CRÓNICA PATEADA 142




Arga de São João, Portugal: 20-10-2012

Se trata de una freguesía portuguesa del concelho de Caminha. Supongo que es el equivalente a una parroquia, pedanía, distrito o barrio.
  
Llegamos sobre las diez y veinte al lugar de inicio de la caminata. Un lugar cercano a una iglesia. Dejamos los coches aparcados, nos cargamos la mochila al hombro y nos preparamos para salir.
  
Pero antes, el guía se dirige al grupo y nos enumera tres premisas que servirán para guiarnos: primera: nadie adelanta al guía (porque es mayor, y anda como puede); segunda: el guía no retrocede, cambia de sentido y sigue avanzando; tercero: el guía no se equivoca de camino, busca alternativas…
  
Treinta y dos caminantes le seguimos a una distancia prudencial. La edad de cristo había acudido a mi mente, no sé por qué, ¡Ah, que somos treinta y tres!
  
Comenzamos por un camino marcado por rodadas de carros y tractores. La niebla que cubría el camino, había desaparecido en Arga, solo quedaba una gran capa de algodón que cubría la parte baja, ofreciendo una imagen comparable a la vista desde la ventana de un avión. El frío reinante hacía agradecer los primeros rayos que calentaban la zona.
  
El paisaje era eminentemente megalítico. Grandes piedras caprichosamente talladas por los elementos. Según variase la perspectiva, hacía ver al caminante diferentes figuras: rinocerontes, leones, jabalís, setas… un paraíso para un cantero trabajador, o para un escultor con imaginación. Los huecos que dejaban las rocas estaban colonizados por la planta más común en el norte de la península: el tojo (Ulex europeus) es un arbusto perteneciente a la familia de las leguminosas, se cría en llanuras y laderas de las tierras sin cal en la zona atlántica. Su mayor característica es su cariñoso trato y el prolongado recuerdo que deja una vez hayas entrado en contacto con la planta.
  
Había pedido para esta ocasión, una ración doble de sol y un poco de niebla, sólo lo justo para cubrir las zonas bajas y frías. Lo justo para dar una apariencia de postal a las vistas desde la montaña. El pedido fue servido a la perfección.
   
Comenzamos abrigados, pero inevitablemente la ropa iba sobrando a medida que subíamos. Nos manteníamos en el sendero, pues los tojos que la organización había plantado a los lados, nos impedía salir de él. Aunque el paisaje era precioso, teníamos que permanecer con la mirada baja para no tropezar en los miles de cantos rodados que había en el camino.
  
Caminamos largo rato entreteniéndonos con conversaciones varias, cuando nos encontramos con un grupo de bovinos que siguieron comiendo indiferentes mientras algunos los fotografiaban. Eran dos adultas y dos adorables terneritas. Se hacían las interesantes, pero seguramente se morían de curiosidad de saber qué pintábamos por aquellos parajes.


Algunos metros más arriba, nos topamos con una gran roca situada sobre otra aún mayor. Hubo cábalas para intentar saber como había llegado allí cacho pedrolo.
  
Fue desde estas alturas desde donde pudimos ver un espectáculo de foto: se trataba de un mar de niebla encajonado entre varias montañas, ocultando totalmente el pueblo.
  
También en estas alturas, donde encontramos una cueva natural, construida con una enorme loseta de piedra que estaba apoyada sobre otra. Un congostreño investigador, entró en su interior para verificar su estado. Al salir, nos encontramos con otra roca con forma de seta, taza o algo parecido situado a un lado del camino.

 Es posible que no quede constancia gráfica de cada detalle; nuestro fotógrafo, tenía una lesión que le impedía pulsar el botón adecuadamente. Esperamos que los fotógrafos ocasionales aporten sus impresiones.
  
El tentempié lo hicimos en un “bosque de rocas” entre dos rinocerontes descomunales enfrentados. Eso si los veías a la entrada. Desde el interior eran dos rocas grandes.
  
Después de unas horas del tentempié, a lo lejos, pudimos ver una yegua con dos potrillos. Unos kilómetros más, volvimos a ver otra cueva. Esta vez la cueva era un poco más elaborada. Seguramente algunos pastores utilizaron lo que más abunda por allí para amontonarlas y construir una pared y unas mesas que dan un aspecto más acogedor a la estancia.
  
Dejando las cuevas atrás, un congostreño dio la voz de alarma: ¡una bala!, gritó mientras levantaba con una mano un trozo de hierro oxidado. Parecía sin detonar. Era una bala defectuosa que fue lanzada y no estalló, o era el fruto del despiste de un soldado holgazán.
  
Fueron apareciendo más y más rocas esculpidas por el viento y la lluvia. Tal era el embeleso, que el guía cedió en su primera premisa y algunos congostreños hambrientos se lanzaron ladera abajo sin importarles el trato con los tojos. Era la visión del B-A-R lo que motivó la estampida hasta que llegamos. Cerca había un  merendero donde almorzamos.
  
Algunos comimos en el merendero, otros no. Al terminar todos nos reunimos en la Taberna de Horacio. Aprovechamos la tirada de Lorenzo y nos arrimamos a la pared como auténticas lagartijas.
  
Por fin continuamos camino a través de las casitas sendero abajo. Algún congostreño avispado incluso tuvo ocasión de agenciarse unos higos para el postre.

 Apareció en la ladera del camino un arbusto con unas caracolas marrones como fruto, que suscitó las dudas de su procedencia e identificación. A estas alturas continúan las dudas. Era un arbusto de un metro con aspecto de pino pero con púas más pequeñas y duras. Si alguien lo conoce, que lo comente.
  
Ya hace algunos años que no hemos pasado por esos caminos, por lo que me he sorprendido gratamente al ver que una cancilla que impide el paso a las vacas, continúa en perfecto estado. Es una modesta construcción con eucaliptos jóvenes atados con cintas y con un resorte de neumático que automatiza su cierre.
  
Pasada la cancilla, a pocos metros, había una reunión de congostreñas que discutían sobre la edad y la descendencia de un árbol centenario. Unas decían que era una encina, otras que era un alcornoque, incluso he oído que sería una sobreira.
  
El tema quedó zanjado con la participación de un nuevo congostreño. Es un aficionado avanzado a la botánica. Dijo que se trataba de un Quercus suber, de la familia de las fagaceae, conocido como alcornoque, o también sobreira, en gallego.
  
Tiene que haber de todo en la vida. Unos se aprenden todos los nombres de los más de quinientos pokémon y otros los nombres en latín de los árboles de su zona.

Hubo unos cuantos culazos por despiste y un baño en las frías aguas de un pequeño río. La expectación era mucha para los nuevos. No por lo que veían sino por la temperatura.
  
Un sendero de adoquines nos llevaba hacia el final de la caminata. A la llegada, unos estiraban con la esperanza de crecer. Otros quedamos con el mismo tamaño.
  
La despedida se hace en una pastelería en la que casi no entrábamos todos. Alrededor de tres mesas redondas, conseguimos tomarnos las cervezas, los pinchitos, y emplazarnos para la próxima.
  
Desde aquí… cada mochuelo a su olivo.

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