30/12/2017 Santa María de Xeve (Pontevedra)
Nos encontramos en el recinto de festejos de Xeve, punto estratégico
entre la iglesia y el bar de tapas La Gruta. Para este día juntamos veintitrés
voluntari@s. Aparcieron algunos que no sabíamos de ellos desde hacía tiempo,
mucho tiempo.
El encuentro fue grato, todos estaban perezosos para salir, no
encontraban el momento de finalizar la charla. Serían casi las diez cuando se
hace el primer intento, unos comienzan a caminar mientras otros rematan la
historia para ponerse al día.
Salimos del recinto por la parte de atrás del palco,
por una estrecha carretera asfaltada. Pronto tomamos contacto con la
naturaleza, pisamos caminos de tierra con años de historia. Apenas habíamos
caminado media hora, cuando se hace una parada. ¿Qué comemos aquí? Pregunta
alguien, no, van a comprar pan, le responde otro alguien. Después de un buen
rato, seguimos bajando por otra carretera asfaltada que da paso a casas
unifamiliares y a fincas de labradío, caminamos durante un buen rato hasta el
campo de tiro de Cernadiñas Novas, allí conectamos con la carretera general
donde nos esperaba un ciclista para dejarnos pasar hacia el río. No se sentía
seguro y prefería que fuésemos nosotros delante. Esa era la primera impresión,
sin embargo al poco rato pide paso para adelantarnos titubeando por el estrecho
camino.
Descendemos de la carretera hasta las orillas del
Lerez y contemplamos los frutos de las últimas lluvias, el río estaba a
rebosar, de hecho rebosaba por las reclusas que había para contener y redirigir
las aguas. Continuamos por sus orillas hasta una pequeña playita fluvial, ¿esta
es la playa de Samil? Preguntó alguien haciéndose el gracioso. Sí, le
contestan, y ahora vamos a bañarnos. ¡Y lo hicieron! Dos congostreños, ya con
antecedentes de disputarle a una rana su charquito, aprovechan cualquier
ocasión para refrescarse. ¡Ya hay que tener ganas!
El resto del grupo continúa por las orillas hasta un
puente de madera en forma de arco. En este bucólico entorno, nos tomamos el
plátano. Dio tiempo para hacerse fotos de unos pequeños rápidos del río. No era
tan rápido el ciclista, que llegó más tarde con cara de cansado. ¿Qué, le trajo
Papa Noel la bici y la está disfrutando? Le pregunta alguien. No, esta ya es
vieja y pesada, a ver si consigo otra nueva y más ligera, contesta. Una
congostreña desconfiada, comenta bajito: ¿a qué se está refiriendo? Porque aquí
no va a conseguir nada de eso, no veo ninguna nueva, y menos ligera, y tampoco
veo bicis.
Volvemos por el mismo sendero y cruzamos el río por otro puente de
madera. Iba en el grupo un congostreño reciente que cruzaba con decisión, se
resbala en la madera mojada y …zas, hostia terrible en el culo. Cuando consigue
levantarse comenta a los de atrás que se aguantaban la risa: “tenes cuidado que
aquí se resbala” mientras señala el suelo húmedo del puente con una gráfica
marcada con los zapatos.
Poco antes de la una y media, cruzamos la carretera general, en plena
curva, para adentrarnos en un bar y tomar el bocadillo. Era temprano, pero no
encontraríamos mejor oportunidad para tomar el bocata sentados agarrados a una
cerveza.
El bar disponía de dos mesas grandes y alguna más en el arcén de la
carretera. Era un poco incómodo para tanta gente, pero nada que ver, si querías
ir al baño.
Disponía de un habitáculo en el exterior, decorado tipo retro y
minimalista. La puerta era de lo más familiar, no necesitaba cierre, estaba
dotada de una cristalera, traslúcida, por supuesto que hacía intuir si estaba
ocupado o no, pero si querías asegurarte, podías atisbar: justo a la altura de
la vista, habían retirado el cristal para tal menester.
Un congostreño, avezado en las nuevas tecnologías, no tuvo problemas
para encontrar el hueco donde depositar la cerveza procesada. Una vez
terminado, y tras las últimas sacudidas, buscó con ahínco un botón donde
pulsar, un láser que al pasar las manos se activase, o una sonda de
reconocimiento de voz o movimiento, una dirección de dónde poder descargar una
App, pero no tuvo suerte. Usó su Smartphone para ver si encontraba un tutorial
que le sacase del atolladero, pero no había cobertura, era incómodo sentarse y
sacar el móvil por el hueco de la puerta para lograr unas rayitas, (de
cobertura, eh), para colmo, había cola para el baño y los de fuera pensarían
que se estaba haciendo un selfi. ¡Qué apuros!
Durante la búsqueda, intentó ver dentro de una cajita blanca que había
colgada como si fuese un cuadro de pésimo gusto, pero como no llegaba, se agarró
a una cadena usada para impulsarse y… el susto de una pequeña catarata interior
lo desplaza de espaldas sobre la puerta clavándose el pomo. ¡Joder, por poco me
deslomo! ¡Puñetero modernismo! Después de un buen rato, sale con la cabeza bien
alta, no mucho, por si tropieza en el techo del garaje. La del siguiente turno,
se lo queda mirando, seguramente preguntándose: ¿Qué haría tanto tiempo y
haciendo tanto ruido? ¿Le atacaría un jabalí? ¡Sí, sí, es muy fácil prejuzgar…!
Volvemos al río llegando a un puente, donde se hacía mención a una
refriega con los franceses en 1809 donde destaca la frase “Españoles: dedicaos
todos a imitar a los inimitables gallegos”. No es por desmerecer los logros,
pero si son inimitables, no perdemos el tiempo y seguimos con nuestro rollo.
En medio del sendero, justo a orillas del río, nos plantaron,
literalmente, unos kiwis, sin dejar paso para los caminantes, obligándonos a
dar un rodeo por un bosque deshojado.
Cruzamos un puente creado con cableado resistente y una pasarela de
tablas de madera. Oscilaba tanto lateral como verticalmente. Es esta elasticidad
lo que lo hace resistir, pero no da esa sensación cuando estás sobre el río.
Cada caminante se hacía sus cabriolas de postureo para salir en la foto.
Después de muchas fotos, volvemos al camino. Recorremos el margen del
río varias horas hasta la capilla de San Roque. Aquí algunos se tomaron un
descanso y se quitaron las chinas de las botas, luego continuamos caminando por
la carretera hasta un camino que transcurre por monte y zona de campos,
llegando a los coches sobre las seis menos cuarto.
Nos dedicamos al estiramiento y aseo del calzado para estar bien para
las cañas. Estratégicamente situada, la tapería La Gruta, nos ofrece una mesa
tipo edad media dónde casi no cabemos. Nos sirven las cervezas mientras prepara
el trío de jamón asado, calamares y oreja. Todo muy rico. Según un congostreño
inconformista, la oreja estaba muy salada, o al menos eso decía entre pincho y
pincho, casi sin tomar aire para hablar.
Después de los abrazos, besos y despedidas de año y deseos para el
próximo… cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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