compostela, donde falleció. Es un pazo de propiedad particular y, por lo tanto, no es visitable por los turistas (a no ser que
dejen la puerta abierta, o seas familiar de Perico).
Faltaban unos minutos para las dos, cuando llegamos al punto de retorno.
Cruzamos el Ulla por el puente de cemento de Besabe y volvemos a descender, no
literalmente, pues nos encontramos con algún falso llano. En un lugar a la
sombra y sentados sobre piedras alfombradas por musgo, nos tomamos el bocata.
En el descenso, nos cruzamos con bosques atlánticos con influencias
mediterráneas, contenían alcornoques de todos los tamaños. En esta ocasión no
vimos demasiados eucaliptos.
La parte más refrescante hasta el momento fue la visita a la “Fervenza
do Inferniño”. Seguro que fue el calor: unos reponían agua y otros más
necesitados, se duchaban literalmente haciendo posturitas para la foto.
El camino siguiente discurre igual que la subida, salvo que sobre las
cinco y cuarto, como no habían quedado suficientemente frescos, se aprovecha
una zona accesible del río para bañarse.
El final del circuito hasta Ribeira es pesado, transcurre por un
camino ancho y soleado y carretera
asfaltada, motivo por el cual, los más inquietos vuelven a las andadas: “¡Por
aquí parece que va un camino!” dice alguien. Unos lo siguen hasta que se meten
a los pies de campos entre el maíz y el río, pero a tenor de las anteriores
experiencias dan la vuelta, solo cuatro terminan la aventura. No saben lo que
se perdieron: marcas en la cara con las hojas del maíz, piernas rascadas con
las zarzas, bajar a zanjas para poder cruzar, picaduras de tojos… ¡una pasada!
Las cervezas se toman en el único bar cercano: Remesquide. Agotamos
todas las existencias de cerveza fría. Al final ya no se pedía marca, solamente
que estuviese fría. Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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