CRÓNICA PATEADA 232


Río Deva (Pontedeva - Ourense) 18/11/2017

El día comenzaba con incidencias: pasadas las nueve, llega un veterano congostreño, contando los desacuerdos que ha mantenido con su despertador intentando justificar que llegaba tarde. Contaba con él como refuerzo y le falló. Habitualmente su despertador integrado y moldeado en las C.O.E.S. le es suficiente, pero a ciertas edades, todo falla.

Llegamos a la escondida capilla que era la referencia para comenzar la pateada. Los doce congostreños nos acoplamos las mochilas y ajustamos las botas; en el momento de salir, se oye una exclamación de lamento: ¡las llaves! Me han quedado dentro del maletero. Era el mismo que se había enemistado con su despertador a primeras horas. Estaba claro que hacía grandes esfuerzos por arrebatar a otro congostreño el título de “empanao”.

Menos mal que ahora contamos con grandes tecnologías de la comunicación para conectarse a internet con el teléfono y consultar otras experiencias y posibles soluciones. Su teléfono tenía vida propia. Parece que tenía una grieta en la pantalla y los electrones daban saltos para sortear la grieta y tropezaban unos con otros, formando una cadena de órdenes contradictorias que hacían secuencias de entradas y salidas de los programas del teléfono. ¡No es su día!

Se barajan varias teorías: la del cordón, la de la chapa, la del destornillador, e incluso la del móvil en  paralelo, pero todas anticuadas que no afectan a un coche de hoy. La mejor y más efectiva fue la típica no basada en internet: una amiga llama a otra amiga que conoce a la sobrina de otra amiga que va a comer a casa de su mamá que vive cerca del punto de salida de la pateada: Se consigue poner en contacto a la mujer del damnificado, que da la llave a su hijo para que se la dé a la sobrina de la amiga para que se la entregue a su madre, luego la primera amiga pasa a recogerla y entregársela al nuevo “empanao”. Todo muy claro, ¿no?

Ya pasaban de las diez y media cuando conseguimos arrancar cuesta arriba. Caminamos bajo la niebla y el clima humedecido que ésta deja. En poco rato llegamos a una pequeña ermita. Estaba cerrada y lo único que pudimos ver era el exterior de estilo románico con contrafuertes.

Diez minutos más tarde estábamos en el Mirador de Padrenda. Desde un banco (de sentarse) del monte Lodairo, se pueden divisar dos países: España y Portugal. Cuentan que en sus proximidades, un labriego mató al último oso pardo de Galicia. Fue en 1946, en Couceiros, allí un vecino llamado Camilo Lloves, acompañado de un niño de catorce años, se encararon con un oso que no los veía con buenas intenciones. Camilo, tuvo que defenderse con una horquilla de la paja, que era lo único que tenía. La suerte lo acompañó y consiguió herir al oso y neutralizar los efectos de sus garras. Finalmente lo remató un guardia civil del  puesto fronterizo de Ponte Barxas. Los periódicos de la época, se hicieron eco de la noticia y publicaron que era el último oso gallego. (Nunca supieron si subía o si bajaba).

Con el acondicionamiento del mirador, cómo labriegos hay muchos, se decide hacer un homenaje al oso, para ello atornillan sobre una roca, la silueta de chapa pintada de negro y así cuando se visita, se ve la sombra del oso para recordar que no hace más de sesenta años había osos  por la zona.

Continuamos por senderos anchos de tierra hasta  la capilla de la Virgen de Portela, era del mismo estilo que la anterior, pero de mayores dimensiones. Alguien advierte gritando: no toques la campana, que te conozco. No había campana que tocar.

Se habían oído ya varios gritos de un famélico cuando paramos sobre un depósito de agua de grandes dimensiones. Fue el lugar elegido para tomarnos el plátano. Poca ceremonia. Lo de siempre, sacarlo de la mochila, pelarlo en dos o tres tiras, según la habilidad del pelador, comérselo y finalmente deshacerse de la cáscara.

