Caurel (Lugo) 01-02-03/12/2017
Reencuentro: viernes día 1.
Llegamos al albergue en un par de
horas. Nos encontramos con algunos madrugadores. El albergue tiene un aspecto híbrido
entre albergue de montaña y colegio mayor. La estancia es agradable.
El reparto de literas se realiza
según la confianza o el género. Los que no gozaban de ninguno de estos
privilegios, se unían al grupo mixto. En este último, había un reciente
congostreño que manifestaba tímidamente que podría molestar con sus ronquidos. ¡Cómo
se nota que es nuevo, no sabía cómo se las gastan en Congostra!
La cena era libre, pero casi
todos terminamos en el Chapacuña3 tomando las cervezas, agua de sopa y lo que
añadió cada uno. Nos fuimos a dormir rapidito para estar frescos para el día
siguiente. No hacía falta dormir para estar fresco, al levantarse, los -0,5ºC
ya te ponían fresco.
O Mazo-Montouto: sábado día 2.
Sonó el quiquiriquí sobre las ocho
menos cuarto. El desayuno se había pactado a las ocho, en el Chapacuña3, pero
algunos madrugadores estaban a las puertas diez minutos antes. Como el bar no
daba señales de vida, se fueron a la pastelería que abría antes. Volvieron a
tomarse otro al abrir, para no perderse el compadreo.
Salimos de “O Mazo”, sobre las
nueve y media atravesando el pueblo de tejados de pizarra. Pronto tomamos
sendero para abrirnos camino entre el gélido frío a orillas del Río Soldón.
Seguíamos la “Ruta da Devesa do Cervo”. El bosque estaba ya marchito, las hojas
ya pasaban más tiempo en el suelo del que estuvieron en las ramas. El camino
era continuado y sin complicaciones.
En la cascada del río, nos
tomamos un descanso y el plátano. Hacía frío y el cuerpo pedía marcha y nos
marchamos pronto. Llevamos subiendo algún tiempo y hacíamos paraditas para
refrigerar despojándonos de la capa sobrante. A poco más de las doce, pudimos
levantar la mirada para contemplar a lo lejos el Montouto, final del
sufrimiento. Pero aún quedaba un poco. Era el momento de “crestear” subiendo.
Cada pequeño remonte, era toda una conquista. Algunas subidas costaban más de
lo deseado, había caído un poquito de nieve y al pisar se resbalaba, pero era
subir o pasar frío, así que todos arriba.
Poco antes de la una y media,
hacemos cumbre, esto quiere decir que llegamos arriba del todo del Montouto (1.541m).
Aunque nos acompañaba Lorenzo, no era una estancia agradable, corría un viento
“jodón” que con las bajas temperaturas, invitaban a salir pitando.
La bajada se hace más
interesante. La mayoría bajaba agachado como si tuviese dolor de barriga, algunas
consideraban que el camino estaba hecho un desastre y lo iban limpiando
arrastrando el culo. El efecto contagio hacía que algunas imitasen a otras,
¡qué demonios, si ella puede, yo también!, pensarían.
A pesar de que nadie se había
quejado, sobre las dos, en una ladera cara al sol comimos el bocadillo.
Buscamos un sitito con la menor humedad para sentarnos y nos tomamos el
merecido descanso.
La bajada se realiza cresteando
hasta un sendero pedregoso y desde allí hasta los coches. Una vez en Quiroga,
algunos se van directos a la ducha, otros con mochilas al hombro, se dirigen a
la cafetería Felix a tomarse la cañita que simboliza la celebración del final.
