Moaña – 11/01/2020
Hoy toca
revisar las tierras altas de Moaña. Salimos de la desembocadura del “Río da
Fraga”, dónde unos patitos nadan gráciles buscando su sustento, y unos
desconfiados gansos atacan a los que se acerquen demasiado.
No subimos por
el río, cruzamos la “Praia da Xunqueira” en dirección a la antigua isla de San
Bartolomeu, donde el experimentado guía, nacido en la zona, nos comenta cómo había
cambiado el paisaje desde su infancia, aportando fotos antiguas que lo
documentan.
Cruzamos la calle
por la zona de la Puerta del Sol, atravesamos un bosque de robles donde se
reunían grupos sindicalistas en sus celebraciones. Recorremos caminos sombríos
con fuentes de refrescante agua, dónde alguno aprovechó para recargar la
cantimplora. Seguimos subiendo por el margen de un pequeño río atravesando el
Corredor do Morrazo dejando a nuestras espaldas las Islas Cíes.
Visitamos los
petroglifos de Reibón: “A Rega Pequena I”; en la roca deberíamos ver círculos
concéntricos entrelazados y varias cazoletas, pero no había la luz adecuada.
Según nos indicó el guía, se ve mejor de noche, con linternas.
También
visitamos “A Rega Pequena II”, con una compleja combinación de círculos
concéntricos, acompañados por un motivo de distintos diseños curvilíneos,
circulares y semicirculares, enlazados por una maraña de trazos, enmarcados en
los laterales por otros motivos de forma cuadrangular. La roca presenta marcas
de cantería que se cargaron parte de los grabados.
-
“Sí,
todo muy interesante, pero ¿cuándo comemos el plátano?”, dice alguien famélico.
-
“Na
casa dos parentes, un pouco máis adiante”, contesta el guía.
-
“¿Y
hay café?”
-
“Sí,
hay de todo”.
Continuamos
por un sendero que dividía los pinos de la parte superior, de un mar de
eucaliptos en la parte de abajo. Dejamos merenderos a nuestro paso sin utilizar
para tomarnos el plátano en el Castro de Meira. En la parte de abajo del
castro, se encontraba una pequeña construcción de un solo habitáculo, conocida
como “A Casa dos Parentes”. Parece ser que era el lugar donde residía la
familia de los canteros portugueses que trabajaban allí hace ya muchos años. En
su día habría café seguramente, pero ya no.
Mientras
atendíamos a los comentarios del guía, nos vienen a visitar dos mastines para
ver si somos un peligro para sus cabras.
Subimos por
unas escaleras siendo observados por un rebaño de cabras y nos situamos en los
muros del castro. Mientras tomábamos el plátano, algunas cabras curioseaban para ver si podían comer algo de las mochilas.
Solo consiguieron alguna cáscara de plátano. Un macho de cabra, se acercaba
desconfiado para ver por qué mostraban tanto interés esas cabras, algún disgusto
le darían ya, seguro, a juzgar por sus inmensos cuernos.
Seguimos
subiendo entre las cumbres de Domaio, caminamos
por un sendero que atravesaba un recinto vallado y un bosque de castaños, ya
desprovistos de su fruto.
Protegido por
unas vallas de madera, se veía una mesa torpemente labrada, comparada con las
otras del merendero y demasiado grande para ser un asador. Nos acercamos para
verla en detalle. Era un monumento funerario que se construyó hace más de cinco
milenios: el dolmen de Chan de Arquiña, estaba semienterrado, se veían los restos circulares de la mámoa que recubría
antaño el monumento. Consta de una cámara poligonal compuesta de 11 piedras
verticales y de un corredor, compuesto de 5 piedras más. Los familiares del
difunto, ya se habían ido, así que tardamos poco porque no había a quién dar el
pésame.
Seguimos hasta
el “Miradoiro Faro de Domaio”. Unos habían llegado cruzando por el monte, el
grueso de la tropa, “desplegó el mantel para comer”, en unas rocas del camino
antes de llegar a las antenas.
Ese monte
estaba sembrado de torres de hierro a
las que le brotaban antenas circulares como si fuesen hongos en un tronco
podrido. No todos hicieron cumbre. Desde la casita en lo alto, podía
contemplarse las dos rías: la de Pontevedra y la de Vigo, y por supuesto las
Islas Cies.
Con el
estómago lleno, nos disponemos a bajar. Tomamos los senderos entre eucaliptos hasta
una carretera asfaltada y en un arranque de valentía y deseos de aventura, el
guía baja por una pendiente llena de maleza y con un 80% de posibilidades de
caer de culo. Este inesperado descenso, nos lleva a orillas del “Río da Fraga”,
bajamos cruzando puentes de madera cambiando de orilla del río y seguimos hasta
el final del recorrido.
Las cañas las
tomamos, el grueso del grupo de congostreños, en el bar Larpeiros, al lado de
la salida. El resto prefirieron asistir a una conferencia en el Auditorio de
Tirán.
Y al terminar…
cada mochuelo a su olivo.
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