CRÓNICA PATEADA 118

Salimos del lugar de costumbre pasadas las 9:30H. Tras una animada hora de camino repartidos en distintos coches, llegamos a un pueblecito con nombre de permiso por asuntos propios: Moscoso. Aquí se reparten tres coches que se quedarán para el retorno de los conductores, pues la pateada será semicircular y no llegaremos andando al punto de partida. Dos se quedan y regresan sus conductores en el tercero.
Cuando se dieron las divisiones, el repartidor no había ido a clase, así que sobraba uno en el reparto de los coches. El tema quedó resuelto con la incorporación de la persona más cariñosa y menos peso en el coche que más la quería.

Una vez en Fornelos de Montes, justo en plaza del pueblo, frente a la iglesia, aparcamos los coches, nos besuqueamos los que faltaban y salimos pitando treinta congostreñ@s calle abajo. Bueno, salimos pitando veintisiete porque dos se quedaron ultimando detalles y otro … que se había olvidado no sé qué en el coche. Claro, como en su coche trae de todo y no había venido en el suyo…

Estaba claro, esta pateada era una organización matriarcal, y se hacían valer sus derechos. “Los de siempre, esos chulitos”, que se piren que nosotras también sabemos bregar con las masas. (Bueno sabían hasta la hora de la comida, porque una vez acabado el chocolate, cada uno que se cuide de sí mismo).

El tiempo acompañaba y prometía una caminata agradable. El sol calentaba pero no quemaba. La brisa refrescaba el paso.

La primera parada cultural fue a los pies de la Capilla de San Cayetano, del siglo XVIII, donde se celebra anualmente una gran romería popular en el mes de agosto. El punto más destacable es el púlpito exterior, utilizado para poder celebrar eventos cuando hay más gente que espacio.

Una vez arrancados del pasmo cultural por las enérgicas guías, nos dirigimos a otro tipo de cultura también creado en piedra: “O foxo do lobo”. Pero antes necesitamos un refrigerio, cosa que hicimos en un cruce de caminos en pleno pinar. Durante el descanso, se acercó un jinete en un brioso corcel que caminaba al paso. Al sentirse observado jinete y admirado el jaco, el más animal de los dos, clava sus talones en el pobre caballo, que salió al galope. Típica actitud de un motorista fanfarrón que hace un caballito con su moto para hacerse notar. Éste ya tenía el caballito, solo tenía que hacerlo correr.

El conjunto megalítico estaba en pésimo estado. En sus buenos tiempos había sido empleado en el medio rural para la caza del lobo, considerado dañino y peligroso, una alimaña. Tradicionalmente consta de un par de muros en forma de embudo que en su parte más estrecha tiene un pozo o foso de gran altura para que el animal no pudiera salir. Este tipo de construcción podemos encontrarla a lo largo de toda la geografía montañosa, tanto en España como Portugal. Lo diferente de éste es que cuenta con dos fosos situados en “W”. El único de Galicia según el improvisado narrador.

Nos dirigimos ahora a ver la panorámica que nos ofrece el Coto de Eiras. Por el camino un congostreño deportado de la retaguardia y de culo inquieto, acelera el paso equivocando al grupo en varias ocasiones. Seguro y decidido, otro congostreño con evidente experiencia, hace volver al redil a los descarriados. Según este desinteresado guía espontáneo, pasaríamos por una zona sagrada, en la que habría que pasar en silencio absoluto o serías castigado con los males del infierno, si no te lo crees, “tú verás”. En su mayoría agnósticos, el grupo comenzó a murmurar, reír por lo bajito y hacer frases ocurrentes. Como no puedo hablar durante la zona sagrada esperaré a la salida. Entremos, chsssss: (…zona sagrada...). Salimos. Ahora que estamos fuera ya puedo seguir. Durante la travesía de la zona sagrada, creyentes y agnósticos mantuvieron un silencio absoluto marcados a fuego por la terminación de la frase “tú verás”. El esfuerzo era mayúsculo teniendo en cuenta que la mayoría eran mujeres y … ya se sabe que ni debajo del agua. Sólo se dirigían unos a los otros con gestos e indicaciones con la varita.

Con la sugestión metida en el cuerpo, la imaginación individual volaba. Se veían huesos tirados a lo largo del camino, unos creían que eran de los pecadores que no respetaron el silencio, otros que eran de los animales dejados por los cagados de sus dueños que salieron pintando dejándolos a su suerte.

La calma del viento y el silencio reinante hacía percibir cualquier anomalía sonora: a lo lejos sonaba una campana sin haber iglesia que la sostuviese. Unos pensaron que sería una campana que llamaba a misa de las almas. Otros pensaron que sería la llamada a difunto de los que osasen hablar. Todos permanecían atentos a cualquier ruido sospechoso que se produjese en los alrededores. El final de la zona sagrada, se produjo en una recta con vistas a las montañas que pretenden explotar, bien con molinillos o extrayendo la piedra.

Libres de la sugestión, y analizado lo sucedido, llegamos a distintas conclusiones: el silencio general, no se ha había hecho por miedo ni por respeto, sino que en cuanto se escuchó la última “S” de la frase “El que hable paga las cañas” todos juntaron los labios, e incluso alguno dejó de respirar. La campanada de llamada, no era tal, sino un cencerro de una vaca perdida que pacía tranquilamente y observaba pasmada como pasábamos sin decir ni pio. Fuese por la razón que fuese, se disfruto de los sonidos de los animales que de otra forma no podríamos.

