CODESEDA (A Estrada ) 02/09/2017
Salimos de los jardines bajo la
sombra de unos robles. En el centro de la rotonda tenemos la primera fuente de
muchas que habría sembradas por el camino. Pasaban de las diez cuando
atravesábamos el pueblo de casas antiguas de piedras pequeñas llamado Codeseda.
Al final del pueblo nos encontramos unas fincas que servían de pasto a una
manada de caballos. En el siguiente pueblecito, nos encontramos con la segunda
fuente. Nos surtimos del refrescante líquido hasta la próxima.
Atravesamos la carretera
asfaltada para llegar a un sendero pedregoso
que desembocaba en el Río Umia. Con la habilidad característica,
sorteamos la maleza y nos acoplamos al margen derecho del río. No estaba muy
alegre, aguas paradas y cubiertas de hojas. Rompe el paisaje una cuerda colgada
de un árbol. Esto hacía sospechar que algún día hubo gente haciendo el tarzán
en esa parte del río. Algunos congostreños hicieron la pose para que
coincidiese la mano sobre la cuerda y dar la impresión de que la agarraba. Unos
con más éxito que otros. El sendero alternaba entre el río a la vista y zonas
cubiertas dónde caminábamos a los pies de grandes fincas.
Pasaban de las once cuando
llegamos a un área de recreo, con una casita que se utiliza como refugio de
pescadores de Abragán. Dispone de un asador y una mesa con bancos de piedra para
poder comer, pero era muy temprano y la gente se dedicó básicamente a hacer
fotos y hacer poses sobre los laterales del puente. ¡Gente que se sabe bonita!
Pasamos por una zona de molinos en
Filgueiras. Su estado era, entre el desastre y la rehabilitación. Ya pasaba
rato de la hora cuando suena una alarma: “¿Cándo se come o plátano?”.
Casualmente pasamos por una improvisada playa fluvial, así que se decide tomar
un descanso y el plátano. Un congostreño que disfrutaba del descanso sentado en
una roca a orillas del río, se concentraba en su móvil, cuando de repente le
entraron sudores fríos que le recorrían el cuerpo, era una piedra que había
saltado imitando a una rana y había asustado al concentrado, provocándole esos
sudores, ¿o lo habían salpicado?
Gran parte del camino transcurre
a la sombra de los árboles propios de la zona húmeda del río y bosques de
robles como los de Porto Bo y Os Rastreiros. También atravesábamos pequeños
pueblos dónde había más casas que habitantes, como A Portela, Vilaboa, etc. En
una finca perfectamente cuidada, había un manzano cerca del camino que pedía
por Dios que le aliviasen el tormento del peso de las manzanas; ya no tenía
casi hojas y las manzanas, perezosas, se
negaban a caer.
Llegamos al pueblecito de A
Grela, que estaba pendiente de las fiestas locales, estaban los chiringuitos
pero no había gente que los atendiesen. Teníamos prometido unas tapas: “ó chegar
o pobo tomamos unha tapa de polvo”. ¡Qué bien!, y si además tenemos pulpo,
completamos, comentaba alguien con poco dominio del gallego de pueblo.
El guía, con muy buenas
relaciones y dotes persuasorias, contacta con un señor que desde lejos habríamos confundido con una
embarazada de trillizos: “non hai ninguén aquí, iamos tomar unhas tapas e unhas
cervezas pero temos que fastidiarnos”, le comenta.
“¿Non tomades cervezas aquí?, pregunta
el guía. “Non, eu non, que me hinchan muito”, le responde el de los trillizos…
Una voz en off comentaba: “pois
cando hinches as rodas do coche, fíxate donde metes o pitorro, que hai algo que
falla”.
Detrás del muro que soporta el
recinto de festejos, había otra fuente que utilizamos debidamente, luego
seguimos por el sendero. Ya eran las dos y teníamos prometido que en media hora
alcanzaríamos un pueblecito con bar y cervezas fresquitas. Ante esa promesa, la
gente anda más deprisa, pero veinte minutos después, al pasar por otro
pueblecito, que nos ofrecía una fuente con un agua fresquita, con un tanque de
acero para dosificar la ingesta, volvimos a caer en la tentación. Aunque no
cobraba donativo, vigilaba la fuente una cabrita blanca que no perdía detalle,
en silencio, raro en esta clase de controladoras.
