CRÓNICA PATEADA X ANIVERSARIO

Ponteceso: 9, 10 y 11 de septiembre.


Viernes, día 9:

La llegada al Hotel Monte Blanco en Neaño, Cabana de Bergantiños, se produce por insondables caminos, de esos que llevan a Roma. Esta vez no nos encontramos con nadie en el hotel. Una vez acomodados en las habitaciones, salimos al encuentro de las primeras congostreñas que estaban en una terraza, saboreando unas tapas de tocino, con largos y duros pelos. El tocino, no ellas. No tenían mucho éxito, pues la camarera nos las ofrecía cada diez minutos. El resto de integrantes fueron llegando escalonadamente.

Una vez reunidos casi todos, buscamos un local para cenar. Nos decantamos por una pizzería que más bien parecía una vinoteca. La decoración estaba bien y las pizzas se dejaban comer. Cuando aparecieron los últimos, quedaba poca cosa que comer pero se podía pedir más. Se charlaba por grupos reducidos, la acústica del local no permitía ampliar el grupo.

Después de cenar, dos congostreños decidieron recorrer un pequeño paseo en la orilla de la playa aprovechando la luna llena. Cerca del paseo no se veía a nadie, pero se escuchaban risitas de alguna pareja que había tenido la misma idea o parecida. No era una pareja, era un trío de compañer@s que estaban contando historias de miedo. Ya eran cinco para pasear. El recorrido era corto, pero muy agradable.


Sábado, día 10:

Una congostreña reciente se estrena como guía. La pateada está organizada con mucha ilusión. El día comienza a las nueve, con un suculento desayuno en el propio hotel. La lluvia nos acompaña las primeras horas de la mañana dejando paso al sol el resto del día. El recorrido es semi-lineal, por lo que hay que distribuir los coches. Los conductores que acercarán los coches a Malpica, madrugan casi una hora más que los demás. A la salida nos acercamos, unos en coche, otros andando. Un par de kilómetros para los más vigorosos.

El comienzo se hace por una pista entre pinos que, en la infancia de la guía, era de tierra. Esta pista nos lleva a una preciosa playa que, creo recordar, era la de la ermita. El recorrido nos va transportando de playa en playa, a cada cual más bonita. El acceso está diseñado para gente cómoda que disfruta de su vehículo, pero nuestros neumáticos de marca “San Fernando”, terminan por recalentarse. También tuvimos ocasión de visitar una ermita situada en la altura de un saliente rocoso. Los que subieron hablaban maravillas de las vistas que se disfrutaban desde allí. Sobre el medio día, a la llegada a la playa de Barizo, unos se bañan para mitigar el calor y otros, aunque era temprano, aprovechan para comer.

Cuando aparece la guía, nos enteramos de que había un bar cerca para poder refrescar el gaznate. Para acceder solo hay dos posibilidades en el cruce: izquierda o derecha. El bar estaba a la derecha, pero una pareja rezagada se nos despista y se va a la izquierda. No se había fijado que la única posibilidad asfaltada estaba a la derecha.

Dado que todo transcurría según los planes de la guía, que era el décimo aniversario de Congostra y que teníamos que traer al redil a las ovejas des-carri-adas, se nos ocurre incorporar un elemento extra de incertidumbre y lanzarnos a la aventura. Dejamos el camino rodado para irnos por la opción que jamás tomaría un BMW. En esta ocasión pasamos un sendero casi sin marcar que atravesaba por agrestes acantilados cubiertos por espesa vegetación que mullía nuestros pasos. A la izquierda, grandes olas golpeaban rabiosas las rocas; a la derecha, montaña exenta de arboles y coronada de hierba dura. El espíritu de Congostra se sentía más reconfortado. Además localizamos a la pareja que se había adelantado hasta la playa Seiruga-Barrizo.

Salir de esta playa se convirtió en una auténtica aventura. El grupo se sentía como una hilera de hormigas a la que cortan el camino conocido. El paso era claramente a través de la playa, cruzando un pequeño río que llegaba hasta ella. Con marea baja, este río apenas tendría medio metro de profundidad, aunque con pequeñas corrientes. Faltaba sobre una hora para la bajamar, con lo que el agua llegaba más arriba del ombligo del congostreño más alto.

Dos congostreños exploradores dedicaron algún tiempo a localizar un lugar para cruzar sin quitarse las botas, pero sin éxito. Se metieron rio arriba a través de la marisma pero cuanto más arriba, más profundo y peligroso. Hubo que quitarse algo más que las botas.

La mayoría del grupo - emulando a los ñus en su migración del Serengeti, a las orillas del río Grumeti en Tanzania- fue cruzando sin miedo a los cocodrilos. A medida que se iban preparando, iban cruzando con las manos en alto portando sus pertenencias en lugar seco. Ya en la otra orilla, se vestían y criticaban a l@s rezagad@s. Un grupo de cuatro, con la línea de flotación más baja que el resto, valoró otras opciones: esperar a que baje más la marea o pedir a un lugareño que los acercase en coche. La segunda no era plausible.

Cuando la mayoría terminó de cruzar y se perdieron en el horizonte, ya había pasado media hora, por lo que el único varón que quedó en el cuarteto, quiso probar la profundidad decidiéndose a cruzar, siguiéndolo detrás el resto. Al cruzar éste, llevaba en lo alto todas sus pertenencias salvo su Calvin Klein. Una vez en la otra orilla, despojado de la prenda mojada, mientras se estaba secando, una compañera le pidió que comprobase la profundidad en otro lugar, a lo que accede. Esta vez sólo lleva los hombros tapados dignamente con la camiseta, a lo Sinchán.

