Llegamos escalonados al merendero
de Merufe, cerca de la Capilla de “Noso senhor
dos Passos”. Alguno se quedó dando vueltas por la capilla como una
hormiga cuando le tapas el agujero. Al final consiguió llegar al merendero.
Este lugar era ideal para una salida.
Contaba con un patio cubierto y tres mesas de piedra con sus correspondientes
bancos. También tenía una pileta con agua, y cerquita, un baño totalmente
operativo.
Salimos un poco más tarde de lo
previsto, adentrándonos en los caminos típicos de la zona. Piedras, vegetación
y agua son los principales componentes.
No había mucha gente por el
camino, a primeras horas solamente nos encontramos con una señora ajetreada
sirviendo el desayuno al ganado. Lucía un jersey de lana en tonos oscuros,
cubierto con un mandilón sin mangas en tela de hilo, haciendo juego. Vestía un
pantalón de tergal enfundado en unas chirucas negras. “Bon día, bon día” fueron
las únicas palabras que nos cruzamos.
La subida era continua. Casi dos
tercios del camino era subiendo, o por lo menos era la sensación. Monte pelado
y piedras, formaban parte del paisaje. En medio de la nada, aparece una
construcción creada con unas uralitas de latón, para el refugio del ganado.
Estaba vacío, pero el camino asfaltado de boñigas delataba su presencia en
grandes manadas.
La nada dio paso a un bosque de
árboles verdes a través de un túnel que ofrecían sus ramas. Fue entre estos
árboles, sobre las doce y media, donde tomamos el plátano. Lo hicimos bajo los
paraguas y en apenas unos minutos. El frío nos obligaba a mantenernos activos.
Media hora más tarde, llegamos al
Mirador de Estrica, con su pequeña capilla de San Antonio. Con la lluvia,
viento y niebla que había, supusimos que allí con buen tiempo, habría unas
vistas preciosas de los socalcos típicos de la zona.
Ahora toca bajar. No creáis que es
una tarea fácil, dada la característica local. Las piedras en las condiciones propicias,
ofrecen al caminante la excusa idónea para darse un buen culazo.
La lluvia nos acompañó todo el
día. “Dicen que mejora después de comer” dice alguien para animar a las masas,
así que aceleramos el paso hasta Sistelo para comer prontito y así mejorara.
Mejoró, la lluvia era más contundente y continua, nada de chirimiri, además
venía acompañada de unas ráfagas de viento para apartar los paraguas y empapar
de forma regular.
Después de una
pequeña subida, llegamos a Sistelo, donde nos tomamos el almuerzo. El bar que
recordábamos, era apenas dos metros cuadrados, por lo que algunos se situaron
bajo el abrigo de un lavadero, mientras el resto se arreglaba en el escueto
bar.
Cuando los del
lavadero se acercaron para tomar un café calentito, se dieron cuenta de que el
bar había crecido en todas las direcciones, para convertirse en “Tasquinha Ti’
Mélia”, con dos habitáculos, uno provisto de unas mesas grandes cubiertas de un
hule de cuadros y el otro con mesitas con servicios de comedor. En las mesas grandes, se encontraron al resto
del grupo cómodamente sentados a la mesa con cara sonriente. ¿Qué ha pasado con
la dureza del senderismo? Se han dejado corromper por las comodidades
domingueras, decían los recién llegados, escondiendo su envidia.
Recuperamos los
paraguas y nos dirigimos cuesta arriba hacia Padrâo. Paramos para reagrupar, justo en lo alto, al
lado de la mítica fuente. Habían restaurado un bajo que ahora lo llaman
“Quiosque Sabores Reçionais”, que estaba cerrado, pero que al ruido nuestro se apresuró, inútilmente, en aperturar. ¡Portugal está en plena transformación!
Una vez
reunidos, bajamos hacia el Río Vez. En otra época algunos calurosos, se daban
buenos chapuzones en este río. Se presenta un cruce de caminos posibles y nos
decantamos por el más recto y menos cuesta.
La música de
verbena nos acompaña todo el camino hasta Portela de Alvite, al llegar, nos
encontramos con un especie de guateque de caminantes que se reagrupaban bajo un
tejado sin paredes. Festejaban nuestra
llegada y hacían señales para que nos añadiésemos. Supongo que necesitaban más
gente en los laterales que parasen la lluvia.
Bajamos por el “Caminho
dos Mortos” hasta Merufe, donde nos esperaban los coches. Utilizando las
instalaciones, nos ponemos ropa seca y nos dirigimos a tomar la caña final.
El local que teníamos asignado
había cerrado a causa de las lluvias, menos mal que la habilidad y conocimientos
de los guías nos llevaron A Calustra de Salceda. El local estaba casi a nuestra
disposición debido al mal tiempo. Nos tomamos unas tortillas, oreja, cocretas y
croquetas todo regado con vinito y otros refrescos.
¡Ah! Se me olvidaba, que también se
celebraban los años que fraguaron una gran amistad de grupo. Lo mejor de todo no era la
tortilla ni el vino, lo mejor eran los diplomas que son entregados en
reconocimiento a la labor efectuada por los asistentes en los caminos. Alguien tiene que pisarlos
para mantener la maleza controlada. ¡Felicidades a
todos y hasta otra!
Cada mochuelo…
Gracias Miguel, andas aún algo fastidiado del pie, pero no has perdido nada de ingenio y humor.
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