Durante el recorrido desde los
coches a la cafetería, un congostreño aprovecha la presencia de una papelera,
para deshacerse de una lata de cerveza y un pañuelo usado, muy usado. El
pañuelo sobresalía del agujero de la lata, dándole un aspecto de “coctel
molotov”. Fue casi un acto reflejo: ver la papelera y depositar la lata, un
acto limpio y sin fisuras, pero llegado a la cafetería, y despojarse de la
mochila, la lata seguía estando allí, por lo que exclama: “¡Entón que tirei!” y
con la lata en la mano, corre a la papelera, mientras va reconstruyendo
mentalmente todos los movimientos anteriores. No encuentra explicación. Al
llegar a la papelera, revisa todo su contenido sin encontrar nada conocido que
pudiera sustituir a la lata. ¿Qué podría haber tirado en su lugar? Al no
encontrar explicación, vuelve a tirar la misma lata, pero esta vez despacito y
concienciándose de que la tiraba. Y ordenando bajito a la lata: ¡quédate ahí,
coño! Y mientras se alejaba veía para atrás por si lo seguía. Al regresar al
bar, entre risas se lo cuentan. La explicación era más sencilla: un gracioso
que iba detrás, cogió la lata de la papelera y volvió a meterla en el bolsillo
de la mochila.
La cena nos esperaba en el
Chapacuña3, a las nueve. Cómo la puntualidad es una norma del bar, nos
acercamos hora y media antes para jugar unas partidas a las cartas y tomar unas
cañas. Jugamos al tute cabrón y casi siempre gana el mismo. Conclusión que no
quiero desvelar.
Nos sirvieron entremeses de
tortilla fría y salada, “concretas” calientes y revuelto de una verdura verde
que podrían ser espinacas, caliente y rico; también había caldo que contenía
verdura, patatas y algún anillo de chorizo flotando bajo la verdura. El segundo
era jamón cocido muy jugoso y apetecible, acompañado con patatas. Todo muy
rico.
Durante la sobremesa, entre el
postre y el café, una congostreña a la que no le quedaba ya licor café,
comentaba con la que tenía enfrente, lo gracioso que resultan algunos chistes
cuando te encuentras un punto. Entre los más significativos están:
-
Una madre pregunta a su hijo: ¿cariño que
quieres desayunar? ¡Colacao, mecajoendios! Contesta el niño.
-
La madre se lo cuenta a su marido y éste decide
darle el desayuno al día siguiente, para reparar esos malos modos…
-
A ver niño, ¿Qué quieres desayunar? pregunta el
padre, ¡Colacao, mecajoendios! Contesta el niño. El padre le da dos
tortas mientras le dice: ¡Que sea la última vez que contestas eso!, y el niño
asiente.
-
El padre cuenta a la madre que el tema ya está
arreglado, así que al día siguiente, la madre vuelve a preguntar al niño:
¿cariño que quieres desayunar? ¡Colacao NO, mecajoendios! Contesta
el niño.
Los comensales
que lo habían pillado se reían mientras querían meter su propio chiste.
Entre dos
cazadores se establece este dialogo:
-
¡Véndoche un can!
-
¿E que fajo con un can vendado?
Unos se acostaron pronto mientras
que otros fueron a tomar unos chupitos por el pueblo. En una habitación
cualquiera ocurrió un evento: Un congostreño reciente, preocupado por no
molestar con sus ronquidos, les comenta a los otros dos compañeros en un tono
casi avergonzado: tengo que comentaros algo… El congostreño más cercano se pone
en guardia para recibir la noticia. A lo
mejor, no os dejo dormir, les dice, porque
que yo he bebido un poco y cuando bebo, se me levanta. El congostreño que
esperaba la noticia, no se imaginaba esa noticia. Con los ojos totalmente
abiertos y el culo apretado, le pregunta: ¿Qué?
Mientras el tercer congostreño más veterano hace esfuerzos por no atragantarse
de la risa. El avergonzado, atónito por la risa del tercero, vuelve a repetir
la frase, sin entender por qué se ríe. Le vuelven a hacer la pregunta pero sin casi
querer saber la respuesta: ¿Qué se te
levanta?, pues el ronquido,
contesta, ¿qué va a ser? El tercer
congosteño ya explota a carcajadas. Creí
que querías proponerme matrimonio, dice el segundo congostreño, joder que
susto me has dado. Una tímida sonrisa se esboza en la cara del que se le
levanta.
