CRÓNICA PATEADA 121

Parada de Sil.

Salimos del Almas Perdidas, sobre las nueve, diez congostreñ@s nos dirigimos hacia las orillas del Sil. Ocho llegamos a destino. Cuatro se incorporaron sin aparecer en la salida. Dos con problemas de frenado del vehículo se incorporaron a otro en el camino. Dos motoristas tardaron un poco más.
Mientras se reunía el grupo de catorce, se hizo necesario visitar el Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil de donde se salía. Se podía pagar 1€ para ver de cerca lo que ya se veía desde la puerta que se encontraba abierta. Una guardiana del templo lo custodiaba con mucha dignidad y paciencia. Se la veía contenta de poder hablar con gente en aquellos parajes.
El Monasterio está escondido en la espesura del bosque. Pertenece a la orden benedictina, que construyó el monasterio y la iglesia. Dicen que la primera noticia se tiene en el siglo IX, cuando los monjes, al huir de los invasores musulmanes, encontraron aquí un remanso de paz. Aquellos monjes, primero eremitas y luego benedictinos, hallaron el lugar idóneo para abandonarse a la oración.
Cuando suena el característico sonido de la moto con el resto de de participantes, nos disponemos a acometer la hazaña. La guía, primeriza en esta labor, pero experimentada en senderos y trato con grupos, toma la decisión de arrancar y la dirección a seguir.
La temperatura era la ideal, se comienza subiendo dejando las bajadas para las horas más soleadas. El grupo se va separando por la estrechez del sendero. Las conversaciones se van sucediendo según los grupos y mientras hay aliento que las sostengan. El paisaje va transcurriendo entre zonas soleadas y tramos sombríos protegidos por castaños y robles.
A medida que se avanza, el calor se deja sentir. Los ánimos de los caminantes se van minando. La dieta y/o la falta de preparación física comienza a hacerse notar, el rostro carece de expresión mientras las gotas se convierten en chorro. En las zonas sombrías del camino, una legión de mosquitos nos saludan y nos ven directamente a los ojos, de cerca, muy de cerca. Todos nos acordamos de la recomendación de llevar gafas protectoras de la mirada hipnotizadora de los mosquitos. Los más hábiles suplíamos este olvido con unas ramas de helechos que oscilábamos en torno a la cara cada vez que sonaba un zum muy cerca.
Aunque parecía no llegar nunca la hora de comerse el bocata, por fin ocurrió, al final de una pequeña cuestecilla, a la sombra de unos molinos restaurados a orillas de un fresquito riachuelo. Unos aprovecharon para refrescarse, otros para descansar los ojos. Pasada una horita de descanso, volvimos al camino. Volvemos a subir, pero esta vez con la somnolencia que aporta el estómago llego.
El camino se veía salpicado de grandes cerezos repletos de frutos en su punto de maduración, algunos incluso dotados de tropezones de carne. Más que la ruta del Sil parecía la ruta de los cerezos. Algunas osadas incluso degustaron el sabroso fruto, aprovechando que alguno consiguió bajar una ramita plagada.
Las cañas se saborearon durante el recorrido, (las de dieta, cocacola cero) dando un merecido y refrescante descanso. Desde aquí, sólo nos queda el “corto” trayecto hasta el Monasterio, previo paso por el mirador de Os Torgás, sobre el Cañon de río Sil, lugar de despedida a los antiguos emigrantes , que cruzaban el río Sil camino del nudo ferroviario de Monforte, para irse a Madrid, por ello es también conocido por los Balcones de Madrid.
Estiramientos para ver si se crece un poco, comentarios varios sobre las tonterías de turno y “pa casita”.


Miguel Carbó

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