Sobroso – Mondariz- 28/12/2019
Quedamos en la
Fuente de Troncoso. “Establecimiento de
aguas minerales acidulo alcalinas carbónico-ferruginosas”. Los turistas de
Mondariz celebraban el ritual de “pasear las aguas”, el ritual consistía en
tomar todos los días un vaso de agua en la Fuente de Gándara y andar los 800
metros hasta la Fuente de Troncoso para tomar otro vaso de agua. (No serían
paseos románticos, a juzgar por el mal olor que desprende).
Una vez allí,
el lugar estaba en obras y desierto de personal y vehículos. No aguantaron
mucho sin aparecer. Se trataba de una broma debido al día de los Santos
Inocentes, que no cuajó porque los bromistas se arrepintieron pronto.
Salimos hacia
el paseo, los dieciséis valientes, poco antes de las diez; el río parecía
termal, debido al humo que desprendía por las bajas temperaturas. Recorrimos
una tirada por asfalto hasta adentrarnos en un humedecido sendero para
encontrar las últimas piedras del molino de Vázquez, el primero de la ruta.
Estábamos recorriendo, sin saberlo, el sendero de Neptuno. Este sendero recién
descubierto, transcurría a orillas de los ríos Tea y el Sabriña, terminando en
la carretera asfaltada que dirigía hacia Escobeiro.
Atravesamos el
pueblo sin ver a nadie barrer, quizás por el frío. Comenzábamos a acariciar los
primeros rayos de sol, para dirigirnos al gran castillo que ya dibuja su forma
en el horizonte. Llegamos a un lugar llamado Cruceiro, y ¿a que no adivináis
qué hicimos? Pues lo cruzamos y seguimos hacia el castillo.
Subimos por la
“Senda botánica do Castelo de Sobroso”. Una leyenda destacaba en sus letreros:
“Un mundo baixo os nosos pés”. Supongo que se referiría a que cada uno subiese
por donde le saliera de los… instintos. Estaba en zona alta, seleccionada para
una mejor defensa.
Se trata de un
coqueto castillo de pequeñas dimensiones y bien conservado. Está edificado en
buenos perpiaños con planta poligonal irregular. Se rodea de un camino empinado
que formaba parte de su defensa. Su estilo es de arte románico. Se compone de
tres cuerpos: cerca exterior, cuerpo residencial y la torre del homenaje.
Un simbólico
euro hay que aportar para la conservación y el deterioro que causas con la
visita, pero a cambio te ofrecen un trocito de chocolate y un billete que
atestigua que participaste de su historia.
Una vez
atravesado el puente, lo primero que vemos es una pequeña capilla vacía y con
las luces encendidas. ¡¡Este Caballero, está en todo!! Y al bordear los muros,
se llega a la entrada en la cima de una escalinata de ocho pasos en forma de
abanico. En esta escalera nos tomamos el plátano, cada uno el suyo, no vayáis a
pensar que participamos de un ritual de papear al gran plátano.
Al traspasar
la entrada sigilosamente, sonaba un timbre contra gorrones que avisaba al
cuidador. Éste corría para que no se le colara alguien sin probar un trocito
minúsculo de chocolate.
Una vez
dentro, su decoración era sobria, pero bien conservada. Lo que más destacaba
eran las vidrieras con maniquíes vestidos de la época. Desde el exterior, las
vistas eran completas en ciento ochenta grados dominando todo el paisaje.
Volvemos al
camino, esta vez coincide con asfalto. Nos encontramos con una reciente
explotación que dudamos si sería de vid o kiwis. La atravesamos y continuamos
hasta un sendero particular de Picaña, se trata de un camino custodiado por
rocas de grandes dimensiones. Estas piedras tenían distintas formas a las que
alguien decidió poner imaginación y sacarle lucro.
El primero era
una planicie en pendiente, en la que los niños descendían sentados en ramas,
dejando atrás la rama, el pantalón y parte del culo. Lo llamaron
“Escorregadoiro ou Rascacús”. Había muchos, pero mencionaremos los más
enigmáticos.
“Penedo do
Equilibrio”, son dos grandes piedras, una como base y un enorme huevo apenas apoyado
por treinta centímetros. Muchos congostreños hicieron el amago de empujarlo
para la foto.
En el camino,
pasadas las dos y media, nos topamos con unas mesas en un merendero en una zona
soleada. No pudimos resistirnos a tomar el bocata en estas instalaciones.
“Penedo de
Pedro Madruga”, Conde de Caminha. Le pusieron este nombre por las vistas de sus
posesiones. Lo que no vimos es el del que llega tarde, dice una voz entre el
grupo.
“Penedo da
Picaraña”. En sus cercanías, nos hicimos otra foto de grupo. Pacientemente
esperamos a que el fotógrafo acomodase la cámara en el trípode.
Dejamos atrás
las piedras, para llegar al Castro de Troña. Presidido por la capilla en honor
al Dulce Nombre de Jesús, del siglo XVIII y dos cruceros, que intentaba cristianizar
el lugar.
Lo más
destacable del Castro se encuentra en un grabado en una piedra de sacrificios.
El famoso petroglifo contiene representada la figura de una serpiente en
posición heráldica, la “Serpe de Troña”.
La función de
la piedra era que la sangre derramada por el sacrificio entrara en el grabado
de la serpiente, puesto que esta figura representaba la fertilidad, muy
importante para los pueblos de entonces ya que era la clave de su
supervivencia.
Salimos de
Troña, bajando por una parte del castro. Llamaba la atención que las casas eran
cilíndricas, sin ningún rastro de puerta de acceso. ¿Por dónde entraban? Una
idea salió de una mente privilegiada: el hombre era alto, y metía a la familia
como en un bote, luego entraba él y cerraba la tapa.
El camino
transcurría en una zona húmeda, llena de vegetación, cada pocos metros había un
tronco de árbol que había que saltar. Uno de los árboles era tan frondoso que
hubo que bordearlo por un mar de retamas (sextas).
Al final del
camino nos encontramos con las instalaciones de la hípica. Un escalofrío
recorrió el cuerpo de un congostreño que pensaba: ¿no estarían entrenándonos
para competir con los caballos? Y viendo a su alrededor pensaba: a ver si un enano se nos sube a la
chepa y nos azota con la fusta mientras grita: ¡arreeeeee!.
Casi eran las
seis cuando llegamos a los coches. Subimos hasta las inmediaciones del
balneario para hacer un poco de tiempo. Aparcamos cerca de la cafetería
Lourdes. Hacía mucho frío, así que nos juntamos mientras vestíamos las
cazadoras. Un billete de cinco euros apareció a nuestros pies. Al agacharse un congostreño para cogerlo, el
billete se desplazó hacia la cafetería, donde todos los clientes se reían a
carcajadas. En el segundo intento, el billete vuelve a volar y eso que no había
viento. Ataron con un hilo el billete y a cada pardillo que se agachaba, le pegaban
un tirón y se meaban de risa. Buscaban pardillos “inocentes”.
Después de
unas cañas salimos hacia la tapería A Chan. Nos acomodaron en un lugar separado
de la cocina y bastante frío. En un extremo de la mesa encendieron una estufa
de leña que fue calentando el lugar y de paso a los que estaban cerca, que
parecían pimientos rojos.
Unas
tortillas, croquetas, oreja y zorza calmaron el hambre de los caminantes. Un
vinito tinto y blanco sació la sed.
Se comentaron
anécdotas y se visualizaron algunas fotos de grupo de años anteriores. ¡Qué
jóvenes éramos!
Y al terminar …cada
mochuelo a su olivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario