CRÓNICA PATEADA 154

Puebla de Sanabria (Zamora).

   Jueves 25.
 Salimos de Vigo sobre las once y media, la primera decena congostreña. La intención era ir con tiempo, comer por el camino y visitar los alrededores, pero… el ansia caminante nos llevó a tomarnos un bocadillo rápido en un área de servicio de carretera,  y plantarnos en Sotillo de Sanabria sobre las tres de la tarde.

 Tomamos la senda seis hacia la cascada de un tal Sotillo. La senda transcurría franqueada por bosques de robles que arrojaban agradable sombra al camino. La temperatura era alta, y cada tramo de sombra estaba colonizado por hordas de mosquitos. Al atravesarlas, se quedaban revoloteando cual satélites alrededor de cada caminante, alcanzando tal grado de confianza que permitían a las caminantes comentar: ¡A mí casi me entró por una oreja!, decía una; esos no es nada, decía otra: ¡A mí se me metió en un ojo!; una tercera comentaba con la boca cerrada y los ojos muy abiertos: hhmmm.
 Mientras se subía, el grupo se separaba. Los de más atrás, que venían envidiosos del ritmo marcado, lanzan a corro un grito: “Quéee boniiitooo”. Ante el temor de perderse algo, todos se juntaron sobre una enorme roca que servía como atalaya de un valle. ¡Era en verdad bonito, pero no tanto como para arrancar semejante grito! Y menos para retroceder.
 Pasado el primer grito, nos encontramos con un precioso puente, estrecho, de medio metro de ancho y unos diez de largo. Estaba soportado sobre pilares de piedra y construido con pequeños troncos todavía verdes. Inmortalizamos el momento desde varias posturas. A pocos metros del puente, una congostreña dio un traspié y pasó a cabalgar sobre un terrón del campo. 
 La cascada resultó ser un regato que caía con fuerza desde unos quince metros. Una vez refrescados suficientemente en la cascada, volvimos sobre nuestros pasos y tomamos una desviación para visitar la Laguna del mismo individuo.
 Después de ver la Laguna, el lago solo tenía interés por alojar a una manada de vacas que hacían las veces de hipopótamos. Tenían las patas totalmente sumergidas en el agua y se nutrían de la hierba que sobresalía.
 El camino era de ida y vuelta, pero el espíritu congostreño nos llevó a seguir la intuición y tomar otro desvío más interesante, que fue a rematar, como se esperaba, al punto de partida.
 Sobre las siete y media estábamos desfilando hacia el hostal César. Media hora más tarde descargábamos las maletas en Ribadelago.

