Río Deva (Pontedeva - Ourense) 18/11/2017
El día comenzaba con incidencias:
pasadas las nueve, llega un veterano congostreño, contando los desacuerdos que
ha mantenido con su despertador intentando justificar que llegaba tarde.
Contaba con él como refuerzo y le falló. Habitualmente su despertador integrado
y moldeado en las C.O.E.S. le es suficiente, pero a ciertas edades, todo falla.
Llegamos a la escondida capilla
que era la referencia para comenzar la pateada. Los doce congostreños nos
acoplamos las mochilas y ajustamos las botas; en el momento de salir, se oye
una exclamación de lamento: ¡las llaves! Me han quedado dentro del maletero.
Era el mismo que se había enemistado con su despertador a primeras horas.
Estaba claro que hacía grandes esfuerzos por arrebatar a otro congostreño el
título de “empanao”.
Menos mal que ahora contamos con grandes
tecnologías de la comunicación para conectarse a internet con el teléfono y
consultar otras experiencias y posibles soluciones. Su teléfono tenía vida
propia. Parece que tenía una grieta en la pantalla y los electrones daban
saltos para sortear la grieta y tropezaban unos con otros, formando una cadena
de órdenes contradictorias que hacían secuencias de entradas y salidas de los
programas del teléfono. ¡No es su día!
Se barajan varias teorías: la del
cordón, la de la chapa, la del destornillador, e incluso la del móvil en paralelo, pero todas anticuadas que no
afectan a un coche de hoy. La mejor y más efectiva fue la típica no basada en
internet: una amiga llama a otra amiga que conoce a la sobrina de otra amiga
que va a comer a casa de su mamá que vive cerca del punto de salida de la
pateada: Se consigue poner en contacto a la mujer del damnificado, que da la
llave a su hijo para que se la dé a la sobrina de la amiga para que se la
entregue a su madre, luego la primera amiga pasa a recogerla y entregársela al
nuevo “empanao”. Todo muy claro, ¿no?
Ya pasaban de las diez y media
cuando conseguimos arrancar cuesta arriba. Caminamos bajo la niebla y el clima
humedecido que ésta deja. En poco rato llegamos a una pequeña ermita. Estaba
cerrada y lo único que pudimos ver era el exterior de estilo románico con
contrafuertes.
Diez minutos más tarde estábamos
en el Mirador de Padrenda. Desde un banco (de
sentarse) del monte Lodairo, se pueden divisar dos países: España y
Portugal. Cuentan que en sus proximidades, un labriego mató al último oso pardo
de Galicia. Fue en 1946, en Couceiros, allí un vecino llamado Camilo Lloves,
acompañado de un niño de catorce años, se encararon con un oso que no los veía
con buenas intenciones. Camilo, tuvo que defenderse con una horquilla de la
paja, que era lo único que tenía. La suerte lo acompañó y consiguió herir al
oso y neutralizar los efectos de sus garras. Finalmente lo remató un guardia
civil del puesto fronterizo de Ponte
Barxas. Los periódicos de la época, se hicieron eco de la noticia y publicaron
que era el último oso gallego. (Nunca
supieron si subía o si bajaba).
Con el acondicionamiento del
mirador, cómo labriegos hay muchos, se decide hacer un homenaje al oso, para
ello atornillan sobre una roca, la silueta de chapa pintada de negro y así
cuando se visita, se ve la sombra del oso para recordar que no hace más de
sesenta años había osos por la zona.
Continuamos por senderos anchos
de tierra hasta la capilla de la Virgen
de Portela, era del mismo estilo que la anterior, pero de mayores dimensiones.
Alguien advierte gritando: no toques la campana, que te conozco. No había
campana que tocar.
Se habían oído ya varios gritos de
un famélico cuando paramos sobre un depósito de agua de grandes dimensiones.
Fue el lugar elegido para tomarnos el plátano. Poca ceremonia. Lo de siempre,
sacarlo de la mochila, pelarlo en dos o tres tiras, según la habilidad del
pelador, comérselo y finalmente deshacerse de la cáscara.
