Arga de São João,
Portugal: 20-10-2012
Se trata de una freguesía portuguesa
del concelho de Caminha.
Supongo que es el equivalente a una parroquia, pedanía, distrito o barrio.
Llegamos sobre las
diez y veinte al lugar de inicio de la caminata. Un lugar cercano a una
iglesia. Dejamos los coches aparcados, nos cargamos la mochila al hombro y nos
preparamos para salir.
Pero antes, el guía
se dirige al grupo y nos enumera tres premisas que servirán para guiarnos:
primera: nadie adelanta al guía (porque es mayor, y anda como puede); segunda:
el guía no retrocede, cambia de sentido y sigue avanzando; tercero: el guía no
se equivoca de camino, busca alternativas…
Treinta y dos
caminantes le seguimos a una distancia prudencial. La edad de cristo había
acudido a mi mente, no sé por qué, ¡Ah, que somos treinta y tres!
Comenzamos por un
camino marcado por rodadas de carros y tractores. La niebla que cubría el
camino, había desaparecido en Arga, solo quedaba una gran capa de algodón que
cubría la parte baja, ofreciendo una imagen comparable a la vista desde la
ventana de un avión. El frío reinante hacía agradecer los primeros rayos que
calentaban la zona.
El paisaje era
eminentemente megalítico. Grandes piedras caprichosamente talladas por los
elementos. Según variase la perspectiva, hacía ver al caminante diferentes
figuras: rinocerontes, leones, jabalís, setas… un paraíso para un cantero
trabajador, o para un escultor con imaginación. Los huecos que dejaban las
rocas estaban colonizados por la planta más común en el norte de la península:
el tojo (Ulex europeus) es un arbusto perteneciente a la familia de las
leguminosas, se cría en llanuras y laderas de las tierras sin cal en la zona
atlántica. Su mayor característica es su cariñoso trato y el prolongado
recuerdo que deja una vez hayas entrado en contacto con la planta.
Había pedido para
esta ocasión, una ración doble de sol y un poco de niebla, sólo lo justo para
cubrir las zonas bajas y frías. Lo justo para dar una apariencia de postal a
las vistas desde la montaña. El pedido fue servido a la perfección.
Comenzamos
abrigados, pero inevitablemente la ropa iba sobrando a medida que subíamos. Nos
manteníamos en el sendero, pues los tojos que la organización había plantado a
los lados, nos impedía salir de él. Aunque el paisaje era precioso, teníamos
que permanecer con la mirada baja para no tropezar en los miles de cantos
rodados que había en el camino.
Caminamos largo
rato entreteniéndonos con conversaciones varias, cuando nos encontramos con un
grupo de bovinos que siguieron comiendo indiferentes mientras algunos los
fotografiaban. Eran dos adultas y dos adorables terneritas. Se hacían las
interesantes, pero seguramente se morían de curiosidad de saber qué pintábamos
por aquellos parajes.
Algunos metros más
arriba, nos topamos con una gran roca situada sobre otra aún mayor. Hubo
cábalas para intentar saber como había llegado allí cacho pedrolo.
Fue desde estas alturas
desde donde pudimos ver un espectáculo de foto: se trataba de un mar de niebla
encajonado entre varias montañas, ocultando totalmente el pueblo.
También en estas
alturas, donde encontramos una cueva natural, construida con una enorme loseta
de piedra que estaba apoyada sobre otra. Un congostreño investigador, entró en
su interior para verificar su estado. Al salir, nos encontramos con otra roca
con forma de seta, taza o algo parecido situado a un lado del camino.
Es posible que no
quede constancia gráfica de cada detalle; nuestro fotógrafo, tenía una lesión
que le impedía pulsar el botón adecuadamente. Esperamos que los fotógrafos
ocasionales aporten sus impresiones.
El tentempié lo
hicimos en un “bosque de rocas” entre dos rinocerontes descomunales
enfrentados. Eso si los veías a la entrada. Desde el interior eran dos rocas
grandes.
Después de unas
horas del tentempié, a lo lejos, pudimos ver una yegua con dos potrillos. Unos
kilómetros más, volvimos a ver otra cueva. Esta vez la cueva era un poco más
elaborada. Seguramente algunos pastores utilizaron lo que más abunda por allí
para amontonarlas y construir una pared y unas mesas que dan un aspecto más
acogedor a la estancia.
Dejando las cuevas
atrás, un congostreño dio la voz de alarma: ¡una bala!, gritó mientras
levantaba con una mano un trozo de hierro oxidado. Parecía sin detonar. Era una
bala defectuosa que fue lanzada y no estalló, o era el fruto del despiste de un
soldado holgazán.
Fueron apareciendo
más y más rocas esculpidas por el viento y la lluvia. Tal era el embeleso, que
el guía cedió en su primera premisa y algunos congostreños hambrientos se
lanzaron ladera abajo sin importarles el trato con los tojos. Era la visión del
B-A-R lo que motivó la estampida hasta que llegamos. Cerca había un merendero donde almorzamos.
Algunos comimos en
el merendero, otros no. Al terminar todos nos reunimos en la Taberna de
Horacio. Aprovechamos la tirada de Lorenzo y nos arrimamos a la pared como
auténticas lagartijas.
Por fin continuamos
camino a través de las casitas sendero abajo. Algún congostreño avispado
incluso tuvo ocasión de agenciarse unos higos para el postre.
Apareció en la
ladera del camino un arbusto con unas caracolas marrones como fruto, que
suscitó las dudas de su procedencia e identificación. A estas alturas continúan
las dudas. Era un arbusto de un metro con aspecto de pino pero con púas más
pequeñas y duras. Si alguien lo conoce, que lo comente.
Ya hace algunos
años que no hemos pasado por esos caminos, por lo que me he sorprendido
gratamente al ver que una cancilla que impide el paso a las vacas, continúa en
perfecto estado. Es una modesta construcción con eucaliptos jóvenes atados con
cintas y con un resorte de neumático que automatiza su cierre.
Pasada la cancilla,
a pocos metros, había una reunión de congostreñas que discutían sobre la edad y
la descendencia de un árbol centenario. Unas decían que era una encina, otras
que era un alcornoque, incluso he oído que sería una sobreira.
El tema quedó
zanjado con la participación de un nuevo congostreño. Es un aficionado avanzado
a la botánica. Dijo que se trataba de un Quercus suber, de la familia de las
fagaceae, conocido como alcornoque, o también sobreira, en gallego.
Tiene que haber de
todo en la vida. Unos se aprenden todos los nombres de los más de quinientos
pokémon y otros los nombres en latín de los árboles de su zona.
Hubo unos cuantos
culazos por despiste y un baño en las frías aguas de un pequeño río. La
expectación era mucha para los nuevos. No por lo que veían sino por la
temperatura.
Un sendero de
adoquines nos llevaba hacia el final de la caminata. A la llegada, unos
estiraban con la esperanza de crecer. Otros quedamos con el mismo tamaño.
La despedida se
hace en una pastelería en la que casi no entrábamos todos. Alrededor de tres
mesas redondas, conseguimos tomarnos las cervezas, los pinchitos, y emplazarnos
para la próxima.
Desde aquí… cada
mochuelo a su olivo.
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