Diez minutos más, y nos topamos
con la fuente del cáñamo, recibe este nombre por ser dos caños de agua situados
al lado de un almacén de cáñamo.
¿Está fresquita? pregunta una
congostreña reciente a otro, que acababa de beber. ¿Cuán, la de la derecha o la
de la izquierda? Contesta como auténtico gallego. ¡Ah!, ¿porque son diferentes?, se asombra la
novata. Pues la de la derecha. Sí, está fresquita, le contesta. ¿Y la de la
izquierda?, también, le vuelve a contestar.
Una familia equina nos espera en
un camino sombrío entre Vilaboa y Sabucedo, se trata de dos yeguas blancas adultas
y dos crías marones. Esperan a que nos acerquemos para andar unos pasos más.
Cuando hacemos ademán de acariciarlos, se piran cuatro pasos. Repiten la hazaña
hasta encontrar un acceso al monte y se van por él. Se alejan unos metros y nos
ignoran.
La promesa de cervezas empieza a
hacer aguas. Llegamos a Sabucedo, y allí nos encontramos un merendero con una
construcción parecida al circo romano (gradas de teatro) donde se llena de
caballos y las gradas las usan los espectadores. En el mismo recinto había otra
fuente a la que debería acudir mucha gente en plenos festejos, pues había dos
grandes bancos de piedra, uno a cada lado. Creo que era la última fuente del
recorrido, no estoy muy seguro, el guía solo lo dijo unas seis veces. Todos
sabemos que no se convierte en cierto hasta la décima.
En este merendero figuraba un
letrero que alguien leyó: “ruta de codeseda-raspa das bestas”. En mi mente
apareció la imagen de grandes pescados peleando entre sí y unos quitándole las
espinas a otros! ¡Qué barbaridad!
No lo podíamos creer, daban las
tres de la tarde cuando por fin entramos en el bar “Teleclub” y tenía las
suficientes cervezas frías para calmar a la tropa. Además se portaron
extraordinariamente y nos dejaron juntar mesas y comer el bocata, incluso
alguno lo compró en el mismo bar. En media hora despachamos.
A la salida una buena señora les
regala tres gorritos para el sol, con publicidad de una entidad bancaria. El
tema dio mucho juego y carcajadas.
La parte silvestre ha quedado
atrás, ahora nos toca monte pelado. Aprovechábamos cada sombrita para tomar
aliento. Una de las paradas de reagrupamiento se produce en un cruce dónde se
producía una corriente de aire que refrescaba al grupo. Aire acondicionado
gratis, decía el guía, tumbado en el suelo y con las manos agarrando la nuca.
Al terminarse el aire, non
desplazamos por un sendero que se parecía a un cortafuegos. En una bajada,
salpicada de piedrecillas al gusto, dos congostreños pusieron a prueba su
equilibrio. Solamente uno tuvo éxito: logró una marca en una mano y la moral
por los suelos. También la más prudente hizo pruebas de deslizamiento, ésta ya
se lo tomó más en serio, lo que acaparó la atención del botiquín.
Con lo fácil que era seguir la
marca que señalaba un estrecho sendero entre los helechos y que ofrecía mayor
agarre y adherencia. Una vaca solitaria contaba con indiferencia los que iban
cayendo. ¡No me lo puedo creer! Seguro que pensaría, y dicen que las vacas son
las locas.
Una manada de caballos se
acercaba sin temor a los que caminamos. Cerca, pero con prudencia, al menor
indicio de peligro, nos enseñaban el rabo al alejarse.