El grupo adelantado iba despejando dudas de qué camino tomar y el cuarteto rezagado localizando por dónde habrían seguido los primeros. Consultada una vecina, les indica cómo pueden llegar a Beo, localidad entre Seiruga y Malpica, pero por carretera. Una vez contactados por medios telefónicos, los primeros solicitaron los servicios de unos jóvenes lugareños montados en bicicletas. Los ciclistas se mostraron muy ilusionados en localizar al cuarteto e indicarles el camino correcto, pero al no ser capaces de mantener la atención más de cinco minutos, decidieron seguir con sus carreras competitivas. Fue el congostreño fotógrafo y coche-escoba el que, con su infinita paciencia, unió el grupo.

La llegada a Malpica se hizo por la zona peatonal de la carretera principal. Nos subimos a los coches y nos dirigimos al hotel. ¡Qué gusto no contar las gotitas de la ducha! ¡Qué puñetera la cortina!

Cena:

La organizadora, novel en guiar grupos de senderismo, se reveló como una anfitriona experta en festejos. Mientras nosotros disfrutábamos de la ducha, ella había quedado en el restaurante para ultimar detalles (decorar el techo con guirnaldas, hinchar un globo por comensal y situarlo en su silla…)
El menú constaba de bivalvos con sabor a mar (berberechos, mejillones, navajas), pulpo, jugosas tortillas y filetes de raxo. El postre era la típica tarta de cumpleaños con el detalle de dos velitas (un uno y un cero). Como no podía faltar, se tomaron cafés y chupitos para los más alegres.

Un reciente congostreño, con cierto dominio de las cuerdas, sacó de guitarra española para acompañar a un cancionero que había repartido previamente. Todos cantamos a distintos ritmos pero con mucha ilusión. Tanta era la felicidad que irradiamos, que los de la mesa de al lado decidieron dejarnos espacio para nuestro esparcimiento. Otros en cambio participaron de las canciones más conocidas en este tipo de eventos:

Ollos verdes son traidores…
azules son mentireiros… (con leite…¿pa quén?)
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Eu queríame casare… (¿Quén toma chupito?)
miña nai non teño roupa…


Mientras imitábamos los cantos gregorianos, nos sacó del embeleso un fuerte estruendo a modo de cañonazo. Al intentar localizar su procedencia, nos encontramos con una lluvia de billetes de euro en miniatura de todos los valores. Los niños de la mesa de al lado, sin cortarse un pelo, se abalanzaron bajo la mesa tratando de capturar la mayor fortuna posible. El susto y los billetes provocaron la risa de todos menos una. La que lo disparó. Era la primera vez que manejaba este instrumento de la fortuna. (Como ocurre en la mayoría de ocasiones, primero probamos el artilugio y luego leemos las instrucciones.) Mientras lo manipulaba, tuvo la curiosidad de ver por donde saldrían los billetes, situándose en la trayectoria del tapón. La experiencia le valió una visita a un centro de salud donde la caracterizaron como Jack Sparrow. Al saber que la cosa se había quedado en un susto, siguió la fiesta. Incluso algunos se aventuraron a ir a la verbena local de Ponteceso, donde disfrutaron de las habilidades de un gran mago a distancia.


Domingo día 11:

El día se presenta de relax total. Unos ataviados con las prendas de sendero y “otras” con modelos de fiesta y tacón alto. La guía nos dio día libre con valiosas orientaciones para visitar. Tenía obligaciones familiares que atender y no podía estar toda la jornada. Las visitas se realizarían casi en su totalidad sentados.

La primera visita la hicimos al faro de Roncudo, en la localidad de Corme. 2,8 kms. de recorrido a pié. Como el día estaba inestable, algunos desconfiados regresaron a buscar los coches y la terminaron en coche. Se agradeció para volver. Se realizaron varias instantáneas del grupo para inmortalizar el recuerdo.

Seguimos con la visita a “Pedra da Serpe”, en Ponteceso. Una piedra con relieve en forma de serpiente, de suma importancia, de origen desconocido y fecha incierta según los historiadores. Tiene una poesía anexa. Según Aristóteles: la historia cuenta lo que sucedió; la poesía lo que debió suceder.

Continuamos por el castro de Borneiro en Cabana, muy bien conservado. La llovizna nos hizo acelerar la visita.

Por último visitamos el Dolmen de Dombate (tumba colectiva). Monumento megalítico situado en la parroquia de Borneiro, en el ayuntamiento de Cabana de Bergantiños. Construido en la primera mitad del IV milenio y la cámara a finales. Extraordinario monumento funerario bien conservado, protegido con un pabellón en forma de gran vitrina de madera y el cristal para conservar este monumento con condiciones de humedad y temperatura controladas, obra del arquitecto Francisco Vidal. Contamos, en esta ocasión, con guía turístico gratuito.

Es hora de ocuparse de los vivos. Seguimos al pie de la letra las imprecisas instrucciones de la guía para localizar un local para comer. Nos dirigimos a Negreira, una localidad cerca de Santiago. Encontramos la localidad, el bar fue más difícil. Después de preguntar a varios vecinos, y dada la discrepancia de los mismos, decidimos entrar en el que nos pareció mejor. Disfrutamos de una copiosa comida a base de churrasco de ternera, cerdo y bacalao (patatas aparte), completamente solos en el bajo del restaurante. Con un camarero en exclusiva.

Creo tener el deber de felicitar a la organizadora y agradecer sus molestias, que ponderando la nota, según las integrantes de la enseñanza, podríamos darle un notable.

Desde aquí, para casita y a dormir…

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