CRÓNICA PATEADA 117

Días: 25, 26, 27 y 28 de marzo.

Día 25.
Salida: Salimos repartidos en coches y a horas distintas. Después de varias horas de camino, nos encontramos en el que sería nuestro refugio durante unos días: Mesón Novo de Campa da Braña. Lugar de trato familiar, regentado por Irene, Fermín, y su hijo, un camarero muy especial y sensible, versado en literatura y repostería que incluso respondía correctamente a agradecimientos proferidos en francés. Los platos servidos por este camarero con nombre de premio de cine, no están simplemente buenos, sino bueníííísimos, pues de ello dependerá el postre merecido, que será un postre, o “El Postre” creado para la ocasión. A medida que se encontraban caras conocidas, se manifestaban las muestras de cariño acordadas socialmente. Unas más efusivas que otras.

A pesar de estar pactado que el reparto de habitaciones seguiría el riguroso orden de anotación, se procuró que no hubiese muchas diferencias y que todos tuviesen un mínimo de comodidad en la medida de lo posible, cediendo intimidad por el bien común. Dadas las horas de finalización de reparto y acomodo, sólo resta cenar y comentar los preparativos para la salida. Retiro al descanso a horas tempranas para reponer fuerzas.

Día 26.
Punto álgido: Con la mochila preparada y después de ingerir un suculento desayuno a base de pan tostado con mermelada y/o mantequilla y café con leche, solicitamos de la casera, un poco de pan para prepararnos nuestro bocadillo que serviría de comida. A diferencia del pan del desayuno, que estaba delicioso, los bollos ofrecidos pasarían desapercibidos a orillas de un rio entre cantos rodados.

La salida comenzaba en Degrada, con una cuestecita sobre asfalto que fue alargando la hilera de caminantes. Encontramos tramos nevados, pero nada que asustase. Una vez llegados al campamento base, a los pies de la nevada montaña, tres congostreñ@s decidieron retroceder, por una lesión que estaba dando problemas a una de ellas. Hubo una confusión en el pedido, y en lugar de sol, nos sirvieron doble ración de viento salpicado con instantes de lluvia. Con una cazadora y pantalón impermeables, unas botas de Gore-Tex y al menos una camiseta térmica y dos bastones telescópicos, sin olvidar ropa seca de repuesto guardada en una bolsa plástica, para evitar imprevistos, uno estaría preparado para subir a la montaña. Pocos casos de éstos se dieron.
En el campamento base, mientras cada cual estaba ocupado abrigándose y preparándose para la subida, dos congostreños sorprendieron al grupo enfundados en un disfraz de superhéroe con gafas de visión nocturna, cuestión que provocó risas y relajó los ánimos para la subida.

Comenzamos la subida hacia el Mustallar. A medida que subimos, nos encontramos con la temperatura, que bajaba. Las vistas eran preciosas, pero el viento que nos acompañó durante gran parte del recorrido, nos mantenía ocupados sujetando las capuchas para protegernos del frío y manteniendo el equilibrio. Ahora las risas se tornaban un poquito de envidia viendo como los superhéroes no necesitan sujetar las capuchas ni ponerse de espaldas al viento, pues sus gafas de visión nocturna están dotadas de una goma especial que sujeta firmemente y facilita la visión cuando el viento sopla de frente. Los días de aerobic y el tabaco van marcando el ritmo en el orden de la fila. Surcando las crestas de las montañas, también llamadas cordales, nos desplazamos hasta la hora de comer.

Por el camino nos encontramos con grandes pisadas de oso. Suerte tuvimos de no encontrarnos con el animal, bueno no sé si la suerte no sería de él, pues al vernos acorralados sacaríamos nuestros bollos de pan y a modo de arma arrojadiza, haríamos más de un chichón al plantígrado.
Comimos en lo alto de la montaña al abrigo del viento. Algunos esperaban calentar el cuerpo con el brebaje al que nos tiene acostumbrados una congostreña aficionada a los licores caseros, pero con las prisas había cogido un licor de prueba que se parecía más al cola-cao con alcohol de 90º que al licor café. Ella defendía que era de frambuesa o algo así.

