Cotobade (Pontevedra) 30/09/2017
Nos encontramos los veintisiete pateantes,
en las inmediaciones del Bar os Muiños, en las orillas del Río Almofrei, justo
enfrente al molino “Daquela banda”. Salimos a las diez en “point” cruzando el
puente y siguiente la orilla izquierda del río hasta cuatro casinas, no más, de
un lugar llamado “O Facho”, de ahí tomamos un poco de monte hasta “O Quinteiro
de Abanixo”.
Las calles del pueblo no tenían
aceras, en su lugar había una inmensa mata de plantas floridas que alegran el
espíritu de los caminantes y de las abejas. No solamente las calles padecían esta
colonización, sino que las fachadas y jardines de algunas casas también estaban
infectadas. Este chorro de florido paisaje y una carretera asfaltada, nos lleva
a la Iglesia de San Martiño de Rebordelo, que como en todas las aldeas
gallegas, custodiaba el campo santo.
Atravesamos el patio donde había
un cruceiro y una mesa para dispensar los últimos sacramentos a cada nuevo
inquilino del campo santo. Nos recibe un rabioso perro desde el muro de una
casa, que con toda la energía que podía, hacía desviar la atención de casi
todos del castaño que había enfrente.
Una vez libres de las reprimendas
del desaforado cánido, nos reciben dos encantadores animalitos de cuya raza no
puedo acordarme, el mayor creo que se llamaba platero, el pequeño de color
blanco y manchas marrones y negras, perecía de peluche. Se acercaron algunos
curiosos para fotografiarlos. El mayor estaba amarrado a una larga cuerda y
esquivaba los flashes, mientras que el pequeño, se sabía bonito y hacía poses
como cualquier adolescente, para el “feisbu”.
De repente, sim previo aviso, los
que veníamos en los grupos de retaguardia, vemos con los más adelantados nos
muestran los culos agachándose para hacerlo notar. ¡Sí, sí, así de asombrados
también quedamos nosotros! ¿Se trataría
de un ejercicio gimnástico? ¿O quizás de emular a los avestruces cuando están
comiendo? Los erizos tenían la culpa, comenzaban a abrirse y dejar a merced de
cualquiera los frutos preciados. Estaban recogiendo castañas y les remordía la
conciencia dejarlas atrás.
En el Piñeiral de San Brais,
había una ermita del mismo santo. Nos cuentan que antaño, era una franquicia de
e-Darling, donde se reunían las mozas casaderas para pedir marido. Había que
dar tantas vueltas de rodillas a la ermita, según la premura del deseo. Contaba
el número de vueltas, no su circunferencia. Una moza del pueblo, llamada Rita, se había pasado y le tocó el cantinero, con
una circunferencia de panza que era más fácil saltarlo que rodearlo. Eso sí, daba
unos inviernos muy calentitos. Es lo que pasa por no exigir una foto del perfil
y hacerles un casting antes. Pero por entonces se decía: Rita, Rita, lo que se
da,… es la tripa, o algo así.
Volvemos a Rebordelo, pero no entramos,
seguimos por el camino viejo hasta la carretera. Subimos por una zona donde
primaba la comodidad, a juzgar por los sofás y colchones que había amontonados,
los somieres ya los habrían reciclados en cancillas para los prados.
Este reconfortante camino, nos
lleva a unas ruínas en Sabugueiro. Aún había algunas piedras unidas que
conformaban un habitáculo, allí había una pila de piedra. A falta de más
información, se elucubran teorías: Se trata de una casa pudiente dónde tendrían
animales en esas cuadras; que va, serían nobles y ahí vivirían los criados.
¡Qué equivocados!, era una secta, y la pila la utilizaban para lavarles los
cerebros.
Salimos pitando hacia “o foxo do
lobo” por un camino repleto de hojas y muros de pequeñas piedras recubiertas de
musgo. Pasamos por lo que antes fue una fuente de Arufe, ahora queda una piedra
seca. También encontramos casa, que a pesar de lo antigua que parecía, mantenía
la estructura en pie. Tenía un hórreo muy bien cuidado, aunque se pasaron un
poco con la vegetación, para poder apreciarlo en toda su extensión, había que
apartar los helechos y hierbas altas.
¡Cómo se le fue la mano a
Puigdemont! ¡No fuimos a encontrar en medio del monte una urna de cristal! Con
un libro, un lápiz y papeletas. Ante la
incertidumbre de todos, delante de la urna, es donde se come el plátano.
No sé qué quedaba más lejos, si
el lobo o el foxo. Pasamos entre O Batan y O Beseiro, seguimos carretera,
camino y sendero entre rio y campo, hasta que cruzamos encontrando una poza
donde algunos se tomaron un refrescante
baño. Los más cuerdos siguieron camino hasta O Val, una zona alta donde
aprovechamos para zamparnos el bocata en un lugar llamado Outeiro, era un
recinto de festejos con mesas de merendero que no llegaban para todos.
Acomodados entre las mesas, los muros y los bancos al sol de la Casa del Pueblo
construida en 1933, dimos buena cuenta de las provisiones.
Media hora más tarde estábamos en
el techo de la iglesia. Concretamente en el de la iglesia de San Gregorio de
Corredoira. Se da la casualidad de que en un lateral de la iglesia, hay unas
escaleras que dan paso a las campanas. Un congostreño, sin subir, dio el
campanazo.
Cuando todos creíamos que era un
bulo, nos fuimos adentrando en unos muros construidos en forma de “Y” donde la
patita más estrecha contiene una sorpresa para los lobos. Curiosamente la gente
se arremolinó sobre las paredes del foxo y comentaban y descomentaban, cómo si
sintiesen la presencia de los espíritus de los lobos. Un congostreño veterano
propuso un minuto de silencio por los caídos. Pasados cincuenta segundos,
algunas se estaban poniendo azules, cómo si les faltase el oxígeno. Pasamos allí
un buen rato hasta que se decide hacer una foto de grupo, como si fuésemos los
liberadores de lobos del pueblo, o los que lloran su ausencia, algo sería.
Cuando íbamos por el monte que
nos lleva a Doade, nos encontramos con un cazador, que nos indica por dónde
estaban haciendo una batida de jabalís. Seguimos fuera de su radio de acción, y
cuando estábamos andando tranquilos, se oye un fuerte grito y tres congostreñas
salen del camino a saltos. ¡Un jabalí, grita alguien! ¡Qué susto se llevó una
inofensiva culebrilla de apenas veinte centímetros, que dormitaba al sol y vio
interrumpido su descanso por un grito.
Sobre las cinco y media estábamos
en “A Braña”, luego en Carballedo, volvemos al margen del río pasando por la
playa fluvial y visitando el Molino de los Milagros.
Con los gemelos cargados de
tensión y las mochilas de castañas, llegamos al final sobre las seis de la tarde.
El bodegón Dios, en Barro, nos
estaba esperando para reconfortarnos el alma y el estómago. La taza de barro
con paella y la tortilla del bar, estaba de rechupete. La empanada de manzana
no. No era del bar, pero también estaba rica.
Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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