CRÓNICA PATEADA 108

Arrejuntados todos en el lugar de costumbre, y haciendo nombre al local, llegamos las almas perdidas de Congostra. Esta vez no nos acompañó la puntualidad de la que antes hacíamos gala.
Salimos cuando pudimos, llegamos al cabo de un tiempo, que ha sido más o menos prolongado dependiendo del vehículo al que te unieras.
Una vez aparcados en la plaza del lugar, cuando cada uno estaba preocupado de aprovisionarse adecuadamente para acometer la empresa, un alma tierna se percató del mal estado de un lindo perrito de ojos saltones. Esta alma decidió retrasar su marcha y sacrificar su tiempo a favor de este diminuto ser. Junto con alma prima y no gemela, se dirigieron al pueblo más próximo para darle un merecido descanso.
Mientras todo esto ocurría, el resto del grupo comenzaba su itinerario, con un pié de tras de otro íbamos ganando terreno. Cuanto más avanzábamos, más frondoso y fresco se volvía el lugar. Agua y vegetación nos acompañó durante todo el camino.
Como de una siembra se tratase, había repartidos a lo largo del recorrido, gran cantidad de molinos. Cada cual en un estado de conservación diferente, aunque muy parecida. Incluso encontramos uno en pleno estado operativo.
La casualidad nos hizo coincidir con un jovencísimo grupo. Dicho grupo contaba con un adulto que hacía las delicias de los críos mostrándoles cómo funcionaban los molinos en su época. Momento que nosotros aprovechamos para tomar debida nota.
El caluroso día junto con lo apropiado del lugar, motivó que los más calurosos se diesen un baño en mitad del recorrido y otro al final.
Aun siendo adultos conocidos y liberales, no conseguimos tomar con toda naturalidad el baño, por lo que en el segundo baño se originó un discreto espacio entre los “nudistas” y los “textiles”. Palabra esta última no inventada por mí.
Las cervezas, tanto del almuerzo como de la merienda, muy ricas y fresquitas.
Bicos paellas y abrazos paellos.

Miguel Carbó

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