Mientras el grueso del grupo ablandaba su comida con la lluvia, el guía se adelantó para cerciorarse de lo transitable del camino por donde continuar. Poco tardamos en dar cuenta del pedrusco hecho con harina y muy poquita levadura. El viento y la lluvia influyeron en nuestra rapidez. Como no teníamos noticias del guía, ni respondía al grito del grupo cuando lo llamaba cual coro de iglesia, decidimos seguir sus pasos a la vez que lo llamábamos entre la niebla. Una vez localizado, avistamos un pueblecito en un descuido de la niebla que se dejó llevar por las ráfagas de viento. Hacia allí nos dirigimos, pero sin camino trazado, es decir, por la ruta del jabalí.
Descendimos por la ladera de la montaña en plena vegetación con un firme irregular. La hilera congostreña se vuelve a estirar. En la retaguardia se propone un juego que consiste en ver quien se cae más veces de culo, a los que mientras se caen, se ríen, se les da más puntos. Estuvo muy reñido entre dos congostreñas. Un congostreño que encontraba aburrido el juego, decidió aportar nuevas ideas: tumbarse en horizontal y rodar montaña abajo amortiguando la velocidad con los matojos que había en la trayectoria. Para celebrarlo, una vez terminado el recorrido, arroja los bastones de uno en uno lo más lejos posible cual fuegos de verbena. No caló esta nueva idea entre las congostreñas que siguieron con el juego anterior y sumando puntos. Más tarde confesaría que cuando no le veían, realizó una prueba por su cuenta sin conseguir que le diese la risa.

La senda del jabalí nos llevó al camino y desde allí hasta Vilarello de Onís, donde nos cobijamos bajo un hórreo particular de la zona al que llaman palloza por estar hecho su tejado de “palla”. Desde allí, contactamos con el alojamiento para solicitar la evacuación de los efectivos. Durante la espera, un@s se calentaron al abrigo del fogón de una enternecedora vecina que, amablemente, nos ofreció su hogar, otras hicieron uso de la imaginación y juegos de su infancia para mantenerse activas y calientes, el superhéroe que quedaba, como no sabía seguir los bailes, se cambió la ropa mojada por la de repuesto.
La llegada de los rescatadores fue acogida con alegría al saber que había más coches de los esperados y que podíamos ser evacuados todos de una vez. Una vez en el refugio, libres de la pesada carga de la ropa mojada, en soledad, bajo una ducha de agua calentita, contando las gotas... porque daba tiempo a contarlas, se iba desentumeciendo el cuerpo.
A medida que se terminaba el acicalamiento, bajamos para disfrutar de un tiempo de relax a la espera de la cena. Durante la misma se desarrollan las típicas conversaciones y comentarios de lo que pudo haber sido y no fue o de si parece que va a llover mañana y a camita temprano para poder madrugar.

Día 27.
Asentamiento: Algun@s congostreñ@s tenían que dejarnos por obligaciones laborales y decidieron no realizar la segunda salida, otras más osadas se marcharon una vez terminada.
Con menos gente para disputarse los cantos rodados, salimos hacia la Campa de los Tres Bispos (1.793 m). Esta vez la lluvia, generosa, nos acompañó todo el camino.

