CRÓNICAS



CAÑÓN RIO LOBOS – PICOS DE URBIÓN – HOCES RÍO DURATÓN-HOCES DEL RÍO RIAZA . (SORIA-SEGOVIA)

28-29-30 03-2013




Seis horas costó llegar hasta Ucero, en Soria, donde dormimos y utilizamos como campamento base. La casa estaba perfecta, a no ser por el excesivo calor que producía la calefacción entre 6 y 12 de la noche; lo bueno es que ropa y calzado secaban perfectamente para el día siguiente. 


Día 28: La climatología estaba inestable: tanto llovía como paraba, incluso por la tarde se atrevió un poco el sol. Tras una hora de coche, llegamos a la Cordillera Ibérica, concretamente a diecisiete kilómetros de Vinuesa. Nos esperaban allí tres lagunas ocultas por la nieve: Laguna Negra, Laguna Helada y Laguna Larga. Aparcamos orientados por los vigilantes y continuamos a pie. Un autobús trasvasaba gente poco más de un kilómetro por un euro con sesenta. Congostra va caminando.

La Laguna Negra se encuentra envuelta por un halo de misterio que ha inspirado todo tipo de leyendas debido a la creencia de que comunica con el mar y está habitada por seres acuáticos que capturan a quien se acerca a sus orillas.
La Laguna Larga es la más grande y al igual que la Laguna Helada, se sitúa en terreno fangoso de pequeños 'charcos', de la vertiente Este del Urbión. Las dos fueron originadas por un glaciar. 


Comenzamos todo el grupo la ascensión y llegamos a donde nos llevaba el sendero dominguero: La Laguna Negra. Dos congostreños continuaron montaña arriba en busca de las otras dos lagunas. El camino de ascenso estaba marcado por algunos pasos en la nieve. Ascendemos pisando sobre las mismas pisadas y así asegurar el paso. Dos aventureros nos precedían, pero pronto cedieron a la fatiga. Seguimos mientras había pisadas que seguir. La cantidad de huellas nos entretenía la subida. Intentabamos imaginar cuantos eran los que iban delante. Cuando los alcanzamos vimos que eran cinco. Seguían las huellas de unos esquíes. Los dejamos para seguir los esquíes. A pocos metros de la Laguna Larga, nos topamos con ellos. Seguimos camino hasta lo más alto, ahora sin huellas que seguir,  donde el viento y la niebla dificultaban el paso. Allí, una señora cubierta con un manto blanco inmaculado, llamada Prudencia, nos aconsejaba el descenso.


El descenso era más monótono, por lo que hicimos varias pruebas de técnica de descenso: bajamos apoyados con bastón o paraguas; apoyando una mano o las dos; levantando pies y manos y deslizándonos con el culo; clavando el paraguas hasta la empuñadura y dando una voltereta sobre él… Cuando nos dimos cuenta, se nos terminó el trayecto sin que pudiésemos probar otros intentos.

Nos encontramos con los demás en el quiosco de la entrada, donde acompañamos los bocatas con unas cervezas y cafés.

La tarde la pasamos en otra expedición: Sabinares de la Sierra de Cabrejas. Subimos por el margen desbordado del río Abión hasta La Fuentona, que se considera su nacimiento. Se trata de una poza de la que brotan a borbotones grandes cantidades de agua procedente de un sifón del interior de las montañas. También llegamos a otra aportación acuífera del río, la Gran Cascada, que solo tiene agua en invierno. En especial en éste, según los lugareños.

¿Dónde está el Gran Jefe? En la Gran Cascada. ¿Dónde está la Gran Cascada? No se sabe. Unas veces la casca aquí, otras allí….

Terminamos la tarde callejeando en un pueblecito con encanto, pero difícil de pronunciar: Calatañazor. A las siete y media estábamos bajo la ducha, preparándonos para la cena en un restaurante de Ucero: El balcón del cañón. Una fuente alargada repleta de patatas salpicadas con virutas de jamón serrano y coronadas con dos huevos fue lo más popular. Lo que allí llaman un cañón.



