CRÓNICA PATEADA 141


Montes Aquilianos – Valle del Silencio: 21, 22, y 23/09/2012.

Un lugar muy parecido al “Triángulo de las Bermudas” es el Valle de Oza. En él, no funcionan los aparatos electrónicos. No hay cobertura de telefonía móvil, ni se permiten los coches. Los antiguos religiosos se refugiaban en la iglesia llamada Santiago de Peñalba, una de las joyas arquitectónicas del arte mozárabe del Siglo VIII. Mereció en su época el sobrenombre de la "Tebaida berciana" (zona montañosa aislada debido a lo agreste del terreno). Su situación en el centro de los Montes Aquilianos, facilitaba el aislamiento que buscaban los santos ascéticos de los Siglos IX y X, como San Fructuoso y San Genadio. Este último personaje, ejerció gran influencia sobre la zona. Ahora los conocemos como inhibidores de frecuencia. Cuenta la leyenda que tal era el deseo de San Genadio, de recogimiento y paz que ordenó a las aguas del río callarse. Desde entonces, la corriente se introdujo bajo la tierra a su paso por la cueva de San Genadio. Hoy se puede ver cómo el río aparece y desaparece a lo largo del Valle del Silencio. La cueva, siempre abierta, porque no hay manera de cerrarla, tiene en su interior un pequeño altar con numerosas ofrendas que dejan a su paso los visitantes. Incluso posee un humilde camastro de hierba, situado a la entrada, para poder dormir algún peregrino. Desconocemos si es la cueva, la iglesia o el fantasma de San Genadio, pero constatamos que los aparatos tecnológicos en esta zona se vuelven locos.

 Día 21.- Aproximación. Después de un impecable trazado de casi cuatro horas a las órdenes de Doña Clotilde, la voz de mi TomTom, llegamos al área de influencia del Valle de Oza. Doña Clotilde, ignorando las señales verticales que indicaban la carretera a seguir hasta Peñalba, me facilita la dirección por una carretera de montaña impecablemente conservada aunque muy pendiente. El coche solo admitía la segunda y apretando mucho la tercera. Incomprensiblemente, en la cima, doña Clotilde me propone un desvío de noventa grados a la derecha, por un sendero de tierra trabajada por las últimas lluvias. Hay rumores en el interior del vehículo, bajito para no asustar al conductor. Mientras bajábamos, me pareció ver un grupo de cabras enfurruñadas, de brazos cruzados y meneando la cabeza. ¡Por ahí no pienso bajar!, parecían querer transmitir.

 Una vez en el pueblecito, al ver la belleza y la tranquilidad, nos pasó el nerviosismo. Nos encontramos con uno de los coches que ya había llegado. Por el camino bueno, por supuesto. Al poco rato llegó el tercer coche, y una vez ubicados, organizamos una cenita a base de patatas ahogadas con agua y un poco de verdura, a lo que llamaban caldo, una estupenda cecina y unas flores en platos, cuyos pétalos eran rodajas de lomo y en el centro un montoncito de pimientos rojos de lata. Monísimas. El vino era de la casa y bajaba bien. El postre era lo mejor: queso fresco con mermelada de arándanos, castañas en almíbar y nueces con miel. Había codazos, tortazos y puñaladas traperas para no quedar de último

. Día 22.- Montes Aquilianos. Salimos sobre las nueve y cuarto ya desayunados diecinueve almas montañeras. Para bajar el desayuno y entrar en calor, hicimos un primer intento de subida unos metros hasta reubicarnos en la dirección correcta. El recorrido había sido concebido como una montaña rusa. Se partía de una altura de 1100 m. y habría que subir otros 1350 m. de desnivel en pocos km. El elevador de la montaña estaba bajo la influencia de San Genodio, así que hubo que subir a pie. Había que estar atentos para no rozar la nariz con las rocas, dado el desnivel. El desayuno desapareció en pocos segundos. Nadie conseguía decir ni una palabra. Todo el esfuerzo se debía concentrar sobre las piernas. Todo quedaba olvidado una vez en la cumbre, descansados, contemplando las vistas respirando el aire puro.

 El trenecito de la montaña rusa, también sufría los efectos perniciosos del santo. Tocaba patear la cresta de las montañas. Suuube y baja. Sube y baja… Por el camino nos encontramos con una pareja de caminantes que venían en sentido contrario. Eran de Peña Trevinca y parecían conocer el camino. Una vez aconsejados, seguimos la marcha. Con la rutina “subeybaja” metida entre la piel, nos hicimos medio kilómetro más hasta que fuimos llamados al orden. Retroceso al redil. No se apreciaba ningún animal, solamente había evidencias del paso de de grandes cabras, a juzgar por el tamaño de las evidencias. Lo cierto es que el desvío no estaba marcado, pero contábamos con la tecnología GPS que nos encauzó. De momento.