Es lo que tiene la riqueza de
culturas, unos emplean los verbos con un significado y otros le dan otro. (Dile a un taxista argentino que lo
quieres coger).
Seara-Lagoa Lucensa: domingo
día 3.
Nos levantamos con el quiquiriqui
a la misma hora del sábado. El desayuno esta vez es más informal y en la
cafetería Felix. Nos piramos a la parroquia de la Seara para dar la salida.
Dejamos los coches en la carretera de Vieiros y comenzamos la ascensión.
La primera parada es en la
catarata de Fondo de Petoda, allí se hacen fotos con el chorro de agua a las
espaldas. Media hora más tarde nos encontramos en el centro de la laguna
Lucenza. Estaba cubierta con una capa de nieve, pero sin una gota de agua. Una
congostreña amontonó un poco de nieve, lo decoró con un gorrito verde, se
parecía a un muñeco de nieve o a un gnomo. Haciendo piña, nos colocamos para la
foto de grupo con la cabeza en el centro. Había un perrito empeñado en tumbarse
justo en las narices del Noel improvisado. Costó pero conseguimos la foto.
La nieve nos alfombró todo el
camino y el sol calentaba a ratos. Mirases donde mirases la imagen era de
postal, todo recién nevado. Llegamos a Devesa da Rogueira, estaba tan blanco como
el lago, los carteles indicadores tenían cristales formados con el frio y la
nieve. Es el efecto “cencellada”, se da cuando la niebla húmeda es empujada por
la brisa y choca contra una superficie sólida a bajas temperaturas formando
plumas y agujas de hielo. Toda la devesa sufría este efecto en cada hierba o
matojo.
Cruzamos un bosque arbolado
decorado de blanco para ponerlo acorde con las fiestas. Nos llevó este camino,
hasta “a Fonte do Cervo”, manantial que de una misma roca brota en dos hileras,
de aguas ferruginosas y aguas calcáreas, muy útiles para estimular el apetito.
El siguiente punto es el
Formigueiro, todos menos cuatro conseguimos llegar. Se estaba bien, calentaba
el sol y no hacía aire. Como aún era temprano para comer, decidimos crestear
hasta el camino y reencontrarnos con los prófugos. Durante la bajada, un
desperdigado toma un atajo, pero como no hay atajo sin carajo, tuvo que volver
sobre sus pasos y correr para alcanzar al grupo. Sobre las dos, en pleno
camino, en una ladera soleada, nos recreamos con la vista y saciamos el
estómago.
Seguimos bajando por un sendero
recién descongelado y el suelo era un firme deslizante. Este sendero nos
llevaría justo al grupo de casitas que componen Vieiros. Al atravesar
la carretera asfaltada y adentrarse en Vieiros, el de los atajos, retrocede
unos metros para cerciorarse de que no queda nadie atrás, y cuando entra en el
pueblecito había dos posibilidades para ir a “Fervenza de Vieiros”. Cómo no es
asiduo de las apuestas, erró en la elección, yendo y viniendo por todos los
caminitos del pueblo, para luego intentarlo por el correcto, pero ya con mucha
desventaja. Iba berreando con su ya conocido grito de pastor, pero no había
contestación. Del otro lado, también hacían lo propio, pero no había cobertura.
El grupo, una vez llegados a los coches, toman uno y retroceden por la
carretera. A unos pocos metros ven a un senderista que se tapaba los ojos para
no ser deslumbrado y jugando con un bastón como si fuese una hélice o imitando
a una vedette. Por otra parte, el aventurero veía unas luces que se acercaban,
y con su suerte, pensaba que era un ovni y que venían a abducirle. (Le consolaría si por lo menos fuese una
marciana negra y una rubia). No fue así, salieron del coche unos ogros
roñosos que le echaron la bronca. Este
percance acortaba el tiempo de las cañitas, por lo tanto una vez en Quiroga, uno para el albergue para cambiarse y otros para casita…
Esta vez sin abrazos, besos ni despedidas…
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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