Santuario Nossa
Senhora da Peneda, (Portugal) 20/10/2018
Hay una leyenda que describe el
porqué de esta ubicación. En el año 1220, una niña recogía las cabras, el
cansancio o el orujo, le hizo ver una paloma parlanchina que le pide que los
habitantes de la zona le construyan una ermita en ese lugar (capricho de las torcaces). De regreso a
casa, se lo cuenta a su madre, y ésta la manda a la cama a dormir la mona. Como
la forma de paloma, no era creíble, al día siguiente, en la recogida de cabras,
se le aparece en la forma que tiene ahora. Para que la tomasen en serio, manda
a la niña a Roussas a buscar a una mujer que llevaba dieciocho años enferma, y
al ver la virgen, la enferma se curó. La señora enferma se llamaba Domingas, no
me imagino cuál sería su enfermedad.
Llegamos puntuales, casi todos de
los dieciséis que comenzamos la pateada. Los portugueses nos obsequiaron con
una temperatura ideal. Después del ritual de reencuentro, bajamos río abajo en
dirección al “Trilho da Mistura das Áugas”. El camino estaba sembrado de cantos
rodados de distintos tamaños, vimos uno de unos tres metros de diámetros.
Había que cruzar unos puentes
reconstruidos con hormigón. Poco vistosos pero útiles. En Baleiral, cambiamos
de orilla y continuamos hasta Rouças. Había aquí, incomprensiblemente, una
pastelería que acaparó la atención de buena parte del grueso del pelotón (alguna delgadita también cayó en sus redes).
Aprovechamos la parada para tomarnos el plátano.
Seguimos por carretera asfaltada
hasta la entrada en un sendero típico de empedrado que nos lleva a un puente de
circulación de tráfico sobre el río Pomba. Antes de cruzarlo hacemos un intento
de evitar el asfalto, pero ya sabéis el refrán: “no hay atajo…” así que
volvemos a la raya del mapa sobre asfalto.
Después de unos metros, topamos
otro puente, esta vez parecía romano con actualizaciones contemporáneas, era de
piedra de arco de medio punto, con unas barandillas de hierro pintado. Una vez
cruzado, el paisaje cambia retrocediendo unos siglos. El sendero totalmente
empedrado, tanto el suelo como las irregulares paredes conseguidas amontonando
piedras irregulares en perfecto equilibrio y cubiertas de musgo.
Este sendero nos lleva a
Gavieira una pequeña “despoblación”
de casas de piedra con tejados renovados. En el camino, media docena de
jovencitas disfrutan del día tomando el sol, y se ponen nerviosas a nuestro
paso. Luciendo sus mejoras galas, cacarean alrededor de un comedero de cereal.
Tomamos el sendero “Pertinho do céu” que nos llevaría a “Branda das Busgalinhas” y “S.B. do Cando”. Eran un camino empedrado
con un considerado desnivel y longitud. Fuimos deduciendo el motivo del nombre
traducido: cerquita del cielo. Era a
dónde parecías llegar si conseguías llegar con fuelle
Llegamos a Busgalinhas casi a las dos.
En una subida de salida del pueblo, un tractor ocupaba toda la carretera en
dirección contraria, pero la famosa galantería portuguesa, se hace patente. El
tractorista espera en lo algo de la cuesta y nos deja pasar pacientemente a la
hilera interminable de curiosos, incluso a las fotomaníacas que siempre vienen
descolgadas. No puedo decir lo mismo de unos gansos que cuidaban de la zona
como auténticos mastines. Alargando el cuello a modo de amenaza, iban graznando
una sonata por cada uno que pasaba.
A la salida del pueblo por los
caminos de la parte alta, podemos contemplar los renovados tejados de unas
empedradas casas antiguas cercadas por unas vallas de piedras. Ya eran cerca de
las dos y seguíamos en los senderos. Un famélico congostreño manifiesta su
deseo de tomarse el bocata: “Teño fame”
grita dando un susto a los cercanos compañeros que hacen ademán de protegerse
con los brazos. No sé si sería el hambre o el susto, pero lo cierto es que
perdimos el camino, y en un intento de recuperarlo nos dejamos guiar por lo que
parecía un sendero que frecuentaban los bovinos. No había salida, pero
intuición y orientación nos hace reubicarnos cruzando por el sendero del jabalí
que habita en todas partes. Cuando llegamos al asfalto, un gracioso dice: Habiendo esta carretera tan bonita aquí,
mira por donde nos metimos.
Atisbamos un pueblecito a lo
lejos y hacia él nos dirigimos. Creo que lo construyeron cuando hacía viento, a
juzgar por su nombre: “São Bento do Cando”,
allí había un merendero de piedra esperándonos, y a unos metros un local que
parecía un bar. Nos tomamos los bocatas con “cerveças fresquiñas”.
Poco antes de comenzar el ascenso
hacia la presa meada, tres congostreños forofos de los baños fluviales, se
separan para visitar una cascada que no recuerdo el nombre. Dado que son los
más fortachones, continuamos, los demás, con paso más lento para ser alcanzados
una vez terminasen, pero debía estar muy cascados que no lograron volver al
grupo.
Toca subir hasta la presa “Meadinha”
(¿a qué me suena ese nombre), cada
uno lo hace a su ritmo. Apretando los dientes y desatendiendo las alarmas de la
siesta que suenan hace rato, se enfrentan a la empinada subida. La hormigonera,
ocupada fermentando el bocadillo, reclama los fluidos que se pierden por los
poros, pero el congostreño sube y sube hasta el final. Una vez arriba, nos
volvemos a reagrupar y seguimos hasta la presa. Una pareja congostreña, con
prisas por llegar, toma la dirección directa según la vista, pero el resto del
grupo sigue las marcas para ir más seguros, no está el cuerpo para aventuras. En
las piedras altas en contemplación de la presa, nos tomamos los últimos
bocaditos y se hacen fotos de la piedra interior del charco. Su contemplación
recuerda a una ballena varada.
La bajada se hace igual que la
subida, cada uno a su ritmo. Una vez abajo, a medida que iban llegando, iban
ocupando una silla en la terraza del restaurante. Unos tomaron café o infusión,
a lo que les acompañaban un trozo de bizcocho, a las cervezas, nada. Pero el
camarero debió oír los comentarios de la mesa, que anuncia en un perfecto
castellano: “les están preparando unas tapas saladas para las cervecitas”. Un
congostreño que no había pedido nada, al enterarse, levanta la mano, pero el
camarero había desaparecido.
Los tres congostreños que habían
decidido ir a refrescarse a la cascada, debía estar lejos o estaban disfrutando
mucho, porque no volvimos a verlos; sí conectamos telefónicamente y dado que
conocían el terreno, nos invitaron a irnos.
Desde aquí, después de los abrazos, besos y despedidas… (solo los más cariñosos)
cada mochuelo a su olivo,
¡Hasta la próxima! Agur…
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