Comenzamos bajando en dirección al río con intención de ver un bosque precioso como estampa de navidad, pero éste jugaba al escondite y nos costó encontrarlo. Después de varias empinadas cuestas que darían trabajo subir a las cabras montesas, logramos atravesar la idílica postal. En esta zona, el bosque está formado por interesantes masas de acebos, tejos, adornadas con el colorido de algunos abedules, robles melojo o cerquiños.
Partes del camino están coronadas por una galería de acebos, donde se puede escuchar, si prestas atención, unos pajaritos: páridos, zorzales, petirrojos o trepadores. Fue aquí donde tomamos un tentempié pues sentarse no podíamos, que estaba todo mojado.
La nevada de la noche anterior ocultó partes de los senderos para hacer más interesante su localización, por lo que tuvimos que echar mano del artilugio para orientarnos. El " yippy ese". Su conductor, aun no lo domina bien, a pesar de ser pequeñito.
Con intención de comer en una bucólica cabañita de madera, caminamos entusiasmados hacia ella, pero la suerte, y digo bien, la suerte, quiso que no la encontrásemos. Lo que sí encontramos fue una familia de tres miembros que conversó amena con nosotros y nos confirmó la localización de la casita y la distancia hasta el refugio. Dadas las horas que eran y ante la falta de un lugar apropiado, se decide por unanimidad, continuar hasta nuestro refugio en Campa da Braña.
Ya que el camino no presentaba mayor problema de continuidad y había pocas posibilidades de perderse o de encontrarse con el oso, el congostreño situado más a la retaguardia, acelera el paso de forma incomprensible para los demás. A medida que se iba, cruzándose con los demás decía que sólo había cervezas para tres y él quería entrar en ese cupo. Algunos hacían intención de seguirlo durante algunos metros y luego volvían a su paso. Una congostreña le grita a lo lejos que avise que se caliente sopita para reponer los fríos cuerpos. No sólo dio el recado de la sopa, sino que tuvo el privilegio de desentumecerse bajo una ducha caliente sin poder contar sus gotas de rápido que pasaban. Las meigas del lugar provocaron una avería en uno de los calentadores, que mermó la celeridad del ritual de duchas, por lo que no se esperó a completar el grupo, y a medida que iban terminando se iban calentando por dentro con la esperada sopa.

Una vez repuestos, y dadas las tempranas horas del día, se decide realizar una visita turística al Castillo de Doiras, que dicen que en su día fue propiedad de los Saavedra, dotado con increíbles adelantos (enchufes eléctricos) que chocaban con el lamentable aspecto fruto de la crisis del ladrillo. Si no has tenido ocasión de verlo, visítalo aquí, http://www.youtube.com/watch?v=bAKzBvzcurE . Una suculenta cena hizo olvidarse de las penurias pasadas.

Día 28.
Colofón: Desayunamos a las 9h una ración de rodajas de bollo a la plancha “cortados con fiambrera según algunos”. A esas horas estaban ricos untados con mantequilla y mermelada. El día se presentaba lluvioso y cubierto de niebla, por lo que el guía optó por el plan “B”.
Nos dirigimos en coche con intención de no volver al refugio y seguir el camino una vez terminada la pateada. Visitamos la localidad de Cervantes, que recibe el nombre por la gran cantidad de ciervos que había en el lugar. Su extensión es de unos 277 km2 y una población de 2.037 habitantes, aunque sólo vimos tres o cuatro. Dicho sea de paso, es el escritor del Quijote el que toma el nombre del pueblo, y no al revés. Todavía vive gente en lo que los lugareños llaman "O Palacio dos Saavedra" en esa pequeña aldea "Vilarello da Igrexa" del concejo de Cervantes (Lugo), que hoy más bien parece una casa vieja de pueblo que un palacio, pero todavía se les conoce a sus habitantes por "os do palacio de Vilarello". Según ellos, Miguel de Cervantes era hijo bastardo de un hombre de sangre noble y una sirvienta de ese palacio.

Después de visitar el palacio por el exterior, nos dispusimos a seguir una ruta previamente marcada, pero el tiempo ocultó algunas señales, por lo que nuestro experto guía aprovechó para dar una magistral clase de cómo se realiza una inspección de una ruta y el trabajo de la preparación previa a la pateada. Nos aventuramos cuesta abajo según la intuición, pero hubo que retroceder y ceder ante el serpenteante asfalto. Después de varios intentos y caminos infructuosos, llegamos nuevamente al lado de los vehículos.

Ante la poca perspectiva de mejora y la cantidad de trabajo de lavado secado y planchado que nos esperaba en nuestros hogares, se decide ir a comer de tenedor y dar por terminada la aventura.

Dimos cuenta de un buen churrasco y vino que calma el hambre y reconforta el espíritu y que aplacó toda decepción del camino. Despedidas rituales y cada mochuelo a su…

Tener en cuenta que son muchos días. ¿Alguien da más?

Corresponsal en el lugar de los hechos : Miguel Carbó.

1 comentario:

Nómadas dijo...

Buenísimo!!...., me he reído mucho leyendo tus visiones, Miguel. Gracias.
Salo.