Salvaterra do Miño 19/10/2019
En el parque A
Canuda no llovía, según los mensajes de los madrugadores. Picamos ocho
pringaos. Era la típica ironía gallega que no se ve en los mensajes escritos.
Llovía, y todo el día, salvo las últimas horas, que a la “señora lluvia” ya no
le merecía la pena y nos dejó cambiar de ropa.
Salimos bajo los
paraguas que nos acompañaron abiertos todo el recorrido. Subimos a orillas del
Miño hasta un mirador escalonado con vallas de madera que aún estaban en buen
estado. Era el Laboratorio Astronómico, no por grande, sino para ver los astros
y estrellas.
Lo siguiente que
encontramos eran las termas, donde uno o dos clientes parecían hervir como
“carne o caldeiro” en las humeantes vasijas. Por este sendero pudimos ver algún
que otro caminante deportista, y ¡sin paraguas!, eso es pasión por la vida
sana.
Seguimos por el
Sendero Municipal del Río Mendo y al abrigo de un puente, nos tomamos el
plátano, lo hicimos rapidito porque la lluvia nos esperaba y no queríamos
decepcionarla.
A pocos metros
río arriba, había una especie de poblado despoblado, estaba compuesto de
distintas casetas de madera de distintas formas y tamaños. Presidía el poblado
la que parecía ser un dispensario de bebidas de gran tamaño, el dispensario, no
las bebidas. Pegado a un muro, había figuras de vaca con un letrero en su
panza: “Carne o caldeiro”, “Xamón”, “Lacón con grelos”…
Nos resguardamos
en el “dispensario” en espera de los últimos. Cada uno curioseó en el poblado.
Cuando nos pusimos en marcha, un congostreño quedó retrasado por causas
fisiológicas. Cuando quiso recuperar el ritmo se encontró con un cruce y un
choque de información:
Pensamiento
del retrasado:
¿Irían al pueblo, continuarían por el
sendero? Mejor me voy para atrás y espero a que las ranas críen pelo o tener
cobertura.
Pensamiento
del grupo: ¿Iría al pueblo, se quedaría atascado? ¡Pero
si no tiene pérdida! Mejor retrocedemos mientras lo llamamos por teléfono.
Una vez
localizado, confirmamos que las interpretaciones nunca coinciden con los demás
y que cualquier duda se puede convertir en una tragedia.
Sobre la una
menos cuarto, llegamos a la iglesia de Leirado, pegada al cementerio. A este
lugar se accede bajando unos escalones o descendiendo por una rampa, parece
estar inspirado en una bodega para conservar su producto en zona fría.
Continuamos
subiendo por un camino de viñedos. Fuimos revisando cada vid para probar que
tipo de uva tenía. Este sendero nos lleva al centro de Leirado, un cruce
situado a ocho kilómetros de todas partes. En él había una pequeña capilla,
creo que en honor a San Roque.
Salimos de la
carretera principal por detrás del colegio público. Este sendero nos lleva
hasta la autovía AG51, seguimos su margen hasta localizar un puente que la
cruzara. En lo alto del monte, en una finca desbrozada, había dos postes de
madera clavados a una distancia de unos cuatro metros. Estaban unidos por dos
cuerdas a modo de red, y entre ellas ataron letras artesanales creadas con
palos atados con cortezas. No consigo descifrar que ponía. A ver si los
aficionados a los crucigramas o al juego de la ruleta lo descifran:
“APREI__O___RA”.
Eran ya las
horas de comer, rondaban las dos y media, así que cuando nos encontramos un
refugio en frente de la iglesia de San Juan de Fornelos, nos acomodamos: los
más rápidos en un banco y en el suelo los demás. Alguien preguntó que pasaba
con los postres. Habíamos caído en la cuenta que la repostera se había quedado
en lugar seco. El postre fue suplido por un brebaje dulzón calentito que se
repartía como un cura lo hace con los pobres, controlando que el reparto es
equitativo y no hay listillos.
Continuamos camino
abajo hasta Fornelos, justo en un lugar de festejos, donde deberían tener un
bar para tomar algo calentito que templase la mojadura. Era “O Torreiro de
festas as Fraguillas”. No fue así, bajamos por el camino de entrada a una
carpintería de aluminio ACG que nos lleva a las orillas del Río Tea que
descenderá hasta confluir con el Miño.
Todos los ríos
que nos encontrábamos estaban a punto de desbordarse y con un fuerte torrente
enrarecido por el lodo. Las playas fluviales eran solo un recuerdo.
El ritmo se
vuelve diferente según lo mojado que está cada uno. Una perrita negra nos
acompaña por la orilla del Tea, parece acostumbrada a la gente y al camino. Se
deja querer.
En el camino
encontramos un cabrero-perruno, no era un señor cabreado, sino que era un señor
con dos cabras y un perro. Los perros comenzaron a flirtear haciendo carreras
sin ton ni son. Solo verlos ya cansaba. El perro decidió que no merecía la pena
y nos abandona.
Llegamos a
Salvatierra sobre las cuatro y media. No llovía. Nos había dado un respiro para
poder cambiarnos.
Las cañas las
tomamos en el Vagalume. Nos invita un congostreño
que se jubilaba y estaba bajo de defensas. Incluso disfrutamos de una tosta de
arenque y un bol de maicitos. No encontramos ningún otro lugar para tomar un
tentempié calentito, así que…cada mochuelo a su olivo.
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