Día 29
La climatología ya no estaba inestable. Directamente llovió todo el puñetero día.

La intención del guía era recorrer los márgenes del Río Lobos, pero el aguacero nos hizo tomar distintas alternativas. Partimos del Puente de los Siete Ojos. Allí, consultamos con unos forestales. Nos comentan que no se puede transitar ni hacia arriba ni hacia abajo. Tiramos hacia abajo, a ver hasta dónde llegábamos.

Lo primero  fue sortear el canal de desagüe que cruza la carretera. La tierra estaba movida y la pendiente era alta. Subimos deleitándonos con el paisaje poco usual de la inundación. Gran parte del camino era transitable. Donde no se podía pasar, hacíamos un rodeo por los encrespados montes y continuábamos. Conseguimos llegar a la altura del Pozo Perín aunque no logramos verlo bajo tanta agua.

Salimos sobre las nueve y media y a la una estábamos de vuelta, Así que volvimos a la zona cero, perdón Ucero, a comer los bocatas en sitio seco.

Ya con el estómago repleto, con los paraguas al hombro, partimos en busca de aventura. A las dos y media comenzamos subiendo una ruta llamada Senda de las Gullurías,  sobre el río Lobos de nuevo, que contenían un mirador y una ermita. Era de poco menos de cinco kilómetros, pero con visos de alargarse.

La subida era pedregosa y en cuesta. La parte alta y la bajada, un lodazal. Durante el recorrido, encontramos un par de calderas, u hornos donde se obtenía cal viva sometiendo la piedra caliza a más de novecientos grados. Uno estaba rehabilitado para turistas.

El mirador,  presentaba una panorámica del cañón que la niebla ocultaba en parte. El sendero terminaba en un desbordado río. Tomamos el margen izquierdo en dirección a la ermita. Conseguimos llegar con poco esfuerzo. El edificio se encontraba en muy buen estado. Estaba sobre la roca, protegido por los grandes muros del cañón del río. Surcaban el cielo algunos halcones o buitres leonados en busca de una buena tapa.

Subimos a lo más alto del cañón para contemplar la maravillosa vista que presentaba. Este año completamente desbordado, donde los puentes veían pasar el agua tanto por debajo, como por su derecha y por su izquierda

La parte alta contenía un sendero sin marcar que picó la curiosidad de Congostra. Por él seguimos un buen trecho hasta darnos cuenta de que no formaba parte del sendero original. En vez de retroceder, soltamos los jabalís que llevamos dentro y los seguimos hasta que un jabalí intercambiaba opiniones sobre la orientación a seguir. Teníamos en el grupo un lobo de mar que decía no orientarse en tierra adentro. Alguna idea hubo de plantarlo en medio de la inundación con la vista hacia el cielo, pero fue una idea pasajera. La vivencia en las C.O.E.S. impregna de un instinto que prevalece ante todo. Estábamos de regreso en la ermita a las cinco menos cinco. Es importante la hora, porque en la puerta había un letrero que anunciaba misa a las cinco. Nadie apareció.

Como la ruta era dominguera, no llevamos mochila ni polainas. La mojadura fue bestial. Un congostreño acelerado sacó varios cientos de metros al resto. El resto se compensó con una cervecita que calentara el cuerpo. El primero con una buena ducha.

Antes de cenar, nos fuimos a callejear a Burgo de Osma, ciudad declarada de interés histórico-cultural, con intención de ver la procesión y cenar en el mismo pueblo. No pudimos hacer ninguna de las dos cosas: La procesión se realizó por dentro de la catedral por miedo a la lluvia. En cuanto a la cena, había que romper la cinta de salida y correr como si fuesen las rebajas del Corte Inglés. La camarera nos indica con voz tajante: No damos cenas hasta las nueve, pero no vengáis más tarde porque no cogeréis mesa. ¡Ah! Y no reservamos.