Media hora más tarde llegamos a la población de Trado Pequeno. Ahí había un lavadero con una fuente que sirvió para reponer agua. Justo en el cruce había una pequeña construcción típica de Galicia: un “peto das ánimas”, una de las manifestaciones materiales del culto a los muertos, generalmente, sencillos monumentos de piedad popular asociados a la idea del purgatorio. En Galicia es frecuente encontrarlos en caminos, encrucijadas, atrios de iglesias, etc. Su finalidad es la de ofrecer limosnas de todo tipo a las ánimas del Purgatorio, siendo su castigo temporal y pudiendo así alcanzar el Cielo. En compensación, una vez liberadas intercederán por quienes realizaron las ofrendas. La precuela de la caja “B” de la iglesia y tráfico de influencias.

Antes de salir del pueblo tuvimos que probar la calidad de unas manzanas que nos llamaban desde el purgado árbol totalmente deshojado. A la salida, entramos de lleno en un tupido bosque de castaños y robles. Atravesamos la carretera que va a Pontedeva y seguimos las indicaciones del PR-G 175, Ruta do Monte de S. Xusto enlazado con la Ruta del Río Deva, justo en el punto del Puente Ballote, uno de los muchos puentes que cruzan este río. Seguimos el río por el margen derecho hasta Ponte. Allí cruza el puente que da nombre a la localidad y cambiamos de orilla, que no de acera. El entorno está formado por árboles predominantemente caducifolios, como arces, robles, castaños, sauces y abedules, unidos a una frondosa vegetación arbustiva y herbácea, mezclándose constantemente con el encanto de los sonidos del agua siempre peinada por los helechos de río y musgos, lo que hace de este sendero un verdadero placer para los sentidos.

Llegamos al Área recreativa de Freans de Deva; como parecía un gran lugar para tomar el bocadillo y aún era temprano, decidimos recorrer lo que faltaba de rio y volver para el ágape. Un famélico, picado por otro menos hambriento que iba por la otra orilla aceleran el paso y cruzan el puente de la carretera que va de Trigueira a la Aldea de Deva para intercambiar de orilla. Casi sin darse cuente el recorrido que requeriría una hora lo hacen en apenas veinte minutos. Al hambre solo le ganan los huevos, cocidos eh.

Un poco más tarde, llega el resto del grupo, sin muchas prisas, como alimentados de la belleza del lugar. Tomamos posesión de las mesas y bancos de piedra para preparar el almuerzo. Los bancos estaban fríos y cada uno lo acolchó según sus calenturas. Unos al sol otros a la sombra, dimos cuenta del aperitivo.

El regreso se hace de forma tranquila, coincidiendo con un sendero portugués llamado “Camiño Miñoto Ribeiro”. Pasamos por A Corredoira y seguimos hasta Trado. Allí, en una fuente, se hace tiro al blanco, bueno para más claridad diré que se hizo tiro del palo a la manzana. No todos tuvieron suerte.

Rodeamos el parque industrial para llegar a un mirador con vistas al Miño. En este punto se hace una foto de grupo para la posteridad. Desde aquí nos dirigimos a la pequeña capilla de San Xusto y desde aquí al final del recorrido.

Mientras nos cambiamos de ropa, dábamos tiempo para que trajesen la llave prófuga. Una congostreña que se prodiga buena repostera, ofrece un bizcocho cortado en trocitos. Ante el alago de su gran sabor, la repostera contesta que el secreto está en los huevos de su padre. ¿y aún le quedan? Le pregunta otro congostreño. ¡Buenooo! Contesta la huevera con cara de risa, le quedan huevos para muchos más.

En apenas veinte minutos teníamos la segunda copia recibida con aplausos al abrir el maletero y encontrarse con la culpable.

Las cervezas se toman en el mismo lugar que la anterior, en la tapería San Caetano. Nos repartimos en las pequeñas mesas del interior ¡Ah!, esta vez, la cañita con limón, viene en el orden correcto. Al no haber tortilla debido a la anarquía del teléfono del nuevo empanao, nos calmaron el hambre con bocatitas de bacon con queso.

Todo muy rico.
Después de los abrazos, besos y despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,

¡Hasta la próxima! Agur…

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