 Viernes 26.
Aparcamos sobre las nueve y veinte en zona privada de Endesa, a la sombra de los árboles de la casa rural Los Millares. Nuestro destino era el Cañón del Cárdena. 
 Subimos durante buen rato. Desde algunos puntos se divisaba la cascada de Sotillo del día anterior. El paisaje era del mismo estilo, salvo por un par de hormigueros que trabajaban a destajo para estar a punto para el invierno. También nos topamos con un grupo de vacas aburridas que reposaban y rumiaban indiferentes a nuestro paso.
 Llegamos a la Presa de Cárdenas, también explotada por Endesa, sobre las once y cuarto. Intentamos rodearla por un sendero de tierra dura a pleno sol, pero sólo nos topamos con un aliviadero que despedía mucha agua con estruendoso sonido. Volvimos sobre nuestros pasos para seguir el primer sendero. Otro grupo de cinco vacas parecían estar en el camino para indicarnos la buena dirección.
 Pegados a la Presa de Garandones tomamos el tentempié sobre las doce y cuarto. En la Presa de Vega do Conde algún@s congostreñ@s se refrescaron los pies. En el refugio de montaña descansamos un ratito a la sombra. Hubo que desatrancar la puerta y ventanas para dar un poco de claridad, pero mereció la pena. 
 Llegamos a la parte más alta de la explotación eléctrica a la una y cuarto. Había un punto llamado “Sala de Emergencia Pico del Fraile” con las coordenadas marcadas. Desde aquí, se bajaba con la vista en el Lago de Sanabria. Unos optaron por bajar por el pedregoso camino en zigzag y otros en línea recta por la antigua vía de las cubetas que transportaban los materiales para la construcción de la central.
 A un congostreño, que había utilizado el camino más rápido, lo encontramos subido a un cerezo dando cuenta de sus frutos. El acceso era difícil, pero él se arreglaba. El lugar fue considerado bueno para reagruparse a medida que iban llegando. Un resentido residente de las viviendas de Endesa, llamó la atención al congostreño que ostentaba la mayor altura. Le recriminaba que se trataba de una propiedad privada. El congostreño se defendía diciendo que el árbol estaba en el camino y protegido por unas zarzas, lo que daba a entender que nadie recogía las cerezas. Para los pájaros, decía el vecino, las cerezas son para los pájaros. Pio pio, replicó mentalmente el congostreño encogiendo un poco los hombros. Al final se despidieron con educación pero sin llegar a acuerdo.
 El bocadillo lo tomamos agarrados al asa de una jarra de cerveza fría, sentados en una terraza del bar Ribeira, con especialidad en platos gallegos. Posiblemente el propietario/a sería de Santa Eugenia de Ribeira. 
Después de comer, nueve pateadores continuamos caminando atravesando Ribadelago, justo por donde el 9 de enero del 59 pasó la riada más mortífera que se recuerda. Aún se ven los restos de la iglesia, monumento al desastre.
 Tomamos el camino en busca del Monasterio cisterciense de Santa María, del siglo XII. Lo hicimos por la senda de los monjes hasta el refugio montañero de San Bernardo, en cuesta pedregosa con vistas al Lago de Sanabria, luego por caminos asfaltados de acceso al pueblo. Aprovechábamos las calvas de árboles, para descansar y sacar fotos panorámicas. En el monasterio, dan culto a la Virgen de la Peregrina, y en el anexo montaron un centro de interpretación del Parque Natural de Sanabria.
 El regreso fue más aburrido. Desandamos el camino anterior. El descenso pedregoso avivó la lesión de un congostreño que tuvo que abandonar las pateadas de los siguientes días y regresar.
 Al llegar a los coches, nos encontramos con un congostreño veterano que se uniría a las siguientes pateadas. Las cenas y desayunos se celebraban en el mismo hostal por vagancia de no buscar otro.

 Continuación de la crónica a cargo del “negro”

 Sábado 27.
  Después de desayunar y recibir el parte de enfermería, nos encontramos con dos personas que optaban por una ruta light, nada de montes y duras subidas, una suavecita,  por zona fluvial, con pozas y lagunas; y un tercero que optaba por una ruta en coche, camino de Vigo, abandonaba por dolores en la pierna, que le impedían seguir emulando las correrías de la “cabra montesina”. 
Marchamos pues diez en busca del techo de Galicia. El tiempo nos acompañaba, con unas nubes providenciales que actuaban de parasol y  que hacía incluso necesario el uso de prenda de abrigo.
 Partiendo desde la Laguna de los Peces,  nos dirigimos hacia el nacimiento del Tera. Este río, que forma un cañón en su descenso y las lagunas que abundan por la zona, todos de origen glaciar, suponen un regalo para la vista.
 Con un poco de esfuerzo, no para el correcaminos del grupo, que “sube” como la cesta de la compra, llegamos al alto, encontrando allí a un conocido del albergue de San Miguel de Castañeda, que nos había orientado el día anterior sobre la ruta que pretendíamos hacer. 
Bajamos de nuevo bordeando el valle, en dirección al cañón, hasta la presa rota,  recordatorio de la tragedia y  la negligencia humana. En el año 1959, la presa reventó y se llevo por delante la vida de 144 personas del pueblo de Ribadelago.
 Allí la ruta se complicó, esta seguía por el cañón, entre montones de rocas y restos de bloques de cemento y piedras de la presa, se hace difícil seguir los hitos y se echa mano de un pescador que nos anima a dejar el río y subir monte arriba para completar el círculo, hasta la laguna de los Peces.
 Avanzamos un poco en busca pues de una subida adecuada y nos encontramos con la ruta xabarín que ya todos conocen, y que es divertida y entrenida. Da gusto ver las caras de algunos pateadores para ver lo gratificante que es, sobre todo cuando te topas con un cortado, o un montón de vegetación que hace imposible pasar, bueno imposible no, nosotros pasamos, aunque el que escribe aún tiene en los brazos huella y marcas de tal gesta.
 Al final, con algún senderista pidiendo por favor encontrar asfalto y renegando de todo espíritu aventurero, desde un alto divisamos los coches, aunque la ruta nos reservaba aún una bajada con algún obstáculo, pero sin mayor problema para unos ansiosos senderista deseando llegar a los coches. ¡Total, solo habían sido once horas de ruta!
 Cenamos como de costumbre en casa César, muy eficiente con el servicio, con buena cocina, y atento en nuestras peticiones.