Nos esperaba el cañón ya conocido y un trato familiar y mucho más agradable.





Día 30: Se les había agotado la lluvia. Sobre las nueve y media estábamos en la Casa del Parque del Río Duratón, para recoger los pases. Esta Casa se encuentra situada en la localidad de Sepúlveda (antigua Iglesia de Santiago), en Segovia, también declarada de interés histórico-artístico, al final lo raro es encontrar una ciudad que no lo sea.

Lo que más llamó la atención, fue un curioso artilugio para mantener la puerta cerrada: Se trata de un sistema de poleas atadas por un extremo del cordel a la puerta y por el otro pendía una botella con agua. El peso del agua hacía que se cerrase la puerta.

El pesimismo del forestal, nos aconsejó no hacer la ruta por las condiciones de inundación, pero un curioso piragüista aventurero nos abordó y nos indicó que algunos puntos sí estaban desbordados, pero se podía acceder desde otros puntos. Allí que nos fuimos.

El primer punto era otra ermita, la del Priorato de San Frutos del Duratón. El paraje era precioso, Estaba situada en un lateral del cañón de Hoces del Rio Duratón. Para acceder en coche, hay que pasar por un sendero de tierra dura, donde el objetivo es zigzaguear para ver cuantos charcos consigues pisar antes de llegar.

El estado de la ermita esta inacabado, probablemente la crisis del ladrillo le haya privado de tejado y algún  que otro arreglillo que va necesitando. Sin embargo les dio tiempo a esculpir unas macetas en la piedra con forma de momia. Ellos las llaman necrópolis antropomórfica.

Como el recorrido era corto, nos fuimos a Hoces del Río Riaza en busca de información. Eran horas de papeo, y como no llovía, comimos a barra libre. Un muro que protegía el patio del río. Como estaba libre, comimos allí.

Dado el estado de las sendas, teníamos dos alternativas: hacer la ruta hasta otra ermita, la de Linares, y volver (cuatro horas) o ir a la ruta larga hasta la Presa de Linares (de seis a ocho horas). “Pero dadas las horas que son, no les aconsejo la larga”, dijo el señor. Se hace una consulta popular para ver si hacemos la grande, y una voz en off dice: ¡No hay huevos!. Esta frase actúa como espolón en dos congostreños, que casi sin mirar atrás, salen pitando por el sendero. Salieron sobre las dos menos cuarto y a las cinco y  media estaban de regreso.

El comienzo fue tortuoso. Varios charcos de considerable profundidad impedían el paso. Era tal la celeridad con la que circulaban, que en un cruce en Y no se percataron del desvío, dando con sus pasos al desbordado río. Volvieron a soltar el jabalí, y ladera arriba, utilizando pies y manos, treparon hasta alcanzar otra vez la senda correcta que circulaba por lo alto de la montaña. El camino era estrecho, pedregoso, pero precioso. Pronto apareció la ermita de Linares. Era similar a las anteriores pero en peor estado. Casi no dió tiempo a contemplarla, el record estaba en juego. A poco más de dos horas apareció la Presa. Estaba a pleno rendimiento. Dos grandes cortinas de agua bajaban desde lo más alto. El regreso se hizo casi sin ver el paisaje, solo un paso sobre otro hasta el final. Hubo que justificar la hazaña con una foto de la presa.

El resto del día lo pasamos en un pueblecito cercano, Pedraza,  cómo no también declarado conjunto de ... ,  con una plaza medieval, tomando unas cervecitas en una tasca del siglo XVII con escasas reformas desde entonces. Volvimos a cenar al ya conocido lugar que nos trataban como si fuésemos de casa. Si no fuese por el detalle de que nos cobraban, nos sentiríamos de la familia.



El día siguiente, se parte el grupo. Unos madrugan para llegar a comer a casa, otros lo hacen por el camino.



Hasta otra…Abur…

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