Media hora más tarde llegamos a
la población de Trado Pequeno. Ahí había un lavadero con una fuente que sirvió
para reponer agua. Justo en el cruce había una pequeña construcción típica de
Galicia: un “peto das ánimas”, una de las manifestaciones materiales del culto
a los muertos, generalmente, sencillos monumentos de piedad popular asociados a
la idea del purgatorio. En Galicia es frecuente encontrarlos en caminos,
encrucijadas, atrios de iglesias, etc. Su finalidad es la de ofrecer limosnas
de todo tipo a las ánimas del Purgatorio, siendo su castigo temporal y pudiendo
así alcanzar el Cielo. En compensación, una vez liberadas intercederán por
quienes realizaron las ofrendas. La precuela de la caja “B” de la iglesia y tráfico
de influencias.
Antes de salir del pueblo tuvimos
que probar la calidad de unas manzanas que nos llamaban desde el purgado árbol
totalmente deshojado. A la salida, entramos de lleno en un tupido bosque de
castaños y robles. Atravesamos la carretera que va a Pontedeva y seguimos las
indicaciones del PR-G 175, Ruta do Monte de S. Xusto enlazado con la Ruta del
Río Deva, justo en el punto del Puente Ballote, uno de los muchos puentes que
cruzan este río. Seguimos el río por el margen derecho hasta Ponte. Allí cruza
el puente que da nombre a la localidad y cambiamos de orilla, que no de acera. El entorno está formado
por árboles predominantemente caducifolios, como arces, robles, castaños,
sauces y abedules, unidos a una frondosa vegetación arbustiva y herbácea,
mezclándose constantemente con el encanto de los sonidos del agua siempre
peinada por los helechos de río y musgos, lo que hace de este sendero un
verdadero placer para los sentidos.
Llegamos al Área recreativa de
Freans de Deva; como parecía un gran lugar para tomar el bocadillo y aún era
temprano, decidimos recorrer lo que faltaba de rio y volver para el ágape. Un
famélico, picado por otro menos hambriento que iba por la otra orilla aceleran
el paso y cruzan el puente de la carretera que va de Trigueira a la Aldea de
Deva para intercambiar de orilla. Casi sin darse cuente el recorrido que
requeriría una hora lo hacen en apenas veinte minutos. Al hambre solo le ganan
los huevos, cocidos eh.
Un poco más tarde, llega el resto
del grupo, sin muchas prisas, como alimentados de la belleza del lugar. Tomamos
posesión de las mesas y bancos de piedra para preparar el almuerzo. Los bancos
estaban fríos y cada uno lo acolchó según sus calenturas. Unos al sol otros a
la sombra, dimos cuenta del aperitivo.
El regreso se hace de forma
tranquila, coincidiendo con un sendero portugués llamado “Camiño Miñoto
Ribeiro”. Pasamos por A Corredoira y seguimos hasta Trado. Allí, en una fuente,
se hace tiro al blanco, bueno para más claridad diré que se hizo tiro del palo
a la manzana. No todos tuvieron suerte.
Rodeamos el parque industrial
para llegar a un mirador con vistas al Miño. En este punto se hace una foto de
grupo para la posteridad. Desde aquí nos dirigimos a la pequeña capilla de San
Xusto y desde aquí al final del recorrido.
Mientras nos cambiamos de ropa,
dábamos tiempo para que trajesen la llave prófuga. Una congostreña que se
prodiga buena repostera, ofrece un bizcocho cortado en trocitos. Ante el alago
de su gran sabor, la repostera contesta que el secreto está en los huevos de su
padre. ¿y aún le quedan? Le pregunta otro congostreño. ¡Buenooo! Contesta la
huevera con cara de risa, le quedan huevos para muchos más.
En apenas veinte minutos teníamos
la segunda copia recibida con aplausos al abrir el maletero y encontrarse con
la culpable.
Las cervezas se toman en el mismo
lugar que la anterior, en la tapería San Caetano. Nos repartimos en las
pequeñas mesas del interior ¡Ah!, esta vez, la cañita con limón, viene en el
orden correcto. Al no haber tortilla debido a la anarquía del teléfono del
nuevo empanao, nos calmaron el hambre con bocatitas de bacon con queso.
Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
No hay comentarios:
Publicar un comentario