En un tramo del camino, casi al
final del recorrido, bajamos entre robles, por una pendiente de tierra negra
cubierta de hojas secas, una bajada técnica. Sé que era tierra negra, porque
una compañera, en un arranque de solidaridad decidió limpiar el camino de
hojas. Me recordó a las señoras que rodean las iglesias de rodillas por una
promesa. Esta promesa consistía de bajar el camino apoyado con manos y pies, y
con el culo ir juntando todas las hojas del camino. Las hojas no pudieron
aprovecharse, traían consigo mucha tierra. Creo que alguien estaba pensando
contratarla para arar las fincas. Con los aperos necesarios conectados, claro.
En un pueblecito llamado As
Quintas, nos encontramos un hórreo y un hórrea. Sí, sí, habéis leído bien. Se
trata de una construcción de piedra, con la misma finalidad que los hórreos,
pero mucho más ancha, organizado con muchas cavidades de distintas formas, como
un armario ropero. Lo habían rehabilitado por completo. Solo la estructura de
piedra era la original, el resto de la madera y tejado había sido repuesto.
Las propietarias nos invitaron
amablemente a visitarla incluso por dentro, y nos explicaron todo el proceso y
el tiempo que habían invertido en la rehabilitación. Creo que era de una orden evangelista
y tenían la finca y las construcciones muy cuidadas. Nos recalcaron que
viésemos el reloj de sol coronado por un pájaro de color verde y el rotulo en
relieve, donde figuraba la fecha de construcción 1899.
Los horrea (horreum en singular) eran construcciones de almacenamiento
de productos alimenticios, principalmente grano, en la Antigua Roma. Su gran
solidez permitió que estos almacenes estuvieran operativos durante más de 500
años. Estos edificios solían ser de planta rectangular o cuadrangular y su
interior estaba dividido en compartimentos. Los hórreos son de un único
compartimento.
Salimos de la finca por un camino
creado sobre el mil ochocientos, estaba decorado con unas ortigas un poco más
recientes. Gozaban de plena vitalidad, las ortigas, digo, según dos compañeros
que llevaban pantalón corto. No lo dijeron expresamente, se deducía de los
gritos de alegría que exhalaban cada pocos pasos: ¡hay, hay, joder, mierda!, ¡Qué
manera de disfrutar!
A la llegada, tuvimos la suerte
de contar con dos baños con agua caliente, sí, sí, caliente. Nos acicalamos
para la cena y sobre las nueve y media estábamos a la mesa.
Cena:
La cena transcurrió sin
incidentes, la mesa decorada con mucho gusto, incluyendo las flores frescas.
Unos entrantes de tortilla, empanada y croquetas nos hicieron agradable la
espera del pescado y el churrasco. La
tortilla, deliciosa, la empanada muy buena y las croquetas riquísimas.
En la sobremesa, se reparten unos
papelitos numerados que había que coger de una bolsa, sin ver, y pasar la
bolsa. Luego el menor número empezaba escogiendo entre los paquetes el que más
le gustase y lo desempaquetaba en la mesa. El siguiente hacía lo mismo, con la
salvedad de que si era envidioso y le gustaba uno ya abierto, se lo “robaba” y
el incauto escogía otro. Este proceso se repitió hasta el último número.
El primer pongo, lo escogen por
el tamaño; está comprobado que el tamaño, sí importa. Muchos peluches y
botellas; Había mucha joya en formato de collares, pulseras y anillos; uno
pequeñito, elegido por su impecable envoltorio de superhéroes, al abrirlo se
dieron cuenta de que era bonito. El más disputado era un trio de platos
decorados en tonos azules que cambió de propietario varias veces, cambiándolos
por peluches o esposas para ciertos juegos, acompañada de un triquini amarillo de talla única.
Pero lo que más éxito ha tenido era el que le tocó al miembro más activo, era
una bolsa de guirnaldas y un "pepino" con dos bolas, ideal para golpear la
piñata.
Cuando se consiguió calmar a la
afición, se repartieron unos diplomas como reconocimiento a la dedicación y el compañerismo.
El más deseado era el dedicado al “miembro” más activo.
Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta
la próxima! Agur…
No hay comentarios:
Publicar un comentario