CRÓNICA PATEADA 273


Salvaterra do Miño 19/10/2019

En el parque A Canuda no llovía, según los mensajes de los madrugadores. Picamos ocho pringaos. Era la típica ironía gallega que no se ve en los mensajes escritos. Llovía, y todo el día, salvo las últimas horas, que a la “señora lluvia” ya no le merecía la pena y nos dejó cambiar de ropa.

Salimos bajo los paraguas que nos acompañaron abiertos todo el recorrido. Subimos a orillas del Miño hasta un mirador escalonado con vallas de madera que aún estaban en buen estado. Era el Laboratorio Astronómico, no por grande, sino para ver los astros y estrellas.

Lo siguiente que encontramos eran las termas, donde uno o dos clientes parecían hervir como “carne o caldeiro” en las humeantes vasijas. Por este sendero pudimos ver algún que otro caminante deportista, y ¡sin paraguas!, eso es pasión por la vida sana.

Seguimos por el Sendero Municipal del Río Mendo y al abrigo de un puente, nos tomamos el plátano, lo hicimos rapidito porque la lluvia nos esperaba y no queríamos decepcionarla.

A pocos metros río arriba, había una especie de poblado despoblado, estaba compuesto de distintas casetas de madera de distintas formas y tamaños. Presidía el poblado la que parecía ser un dispensario de bebidas de gran tamaño, el dispensario, no las bebidas. Pegado a un muro, había figuras de vaca con un letrero en su panza: “Carne o caldeiro”, “Xamón”, “Lacón con grelos”…

Nos resguardamos en el “dispensario” en espera de los últimos. Cada uno curioseó en el poblado. Cuando nos pusimos en marcha, un congostreño quedó retrasado por causas fisiológicas. Cuando quiso recuperar el ritmo se encontró con un cruce y un choque de información:

Pensamiento del retrasado: ¿Irían al pueblo, continuarían por el sendero? Mejor me voy para atrás y espero a que las ranas críen pelo o tener cobertura.
Pensamiento del grupo: ¿Iría al pueblo, se quedaría atascado? ¡Pero si no tiene pérdida! Mejor retrocedemos mientras lo llamamos por teléfono.

Una vez localizado, confirmamos que las interpretaciones nunca coinciden con los demás y que cualquier duda se puede convertir en una tragedia.

Sobre la una menos cuarto, llegamos a la iglesia de Leirado, pegada al cementerio. A este lugar se accede bajando unos escalones o descendiendo por una rampa, parece estar inspirado en una bodega para conservar su producto en zona fría.

Continuamos subiendo por un camino de viñedos. Fuimos revisando cada vid para probar que tipo de uva tenía. Este sendero nos lleva al centro de Leirado, un cruce situado a ocho kilómetros de todas partes. En él había una pequeña capilla, creo que en honor a San Roque.

Salimos de la carretera principal por detrás del colegio público. Este sendero nos lleva hasta la autovía AG51, seguimos su margen hasta localizar un puente que la cruzara. En lo alto del monte, en una finca desbrozada, había dos postes de madera clavados a una distancia de unos cuatro metros. Estaban unidos por dos cuerdas a modo de red, y entre ellas ataron letras artesanales creadas con palos atados con cortezas. No consigo descifrar que ponía. A ver si los aficionados a los crucigramas o al juego de la ruleta lo descifran: “APREI__O___RA”.

Eran ya las horas de comer, rondaban las dos y media, así que cuando nos encontramos un refugio en frente de la iglesia de San Juan de Fornelos, nos acomodamos: los más rápidos en un banco y en el suelo los demás. Alguien preguntó que pasaba con los postres. Habíamos caído en la cuenta que la repostera se había quedado en lugar seco. El postre fue suplido por un brebaje dulzón calentito que se repartía como un cura lo hace con los pobres, controlando que el reparto es equitativo y no hay listillos.

Continuamos camino abajo hasta Fornelos, justo en un lugar de festejos, donde deberían tener un bar para tomar algo calentito que templase la mojadura. Era “O Torreiro de festas as Fraguillas”. No fue así, bajamos por el camino de entrada a una carpintería de aluminio ACG que nos lleva a las orillas del Río Tea que descenderá hasta confluir con el Miño.

Todos los ríos que nos encontrábamos estaban a punto de desbordarse y con un fuerte torrente enrarecido por el lodo. Las playas fluviales eran solo un recuerdo.

El ritmo se vuelve diferente según lo mojado que está cada uno. Una perrita negra nos acompaña por la orilla del Tea, parece acostumbrada a la gente y al camino. Se deja querer.

En el camino encontramos un cabrero-perruno, no era un señor cabreado, sino que era un señor con dos cabras y un perro. Los perros comenzaron a flirtear haciendo carreras sin ton ni son. Solo verlos ya cansaba. El perro decidió que no merecía la pena y nos abandona.

Llegamos a Salvatierra sobre las cuatro y media. No llovía. Nos había dado un respiro para poder cambiarnos.

Las cañas las tomamos  en el Vagalume. Nos invita un congostreño que se jubilaba y estaba bajo de defensas. Incluso disfrutamos de una tosta de arenque y un bol de maicitos. No encontramos ningún otro lugar para tomar un tentempié calentito, así que…cada mochuelo a su olivo.

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