A los pies del Coto de Eiras, en una sombrita proporcionada por unos eucaliptos, se minó la cohesión de las matriarcas. El hambre hizo de espada de Damocles dividiendo el grupo entre los partidarios de subir antes de comer, liderada por la guía de cabeza y los más hambrientos, liderados por la guía de retaguardia. Un gracioso o medicado congostreño puso como excusa la hora imperdonable de la pastilla que debería ser ingerida con la comida. Damocles en este caso, afinó mucho, pues del grupo de treinta personas y dos perros, quedamos repartidos a la mitad exacta, incluido un perro cada uno.

El grupo hambriento, dio cuenta de sus provisiones en un momento, y aprovecho el resto del tiempo para tumbarse, al sol o a la sombra. Algun@s disfrutaron de un masajito por cortesía de una compañera entendida en el tema. Los demás mirábamos con envidia.

No todos los almorzados, subieron luego al Coto. La vista era preciosa. Vieras donde vieras se contemplaba un espacio libre con monte bajo de gran belleza. El camino estaba franqueado por una cancilla para evitar la entrada de animales. El congostreño más inquieto, la abrió con la intención de que el último la cerrase (como es costumbre), pero incomprensiblemente para los demás se quedó a cerrar tras la expresión “tú verás” lanzada por una hábil congostreña que sabe explotar las debilidades de los demás.

Una vez llegados a la zona comedor, notamos cierto revuelo. La gente se arremolinaba alrededor de la estadística o del chocolate, no estoy muy seguro.
Una vez terminada la sobremesa, bueno sobre hierba, la matriarca de retaguardia pasa el testigo al fotógrafo. Sabe que él disfruta en esa posición. Todos hemos visto nuestras posaderas en sus fotos.

El camino hacia los coches pasaba por un río fresquito, donde dos de los más calurosos congostreños se refrescaron en un remanso que parecía creado a tal menester. Este hecho hace que determinadas congostreñas adopten la habilidad de los camaleones de mover los ojos independientes uno de otro. Incluso brotó en el ambiente una frase fruto de la envidia: es impresionante que para que explote tanta dinamita haga falta tan poquita mecha.

Una vez más, un inquieto congostreño, toma la delantera. Esta vez no es por la ducha, es por la tranquilidad de la primera cerveza. Llegado éste al bar, encuentra la puerta cerrada. Hace ademán de abrir y recibe un improperio desde el interior produciéndose un diálogo de besugos:
- Señora: está cerrado coño, espera un pouco
- Congostreño: ¡ups! Perdón, ¿Está abierto?
- Señora: Agora sí, non miras que abrín eu, (con el pomo en la mano y la puerta entreabierta).
- Congostreño: Quería una cerveza (con voz temblorosa). Para beber, claro. Era capaz de darle con la botella en los dientes.
- Señora: e pa iso tanto ruido.
- Congostreño: es que vienen treinta sedientos caminantes detrás de mí. Y también van a querer cerveza.
- Señora: ¡Paco! Grita mientras se acerca a una puerta interior.
- Congostreño: No señora, no soy Paco.
- Señora: Non, chamo o meu fillo pa que veña a votarme unha man.
Mientras van entrando en el bar, las orejas de la señora van percibiendo un sonido peculiar de las máquinas tragaperras: cling, cling…
La tabernera quiso hacerse la simpática haciendo las típicas preguntas de las que poco importan las respuestas. ¿E de onde disides que vindes? De un lugar que no hay cacahuetes, pensaba alguna. Pero los pensamientos no se oyen y los cacahuetes no llegaron. Sí llegaron distintos aperitivos que no habían conseguido consumir algun@s congostreñ@s.

Foto de grupo antes de salir. El grupo se reúne sobre la escalinata de un cruceiro frente justo al bar. Se retratan distintas organizaciones y vistas desde distintas perspectivas. Uno de los fotógrafos incluso realizó fotos en ángulos escalonados, desde la altura del cuerpo y bajando foto a foto hasta la altura del suelo.
Una vez quedó grabado testimonio gráfico del grupo, los dueños de los coches dejados anteriormente, desplazan al resto de conductores para la recogida de sus respectivos vehículos y evacuación de los demás caminantes.

La espera se hace placentera sobre una silla de playa y una cervecita fría en la mano.

Y como siempre, cada mochuelo… y hasta la próxima.


Para Congostra, Miguel Carbó, desplazado en el lugar de los hechos.



Y para los que quieran recrear el recorrido a vista de pájaro, usando Google Earth, aquí tenéis la ruta que realizamos.

1 comentario:

Nómadas dijo...

Como siempre Miguel, excelente relato de los hechos, buen binomio vivencias-parte técnica. En ésta ocasión una pequeña crítica: qué pasa con las chicas y con qué ya se sabe de qué palo vamos en cuestión de silencios??...., que también sabemos hacerlos, eh??, sobre todo si pasamos por lugares " sagrados ". Estoy de acuerdo contigo en que eso nos ha permitido a tod@s disfrutar de los sonidos del silencio tan especial que ofrece con tanta sabiduría la naturaleza. Por favor, sigue regalándonos tus vivencias, tienes un estilo muy tuyo y especial, con un humor muy fresco a la hora de relatarnos el dia compartido. Gracias!.

Salo.