CRÓNICA PATEADA 144


Canón Río Mao (Parada do Sil) Ourense. 24/11/12

Salimos como es habitual de las Almas Perdidas, dieciocho congostreñ@s repartidos en cinco coches.  Quedamos en el “Alto do Rodicio”. Allí hay un anuncio de un restaurante con el mismo nombre y a pocos metros hay otro llamado Monte Meda con el aparcamiento libre. Esto provocó algunos malentendidos que se solucionaron por whatsApp. Salimos uno detrás de otro hasta Forcas, concretamente la Plaza de Valentín González, utilizada por dos grandes tractores como aparcamiento. Un tractor era de Valentín y el otro de González, seguramente.

Siguiendo el ejemplo de los tractores, estacionamos a su lado. Aceleraron los preparativos  de salida, un gran chaparrón ayudado de ventisca. La lluvia aminoró al poco rato. Las prendas comienzan a estorbar. Entre el ”quitaypon”  se crea desconcierto y se recuenta la tropa, parece que el primer cruce no fue percibido correctamente por todos.  Se reagrupa y continúa por un sendero marcado con rodaduras de tractor y franqueado por muros de piedras amontonadas en perfecto equilibrio. Este sendero nos adentra en parcelas propietarias y bosque comunal que comparten un bosque de robles en proceso de deshoje. Para subir los ánimos, sale el sol un ratito, no mucho,  porque ha tenido una reunión con Rajoy y ya se sabe… los recortes.

A la hora escasa de salir, el alfombrado de hojas se vio truncado dando paso a una pista de tierra dura, incluso algún conato de asfalto. Como no hay mal que cien años dure, nos desviamos por senderos de vegetación frondosa. La lluvia aún no había sido llamada por el presidente y se mostraba generosa.

Un acontecimiento frecuente en esta época nos hizo parar en el camino: cuatro setas del tamaño de un plato habían germinado a un lado del camino. Hubo dudas de si se comían o no. Se decidió dejarlas para decoración del bosque.

Serpenteamos la ladera abajo por el margen derecho del río, hasta pocos metros de la orilla. Llegamos a un pueblecito un poco desperdigados. Los primeros deberían haber seguido un letrerito que ponía: “Necrópole Rupestre de San Vitor”. Por ahí continuamos. Pronto divisamos una hilera humana de mucho colorido. Eran ellos. Iban por un sendero de menos de medio metro de ancho, atascado entre dos muros de piedras. Supuestamente nos dirigíamos a la necrópolis, pero con sus habitantes son del más allá, no conseguimos llegar. Lo que sí encontramos sin problemas, fue un gallinero repleto, incluso compartían habitación con conejos indios. El olor nos guio.

En el pueblecito no encontramos ni un solo habitante, pero sí fuimos recibidos por una jauría de perros que ladraban sin descanso. Los saludos perrunos fueron quedando atrás mientras bajamos por la ladera escalonada de cultivos viñedos. En este valle,  del río Sil, se han dado desde siempre las condiciones idóneas para el cultivo de la vid. Ya los romanos se percataron de ello y edificaron los miles de socalcos en la empinada ribera sobre los que brotan los hermosos racimos de uvas tintas de las que se extrae el preciado líquido.

A la mitad de la pendiente daban las doce y media en el reloj, por lo que se aprovechó para refrigerarse y mineralizarse. Destacaba sobre las cortas vides, un solitario manzano deshojado, que soportaba estoicamente el peso de unas cuantas manzanas que parecían exclamar: ¡Ayuda, ayuda por favor… no veis que voy a caerme…! Un congostreño que no soporta las injusticias, prestó su ayuda tanto como pudo.

Pronto llegamos a una estrecha carretera asfaltada. Ésta nos llevó a los pies de unos madroños. La mayoría se abalanzó sobre sus frutos como si del maná se tratara. Mientras unos comían otras advertían de la posibilidad de embriaguez de los golosos.

La lluvia vuelve a asomar para ver por dónde íbamos. Al ver que disfrutábamos del paisaje que ofrecía el barco de turistas navegando por el río, decidió ir a prestar sus servicios a otro lugar. Seguimos bajando en fila india por los estrechos senderos. Nos topamos con un curioso puente de cemento con unos tensores de acero en la parte inferior, pero no lo cruzamos. En su lugar comenzamos a subir una serie de escalones de madera de un sendero de domingueros que aprovechamos los sabaderos. Varios kilómetros de pasarela que hacían posible unas vistas impresionantes. Incluso más madroños, pero inalcanzables. El mirador de esta construcción era un lugar privilegiado para contemplar la auténtica gama cromática del otoño.

Llegamos a la antigua central eléctrica, antes llamada “fabrica da luz” pasadas las dos. Lo presidía un ciprés de más de cinco metros con una sombra muy alargada. El cambio de infraestructuras en la fabricación de corriente provocó su desuso y reconversión a museo-albergue. Se decidió comer al abrigo de un techo.

Antes de entrar había que patear el puente metálico de entrada. Parecía ser un ritual. No era así, solo intentaban limpiar las botas de tierra antes de entrar. Dentro disfrutamos de los manjares acarreados en la mochila, regados con fresca cerveza. Los más sibaritas un vinito de la zona. Justificaban la degustación diciendo que la Parada do Sil había que disfrutarla con todos los sentidos. Sin embargo un rudo congostreño se quedó a la intemperie con intención de darse un baño en las frías aguas del rio Mao.

Salimos subiendo un sendero angosto hasta la misma ladera de las parras anteriores. Nos toparnos con los mismos perrunos anfitriones menos ruidosos esta vez. En este mismo pueblo, en la columna de un lavadero típico de pueblo, había un letrero que ponía: Tumbas. Lo seguimos. Era otro modo de denominar a “Necrópole Rupestre de San Vitor”

Esta vez, a pesar de estar en el más allá, insistimos y lo encontramos. Alguien había liberado de tierra una gran roca con tumbas antropomorfas escarbadas (forma humana). Algunas tumbas solo se ven la mitad. Dicen que es cosa de las estadísticas, que  dicen que caben veinticuatro cuerpos y medio. La gran roca sobre la tierra está totalmente nivelada. Dicen que allí se erigía antes una capilla con dos tumbas y un socavón circular que presenta una incógnita. Alguno dijo que sería un cenicero, pero en el medievo no fumaban tanto. La solución es más actual. Se trata de la cimentación de una torre que soportaba el cableado eléctrico que pasaba por allí.

Seguimos camino manteniendo equilibrios sobre el muro del canal que traía el agua hasta la fábrica de la luz. Lo seguimos apreciando el paisaje de barrancos del valle del río. Nos truncó el paso una compuerta de hierro. Solucionado el paso subiendo otra vez por un estrecho sendero que nos lleva al actual canal de agua. Aquí pudimos ver un antiguo puente romano en muy buen estado.

En plena contemplación del poderío romano, observamos unos líquenes apoderarse de un frágil árbol. Este pobre árbol soportaba además una chapa que evidenciaba el paso de la travesía senderista de montaña llamada transourensan (GR-56).

Otro sendero bordeado de muros de piedras nos lleva a Forcas, el punto de partida.
Se hacía de noche, así que desde aquí…
Cada mochuelo a su olivo.

Crónica por gentileza de Miguel Carbó.

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