 En una cumbre soleada y al abrigo del viento nos comimos los bocatas y descansamos un poco. Lo merecíamos. Llegados a un punto cercano a la montaña de Peñalba, una montañita pelada de no buen presagio, el GPS comenzó a imitar a los juegos de comecocos: esas bolitas que se van comiendo a fantasmas de colores. Pues bien, a medida que iba grabando nuestro recorrido, se comía el sendero por donde deberíamos continuar. A partir de este punto, deberíamos acudir al GPM. (Gíate Por Min) Como un grupo de hormigas que pierden el camino, surgieron distintos exploradores para ver las distintas opciones que ofrecía el terreno: Uno bajó por una ladera y comunicó que parecía haber camino por el valle, a lo lejos; otro bajó unos metros por la ladera contraria, justo por un valle donde confluían sedimentos rocosos que se desprendieron de la montaña y vegetación de helechos y encinas pequeñas; el tercero, más veterano y desafiante, caminó justo por la cresta de la montaña, donde el sendero parecía no tener continuación y terminar en un precipicio. No era así, éste era el camino correcto. Se expusieron las tres posibilidades y se optó por la que parecía mejor. Bajamos por el valle escarpado con el mejor de los optimismos. Alguna incluso parecía cantar. Dicen que cuando canta una gallega… pero estamos en León. Tiramos hacia abajo. Ruta del jabalí que ya conocemos.

 Llegamos por fin a un camino bien definido. Después del consabido intento en sentido contrario, llegamos al río. Atravesamos el puente de madera y nos encaminamos hacia el pueblo. San Genadio nos tenía reservada una sorpresa. A pocos metros del pueblo, aparece una bifurcación en “Y” en el camino. Como sería de esperar, elegimos la más corta. ¡Pero qué subida! ¡Uff…. por fin ya en el pueblo! Unos se ducharon nada más llegar. Otras prefirieron la cervecita para templar los músculos hasta la hora de cenar. El congostreño veterano, que había seguido la ruta correcta llevaba media hora esperando. Aburrido por no asumir la aventura.

 La cena se distribuyó en dos mesas. El local no permitía otra organización. El pedido fue a la carta. Había que reservar antes. A pesar de las reservas, parece que hubo algún despiste con un entrecot. La tercera mesa se ocupó con gente de Burgos, que al final se acoplaron a la juerga que precedió a la cena. Algunos prefirieron reservarse para el día siguiente.

 Día 23.- Tebaida Berciana. (Ruta relax). Salimos sobre las diez menos cuarto en dirección a la Cueva de San Genadio. No salimos todos. Llovió toda la noche y el viento casi no nos deja dormir, pero a la hora de salir parecía que amainaba. Después de unos kilómetros, nos aproximamos al río, que como todos sabéis es zona de clara influencia de San Genadio. Subimos hasta la Cueva de San Genadio, consiguiendo llegar sobre las diez y veinte. Entramos y contemplamos la maravilla. No era muy grande y estaba oscura. Tardamos poco. El santo acechaba.

 Continuamos de nuevo, pero en un cruce de caminos parecía haber distintas opciones, pero el malicioso santo nos encamina por un precioso bosque de encinas y castaños. Por un camino recién habilitado y con un final sin continuación. Caminamos conversando muy a gustito hasta que le llegó la hora del almuerzo al comecocos. No hubo otro remedio que acudir al GPM. Volvimos a apreciar los encantos del bosque hasta el cruce anterior. 
 Continuamos subiendo por el sendero. En lo alto del camino, justo debajo de la montaña, encontramos una gran espiral marcada con piedras situadas en un gran círculo. Alguien mencionó que había una maldición: si entrabas y no conseguías llegar al centro y situarte de pie en la piedra central con los ojos cerrados sin marearte, te seguiría la maldición. Si lo conseguías serían cumplidos tus deseos. Alguna congostreña lo consiguió. 

Sobre la una menos cuarto estábamos bajando la peor de las pendientes del recorrido. Los músculos empiezan a quejarse. Llegamos al pueblo de Montes sobre las dos. Pocas casas estaban en buen estado. El monasterio estaba en rehabilitación, al menos el tejado. Se encontraba cerrado y no se podía visitar. 

El cansancio acumulado hizo dudar a algunos integrantes del grupo, que decidieron comunicarse con los que no nos acompañaron y ser recogidos en coche. La espera la hicieron en un pequeño bar y con unas cervecitas frías. El resto volvió por el mismo camino, desandando lo andado. Sobre las dos y media estábamos en lo que había sido pendiente y ahora era cuesta. El grupo se disgrega según sus fuerzas. Una vez en el pueblo, recogemos y nos piramos. Casi no hay tiempo para despedidas. El grupo de desertoras salían de Montes hacia sus casas. 

Un finde para recordar. Hay agujetas en músculos que desconocía su existencia. Esperamos volver pronto a desafiar a San Genadio.

Miguel Carbó. 

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