CRÓNICA PATEADA 123



GALIÑEIRO-ALOIA-GALIÑEIRO. 13 de agosto, sábado noche con luna llena.

Reunidos quince congostreñ@s en el bar Bugus, junto a la gasolinera, en el cruce “da Pasaxe” en la carreteara Porriño-Gondomar a su paso por Vincios. Teníamos dos nuevas adquisiciones.

A las veintitrés cincuenta del sábado, hora de salida, ya habíamos ingerido suculentos bocadillos combinados, cafés, infusiones varias y alguna ensaladita. Una vez terminada la cena, nos dirigíamos a los coches para cargar las mochilas, frontales (linternas de tipo minero), rudimentarias linternas e incluso, algún osado, el paraguas. En estos momentos oímos un grito que salía de un nuevo vehículo. Era un congostreño por todos conocido. Nos visita pocas veces pero no deja de sorprendernos cada una de ellas. Se trata de un congostreño de espíritu inquieto y energía desbordada. Ya éramos dieciséis.

El clima era caluroso, con un grado de humedad que sobrepasaba el 50%, de hecho la niebla se masticaba, aunque era de agradecer en el comienzo de la pateada que era de una considerable inclinación.

La tropa se separó en tres grupos: los de gasoil, los de gasolina y el de queroseno.

Mientras caminábamos por senderos anchos y con la luz del plenilunio no hubo problemas. Al cruzar por senderos poblados de árboles, y junto con la densa niebla, se hizo necesario hacer uso de las linternas. La sensación era de la Santa Compaña, un desfile de “gusiluz” o quizás luciérnagas dando un paseo nocturno, de no ser claro, por el ruido acrecentado por la noche.

Los de gasolina se adelantaron un poco intentando seguir al de queroseno. Los de gasoil sabían sobradamente el camino. La idea era que como el recorrido era ida y vuelta, y el sendero estaba sobradamente marcado, no habría inconveniente.

Pero al encontrarse la Tierra entre el Sol y la Luna, esta alineación quiso que una de las marcas que consiste en dos líneas paralelas de color blanco y amarillo se confundiese con la noche. El congostreño que iba a la cabeza, adoptó el sistema del hormiguero: cuando un camino queda bloqueado por un obstáculo, exploran nuevas rutas. Si una hormiga tiene éxito, deja un nuevo rastro durante su regreso para marcar la ruta más corta. Cuando el “hormigo” guía regresó para comunicar su hallazgo, el grupo lo siguió obediente. Esta nueva variable del sendero nos llevó a la cima del monte, a más de 600 m de altitud, donde se encuentra la ermita fortificada de San Xulián, reconstruida en el siglo XVIII a partir de otra anterior iglesia románica. Es en su escalinata donde tomamos un descanso y aprovechamos para reponer fuerzas y apagar la sed con polvorones. Los más ilusos rellenaron las botellas con agua de una fuente milagrosa, aunque el único milagro que se podía apreciar de noche era poder llenar la botella. Desconocían las virtudes de un buen polvorón para saciar la sed.

Aprovechando este descanso, nos pusimos en contacto telefónico con el grupo rezagado. La marca juguetona les había hecho también una mala pasada y estaban intentando la táctica del hormiguero, pero sin mucho éxito. Fue nuestro “hormigo” y otro congostreño los que salieron en su busca y los trajeron al hormiguero común.

Desde este punto, una vez todos reunidos y saciados de polvorones dimos por finalizado el camino de ida e iniciamos el de retorno.

Como siempre, el retorno se realiza de forma gradual. El grupo se va separando y estirando poco a poco. Mientras subíamos una pequeña cuesta, se oía acercarse una voz hilarante de una nueva congostreña que decía algo así “otro que no ha tomado cola-cao”. La voz se acercaba desde la cola e iba ganando puestos. Lo sorprendente era que la risa era provocada por el congostreño inquieto que se había tomado una dosis doble de cola-cao o quizás se había puesto un petardo en la retaguardia y empujaba por la espalda y con energía a la susodicha congostreña.

Una vez llegados a la falda del monte Galiñeiro, el grueso del grupo continuó por el sendero fácil hasta el final. Una vez hechas las despedidas, siete congostreñ@s de dudosa cordura decidieron subir al pico más alto del monte. Lo hicieron por la parte más escarpada, agravada la dificultad por la escasa visibilidad.

Algunos miembros del pequeño equipo nunca habían estado en la cumbre del monte, por lo que el sendero que tomaron se les hizo costoso. Consistía en una ladera sembrada de rocas de distintos tamaños en el que las marcas parecían estar puestas a la aventura. Alguno pensó que cabría la posibilidad de que el encargado de marcar el sendero optase por el método que utilizan los chinos para poner nombre a sus descendientes: “cuentan que utilizan un cacharro que despeñan escaleras abajo, y según el sonido que se produzca, será el nombre de la criatura”.

El método chino, sería europeizado, claro, cambiando el cacharro por una cabra. Consistiría en atar al rabo del animal dos brochas impregnadas de pintura, una de color blanco y la otra de amarillo. Se suelta la cabra montaña arriba y mientras el peso de las brochas hace oscilar el rabo a cada lado, va dejando la marca en la roca que va tocando, atribuyéndose el mérito el inventor y no la cabra.

El total del grupo hizo cumbre a las siete de la mañana. Los ilusos esperaron quince minutos con la esperanza de ver amanecer. Lo único que vieron fueron las luces de Porriño y la versión 2.1 de la misma niebla que reaparecía.

Una vez en los coches, como no podía ser menos, el congostreño más inquieto se las piró, los demás tomaron un merecido desayuno en el mismo bar que antes habían cenado. Sorprendentemente aún permanecía abierto. O quizás había cerrado y vuelto a abrir mientras los locos de los caminos estaban fuera.

Aburiño…

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