CRÓNICA PATEADA 279




Sobroso – Mondariz- 28/12/2019

Quedamos en la Fuente de Troncoso. “Establecimiento de aguas minerales acidulo alcalinas carbónico-ferruginosas”. Los turistas de Mondariz celebraban el ritual de “pasear las aguas”, el ritual consistía en tomar todos los días un vaso de agua en la Fuente de Gándara y andar los 800 metros hasta la Fuente de Troncoso para tomar otro vaso de agua. (No serían paseos románticos, a juzgar por el mal olor que desprende).
Una vez allí, el lugar estaba en obras y desierto de personal y vehículos. No aguantaron mucho sin aparecer. Se trataba de una broma debido al día de los Santos Inocentes, que no cuajó porque los bromistas se arrepintieron pronto.

Salimos hacia el paseo, los dieciséis valientes, poco antes de las diez; el río parecía termal, debido al humo que desprendía por las bajas temperaturas. Recorrimos una tirada por asfalto hasta adentrarnos en un humedecido sendero para encontrar las últimas piedras del molino de Vázquez, el primero de la ruta. Estábamos recorriendo, sin saberlo, el sendero de Neptuno. Este sendero recién descubierto, transcurría a orillas de los ríos Tea y el Sabriña, terminando en la carretera asfaltada que dirigía hacia Escobeiro.

Atravesamos el pueblo sin ver a nadie barrer, quizás por el frío. Comenzábamos a acariciar los primeros rayos de sol, para dirigirnos al gran castillo que ya dibuja su forma en el horizonte. Llegamos a un lugar llamado Cruceiro, y ¿a que no adivináis qué hicimos? Pues lo cruzamos y seguimos hacia el castillo.
Subimos por la “Senda botánica do Castelo de Sobroso”. Una leyenda destacaba en sus letreros: “Un mundo baixo os nosos pés”. Supongo que se referiría a que cada uno subiese por donde le saliera de los… instintos. Estaba en zona alta, seleccionada para una mejor defensa.
Se trata de un coqueto castillo de pequeñas dimensiones y bien conservado. Está edificado en buenos perpiaños con planta poligonal irregular. Se rodea de un camino empinado que formaba parte de su defensa. Su estilo es de arte románico. Se compone de tres cuerpos: cerca exterior, cuerpo residencial y la torre del homenaje.
Un simbólico euro hay que aportar para la conservación y el deterioro que causas con la visita, pero a cambio te ofrecen un trocito de chocolate y un billete que atestigua que participaste de su historia.
Una vez atravesado el puente, lo primero que vemos es una pequeña capilla vacía y con las luces encendidas. ¡¡Este Caballero, está en todo!! Y al bordear los muros, se llega a la entrada en la cima de una escalinata de ocho pasos en forma de abanico. En esta escalera nos tomamos el plátano, cada uno el suyo, no vayáis a pensar que participamos de un ritual de papear al gran plátano.
Al traspasar la entrada sigilosamente, sonaba un timbre contra gorrones que avisaba al cuidador. Éste corría para que no se le colara alguien sin probar un trocito minúsculo de chocolate.
Una vez dentro, su decoración era sobria, pero bien conservada. Lo que más destacaba eran las vidrieras con maniquíes vestidos de la época. Desde el exterior, las vistas eran completas en ciento ochenta grados dominando todo el paisaje.
Volvemos al camino, esta vez coincide con asfalto. Nos encontramos con una reciente explotación que dudamos si sería de vid o kiwis. La atravesamos y continuamos hasta un sendero particular de Picaña, se trata de un camino custodiado por rocas de grandes dimensiones. Estas piedras tenían distintas formas a las que alguien decidió poner imaginación y sacarle lucro.
El primero era una planicie en pendiente, en la que los niños descendían sentados en ramas, dejando atrás la rama, el pantalón y parte del culo. Lo llamaron “Escorregadoiro ou Rascacús”. Había muchos, pero mencionaremos los más enigmáticos.
“Penedo do Equilibrio”, son dos grandes piedras, una como base y un enorme huevo apenas apoyado por treinta centímetros. Muchos congostreños hicieron el amago de empujarlo para la foto.
En el camino, pasadas las dos y media, nos topamos con unas mesas en un merendero en una zona soleada. No pudimos resistirnos a tomar el bocata en estas instalaciones.
“Penedo de Pedro Madruga”, Conde de Caminha. Le pusieron este nombre por las vistas de sus posesiones. Lo que no vimos es el del que llega tarde, dice una voz entre el grupo.
“Penedo da Picaraña”. En sus cercanías, nos hicimos otra foto de grupo. Pacientemente esperamos a que el fotógrafo acomodase la cámara en el trípode.
Dejamos atrás las piedras, para llegar al Castro de Troña. Presidido por la capilla en honor al Dulce Nombre de Jesús, del siglo XVIII y dos cruceros, que intentaba cristianizar el lugar.
Lo más destacable del Castro se encuentra en un grabado en una piedra de sacrificios. El famoso petroglifo contiene representada la figura de una serpiente en posición heráldica, la “Serpe de Troña”.
La función de la piedra era que la sangre derramada por el sacrificio entrara en el grabado de la serpiente, puesto que esta figura representaba la fertilidad, muy importante para los pueblos de entonces ya que era la clave de su supervivencia.
Salimos de Troña, bajando por una parte del castro. Llamaba la atención que las casas eran cilíndricas, sin ningún rastro de puerta de acceso. ¿Por dónde entraban? Una idea salió de una mente privilegiada: el hombre era alto, y metía a la familia como en un bote, luego entraba él y cerraba la tapa.
El camino transcurría en una zona húmeda, llena de vegetación, cada pocos metros había un tronco de árbol que había que saltar. Uno de los árboles era tan frondoso que hubo que bordearlo por un mar de retamas (sextas).
Al final del camino nos encontramos con las instalaciones de la hípica. Un escalofrío recorrió el cuerpo de un congostreño que pensaba: ¿no estarían entrenándonos para competir con los caballos? Y viendo a su alrededor  pensaba: a ver si un enano se nos sube a la chepa y nos azota con la fusta mientras grita: ¡arreeeeee!.
Casi eran las seis cuando llegamos a los coches. Subimos hasta las inmediaciones del balneario para hacer un poco de tiempo. Aparcamos cerca de la cafetería Lourdes. Hacía mucho frío, así que nos juntamos mientras vestíamos las cazadoras. Un billete de cinco euros apareció a nuestros pies.  Al agacharse un congostreño para cogerlo, el billete se desplazó hacia la cafetería, donde todos los clientes se reían a carcajadas. En el segundo intento, el billete vuelve a volar y eso que no había viento. Ataron con un hilo el billete y a cada pardillo que se agachaba, le pegaban un tirón y se meaban de risa. Buscaban pardillos “inocentes”.
Después de unas cañas salimos hacia la tapería A Chan. Nos acomodaron en un lugar separado de la cocina y bastante frío. En un extremo de la mesa encendieron una estufa de leña que fue calentando el lugar y de paso a los que estaban cerca, que parecían pimientos rojos.
Unas tortillas, croquetas, oreja y zorza calmaron el hambre de los caminantes. Un vinito tinto y blanco sació la sed.
Se comentaron anécdotas y se visualizaron algunas fotos de grupo de años anteriores. ¡Qué jóvenes éramos!

Y al terminar …cada mochuelo a su olivo.

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