 Domingo 28
 El día lo dedicamos al senderismo cultural, que no va a ser todo deporte.
 Nos perdimos por las callejuelas de la parte histórica de Puebla de Sanabria, con su catedral, su castillo recientemente recuperado, así como sus casas,  muy cuidaditas y engalanadas.
Visitamos también la estación, construcción robusta, de grandes bloques de piedra, a la que se acede por un paseo lleno de cerezos, de los que los pateadores fuimos dando cuenta de sus frutos. Una senderista dijo que había leido que estaba cerrada y que recientemente había sido la última parada de un tren en Sanabria. La verdad es que estaba todo muy ordenado, y nada indicaba de que estuviera cerrada al tráfico de viajeros, pero la poca luz del vestíbulo parecía indicarlo. Alguíén se puso a leer los papeles de la ventanilla y de pronto escuchó una voz con sobresalto : del interior del despacho poco iluminado,  la crisis también llega hasta los despachos de billetes de Renfe, un empleado,  saliendo de la oscuridad le preguntó que adónde quería ir. El sorprendido pateador le preguntó si paraban trenes en Sanabria, pues,  según le había dicho alguien,  la estación ya no funcionaba. Menudo mosqueo cogió el empleado, que en tono inquisidor le preguntó ¿Cómo que no paran trenes en Puebla de Sanabria ? ?Quien la ha dicho a usted tal cosa ? Escapó de allí rápido, ante el enfado del empleado.

 Después, para comer,  al gracioso que escribe,  se le ocurrió ir a comer a  la cercana Bragança, en Portugal.
 Eran 39 Km, pero la carretera, llenas de curvas nos hizo tardar en llegar casi una hora.
 Allí comimos dentro de la ciudadela del castillo que domina la zona antigua y después bajamos a ver la zona del centro. Contemplamos el restaurante mas antiguo de Portugal, (bueno Bragança, es una de las ciudades mas antiguas de Portugal, fundada en el siglo II AC, por los celtas). 
Después de un cafelito consultamos para volver a tierra patria y nos recomendaron la IP4, dirección Chaves.
 Salimos los 3 vehículos pues en dirección de dicha carretera, pero el azar hizo que cada uno cogiera distinto camino. Uno,  al entrar en una autovía que marcaba dirección España, y de la que no había forma de salir, acabó en Zamora, a 90 Km al sur de Puebla de Sanabria. Mientras, los que habían ido en dirección correcta, deambularon por carreteras portuguesas, llenas de curvas, camino de Verín. 
Poco después de este pueblo se los encontró, sorprendido, el extraviado de Zamora, que ya hacía a los otros en Vigo. Y es que no se nos puede dejar solos fuera de las rutas marcadas.

 Hasta la próxima. Aburiño…

Miguel Carbó y "el negro".

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